Un recuento de la previa, los resultados y los desafíos de cara a la segunda vuelta de un proceso electoral tan interesante que, si no tuviéramos que padecerlo, hasta lo podríamos disfrutar.
Comicios subversivos
La impresionante remontada de la opción oficialista en las elecciones generales subvierte el panorama político desde el último llamado electoral. Hasta Lanata, padre del concepto de grieta, tuvo que reconocer el fenómeno: “Si Massa logró estos números con esta situación, es un buen candidato”. El buen oficio periodístico, de cualquier bando, sabe sintetizar.
El inventivo guionista oculto de este país decidió que los highlights del episodio fueran caras largas en los bunkers de Juntos y La libertad, y un Sergio Massa de semblante y discurso presidencial que se subió al escenario en familia como diciendo “votá al tipo normal”. Así como el dato en la convocatoria anterior fue que ganó Milei, en esta, más definitiva pero no final, es la victoria oficial. El mapa, que se había puesto morado en las PASO, recobra su rubor celeste. Entre medio, algunas cosas pasaron.
Un ministro de economía colapsado arrancó su campaña desde la mitad de la cancha, o más atrás. No hubo entrevista en la que Sergio no tuviera la cara de cansado de dos, tres o cuatro viajes inter-distritales. Gobernar es establecer prioridades y hacer campaña también: la provincia de Buenos Aires -firmemente asegurada por Kicillof- y el norte grande las dos canteras donde los votos se fueron a buscar. Incluso en Lomas de Zamora, donde se esperaba que la cantidad de votos estuviera fuertemente condicionada por el Marbella Gate, el peronismo mejoró su performance.
El gran logro del candidato en los dos debates, en ese contexto, fue no haber salido herido, decían los analistas. Medidas económicas no del todo sustanciales como bonos extraordinarios para algunos sectores y devolución del IVA para compras con débito en artículos de la canasta básica pueden ser tenidas en cuenta, y no mucho más. Inevitable sumar en este balance un tímido apoyo de Cristina y un presidente escondido en el placard. Imposible no atar el resultado a cierto espabilamiento federal. Como también no ponderar que Sergio Tomás se puso la camiseta de la patria y entonó todos los jingles que había que cantar. Su carisma y astucia, así como su ideología, hacen pensar que en su persona hay una mezcla del espíritu de Néstor y el de otro ex presidente peronista, de la tendencia neoliberal.
A la que le fue mal en su recta final fue a la política con más ex filiaciones del país. Bullrich ostentó una cuasi pérdida total de su capacidad oratoria y nunca pudo terminar de explicar en qué consiste su “sistema que va a poner el foco en el ser humano desde una perspectiva en el que todo aquello que tiene que ver con el ser humano va a estar bajo una filosofía muy interesante.” No más palabras, señor juez.
Y si el frente libertario empezó las post-PASO relativizando la radicalidad de sus propuestas y aclarando que la liberalización de armas, vouchers educativos, venta de niños y órganos, y hasta el caballito de batalla de la dolarización eran medidas que tardarían años en implementarse o que fueron mal interpretadas, llegó hacia el final profundizando fuerte. Desde legalizar el abandono paterno pasando por romper relaciones con el Vaticano y hasta la privatización de ballenas como política ambiental surgieron como ideas desde las filas de Milei. Todo salpimentado con una buena cucharada de negacionismo, histórico y climático.
Si todo esto es en broma no me sirve, y si todo va en serio capaz que tampoco, seguramente consideró parte del padrón. Así, Milei dejó de ser trendy. Sus guarismos no se modificaron ni en la proporción del incremento de la participación: sumó algunos votos, pero perdió porcentaje. Algunos segmentos sociales, evidentemente, se empezaron a asustar de la utopía liberal, y la exacerbación, demasiado confiada para un primer tiempo, mojó la oreja de un gigante adormecido. En la nación católica, de la amistad, el asado y los domingos en familia, esas extravagancias liberales no tienen lugar. La mayoría de la gente no vive solo de hacer números, sino también de honrar tradiciones y cultivar afectos. Martín Rodriguez lo sintetizó así: Milei te vende un auto, pero no le dejás a tus hijos ni ahí. Y el peronismo de casi todas las latitudes supo explicar que hay cosas, además de los votos, que vale la pena cuidar.
De la ideologización al pragmatismo
La información sobre el estallido en la franja de Gaza desnudó el alineamiento internacional de los candidatos, así como tal vez nos hizo pensar que hay cosas peores que un 100% de inflación anual. Una incógnita que no se deja despejar así nomás es la incidencia de dos grandes movimientos que en las elecciones de 2019 -acá nomás- fueron protagónicos y en esta intervinieron, si se quiere, de manera más discreta, pues su presencia no se puede soslayar. Los feminismos, con una decidida campaña contra Milei, con consignas como “La libertad es nuestra” o “Pañuelo verde no vota peluca”, y los sectores culturalmente más conservadores del también diverso movimiento evangélico, refractariamente al progresismo que viene con Massa, más bien subterráneamente alineados a la aventura libertaria.
De aquí en más, quizás haya cada vez menos espacio para los discursos identitarios, abstractos, intelectualizados (aunque las militancias se vean obligadas a bajar a tierra las macro maniobras de sus referentes dotándolas de perspectiva sectorial) y más lugar para el cómputo práctico, concreto, racional.
Quien mejor lo expresó tal vez fue el hace un mes rival interno de Massa. El abogado y dirigente gremial de la economía popular que debutó en política electoral este año disputando el liderazgo del ministro, Juan Grabois, lo manifestó con mucha claridad antes de la elección general. A pesar de que Massa no es santo de su devoción -lo que no dejó de demostrar durante toda la campaña-, hizo un contundente llamamiento hacia el voto racional contra sectores de la política que cataloga como deshumanizantes: a votar con la cabeza.
Es probable que veamos una campaña hacia la segunda vuelta mucho más fuerte, donde cada frente lo dará todo para evitar la victoria de su adversario, pero menos visceral. La entrada al balotaje podría tener el mismo lema que la puerta de la academia de Platón: no entre nadie que no sepa matemática. Recién pasado ese umbral empezamos a filosofar. Es cierto que en ese territorio del toma y daca, el peronismo es campeón mundial, pero no menos cierto que la derecha argentina viene aprendiendo a sumar y restar. Durante un mes, el poroteo olímpico será deporte nacional.
Roto el escenario de tres tercios que signó las primarias, comienza un nuevo partido donde a cada fuerza le toca pescar en el estanque donde Pato se tomó un velero llamado libertad. Massa quiere sellar la grieta con una invitación a la unidad nacional que alcanzaría a radicales y hasta ex-cambiemitas y Milei relanzó la polarización con un fuerte discurso anti K como guiño al macrismo duro. Al día siguiente ya estaba también alentando la apertura del mercado de pases desde el equipo amarillo.
Hasta acá movimientos que a nadie sorprenderían. Pero el bono raviol futuro salió a la venta a precio vil: el peluca convocó a la ex montonera que ponía bombas en jardines de infantes (según sus propias palabras) a sumarse a su eventual gabinete y llegó a sugerir que incorporaría a su gobierno técnicos de izquierda (de identidad nunca precisada), aunque ya sabemos que el economista es antizurdo nivel cinco y considera de izquierda cualquier articulación de la palabra derechos fuera de la defensa a los tiros de la propiedad. En una movida más politiquera imposible, el capitán anticasta también ensayó elogios hacia Schiaretti y Randazzo a horas de conocerse los resultados de la elección general.
La paradoja que enfrentan ambos candidatos en distinta medida es la de mostrarse como una fase superior y cualitativamente diferente de los sectores a los que vienen a reemplazar en la reedición de la vieja y conocida grieta sin dejar de contar con su apoyo. Más precisamente, cabe preguntarse: ¿el kirchnerismo y el macrismo están agotados con Massa y Milei arrimandose al sillón de Rivadavia? Todo indicaría que no es tan así, empezando por la Provincia de Buenos Aires, donde el legado pingüino mantiene un bastión simbólico de gravitación singular, aunque ya sea hora de componer canciones nuevas. Por su parte, y sin tan claros sucesores a la vista más que su propio primo, no se puede descontar que el alicaído Mauricio Macri vaya a vender sus acciones de la empresa Derecha Argentina Sociedad del Estado sin antes sentarse a negociar.
Del enojo y el miedo hacia la ilusión
Este país te sorprende constantemente y no es apto amargos ni espíritus escandinavos. La Constitución debería decir: y para todos los habitantes del mundo que quieran jugar. El que se enoja, pierde. Ya lo dijo un filósofo contemporáneo: no trates de entenderlo, disfrutalo. Todo esto se parece a la final del mundial: si no hubiéramos tenido que sufrirla hasta la hubiésemos gozado.
El enojo no es buen consejero y el miedo no siempre sirve para movilizar. Son las dos proyecciones de base que ambas fuerzas deberán superar, pues necesitan algo más para convocar. En un balotaje no se elige, sino que se opta, y en esa búsqueda tiene un límite el discurso pasional. Le toca el turno a la alquimia capaz de combinar la exposición de motivos con alguna fibra emocional. Un sugerente espejo puede ser el de 2015, donde el oficialismo ensayó una especie de campaña del miedo que no funcionó y Macri se impuso prometiendo a último momento conservar lo bueno y corregir lo que estaba mal. La historia no explica nada pero ahí está para quien le pueda sacar provecho a la hora de pensar.
Si hubiera que sintetizar el resultado de estas elecciones generales, no repasarlo, diseccionarlo o comentarlo, sino sintetizarlo, la fórmula podría ser una especie de sentencia del pueblo argentino dirigida al sistema político: el mejor país del mundo no es perfecto. El oficialismo se impuso ampliamente con toda su artillería pero sin llegar ni al 40% del electorado. La gran mayoría sintió que la cosa va por otro lado. Más grande aún es la mayoría que pensó que ese lado no es el que representa Milei. Al 40 cumpleaños de la democracia, aunque sin ausentismo trágico, asistió menos gente que nunca.
Quienes llamaron a votar embanderados con los colores de la patria deberán saber expresar que en ese camino de autoestima nacional está la respuesta presente y futura a la demanda actual; quienes pretendieron señalar todo lo que está mal, deberán convencer al resto de que no están tan enojados con este suelo como para no poder gobernar.
Somos un país históricamente aterrorizado y circunstancialmente angustiado. Traumatizado por cada gobierno que nos devaluó y por cada experiencia en que nos macanearon con la palabra libertad. Pero esta también es una tierra estructuralmente esperanzada y tendencialmente bondadosa, que elige una y otra vez confiar, y donde no hay desilusión que no se haya podido sortear. ¿A quién le sirve todo eso? Al que pueda sintetizar la identidad nacional y sus circunstancias, y logre parecerse menos a un improvisado mercader de fantasías que a un experimentado fabricante de realidad efectiva que permita que nos volvamos a ilusionar.
Foto: Clarín
Estudiante avanzado de Derecho (UBA). Oriundo de Eldorado. Revolucionario de tereré. Integrante del Instituto Democracia.