Traeme la cuenta

Por Fernando Poo
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Sección editada por Marina Mariasch

El bar se llama Muay Thai. Está en Chapadmalal, un lugar que durante años fue sinónimo de hoteles abandonados. En sus años de esplendor los pobres llegaban hasta ahí para vivir con modesta elegancia frente al mar que había sido de los oligarcas. En estos, sus años de derrota, siguen llegando los pobres para vivir frente al mar las ventanas rotas de edificios abandonados. Los guardavidas comienzan a trabajar aquí un mes antes que en el resto de la ciudad. Muchos de ellos son, según dicen, los castigados. Se los señala como dealers y consumidores. De todos modos, la realidad nunca es tan limpia. En esas playas también están los buenos y los santos, los que ya no consumen y los que no consumieron nunca. En otras playas, menos abandonadas, más canónicamente bellas, también están los rotos y los por romperse. En Chapadmalal, encerrada entre árboles está la residencia presidencial. Peronismo y turismo social. Socialismo nacionalista. El líder de los humildes veraneando entre los humildes. Casi ochenta años después, peronismo de línea de pobreza, de indigencia, de mística conurbana, de dinero en fuga, la residencia se usa poco. En el bar habitan los surfers. Tiene ventanas que dan al mar. El piso de madera, las mesas de madera reciclada, la baranda de la escalera hecha con madera que bien puede haber sido sacada del agua o de una casa vieja. Las lámparas tejidas con fibras vegetales. Cuadros con fotos del mar colgados de las paredes. Las sillas con ese verde tan de moda, un poco botella vieja. Lindo, nuevo y viejo. Ellos y ellas con su pelo, su andar, su ropa tan canchera.

Borceguíes, zapatillas, pantalones que no cubren los tobillos, pantalones anchos, sweaters de lana de puntos gruesos, rubios, rubias, flequillos. Los que crecieron con plata tienen ese estilo reconocible. Un aura que no es de colores. Son gestos sutiles. La mirada, las manos, el tono en la voz. Nunca parecen preocupados. No tienen que pedir permiso porque nunca pidieron permiso. El mundo no se les resiste. Siempre estuvieron ahí, seguirán ahí hasta morirse. No tienen miedo de que algo salga mal, de que no haya dinero suficiente, no casa, no comida, no auto, no educación, no ropa linda, no el último lugar de moda, no seguridad, no puro presente, no confianza en el futuro. Chapadmalal está ocupada por el otro del otro. Chapadmalal ha comenzado a pertenecerles, o, quizás, nunca dejó de pertenecerles. Es un secreto a medias. Ya sale en algunas revistas que muestran las últimas tendencias de la gente con capacidad para generar y seguir tendencias. Una tendencia es la inclinación en las personas y en las cosas hacia ciertos fines; la fuerza por la cual un cuerpo se inclina hacia otro o hacia alguna cosa; una idea religiosa, económica, política o artística que se orienta en determinada dirección. Una tendencia es un fin en sí mismo, son comportamientos que tienen la fuerza de la manada. La tendencia gira sobre sí misma hasta que se acaba y se convierte en un hecho o situación consumada. Cuando eso pasa ya nadie se entretiene con ella. La rubia y su amigo hablan. El tapado de ella irradia miles de pesos. Sus labios, sus ojos a medio abrir. Las botas de él valen más que un salario mínimo. Menos mal que no fuiste el otro día. Un embole. Los vinos riquísimos. La tarjeta salía 12000 por persona, pero Rodri consiguió un 2×1. La charla la dio un tipo que no era enólogo. Era de la bodega, sabía muchísimo. Puso un video larguísimo. Mitad en francés, mitad en inglés. Un embole. Estábamos sentados, hubiese preferido estar parada y poder moverme. Me quería ir y no podía. No sé qué voy a hacer. Si llueve no salgo. Tengo que venir desde el campo. La carpa para el verano sale setecientos mil pesos. Es posible que alquilemos dos en lugar de tres, como el año pasado. No somos tantos y es raro que estemos todos juntos, vamos y venimos. Me regalaron un día de Spa para mí sola. Un rubio canta canciones de los Beatles. Cuando decide cantar una propia lo hace en inglés. No tiene la mejor pronunciación, ni propia, ni ajena. Según explica, la escribió en un momento en que estaba entendiendo el amor. ¿Entendiste algo? No, pero sigo buscando. Pienso que los idiomas, como el amor, son comunicación codificada. Me pregunto por qué no escribió su canción en castellano. Tal vez ella era inglesa, yanqui, europea, australiana y él le hablaba en un inglés de mierda. ¿Se habrán conocido viajando por el mundo de hostel en hostel? Hace un tiempo vi una serie sobre un estafador que mataba gente muy parecida a los rubios de Muay Thai. Eran hippies europeos en busca de la iluminación espiritual en Asia. Recorrían los caminos que van de templo en templo. Viajaban con cheques de viajero para comprar una sabiduría extranjera. El dinero no puede comprar mi amor, cantaban los Beatles. Entre los acordes se abre un instante de silencio. Todos escuchamos como alguien, que esperaba agazapado en el sonido, pide la cuenta en voz alta. Traeme la cuenta. Risas. El rubio sigue en inglés. Estoy fuera del agua. Respiro aire espeso.

Fecha de publicación:
Fernando Poo

Vive en Mar del Plata. Es Dr en Psicología, investigador del CONICET y docente universitario. A veces se aburre de todo eso.