Trajeron la copa

El fútbol y la argentinidad al palo

Por Axel Kesler
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Un ensayo sobre una victoria política, porque hasta el más humilde pudo festejar y ser feliz. Un país alegre, aún con sus contradicciones, gracias al fútbol.

Probablemente lxs argentinxs hemos vivido uno de los meses más alegres de nuestra historia. Pasamos por todos los estados de ánimo en pocos días: desde la confianza inicial, el desencuentro en una primera derrota, el miedo de que se nos escape de las manos, la tensión de que no entre una pelota, el grito de gol, la recuperación de la confianza, el festejo colectivo y una nueva fase de confianza, nervios y festejo en modo loop. La fe intacta en un equipo de fútbol que combinaba una especie de unidad, mística y amor por los colores, y en un líder que nos hizo creer que todo era posible sin dejar de hacernos humanos.

Cuando algo se vive tan intenso, casi que se vuelve imposible evitar ponerlo en palabras. Pero, como es imposible mostrar en su totalidad todo lo que nos pasa, ninguna pudo captar completamente la dimensión de lo que estábamos (y estamos) viviendo. Incluso algo así lo decíamos al cantar: “no te lo puedo explicar, porque no vas a entender”. De todas formas, todas esas reflexiones nos dejaron muchas puntas para pensarnos un poco más como sociedad. Los videos y las imágenes, por su parte, también aportaron su granito de arena.

Probablemente la personalidad que más invitó a pensar fue Messi. El capitán, el mejor jugador del mundo, el máximo goleador de la selección argentina, el que batió casi todos los récords del fútbol, sin duda, como el gran líder de este equipo. En un texto muy emocionante que escribió y compartió Casciari, habló de Messi y su vinculación con la argentinidad durante su estancia en el extranjero. Leo vivió más de una década en España, relata, pero nunca dejó de comerse las “s”, mantener su “lleísmo” o despertarse con unos mates. Esa infinidad de elementos argentinos que nos llenan de orgullo y nos dan seguridad cuando somos “otros” en el extranjero, se mantuvieron intactos en el capitán.

Sin embargo, esa expresión que rápidamente se convirtió en estampa de remera o en remix de boliche, ese “qué mirás bobo” y ese gesto del Topo Gigio, pusieron en cuestión una vez más su figura. Si antes la exigencia y la crítica del periodismo canalla era que el mejor jugador del mundo no había metido tal o cual gol, o no había levantado la copa con la celeste y blanca, ahora se arremetió contra su “vulgaridad”. Como escribió Alejandro Soifer, lo que en realidad molestaba era una figura popular que no se dejó pasar por encima. Hubo también algo de la argentinidad en ese capitán, ahora más suelto que nunca: “será que los argentinos somos retobados y contestatarios y esa característica molesta mucho a los que prefieren un pueblo dócil y servil que sepa decir todo el tiempo sí, patroncito”. Cuando el autor escribía eso, no solo le hablaba a quienes dispararon sus críticas desde el mundo, sino también a los de acá que siempre les molesta cuando lo plebeyo se vuelve primera plana. Ahí otra característica de la Argentina que, por más que sea contradictoria con lo anterior, es también parte de “lo nuestro”. La sociedad argentina: tanto lo plebeyo como lo que busca reprimir ese carácter popular y convertirse en “desarrollado”. Es una disputa constante que, incluso con sus contradicciones internas, tiene su expresión en el campo de la política con el clivaje peronismo-antiperonismo.

Lo cierto es que, aun así, en estos tiempos esa posición quedó bastante arrinconada en la marginalidad. Ni “esos putos periodistas”, como lo cantaba incluso el propio protagonista de esta historia, pudieron contra la alegría que le dio el capitán a todo el país. Los pueblos necesitan ídolos casi que como condición sine qua non y Messi sin dudas se ganó ese lugar. Se podría decir también que los ídolos no se eligen, nacen del propio pueblo con sus imperfecciones y vuelven hacia él para transformarse mutuamente. Es por eso que siempre van a existir sus detractores: por un lado, porque todavía hay gente que le incomoda todo aquello que emerge de lo popular, pero, por otro lado, porque siempre va a haber algo para criticarle, ya sea por izquierda o por derecha.

En este caso, no solo por Messi, sino también por otros miembros del plantel, los nuevos ídolos expresaron transformaciones culturales que se vienen impulsando desde los movimientos feministas en Argentina (y prácticamente todo el mundo) en los últimos años. Se viralizó mucho el llanto de Aimar, la sensibilidad de Scaloni en cada conferencia, el comentario del Dibu sobre su psicólogo, entre tantas otras que permitieron pensar a estas figuras como humanas, con sensibilidad, inseguridades, miedos, etc. Se destacó la importancia que tienen estas representaciones para las infancias y para construir nuevas masculinidades más sanas. Más allá de las contradicciones que puedan reunir esas figuras, que se viralice aunque sea ese aspecto de ese ídolo (algo que hace un tiempo era impensado) ya tiene un efecto simbólico muy potente para aportar a la construcción de nuevas subjetividades.

En una publicación que se viralizó hace unos días se comparaba al mundial con un abrazo, lo que puede ser un gran remate para intentar pensar lo que nos mostró el mundial sobre nuestra sociedad y sobre su potencial político.

“¿Para qué sirve un abrazo? ¿Podés comprar comida con un abrazo? ¿Resuelve problemas un abrazo? No, nada de eso. Sin embargo, un abrazo de alguien que amás te hace feliz. Bueno, ganar un mundial es una felicidad enorme, que no sirve para nada, pero que te llena el alma”.

Es imposible no politizar un mundial. Lo hicimos con el Diego contra los ingleses y no podemos dejar de hacerlo ahora. Por lo menos en nuestro país, la pelota se patea desde nuestra idiosincrasia y los goles se festejan como un derecho conquistado. La movilización que se vivió el domingo 18 de diciembre, cuando levantamos la copa, y el 20 de diciembre, cuando nos la trajo el plantel, fue la más masiva de la historia argentina. Fue una victoria política porque hasta el más humilde pudo ser feliz, aunque sea por un rato (o “varios ratos” si contamos todo lo que sucedió en las calles durante este mes). Con esto no se quiere traer alguno de esos berretines posmateriales de que la felicidad solo depende de un estado mental, pero sí afirmar que estas alegrías tienen un efecto concreto. El cartonero al que le regalaron la camiseta de argentina y quebró en llanto de la emoción, la abuela (si la pensamos como símbolo y no como “esa” en particular) siendo protagonista de la alegría cuando hasta hace unos meses tuvo que ser la primera en encerrarse o que tantas veces fue castigada por políticas que la postergaron, el pibe de gorrita vapuleado por las instituciones y el rechazo colectivo pudiendo bailar en la 9 de julio con total libertad y compartiéndolo con cualquier otro ciudadano.

Falta mucho para que “reine en el pueblo el amor y la igualdad”, se necesitan más políticas y otro reparto de la riqueza, pero sin lugar a dudas este mes nos cambió aunque sea un poco la correlación de fuerzas. Que el festejo esté en América Latina, en una de las regiones más aplastadas por la historia, hace la vida un poco más justa. Que eso permita llenar las calles y contagiar a todxs un poco de lo plebeyo, hace a nuestro pueblo más digno. Es por eso que el fútbol es político y, esta vez, la copa la levantó toda la Argentina.


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Etiquetas: Argentina
Axel Kesler

Tomo mate, luego existo. Sociólogo y maestrando en Políticas Sociales. Siempre del lado menta granizada de la vida.