Realidad virtual

Pantallas y otredad

Por Eliana Tornatore
Compartir

El contexto de pandemia modificó radicalmente nuestra forma mantenernos en contacto con nuestro seres queridxs. Cuando ya no son posibles los encuentros cara a cara: ¿qué pasa cuando los vínculos virtuales son el único tipo de relación posible? ¿Qué relación hay entre cuerpxs, tecnología y pantallas?

Ilustración de portada: Andrea Chronopoulos (New York Times)

Suena el despertador del celular, lo posponés un par de veces, hasta que por fin te levantás. En el mismo movimiento en que la alarma suena por última vez, mientras te despabilás, revisás mensajes, mails y quizás alguna red social. Comienza el día que se divide, dependiendo el caso, en teletrabajo, facultad si estás estudiando, zoom del cole si tenés hijxs. Te tomás un rato para almorzar y aprovechás para leer algo en internet, noticias, alguna cuestión que te interese de ese medio que solés tener en cuenta, o googlear un término que hasta hacía un rato no sabías qué era. Mirás nuevamente alguna red social y el día sigue. Seguís conectado, trabajando, estudiando o haciendo lo que tengas que hacer. Si tenés hijxs, probablemente en algún momento también tengan ratos libres y, luego de sus clases virtuales, le saques fotos a sus tareas para enviarlas, jueguen un rato a la play, o a la tablet, o con algún dispositivo.  Hoy es el cumple de un amigx. Te hacés un ratito y organizás un encuentro virtual. Hablás con algún familiar por videollamada. Termina el día. Para desconectar un poco, mirás una peli o una serie. Pero…¿desconectás?

Escucho crónicas similares, con más o menos variantes, en pacientes, colegas, amigxs, familiares y también, claro, lo vivo en carne propia. Hay una realidad que nos atraviesa y es que, durante la pandemia, las pantallas se han convertido en una necesidad. Ya sea para trabajar, estudiar, sostener clases virtuales, como para momentos de recreación o entretenimiento, ya que las posibilidades del mismo se ven algo acotadas.  También y sobre todo, están siendo protagonistas en lo que respecta al encuentro con el otro, a la vinculación con nuestros seres queridos, con los cuales aún no podemos encontrarnos físicamente. La recomendación que se escuchó desde el comienzo, sobre que el asilamiento sea tan solo físico y no social, va de la mano con el uso de las mismas, así como con el desafío de buscar otras formas de vinculación. Lo que antes era un encuentro en casa de algún amigo, hoy se transformó en una reunión de Zoom programada.

Solía hablarse de la distancia que aísla y separa los cuerpos en el plano de las relaciones virtuales, pero ¿qué ocurre cuando las mismas se transforman, al menos momentáneamente, en el único modo de relación posible? ¿Cómo manejarse cuando, para que los aislados sean solo los cuerpos, debemos valernos de la tecnología? Salimos de los espacios que compartíamos y conocíamos, y nos encontramos con el otro, con su cuerpo y su mirada, a través de una pantalla.

Resulta oportuno entonces pensar qué significan las pantallas hoy. El hecho de que las mismas se hayan aceptado como una necesidad, hizo que en ciertos casos, se flexibilizaran algunos temores y reglas respecto al consumo de medios digitales, en especial en niños, niñas y adolescentes. Sabemos que actualmente estos dispositivos suplen carencias: charlar con el otro, jugar con amigxs, verse “cara a cara”.  En el caso de los chicos, se observa por ejemplo, que muchos quieren volver a la escuela, y  no es precisamente porque extrañen la tarea, sino porque quieren ver (en vivo) a sus compañeros, abrazarlos, re-encontrarse con ellos. En función a esto, se podría pensar que la verdadera razón por la que hoy se conectan no es tecnológica sino humana, necesitan estrechar y conservar vínculos sociales, anestesiar de alguna forma la sensación de soledad y lejanía.

Escucho muchos adultos preocupados por el tiempo que pasan sus hijxs conectados a medios electrónicos. En estos casos, poder observar qué hacen con la pantalla es más relevante que contabilizar el tiempo que pasan frente a ella. Desde antes de la pandemia, los dispositivos cumplen diversas funciones en nuestras vidas, y eso hoy se ha magnificado.
 Actualmente son la escuela, el club, los cumpleaños, los amigos. Por eso, más importante que contar la cantidad de horas, es ver qué tipo de actividad realizan, en qué momento, con quiénes, para qué. Muchas veces las mismas encarnan la única forma posible de sostener el vínculo con sus amigos, o abren la posibilidad de jugar.  En este punto, la consigna “jugar sin pantallas” que anteriormente se escuchaba y promovía, deberá ser flexibilizada, ya que darle lugar al juego con otros,  y reconocer la importancia del mismo como escenario de tramitación, es esencial.  El juego resulta fundamental para que lxs niñxs puedan crear, transformar y expresarse. A través del mismo se elaboran vivencias y situaciones difíciles, pudiendo explorar sin peligro, ya que lo real y el riesgo quedan así por fuera.

En relación a esto, y observando las preferencias de muchos niñxs que hoy están en sus casas y también recurren a pantallas, podemos pensar qué ocurre con los juegos multijugador en línea, desde los más clásicos hasta otros, que se popularizaron en el último tiempo. En el libro “Las pasiones tristes: sufrimiento psíquico y crisis social”, se plantea entre otras cosas que, en situaciones en las que el mundo se vuelve incierto e incomprensible para todos, esto afecta en mayor medida a los más jóvenes. Plantea que a la sombra de esa impotencia se desarrolla la práctica de los videojuegos, en la cual cada joven se convierte en amo del mundo en combates singulares contra la nada. Si todo parece posible, ya nada es real. Habla de omnipotencia virtual en la que se abandona el dominio del pensamiento.  Agrega que “todo lo que sabemos hacer es apoyarnos sobre unos botones, pero ignoramos los mecanismos que esos botones detonan”. Estas prácticas, asegura, producen una subjetividad de extrañamiento y de exterioridad con el mundo. El mundo y los otros se vuelven utilizables, y ese fabuloso mundo de la luz, no cesa de producir oscuridad.

Sin embargo, actualmente, se observa cómo en muchos de estos juegos, lo esencial, lejos del “autismo informático” y los combates contra la nada,  es la dinámica que se construye entre los participantes: las alianzas, los pactos, los enfrentamientos, los equipos. Es decir, su costado de intercambio con el otro, con ese otro que aunque no se vea, se encuentra presente. El vinculo social y los intercambios entre los jugadores, por sobre el entretenimiento personal.

Ilustración: Andrea Chronopoulos (New York Times)

Otro fenómeno muy popularizado, se relaciona con las “reacciones”, algo tan básico como el nombre lo indica, reaccionar a  lo que sea: un video, un juego, una canción, un filtro. Pero reaccionar. Donde lo que embruja es ver cómo el otro responde, más allá de a lo que esté reaccionando. Nuevamente para el espectador-consumidor, la reacción parece ser más importante que el contenido al cual se reacciona. En este contexto tan especial, se ha magnificado quizás la necesidad o el deseo de ver los gestos de aquel que aparece del otro lado de la pantalla, escuchar sus palabras, observar sus movimientos, saber que allá también hay alguien, que divierte y se divierte, entretiene, y en ocasiones se observa que hasta hace de fuente para modelos identificatorios, respuesta a la pregunta de cada sujeto sobre su ser. Freud habló del proceso de identificación entendiéndolo como el que permite que cada ser viviente se sienta parte del mundo humano, pero no en menor medida y al mismo tiempo, lo aliena inevitablemente no solo de su deseo sino también de su imagen. Sería importante, entonces, pensar cómo juegan estas cuestiones identificatorias en los contenidos que niñas, niños y adolescentes consumen y en sus constituciones subjetivas.

Por otro lado, podemos pensar en lo digital y lo físico como un continuo y dejar de verlos como entornos opuestos. Existe la posibilidad de acercar a los chicos a actividades que no se desarrollan necesariamente en el campo de lo digital. Por ejemplo, ver un tutorial  de una receta que luego se prepara en la cocina o aprender a tocar un instrumento viendo un video, entre muchos otros. Lo importante entonces, será preguntarse qué están haciendo, qué están aprendiendo, y no solamente si lo están haciendo a través de una pantalla.

Los medios digitales, con sus particularidades, pueden promover el aprendizaje. Hoy más que nunca nos encontramos con situaciones de aprendizaje ya sea entre pares, inter-generacionales o en comunidad. Existen posibilidades de que esto también deje enseñanzas valiosas.
La motivación, la necesidad, lo que nos interesa, aquello que ayuda a resolver un problema concreto, muestra cómo es posible aprender con medios digitales. El aislamiento también permitió que personas con pocas herramientas de este tipo, se abrieran camino ayudadas por familiares o  amigos y aprendieran a usar distintas plataformas para permanecer conectados.

También se abre otra cuestión, que tiene que ver con ubicar nuestras necesidades reales antes de la oferta indiscriminada que vemos en las redes sociales. El miedo a perderse de algo es una característica de este siglo, potenciado por internet, la multitarea y también por los medios digitales. La cuarentena potenció ese estado de ansiedad, junto con la demanda de productividad. La falsa ilusión de mantenerlo todo que estuvo presente desde el comienzo. Hoy en día las mercancías atacan y sus redes se despliegan a gran velocidad para atraparnos, y “adquirirnos”. Ya no se sabe muy bien de qué lado está la vidriera. Las imágenes se encargan de vestir lo real, al cual se lo transforma adornándolo en imagen, y las imágenes vistas apaciguan, dan algo que ver, domestican la mirada, se transforman en algo a consumir. Así es como esto que se muestra se masifica, y promueve un para todos, pero dirigido a un sujeto cada vez más aislado, que puede quedar atrapado allí.

Como la sociedad se manifiesta inconsistente, habiendo en ella un incremento permanente del malestar en la cultura, estas ofertas e imágenes ofrecen parches, remiendos a ese Otro social inconsistente. De esta forma se presenta un Otro social remendado, pero consistente. Y todo entra por los ojos, pareciendo que el consumo va más en relación a la imagen que se muestra, que al objeto en sí.

Aprender a balancear la actividad digital, es parte de las nuevas habilidades que resulta importante adquirir. Aparece esta necesidad para uno mismo, así como en casos de padres o adultos que conviven con niños, la necesidad de que acompañen, gestionen, limiten o controlen en mayor o menor medida la conectividad y las pantallas, pero esto se vuelve algo complicado, dado que la pandemia nos ha impulsando a introducir dispositivos móviles en casi todas nuestras actividades.

En definitiva se trata, en la medida de lo posible, de poder diferenciar en las nuevas tecnologías entre el uso lúdico y el trabajo, de pasar tiempo offline con nosotros mismos, o con nuestros hijos, y promover actividades no virtuales para compensar el uso excesivo de tecnologías que están teniendo grandes y chicos en este momento, sin dejar de reflexionar sobre las mismas.

Fecha de publicación:
Eliana Tornatore

Lic. en psicología (UBA) Psicoanalista. Trabajo en el ámbito clínico y en educación. Me especialicé varios años en niñez y adolescencia, pero también atiendo adultxs y realizo tratamientos de pareja. Me desempeño como profesional de apoyo a la integración escolar. Aunque quizás suene utópico, creo que una escuela (y una sociedad), más inclusiva y con mayor tolerancia a la diversidad, es posible.