Volver a las bases

El odio, los sótanos y la democracia

Por Rodrigo Picó
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Un repaso de algunos de los acontecimientos principales de 2022, con la preocupación centrada en la reconstrucción de algunos consensos básicos de la democracia.

Una semana pasó desde la consagración de la tercera copa mundial y del encuentro social más multitudinario en la historia. El fútbol nos permitió ilusionarnos, amarnos y volvernos a abrazar. La gloria comenzó con una caída, en ese momento el capitán sostuvo que debían “volver a las bases y a las fuentes para salir adelante”. La comentarista Lerena repitió esta frase en cada partido. El año 2022 cierra con un repertorio denso en términos políticos: una inflación interanual altísima, tensiones dentro la oposición y el oficialismo, el poder judicial extralimitado en sus funciones, el legislativo paralizado por sus propia dinámica, el ejecutivo desgastado por las pujas intestinas, una condena absurda a CFK y un escándalo institucional mafioso de jueces, medios y funcionarios. Quizás volver a la base sea un ejercicio para despejar lo coyuntural y el circo mediático. La base de nuestra sociedad: la democracia.

Una democracia joven. Durante el siglo pasado se han llevado a cabo seis golpes de Estado. Recuperada en 1983, ha tenido crisis económicas, neoliberalismo, crisis institucional y dos expresiones políticas propias de este quiebre: el kirchnerismo y el antikirchnerismo. El primero, comandando el espacio denominado pan-peronismo, y el segundo, con una fisonomía un poco más compleja: en su faceta partidaria, bicéfala (la UCR y el PRO); en su músculo, una sintonía fina entre el poder judicial y los sectores financieros.

La película “Argentina 1985” revivió viejos debates y puso en perspectiva lo dificultoso de la recomposición institucional en los primeros años del retorno de la democracia, luego de los “regímenes burocráticos autoritarios”. El politólogo Guillermo O´Donnell denominó como «delegativas» (DDs) a este tipo de democracias luego de períodos autoritarios. Quisiera detenerme en un aspecto de su caracterización de las DDs, en el cual observa que las instituciones estabilizan a los agentes/representantes y sus expectativas, y los actores respetan las decisiones, sean de su agrado o no, y esperan las próximas rondas de interacciones (negociaciones) para hacer prosperar sus reclamos.

Las cámaras y la Cámara

Laclau sostiene que la democracia es la resolución pacífica de los conflictos sociales. Permite la coexistencia de intereses agregados mediante coaliciones que representan demandas y dirimen su capacidad de negociación en instituciones y reglas acordadas. Las rondas de interacción que vimos con O´Donnell, se rompieron en la Cámara Baja. El año termina y, a falta de quórum, la Cámara de Diputados no logró sesionar por segunda vez para tratar la creación de ocho universidades nacionales y la elección de sus autoridades (entre ellas la presidencia, actualmente ocupada por Cecilia Moreau).

El jueves 1 de diciembre la oposición hizo caer la sesión: increparon a gritos e insultos misóginos y xenófobos. Cánticos, golpes en las bancas y, para sintetizar la actuación, el jefe del bloque PRO, Cristian Ritondo, hizo ademanes con sus manos con gestos sexuales a Moreau. Horas más tarde, en un medio opositor, justificó sus actos y responsabilizó a la propia presidenta del cuerpo por “faltarle el respeto a la oposición”. Un cierre perfecto de machismo, luego de ejercer la violencia. 

Juntos por el Cambio (JxC) aseguró que no votará la reelección de la presidenta de la Cámara. Una cuestión resonante, ya que en 2021, luego de ganar las elecciones legislativas, María Eugenia Vidal había propuesto exigir la presidencia para su espacio, rompiendo la línea sucesoria. A su vez, en 2016, con mayoría en las bancas, el kirchnerismo acompañó la designación de Emilio Monzó para presidir la Cámara Baja.

La propuesta de Vidal naufragó en JxC, que si bien no acompañó, tampoco votó en contra de Moreau. Asimismo, en 2021 y por segunda vez en la historia, JxC había dejado sin presupuesto a la gestión al rechazar con 132 votos la Ley de Presupuesto. La primera vez había sucedido en tiempos del denominado Grupo A en 2010. Aquel Grupo A agrupaba a personajes como Patricia Bullrich, Federico Pinedo, Gerardo Milman, Silvana Giudici, Eduardo Amadeo, Graciela Camaño y Felipe Solá.

Juntos por el Cambio juega al límite en las instituciones sin el repudio social porque todo este accionar se enmarca en un panorama de apatía social y protección mediática, en donde el oscurantismo se pasea a plena luz del día sin rubor.

Correr los límites un poquito más

El atentado a la vicepresidenta es un hecho de gravedad antidemocrática que nos remontó a los años más terroríficos de nuestro país. El ruido sordo del gatillo que paralizó a la mayoría de la población, no tuvo eco en sectores que odian históricamente al peronismo. No es un sector menor de la sociedad. Un bando de “la grieta” donde la interpretación siempre precederá al hecho en cuestión: “que estaba armado”, “lástima que no salió la bala”, “la sociedad se cansó de ella y la está juzgando”. Barbaridades de simulacro, de deseo o de responsabilizar a la víctima por sus hechos pudieron leerse en redes.

El arco político en su conjunto salió a condenar el hecho en un mensaje protocolar desde sus cuentas, sin embargo la presidenta del principal partido opositor optó por el silencio. Las teorías del “loco suelto” se esfumaron rápidamente: apareció una conexión del grupo fascista Revolución Federal con Luis Caputo, ex ministro de Economía de la gestión de Macri. Asimismo el diputado del PRO, Gerardo Milman, y sus asesoras, parecían estar prevenidos del atentado.

Mientras tanto, los diarios opositores hacían notas sobré cómo disparar correctamente un arma Bersa, el celular de Sabag Montiel era reseteado y la jueza Capuchetti avanzaba solo a medida que la querella le exigía explicaciones. Las asesoras de Milman también entregaron sus celulares luego de ser vaciados o directamente cambiados.

¿Por qué la obscenidad de esta puesta en escena no nos inquieta como sociedad? Una carpintería, sumas millonarias, jóvenes fascistas organizados en los márgenes legales con vínculos con el poder real, medios de comunicación editorializando el día a día y candidatos de derecha que acumulan minutos en los grandes programas en la previa del año electoral.

Todo esto es acompañado por un rumor constante de personajes nefastos para la democracia. Comunicadoras que pueden decir “que Messi es el mejor jugador del mundo es tan falso como los 30 mil desaparecidos”, y seguir su alocución sentenciando que “somos un rebaño de pelotudos”. O bien, un senador nacional que dijo livianamente: “vamos a cumplir cuarenta años de democracia y puedo garantizar que ningún argentino puede decir que la democracia le cambió la vida”.

El ex presidente Mauricio Macri, ya despojado de toda responsabilidad institucional, se anima a denostar la democracia diciendo que «es el peor de los sistemas, pero el único posible”, un oxímoron a destiempo luego de haber ocupado la máxima investidura que otorga la voluntad popular. No contento con ello, este año en un evento internacional en España concluyó que “la sociedad argentina debe ser la más fracasada de los últimos setenta años”.

Diego Capusotto sintetizó el sentir de la derecha argentina: “se creen dueños de un país que detestan”. Les provoca náuseas la fiesta popular, las movilizaciones, la alegría y la ampliación de derechos. Ese desprecio es el que se filtra en los llamados discursos de odio, los cuales se replican en interlocutores jóvenes precarizados laboralmente, con un descreimiento en los tres poderes republicanos y que hasta coquetean con cierta idea de un golpe de Estado, tal como lo describe Ingrid Beck a partir de un informe de la UNSAM, en el cual también se observa el crecimiento de cara a las elecciones del próximo año de los partidos antisistema, en especial los de derecha.

Lo peligroso del mensaje no está en la literalidad de los discursos de odio, de las noticias falsas o los insultos de los internautas de las redes, sino está en que los mensajes se apoyan en axiomas sobre los cuales se posicionan ciertos sectores para denostar el juego democrático.

“Cristina, entre la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”

Así tituló el diario Clarín el 11 de septiembre, tres meses antes de que el Tribunal condenara a CFK. Fue un final anunciado. Como dijo la vicepresidenta, la sentencia ya estaba escrita. Sin embargo lo novedoso fue la confirmación de lo que hace décadas es un saber a sottovoce: los vínculos del poder judicial, el PRO y el principal multimedio, Clarín.

Jueces que visitaban a Macri en Olivos y en Casa Rosada, el equipo Liverpool FC que armó el libreto del fiscal Luciani y hasta un presidente de la Corte Suprema puesto por decreto, Rosenkrantz, un ex empleado de Clarín.

El escándalo fue de una gravedad inusitada. Volver sobre el tema sería redundar y ya bien lo describió la propia vicepresidenta luego de conocer su condena en una intervención denominada “¿Lawfare? ¿Partido Judicial? Mafia y Estado paralelo”. Esto expuso el juego que el poder judicial orquesta en las penumbras, pero no siempre necesita estar lejos de las miradas para operar. Podemos ver cómo interviene en la política económica dando vía libre a los aumentos de las empresas de telefonía e internet frenando el DNU 690; en la política fiscal federal asignando un porcentaje arbitrario de la coparticipación a CABA; en la política sanitaria cuando un juez suspende la campaña de vacunación para niños y niñas; o bien en las políticas institucionales, dictando una sentencia exhortativa, reviviendo una ley caduca de 2006 para ubicar a sus integrantes en la presidencia del Consejo de la Magistratura.

El disparo que el poder judicial, el PRO y Clarín buscaban era la proscripción de Cristina Fernández. Querían el titular y la tapa en diarios del mundo con la palabra “condenada” y quitar de la contienda electoral a la principal figura política. Seis años de prisión e inhabilitación especial perpetua para ejercer cargos públicos, esto último era el deseo de quienes hablan de república y no paran de profanarla. Así lo dejó expuesto Patricia Bullrich en EEUU: “la condena más importante que recibió es no poder presentarse nunca más a ningún cargo político”.

Expansión o repliegue

El desprecio por la sociedad y la democracia de ciertos sectores suele emanar desde dirigentes políticos y comunicadores. Viaja a través de pantallas, micrófonos y escritos bulliciosos y amarran en pibes y pibas desencantadas con un presente que no da respuestas. Esto cobra volumen y resonancia, sobre todo en las redes sociales, donde el anonimato, las reglas de debate, la descontextualización del mensaje y el imperio del click dinamizan la polarización. Así, por momentos, las redes se transforman en un banquete machista, fascista, xenófobo y aporofóbico, cuyo mayor peligro es que trascienda de la pantalla y encuentre personas dispuestas (o financiadas) a llevar el desprecio a la práctica.

En el plano digital, el agrupamiento por afinidad e intereses comunes está garantizado por el denominado filtro burbuja; lo que se nos presenta estará en sintonía con nuestros intereses, alimentando los prejuicios. Esto refuerza la concepción propia al validar constantemente la interpretación con elementos y discursos condescendientes. La otredad no tiene lugar, o si lo tiene es de manera confrontativa: el nosotros y el ellos. Este tipo de discursos políticos son efectivos en el corto plazo para generar una identidad e identificar a un adversario político.

En el agrupamiento involuntario en el plano digital y en un mundo inmediato (infocracia), el ejercicio más común es tender a buscar o interpretar la información para reafirmar lo que ya se creía. Esto es conocido como sesgo de confirmación. La extrema polarización al mismo tiempo también impide identificar puntos de conexión para comenzar a establecer un acercamiento o diálogo. Esto que era propio del mundo digital hoy migró a otros planos.

Suele decirse que el tablero se corrió a la derecha. Podemos verlo cuando desde los sectores más progresistas, que hasta hace unos años se concentraban en la expansión de derechos y la redistribución de la riqueza, hoy ven como misión prioritaria defender la democracia frente al fascismo y al odio que avanza. En un ensayo, Ulises Bosia se preguntaba si puede la“coalición nacional-popular-democrática (…), asumirse como el principal sostén de las reglas del juego democrático y convocar a la reconstrucción de acuerdos más amplios”. El llamado explícito de sectores del oficialismo es a una de las cabezas de la oposición: la UCR.

Volver a las bases, como repetía en sus comentarios Ángela Lerena, quizás sea el ejercicio urgente para que los cuarenta años de democracia ininterrumpida nos encuentren con consensos básicos, al menos en los dos partidos mayoritarios. Por como pinta la mano, el PRO, los medios opositores y el partido judicial no cederán y se tornarán más belicosos a medida que el límite lo vaya permitiendo. Tal vez en un homenaje a su historia, el radicalismo se siente con el peronismo, en una suerte de armisticio, para pensar desde la democracia un proyecto nacional.


Fecha de publicación:
Rodrigo Picó

Rodrigo Picó es licenciado en Ciencia Política (UBA), posgrado en «Plataformas Digitales y Sociedad Interconectada» (UNdAv) y maestrando en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo (UNSaM). Un Hombre Sensible de Flores que responde al nombre «Pipa».