¿Cómo sería una “bolsonarización” del macrismo? ¿Un paso desde las filas del neoliberalismo progresista global con el que esperaba gobernar a las del fascismo del siglo XXI con el que efectivamente se encontró? ¿A la derecha de Macri está la pared?
Las derechas están en pleno proceso de transformación, reorganización y revitalización. En Occidente viven un proceso acelerado de desarrollo al calor de un mundo cargado de crisis e incertidumbres. Si a fines de los años 70 fueron las vanguardias agresivas de la ofensiva contra los Estados de Bienestar y los equilibrios sociales que ellos suponían, ahora adoptan formas nuevas que les permitan retomar esa misma agresividad para afrontar los desafíos abiertos tras certificarse la muerte de la globalización neoliberal.
En el Norte los nuevos fenómenos –Trump en Estados Unidos, el acceso al gobierno de la Liga Norte en Italia, el ascenso del Frente Nacional en Francia, etc.- contactan con la insatisfacción de franjas importantes de los sectores populares con la globalización, a la que culpan del descenso de sus condiciones de vida, y en consecuencia plantean una política proteccionista y hasta de contenido nacional.
La simpatía que esto genuinamente provoca se ve contrariada al desempolvar los viejos manuales que, ante coyunturas similares, explicaban que el nacionalismo en las potencias, lejos de ser una fuerza de liberación, representa una amenaza para el mundo dependiente, en el que cada una de esas potencias busca reforzar su dominación e intensificar el saqueo económico, y en el que además depositan la causa principal de sus problemas, como bien saben migrantes africanos que atraviesan el Mediterráneo en precarias lanchas, o latinos que se aventuran a ingresar a los Estados Unidos cruzando el Río Bravo.
Estas derechas se apoyan directamente en el miedo a la pérdida de identidad nacional, cultural o religiosa, como resultado de los incontrolables flujos migratorios que las propias fuerzas de la globalización desataron. Así como también en ofrecer una respuesta reaccionaria frente a la crisis de las jerarquías sociales, a los cambios de las relaciones familiares y a la obtención de derechos sexuales y reproductivos por parte de las mujeres e identidades disidentes.
La imagen de un difuso pasado mejor, que en muchos relatos biográficos o familiares cobra la fuerza de una verdad incontestable, se convierte en una herramienta muy potente para su discurso. Make America great again.
En el Sur, en cambio, los nuevos fenómenos de la derecha –Macri, Bolsonaro- no son reacciones contra los efectos de la globalización neoliberal, sino ante todo una revancha contra el populismo. Si los populismos en América Latina promovieron una recuperación de la soberanía nacional y de la integración continental, de la capacidad productiva de los países, un proceso de ampliación de derechos, de redistribución de la riqueza y una reducción de la pobreza, las derechas son su contracara: sus políticas son abiertamente una re-subordinación a los Estados Unidos y a los intereses financieros, por lo que la industria nacional y los sectores populares son los principales agredidos en sus condiciones de vida.
El clima de ideas internacional de las derechas toma su forma particular en nuestro país mediante la recreación de los motivos clásicos de las políticas autoritarias que Guillermo O´Donnell resumió en dos: reimplantar el orden y normalizar la economía. O dicho en otras palabras, autoritarismo político y liberalismo económico. El proyecto histórico de una Nación excluyente, que condujo el país durante la etapa agroexportadora y volvió a hacerlo desde 1976 hasta 2001, busca construir hegemonía a través de esos dos motivos centrales, de forma tal que permitan una alquimia electoral acorde con los tiempos: unir al 70 por ciento incluido contra el 30 por ciento excluido, ésa es la promesa-invitación. Ofrecer a una porción de los sectores populares un refugio diseñado por los privilegiados ante la precarización creciente de la vida y un chivo expiatorio en quienes están un escalón más abajo en la escala social. El precio es aceptar una posición subordinada. Un barrio cerrado suficientemente grande para poder ganar elecciones, aunque no todas las casas tengan pileta, en algunos casos haya que conformarse con un dormi y la mayoría de las personas sólo adquieran una ciudadanía de segunda viviendo en cuartos de servicio doméstico o pasando las noches en una garita de seguridad.
Sin embargo, a pesar de sus diferencias, tanto las derechas del Norte como las del Sur se pueden identificar como parte de un mismo clima de ideas, por los temas que eligen, por su espíritu armamentista y belicista, por la defensa irrestricta del accionar de las fuerzas de seguridad, por sus alianzas internacionales, por la idea de construir comunidad excluyendo a la población más vulnerable, por la búsqueda de recuperar un orden social perdido, por su espíritu abiertamente pro empresarial.
Este artículo se apoya y propone pensar sobre la base de dos coordenadas. En primer lugar que después de un proceso de varios años, el discurso derechista alcanzó un cierto nivel de maduración en nuestro país, es decir que se constituyó como la articulación de una serie de demandas distintas en un sujeto político, con un enemigo claro, y por lo tanto una identidad capaz de algún nivel de conciencia de sí misma. Este sujeto antipopulista se viene movilizando desde 2008 y es la base social que le permitió a Cambiemos convertirse en una fuerza electoral nacional. Investigaciones de opinión pública, como las del equipo integrado por Ezequiel Ipar, muestran que Cambiemos es la representación política casi excluyente de esa identidad que retoma y actualiza el antiperonismo característico de una porción significativa de nuestra sociedad. Las batallas contra el kirchnerismo templaron su fuerza y el triunfo de 2015 le permitió superar la impotencia de sentirse una minoría social.
En segundo lugar que el antipopulismo tiene una identidad propia surgida de los combates nacionales, pero que también está sujeta a modificarse en función de las influencias internacionales: en un primer momento se trató de acomodar al clima ideológico de la globalización neoliberal, pero ahora se está adaptando al de la crisis de la utopía de la aldea global. Es así que Cambiemos llegó al gobierno pensando en convertir a nuestro país en un enclave de las fuerzas globalizadas, imaginando la continuidad del liderazgo demócrata en Estados Unidos y la profundización de las áreas de libre comercio impulsadas desde Washington y Bruselas, a las que intentó incorporar a nuestro país. Pero el repentino triunfo de Trump, el Brexit inglés y el crecimiento de las nuevas derechas en Europa y Brasil jaquearon totalmente esa política. Lo poco que puede decirse hasta ahora en este terreno es que el fracaso de los acuerdos de libre comercio derivó en la profundización acelerada del alineamiento con los Estados Unidos, tal como revelan los acuerdos con el FMI.
Pero además, en cuanto a su perfil político, el cambio que estamos viviendo obligó a Cambiemos a iniciar una metamorfosis que está en curso: de generar ilusiones en una “nueva derecha democrática” mirándose en el espejo de Macron o Trudeau, ahora se compara con Bolsonaro y Trump. ¿Podrá Cambiemos llevar a cabo esa transformación sin entrar en una crisis profunda? ¿Realmente existe algo así como un ala socialdemócrata del macrismo que no tolere ese cambio?
El desafío político del macrismo en 2019 se puede pensar desde este punto de vista como lograr transitar esa transformación con éxito, garantizando que a su derecha continúe estando la pared, pero a la vez sin perder la capacidad de trascender su base de apoyo y construir una eventual mayoría en un balotaje. Teniendo en mente cómo logró construir una mayoría en 2015 no parece una tarea fácil, pero tampoco descabellada.
El discurso derechista
Ninguna identidad política se construye desde la nada. Mucho menos el liberalismo del siglo XXI cambiemita, pese a que oscurezca su auténtica genealogía mediante su desprecio de la historia: el discurso republicano, la crítica a un Estado considerado demasiado grande, la visión de los impuestos como una confiscación, la opinión de que la industria nacional es ineficiencia pura, incluso el mito de los 70 años de frustración nacional, entre muchos otros motivos liberales, lo prueban. Este tipo de cosas conforman el sentido común sobre cómo sería una economía normal, extendido capilarmente en amplios sectores de la población.
Por otro lado el tradicional autoritarismo político liberal también se encuentra actualizado en el siglo XXI, desde la órbita militar al terreno de las fuerzas de seguridad, aunque la experiencia brasileña incluso está cuestionando esta regla de las últimas tres décadas de las democracias latinoamericanas. Algunos de sus elementos actuales tienen una historia larga en sus espaldas, como el caso de la demagogia punitiva, que vivió un pico de popularidad en los años previos y posteriores a la crisis social de 2001, tiempos en que Ruckauf gobernaba la provincia de Buenos Aires prometiendo “meter bala” y que, pocos años después, mostraría su vigencia en las movilizaciones multitudinarias convocadas por Blumberg. Junto a ellos, la propuesta de baja en la edad de imputabilidad, la defensa irrestricta del accionar de las fuerzas de seguridad, la reivindicación de la represión contra la protesta social, entre otros planteos, conforman una propuesta orientada a transmitir la idea de una autoridad dispuesta a poner orden a toda costa.
En sus versiones de divulgación, el discurso de la nueva derecha se presenta como una prédica antisistema y se propone restablecer el orden perdido producto del descontrol al que juzga que llevó la hegemonía de las ideas progresistas, bajo su ropaje populista: la inmigración descontrolada quiebra los equilibrios demográficos y superpuebla escuelas y hospitales que pagamos todos con nuestros impuestos; los planes sociales premian la vagancia por sobre el trabajo; la justicia garantista piensa los derechos humanos para los delincuentes y no para las víctimas; la ideología de género desarma la familia y atenta contra los valores básicos de nuestra sociedad; el Estado rebalsa de grasa militante y permite que sectores parasitarios disfruten con frivolidad sus privilegios corporativos, financiados por los sectores productivos; los sindicatos son mafias organizadas.
Si viviéramos tiempos de vacas gordas, a lo mejor este discurso podría darse el lujo de contemplar un criterio más generoso e inclusivo, pero resulta que vivimos años de escasez, y en consecuencia hay que establecer prioridades para la distribución de los recursos con los que cuenta nuestra sociedad: primero los propios, pero como corresponde a nuestra ubicación dependiente la consigna no es Argentina first, porque la prioridad ni siquiera nos incluye a todos. Hay que priorizar solo a quienes demuestran méritos efectivos de progresar y descartar al sobrante, punto que ordena las afinidades electivas entre la prédica neopentecostal de la teología de la prosperidad y la doctrina de fe de los Chicago Boys.
A la utopía igualitarista e inclusiva el discurso derechista le contrapone la defensa de la ciudadela jerarquizada y excluyente. Los sueños de la globalización engendran monstruos. Los elegidos adentro, el resto que sobreviva como pueda. Las fantasías que se juegan en la imaginación política de esta suerte de fascismo del siglo XXI pueden ser graficadas por una de esas películas de ciencia ficción post apocalípticas, en las que las ciudades civilizadas, aisladas entre sí y en mutua competencia, viven protegidas por altos muros y sufren la amenaza de recurrentes caravanas bárbaras pobladas por todo tipo de seres semi humanos que se juntan para tratar de sobrepasar las murallas y acceder a una forma de vida protegida, al precio de una muerte probable o en el mejor de los casos, de un contrato esclavista, porque cualquier cosa es mejor que sobrevivir a la intemperie. ¿Ciencia ficción o realismo capitalista? ¿Sobredosis del Cuento de la criada o la programación reciente de FOX News?
Liberalismo económico pro yanqui y promesas de recuperar un orden social perdido podrían definir tanto al nuevo presidente brasileño como al nuestro. Pero podría decirse que, al menos por ahora, en nuestro país hay más fascismo entre la gente que en la dirigencia cambiemita, mientras que en Brasil la relación se invierte.
Ante eso, ¿cómo sería una “bolsonarización” del macrismo? ¿Una suerte de etapa superior, después del bleff de la “derecha democrática” y los brindis con Obama? ¿Un paso desde las filas del neoliberalismo progresista global con el que esperaba gobernar a las del fascismo del siglo XXI con el que efectivamente se encontró? ¿A la derecha de Macri está la pared? ¿O hay espacio para nuevas creaciones, como apuestan a representar Espert y Olmedo?
Da la sensación que la dupla Macri-Vidal por el momento está en condiciones de mantener al monstruo a raya dentro de las fronteras de Cambiemos, ¿pero quién podría asegurarlo en tiempos como los que vivimos? ¿Qué pasaría con la representación política de este discurso derechista si Macri sufriera un deterioro irreversible en su autoridad presidencial? ¿Y si Cambiemos sufriera una derrota electoral? ¿Cómo se reconfiguraría? ¿Buscaría una nueva forma de representación? ¿Qué sucedería si Cambiemos lograra triunfar en las elecciones? ¿Cómo afrontaría un nuevo mandato en el que a todas luces los niveles de ajuste y de entrega deberían ser mucho mayores que hasta ahora, y probablemente también los niveles de confrontación social? Más allá de la cantidad de votos que puedan juntar candidatos de ultraderecha, ¿son insignificantes las consecuencias de la agenda que instalan para el conjunto del sistema político o van ejerciendo una influencia que corre todos los parámetros hacia la derecha?
Lo que parece cierto es que la Alianza Cambiemos representa a una fuerza social antipopulista que la preexiste y es imposible de reducirse a ella. Por ahora consiguió representarla y todo indica que buena parte de su estrategia para 2019 pasa por fortalecer la representación de esa porción de la sociedad. A la vez, asumió el rotundo fracaso económico y busca trascender sus márgenes para construir una nueva mayoría electoral, mediante la instalación de la agenda de la seguridad y de la corrupción. Ese rumbo conduce a una rápida bolsonarización, a tono con el contexto mundial de las derechas. ¿Cuánto derechismo aguanta la sociedad argentina? ¿Cuáles son los límites?
Lo que Íñigo Errejón llama un “rearme moral e ideológico de las derechas” expresa tendencias profundas de nuestras sociedades y por lo tanto no desaparecerá solamente producto de una derrota electoral ni tampoco en un año o dos. No es un accidente de la historia ni una pesadilla de la que pronto despertaremos aliviados, sino una realidad bien asentada en el tiempo en que vivimos, tanto a nivel nacional como internacional. Eso obliga a que todas las fuerzas democráticas, nacionales y populares, progresistas o de izquierdas se preparen para una conflagración. No hay lugar para esquivar el bulto ni para intentos vanos de conciliación.
En esa batalla por el sentido común, que se librará en todos los terrenos durante este año y los próximos por venir, hay una porción decisiva de la sociedad que está en disputa. Los dos principales motivos de las derechas, las ideas de orden social y normalidad económica, no son exclusivas de minorías ideológicas, sino que tienen la capacidad de seducir a una mayoría, más no sea como refugios ante un mundo hostil. Justamente por eso es central para construir la agenda de las fuerzas nacionales y populares un planteo alternativo sobre cómo construir un orden social integrado, solidario e inclusivo y cómo desmontar los mitos sobre la supuesta normalidad económica del anarco capitalismo financiero.
Nací un siglo tarde. Filósofo, historiador y docente. Comprometido con una Argentina Humana.