Durante los últimos años al interior del feminismo, se vienen generando debates en torno a la maternidad. Es necesario elaborar nuevas perspectivas que la aborden, incluyendo a las disidencias sexo-genéricas, a las personas con discapacidades, a quienes no pueden gestar, a las madres adoptivas o que buscan adoptar.
Quizá tan sólo recuperando algunos recuerdos (sin necesidad de grandes reflexiones) podamos describir la vida de muchas de nuestras madres y abuelas (propias o no). Tal vez poca gente pueda negar que las vidas de tantas mujeres transcurrieron literalmente al interior de una vivienda, como a muchas nos sucede en esta cuarentena, a través de la cocina, el aseo, la limpieza y dedicación sobre cada detalle de la vida de otres. Desde niñes les (y nos) enseñaron que la soledad es sinónimo de locura, histeria, egoísmo y tantas otras cosas negativas. Lo mismo indica el mandato que nos obliga a tener hijes y a ser «buenas madres».
La famosa vida de «ama de casa» que tan livianamente siempre nos mostraron las publicidades y las historias de las mujeres de revista, lejos está de ser ese mundo agradable y saludable en el que basta con saberse orgullosamente «creadora de vida» y «responsable del hogar» para aceptar felizmente un destino disfrazado de “natural”. Justamente esas publicidades así como el discurso médico, filosófico, psicológico y político desde hace siglos vienen actuando para que busquemos amoldar nuestras realidades cotidianas haciéndonos creer que los malestares son personales e incluso patológicos. Siempre fue mucho más fácil diagnosticar el stress o la depresión como situaciones individuales antes que cuestionar el modelo social y sus preceptos. ¿Qué es, por ejemplo, el “síndrome del Nido Vacío” sino la imposición de la angustia, la incertidumbre y el desconcierto que genera el ya no tener una vida de dedicación exclusiva hacia les hijes?
Pensar en estas vidas, que merecen el mayor respeto sin ser juzgadas, nos muestra la mayor fuerza que tenían sobre ellas estos mandatos patriarcales. La lucha feminista por derribar el mito del “instinto materno” discutiendo contra nuestro repliegue al ámbito doméstico tuvo sus enormes efectos. De hecho la búsqueda de la legalización del aborto y la convicción de que la maternidad debe ser deseada es fruto de las discusiones que quienes nos antecedieron supieron dar y transmitirnos. Pero hoy, estas imposiciones para muches de nosotres siguen vigentes: hasta que no haya aborto legal, nadie tiene la posibilidad de elegir plenamente y, para decirlo de manera simple, hacemos lo que podemos en las circunstancias que nos tocan. Por eso y justamente porque gracias a la historia del feminismo estamos en mejores condiciones de hacerlo, debemos discutir contra una idea de maternidad y de familia hegemónica que aún está presente.
El amor no todo lo puede
Desde niñes nos introducen al mundo bajo un esquema binario marcándonos el lugar que nos toca. La Educación Sexual Integral, una de las herramientas que tanto tiene para aportar, fue limitada por el desfinanciamiento educativo durante los cuatro años del gobierno macrista y es necesario más que nunca reforzarla para que les niñes vivan un futuro realmente diferente. Cambiar las expectativas que se depositan sobre les hijes no puede depender de las voluntades familiares o de les docentes y por ello es un problema de Estado.
Mientras tanto, quienes crecimos bajo estos esquemas que hace unos años por supuesto eran mucho más poderosos, seguimos siendo fruto y parte de una sociedad que nos asocia a todes quienes nacimos con vagina a la identidad de mujer=heterosexual=madre. Quienes nos resistimos a cumplir ciertos roles, nos encontramos con tantos prejuicios como personas se cruzan en nuestras vidas ¿Por qué no estás en pareja? ¿No te gustan les niñes?, “mirá que corre el reloj biológico”, “te vas a quedar sola”, “ya te vas a dar cuenta”. Y ni hablar del rechazo que muchas veces genera el entorno familiar o más cercano hacia lesbianas, travestis, trans, bisexuales y no binaries que deciden salir del closet. Estas ideas son profundamente dañinas no sólo para quienes no encajan en ese combo identitario, sino también para quienes sí se identifican con él pero, por ejemplo, no pueden gestar. Las ideas hegemónicas omiten cruelmente por un lado, que todos los cuerpos son diferentes, no sólo por fuera sino también a nivel orgánico, y por el otro, que no todes nos encontramos en las mismas condiciones habitacionales y socioeconómicas para poner en práctica lo que quisiéramos.
Simone de Beauvoir nos explicó muy claramente que “no se nace mujer”, y tampoco se nace para ser madre. Esto significa que el ser madre debería ser una elección y no solamente para las mujeres cis sino también para las lesbianas, travestis y trans. También significa comprender que cuando estas elecciones se llevan a cabo, no hay ideales sino más bien diversidades, grandes contradicciones, conflictos y necesidades. Por eso es importante repensar cómo se concibe el rol materno en un mundo que no reconoce el gasto de energía física y mental que ello conlleva, que nos sigue vendiendo la idea de que “mamá puede con todo” y que la heterosexualidad es la norma. Es el mismo mundo que, cuando nos introduce al mercado de trabajo fuera o dentro del hogar, no sólo nos obliga a la doble jornada laboral sino que nos ubica mayormente en los puestos más precarios y que son considerados como derivaciones de “la vocación materna” como educar, limpiar, cuidar, asistir a otres.
En este contexto de pandemia mundial, la cuarentena está exhibiendo con mayor crudeza lo que a tantas personas les está tocando vivir. Sin dudas esta debe ser una excusa para seguir desnaturalizando las maternidades y pensarlas desde la diversidad, las disidencias sexo genéricas y las desigualdades que nos atraviesan. El debate por el Derecho al Aborto ha hecho grandes aportes y quizá de la mano de ellos también sea el momento de mirar este otro costado que es, en definitiva, el motivo por el que les feministas no queremos que nos obliguen a gestar, a parir y a criar. Discutir desde una mirada más abierta puede ayudarnos aún más a erradicar la relación tan naturalizada entre maternidad y heterosexualidad, y a ocupar un lugar que muchas veces es ganado por los libros de autoayuda, por teorías y modelos de crianza basados en preceptos retrógrados que no toman en cuenta las realidades mayoritarias.
Aportes para derribar estereotipos
Cuando les feministas decimos que “lo que llaman amor es trabajo no pago”, estamos planteando que criar y cuidar implica un gran esfuerzo y que no hay ninguna capacidad natural que nos permite realizarlo. El amor es la excusa que el patriarcado nos inventó para que nuestras tareas no cuenten como un trabajo productivo que merece su reconocimiento simbólico y económico. Por ello es preciso discutir la idea de “amor maternal” no solamente pensando en la crianza y cuidado de les hijes sino también en el lugar en el que la sociedad nos ubica en general: “La maestra es la segunda mamá”, “la enfermera me cuida como si fuera mi madre”, son expresiones que dan cuenta de cómo la idea hegemónica de maternidad sigue operando para negarnos otros roles e identidades posibles, omitiendo que los varones cis tranquilamente podrían ocupar esos lugares. Esto último es clave para entender por qué además del reconocimiento del Estado se necesita un cambio cultural profundo de largo plazo, que permita la redistribución de las tareas en todas las instituciones (no sólo la familiar). De otro modo, corremos el riesgo de relegitimar como algo natural el repliegue de las mujeres al ámbito doméstico.
Por otro lado, también al interior del feminismo debemos debatir cómo hacerle frente a la idea hegemónica de mujer-madre y a la heteronorma. En primer lugar necesitamos remarcar fuertemente que la opresión de género no se da solamente sobre las mujeres que nacemos con vagina, ni está basada prioritariamente en nuestras capacidades reproductivas y en los estereotipos “femeninos”, como indican algunas voces, principalmente desde el autodenominado feminismo radical. Si bien estas posturas niegan que esa desigualdad sexo-reproductiva tenga una causa natural, el afirmar que se trata de una opresión específica hacia “las hembras de la especie humana”, que tenemos útero y capacidad de gestar, no deja de fundarse en una realidad biológica que resulta insuficiente si pretendemos abarcar diferentes vivencias y transformar el orden impuesto.
Estas posturas también se oponen por ejemplo a las tecnologías reproductivas y también a la reivindicación como mujeres de personas del colectivo travesti-trans. Desde esta visión, todo ello no hace más que reproducir los mandatos de maternidad y del “ser mujer” que el patriarcado nos impone. Sin embargo, cabe preguntarnos: el uso de las tecnologías por parte de quienes no pueden tener hijes de otra manera, y el auto percibirse orgullosamente mujeres para muchas trans y travestis, ¿no representa una posibilidad de realización (o la realización efectiva) de sus deseos? La identidad de mujer y/o el deseo de ser madre que pueden tener personas trans o travestis, ¿no implica subvertir el disciplinamiento que se impone sobre sus cuerpos, identidades y subjetividades? ¿No significa poner en práctica algo que todes buscamos, que es romper con el estereotipo de mujer-madre-heterosexual?
Aunque estos posicionamientos no son los que tienen todos los sectores y las corrientes al interior del feminismo, es necesario no subestimarlos y considerarlos como disparadores para ampliar nuestra mirada. Es una evidencia de que el debate sobre las maternidades debe incluir a las identidades disidentes, a quienes no pueden gestar por tener por ejemplo alguna enfermedad o discapacidad, a las madres adoptivas o que buscan adoptar. No podemos invisibilizar a tantas otras realidades que son objeto de diferentes opresiones.
Al mismo tiempo, la revalorización de lo que significa y lo que se nos juega en el maternar, criar, cuidar, no puede llevarnos a idealizar este rol como una posibilidad de empoderamiento pleno para todes. En ese caso, caeríamos nuevamente en la trampa del patriarcado y el capitalismo, que pretenden vendernos que ese es el camino para la autorealización. Así como debemos reconocer que no todes nos sentimos poderoses y “en armonía con la naturaleza” por portar un útero, tener un cuerpo menstruante, estar embarazadas (aún deseo mediante), amamantar, parir, criar (como pueden sugerirnos desde el ecofeminismo, las teorías de la crianza “natural” o “con apego”), también es indispensable seguir defendiendo nuestros derechos y elecciones en relación a la gestación, al parto y a la crianza y pelear junto a las lesbianas, trans y travestis que son o quieren ser madres.
Que las vidas en cuarentena que vivieron nuestras antecesoras, las que muches hoy siguen viviendo (antes, por y después de esta pandemia) y este momento de “pausa de las calles” que se está tomando el feminismo, nos sirvan para profundizar las miradas, ampliar nuestros horizontes y abrazar con mayor fuerza la diversidad de realidades existentes. Si algo aprendimos en estos últimos años, es que el feminismo no es un punto de llegada, sino un camino constante de aperturas en el que sólo seremos libres si todes podemos serlo.
Madre, feminista, comunicadora social y habitante del conurbano.