Fumata multicolor

Por Marina Mariasch
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Hace diez años, Francisco iniciaba su papado. Publicamos esta crónica inédita de su célebre visita a Río de Janeiro, una década atrás.

El mes pasado se cumplieron diez años del pontificio del Papa Francisco. Hace unos días se estrenó Amén, un documental que lo muestra dialogando con grupo de jóvenes que al principio son amables y de a poco empiezan a tirarle con de todo. Como reza el subtítulo del video, Francisco responde, y ataja todas las balas. Aunque algunas preguntas le dejan un poquito de esquirlas, la mayoría (si gana un sueldo, qué opina de los abusos en la Iglesia, qué piensa de la homosexualidad y de quienes predican en contra de ella, qué piensa de la injusticia social) las responde con soltura y naturalidad. Francisco alberga las diferencias bajo el paraguas de que “Dios no rechaza a nadie”. Les jóvenes no se la hacen fácil, generan momentos de tensión, incluso aunque sepamos que por detrás hay un guión. Pero parecen irse contentxs. Como quienes miramos.

Pero no habría que sorprenderse. Una mirada histórica, desde la primera fumata blanca, nos muestra a un Papa incipiente coherente con el que es hoy. A los pocos meses de asumir, Francisco visitó Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud. Esta crónica es de esa visita, de cuando Bergoglio agitó las masas con la consigna “Hagan lío”.

FrancisRock in Río

Una virgen negra pasa haciendo ala delta y otra de yeso le hace alcanzar el éxtasis a una chica en la playa. Olas de gente agitando banderas, surfeando más que nunca el mantra de la fé. Jesús contento: Dios es argentino -Gardel, el Che, Evita, Maradona, Messi- y el Papa también.

Los aeropuertos tienen ese olor que es una mezcla de perfumes fuertes de free shop, ropa transpirada y goma caliente. En el Tom Jobim de Río de Janeiro hay olor al alcohol que usan de combustible. También hay contingentes de chicos rubios, casi albinos, con bufanda naranja y pasaportes bordó. Algunos caminan apoyados en muletas de acero y otros tienen dificultades menos visibles. Van en grupo atrás de un cura en sotana, lo siguen como al flautista de Hamelín. No hace falta preguntarles, vienen a ver al Papa.

En el puestito para cambiar plata un argentino humilde, como los que le hicieron el regalo de TN (Padre, tenemos un regalo para usted, de los pobres), me pregunta a cuánto está el real. Se tomó la semana para venir a ver al Sumo. Cedió al impulso y está feliz. El cambio en los aeropuertos no es bueno, pero tenemos que llegar a la ciudad. Todavía no sabemos que en el centro el cambio va a ser peor: el “efecto Francisco” provoca una suba en el real blue, y nuestra moneda va a valer cinco veces menos que la de ellos durante los días de la papamanía.

Dicen que el Papa trajo el clima frío y lluvioso a Río, o que le hicieron una macumba. En las últimas décadas, el catolicismo perdió un diez porciento de sus fieles por la Iglesia evangélica y el protestantismo, además están las religiones afro-brasileñas que ya tienen su espacio ganado. La fe no se pierde, se transforma. Las calles están llenas de jóvenes de distintos colores, enroscados en las banderas de sus países -Bélgica, Australia, Estados Unidos, Guinea. Vinieron a la Jornada Mundial de la Juventud, pero podrían haber venido al mundial. El fervor es el mismo.

Cuando llega a Brasil, a Francisco le cortan el paso unos cabritos que se cruzan por el camino. Él para la marcha de toda la comitiva y los deja pasar. La imagen se multiplica por tv. Es simple y tierna, es fundadora de un mito. Francisco visita a los ex adictos, al que se daba con todo y ahora le talla en madera el sillón donde va a colocar sus aposentos, un drogón que se reinventó en carpintero como José. También le bloquean el paso los besuqueiros desaforados de Beijaçao, una agrupación LGTB que reivindica el derecho al amor dándose chupones fuertes entre los chicos católicos. En tetas y con la piel pintada aparecen entre los peregrinos las mujeres de Vadía (vagabunda), la “Marcha de las putas”, pidiendo por un estado laico y por el derecho sobre la delicia de sus propios cuerpos.

Vistas desde arriba -Río, con sus altibajos, deja ver las cosas desde arriba bastante seguido- parece una manifestación política. Y de hecho, lo es. Millones de personas pasan marchando por las calles cerradas al tránsito de esta ciudad usualmente atestada de autos. Trato de cruzar una avenida y quedo atrapada en la corriente que avanza hacia la boca de un túnel, esas maravillas de la ingeniería que atraviesan montañas, como la fe que las mueve. No me queda opción, entro en el flujo de la gente, son una tropilla, una colonia de hormigas que avanzan hacia algo que se me escapa. Golpean los parches y cantan. Tienen algo que no tengo y me da celos y miedo.

Al final del túnel está la luz. Y el Shopping Mall Río Sul. Algunos peregrinos se desvían para visitar las lojas o picar algún salgado. No hacen mella, los que avanzan son millones y si unos pocos se apartan del rebaño siguen siendo millones. Francisco Primero ya puede convertirse en Santo: en Brasil consiguió el primer milagro, que los brasileños adoren a un argentino. El Papa visita a la Virgen de ellos, Nossa Senhora Aparecida, que es negra.

Más tarde, un taxista me lleva por los atajos posibles -la mayoría de las arterias están tapadas. Me dice, el Papa ya no es más argentino, es del mundo, y le dice Bergolinho. Pero el Papa no es más Bergoglio, ahora es Francisco. Y este cambio se nota. Cuando era Jorge Mario Bergoglio era más oscuro, parecía más triste o más enojado.

Desde que asumió el papado se volvió bueno, un abuelo de los vivarachos, de los divertidos que se tiran al piso a jugar con los nietos y hacen chistes pícaros. Pero también tiene el otro lado, el más incisivo, como cuando agita consignas, dice que la Iglesia no es una ONG, que tiene que salir a la calle. Francisco cuando era Bergoglio dijo que la ley de matrimonio homosexual era una ¨movida del Diablo¨, buen nombre para una banda. Ahora dice que él no es quién para juzgar a los gays. Sabe cómo llevar a los descarriados de nuevo por el buen camino. Su estrategia genial absorbe los discursos contemporáneos, como el de la diversidad. Pero a la hora de los bifes llegan difuminados y se pierden en la fumata eclesiástica.

Dijeron que le iban a dar el Martín Fierro, y después que no. Hicieron mal en sacarle el premio. Francisco tiene el don del gesto, es carismático, convence. Los primeros actores de los que se tiene registro histórico hicieron sus performances en la Grecia antigua. Eran sacerdotes que personificaban a los dioses para poder transmitir a la gente sus pensamientos y su espíritu. El Papa, sacerdote de sacerdotes, es hoy el líder simbólico con más poder del planeta. Y además es jefe de estado de un país pequeño pero bien ubicado. Su título quizás esté por encima del de un rector de la Universidad de Harvard, del CEO de Apple, del presidente de los Estados Unidos.

Pero debajo de la sotana y el bonete que lo invisten hay una persona. Y esa persona, sola, tiene hoy frente a él en una zona tropical que siempre fue santuario de perdición, promiscuidad y sungas, a una lengua negra de 3 millones de personas. La rave del Papa tiene más gente que Madonna cuando tocó gratis frente a un millón de fans en Copacabana, más que los Rolling Stones, y más que los dos millones de personas que reúne la Reveillon, la fiesta de año nuevo callejera más grande del mundo. Hay un país en la playa viendo al Papa, está, por ejemplo, Uruguay entero. ¿Podrá dormir esta noche? ¿Podrá tomar una pastilla que le induzca el sueño, que le baje el papo? En 2007 vino a Río Benedicto XVi y nadie se dio muy por enterado. Ahora Francisco es más que humano.

Francisco le pone el cuerpo. El papamóvil es precario, algo que pega bien en una ciudad donde el perro del gobernador Cabral hace viajes solito en helicóptero. Francisco es el nombre más usado en Brasil. Jorgito se las sabe todas. Entre los pobres, cuando cae gente a la hora de la comida, se agranda el guiso. ¨Bota mais agua no feijao¨, dice el Papa como si conociera de siempre el dicho popular. Ovación: habla el idioma del pueblo. La gente está en llamas. Tiene, como se dice acá, fogo na roupa. Una mujer se frota una virgen de yeso en la entrepierna. Éxtasis.

Algunos de los jóvenes tienen toque de queda. Otros, bailan en la playa o en la Cristoteca, una disco donde pasan temas cristianos y no venden alcohol. Otros, se tiran al mar para calmar el fervor. No pasa nada, los billetes son de plástico, los brasileños tienen todo pensado, y al salir del agua la excitación es mayor. Otros, montan los colectivos como en la hora pico.

Van para São Conrado, cerca de la piedra enorme donde una virgen pasa haciendo ala delta. Aquí en Río, a las “patricinhas” -las chetas- les gusta mezclarse en las favelas. Van a bailar a la Rocinha, la villa más grande de Río, construida en un morro junto al barrio rico, y se mueven al ritmo caliente del forró con la mejor vista de la ciudad. En Lapa, una especie de San Telmo más trash, donde también deciden ir a pasear algunos, hay un travesti con chupete rosa.

La playa queda vacía y sucia. En los bordes, donde el merchandising del Papa se remata, los artistas de la arena tallan esculturas con la cara de Jesús, la que ellos conocen, la que porta en la estatua gigante del Corcovado, una de las pocas veces donde al Cristo se lo ve contento. En el colectivo de vuelta a casa, rezan padres nuestros, un rosario tras otros y todos los misterios.


Fecha de publicación:
Marina Mariasch

Estudió Letras en la UBA. Es escritora, periodista, docente. Trabaja en el ámbito de los derechos humanos. En los 90 fundó el sello editorial Siesta. Publicó poesía (El zig zag de las instituciones, Paz o amor, Mutual sentimiento, entre otros), novelas (El Matrimonio, Estamos unidas), cuentos y ensayos que fueron traducidos al alemán, inglés, finlandés. Forma parte de Latmef.org, 100% Diversidad y Derechos y Mala Junta en el Frente Patria Grande.