Transitamos tiempos donde la generación de Ni Una Menos es nítida expresión subjetiva de nuestro pueblo. Desde esta coyuntura tan dinámica y profunda es que la feminización de la política se vuelve una tarea generacional, impostergable para convocar a una nueva mayoría social.
Hace un tiempo que nos enfrentamos a un fenómeno bien particular que caracterizamos como la radicalización de tendencias opuestas, como dos caras de un mismo proceso: somos protagonistas de esta cuarta ola feminista internacional que, a su vez, está permanentemente enfrentada con un intento de restauración neoliberal con pretensiones de reconquistar la hegemonía perdida.
De todas formas, entendemos que esta avanzada neoliberal es una etapa política que no logra consolidarse del todo, y es por eso que el final de la historia sigue abierto. Nos encontramos frente a un momento histórico único, que si bien es contradictorio y complejo, nos ofrece una oportunidad: si son los feminismos quienes nos están dando la posibilidad de rediscutir el poder, es entonces nuestro movimiento el que está delineando nuevas coordenadas políticas para construir la habitabilidad de un mundo que se ha tornado cada vez más hostil.
Cuando desde el campo popular nos trazamos como objetivo central convocar a una nueva mayoría social, es de la experiencia de este movimiento feminista internacional e interseccional del cual podemos recoger algunos aprendizajes que orienten nuestros esfuerzos para llegar más lejos.
Cualquier política con vocación contrahegemónica que busque un horizonte ganador para nuestro pueblo, debe tener como tarea preliminar feminizar la política en un sentido integral, para lograr la consecuente feminización de las conducciones políticas. Creo que esta es la tarea generacional que nos convoca como feministas populares, porque feminizar la política es lo que va a salvar a la política de tanto desprestigio patriarcal.
Orgánicas al feminismo
No nos referimos con esto a que la tarea única sea sumar más mujeres a los lugares de decisión, sino que lo entendemos como una invitación a construir otra cultura política: podemos y necesitamos construir poder desde otros modos. Porque si queremos que “la próxima oleada llegue más lejos”, es necesario reconocer hoy que este movimiento de masas es el que mayor efectividad está teniendo en disputar sentidos y materialidades frente al intento de restauración conservadora en nuestro continente.
Nos hemos acostumbrado a que nos movilice el deber militante de construir una sociedad más justa en el futuro, pero los feminismos nos enseñan que si no nos mueve el deseo de un presente digno para nosotras, entonces nos quedaremos a mitad del camino en la conquista de nuestras libertades pendientes.
No podemos mirar a un costado o entender nuestra lucha como secundaria, porque mientras se siga sosteniendo el machismo nuestras vidas seguirán sobreviviendo en la fragilidad. Por eso nos hemos vuelto orgánicas ante todo a nuestros feminismos, esos feminismos de carne y hueso donde la prefiguración deja de ser una muy buena consigna, para materializarse en un “estamos para nosotras”, “yo te creo, hermana”, “lo personal es político”.
Las argentinas venimos siendo el ejemplo inspirador y orientador de esta cuarta ola feminista. Es desde nuestra experiencia que encontramos en el movimiento feminista, de mujeres y disidencias sexuales a uno de los sujetos más dinámicos, aglutinador de muchos otros movimientos, al frente de las resistencias anti-neoliberales y anti-patriarcales.
El solo ejemplo del primer paro de mujeres del 19 de octubre de 2016, como medida de fuerza federal contra las políticas de ajuste de Cambiemos, es una respuesta práctica a esos compañeros del campo popular que más de una vez nos han dicho a las feministas que no tenemos mirada “integral” de la política. Como si el feminismo popular tuviera una agenda meramente sectorial que no tiende puentes con las múltiples realidades de nuestro pueblo, como si no fuéramos capaces de redoblar la apuesta y triplicarla frente a tanta subestimación. Bueno, dos paros internacionales de mujeres, lesbianas, travestis y trans no dejan margen a la duda.
Todo esto que les feministas supimos conseguir “no fue magia”, ni nació de un repollo. Encontramos en el 3 de junio de 2015 el punto de inflexión de un proceso que se venía gestando subterráneamente. Es que nuestro movimiento tiene un largo recorrido, muchas veces invisibilizado pero que sin descanso “se expande como un rizoma”, como le escuché decir una vez a Mabel Gabarra.
El feminismo argentino viene sosteniendo experiencias inéditas en el mundo, como más de 30 años ininterrumpidos de Encuentros Nacionales de Mujeres y articulaciones políticas bien amplias como la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Ambas experiencias dan cuenta de un movimiento dinámico como pocos, federal como ninguno y tan autogestivo como audaz, que ha logrado tejer redes hasta el momento impensadas, que han cruzado las fronteras y se expanden por el mundo.
Es entonces el grito de Ni Una Menos el que vino a terminar de empujar al movimiento de mujeres hacia ese salto cualitativo y cuantitativo por el que siempre trabajó, pero que muchas veces se pensó inalcanzable. Ahora que estamos todas y el feminismo ha trascendido sus propios guetos, nuestro movimiento se ha transformado en una invitación a otros mundos, amigables para la gente común.
Ahora que sí nos ven, hay que poner todos nuestros esfuerzos para que cada acción sintonice con nuestra apuesta estratégica para que sea una realidad que el patriarcado “se va a caer”.
Mi generación, la del medio
Asumirse parte del feminismo popular tiene sus implicancias y su historia, con esto me quiero referir a mi generación, esa que tiene el incómodo lugar del medio. Nuestra militancia se gesta entre la generación de las pioneras, de las compañeras históricas y la generación del Ni Una Menos o de “la revolución de las hijas”, como la llama Luciana Peker.
Somos esa generación de compañeras que “llegamos” al feminismo de la mano de nuestra inserción en los movimientos de resistencia al neoliberalismo, del movimiento piquetero en muchos casos. Formamos parte de las organizaciones del campo popular que irrumpieron a principios del 2000 en los Encuentros Nacionales de Mujeres, provocando la popularización y masificación de los mismos.
Con las asambleas como herramienta privilegiada de construcción de poder popular, es que comenzamos las compañeras a dar nuestros primeros debates feministas al interior de nuestras organizaciones mixtas. Una generación militante que intentaba despojarse de los mandatos, de las biblias de la política tradicional y buscaba construir desde nuevos cimientos. Nuestras organizaciones emergieron como reflejo de nuestras sociedades, con un sentido muy fuerte de impugnación a una institucionalidad en debacle y de gran crítica a la representación política clásica.
Pero todo eso de lo que renegamos no era tan fácil de desechar. Si buscábamos democratizar nuestras instancias organizativas, eran necesarias la transversalidad y la territorialización de nuestras incipientes experiencias en el movimiento de mujeres en nuestras organizaciones populares.
Sin embargo, tuvimos que enfrentar muchas resistencias por parte de nuestros compañeros y escuchar más de una vez que debíamos ser “pacientes” con los procesos colectivos. Lo fuimos y bastante, pero la pedagogía feminista nos interpelaba al mismo tiempo que dábamos pasos hacia organizaciones que asumieran como estratégica la lucha antipatriarcal. Esperando las luces nada avanza, y por eso iniciamos procesos de despatriarcalización, con el nítido objetivo (entre nosotras) de que el saldo de todo ese recorrido debía redundar en que las compañeras ganasémos un mayor protagonismo hacia el interior y hacia afuera de nuestras organizaciones.
En el medio muchas se fueron (eso también hay que decirlo) porque siempre somos nosotras las que nos terminamos yendo de las organizaciones, cansadas de denunciar las violencias machistas que existen en nuestros espacios de militancia. Porque nos cansamos de ver en cada reunión la jerarquía que se le otorga a los varones, a sus palabras, a la hora de tomar decisiones, presas del impacto que producen las lógicas machistas en nuestra autoestima como mujeres militantes. Es así que nos fuimos y nos vamos con la garganta ardiendo por todo eso que no nos sentimos habilitadas para decir sin quedar como unas locas, o ser las gilas de siempre a la hora de dividir las tareas.
En todo este camino recorrido si hay algo que abundó fueron las tensiones, pero nos dejaron un gran aprendizaje: si a la feminización de la pobreza la enfrentamos con la feminización de las resistencias, nuestra tarea generacional es feminizar las conducciones de nuestras organizaciones. Porque luego de asistir a un proceso de ampliación de derechos como fue la etapa política anterior, les feministas aprendimos que a las cocinas (de nuestras casas y organizaciones) no volvemos nunca más. Somos cada vez más conscientes de cómo el capitalismo se sostiene y reproduce sobre la base de relaciones de poder desiguales entre varones y mujeres/identidades feminizadas
En los últimos años de crecimiento vertiginoso del movimiento feminista, a muchas de nosotras nos ha sucedido que empezamos a ser mucho más “reconocidas” hacia afuera que al interior de nuestras estructuras orgánicas. Algunas nos convertimos en “referentas” del movimiento antes que de nuestras organizaciones. En todo este tiempo, fuimos ensayando una democracia feminista a base de asambleas masivas, transversales a todos los sectores de lucha e intergeneracionales.
Unidad con y desde nosotras
Construimos hechos políticos de alto impacto como paros internacionales y, al mismo tiempo que fuimos politizando cada una de nuestras experiencias vitales, ensayamos una nueva forma de construcción colectiva que tiene como horizonte una comunidad de los afectos frente a tanta especulación. Por eso, es momento que entendamos que el poder no es algo que le vamos a seguir regalando a los varones, nuestra misión es hacerlo nuestro al mismo tiempo que lo vamos transformando. Porque así como está, tampoco lo queremos, y en esto radica el aspecto central de feminizar la política.
Cuando decimos que hay que construir unidad para derrotar la ofensiva neoliberal, rápidamente asentimos en que esta tarea nos convoca de manera urgente. Ahora bien, ¿estamos de acuerdo que esa unidad es con y desde nosotras o no será una opción ganadora? ¿O nuestros compañeros de lucha van a seguir corriendo la mirada del poder popular que emana de nuestra democracia feminista?
Porque nosotras, así como ya no le queremos esquivar al tema del poder, tampoco estamos dispuestas a ser espectadoras de esa unidad que es construida sobre la base de las complicidades machistas que sostienen a los mismos en los lugares de privilegios. Nosotras estamos disputando el sentido de la unidad y la representación que criticamos desde nuestra génesis, nuestra unidad es más diversa y mucho más amplia, busca ser generosa y con vocación ganadora.
Esa unidad no es tan distinta a esa que ya venimos construyendo a diario desde el movimiento feminista, y que ganó en masividad sin perder efectividad ni radicalidad alguna. Porque si para el conjunto de la sociedad es innegable que las mujeres somos las protagonistas de nuestro presente, es tiempo de que eso se refleje en nuestras organizaciones y apuestas políticas. Y no es que estamos pidiendo permiso, nosotras esta vez vamos a avanzar igual.
Feminizarlo todo
A diferencia de los demás movimientos sociales -exceptuando el caso de lxs trabajadorxs de la economía popular- desde los feminismos, lejos de limitarnos a resistir en defensa de lo conquistado, hoy estamos asumiendo tareas de ofensiva. Por eso, estamos muy cerca de concretar una victoria como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en nuestro país y “traer” un poco de alegría a un pueblo que viene sufriendo solo golpes en la Argentina de Cambiemos.
Entonces, a los compañeros del campo popular que nos quieren “avivar” de que corremos el riesgo de ser funcionales a la cortina de humo de Macri, les decimos que los que están corriendo un grave riesgo son ustedes. Porque no vaya a ser que la derecha esté entendiendo mejor la relevancia política del feminismo, y porque para nosotras aborto legal es justicia social. Somos ese pueblo feminista que está pateando el tablero de la política nacional, en un contexto donde abunda un sentimiento de poco margen para el movimiento.
Seguramente el término de feminizar la política no sea el más feliz, sobretodo si estamos dando batalla contra quienes buscan naturalizar lo “femenino”, negando que todo es pura construcción social. Por eso no quiero abonar a eso de que lo femenino siempre es “bueno y puro”; por el contrario “reivindico mi derecho a ser un monstruo”, como nos recita la Susy.
Que la “feminización” sea en un sentido crítico a los mandatos patriarcales, porque nosotras aprendimos a hacer política desde los márgenes y expulsadas de los privilegios masculinizados. Desde ese lugar queremos feminizarlo todo, que no nos incomode buscar estrategias ganadoras. Hay que enojarse más, y hartarse de que la audacia y la vocación de poder (así sea un otro poder) siga siendo festejada en los varones pero criticada en nosotras. En este mismo sentido, retomo a Clara Serra que nos invita a construir un “feminismo mucho más laico, menos fijo en sus reglas, que se adapte al contexto” y nos entusiasma con que cuantas más mujeres “entremos” a la política, mucha más diversa y potente será esa política.
Por último, nuestro planteo es universal, no es sólo para nosotras. Porque no estamos hablando de hacer política en femenino, sino política feminista. Y allí es donde nos urge como generación militante reconfigurar las organizaciones que tenemos y construir las referencias desde otras ópticas.
Desde lo cercano, hay que habilitar otros relatos más cercanos al deseo, asumiendo como estratégica la disputa de sentidos. Por eso somos cada vez más lxs que creemos que la feminización de la política es lo que va a salvar a la política de tanto machirulo que nos lleva siempre a los mismos lugares. Si nuestro objetivo sigue siendo cambiar el mundo, hoy el feminismo se presenta como un medio efectivo, atractivo y deseable a las masas. El tiempo de la revolución es ahora, nos lo dijo una trava amiga a la que se la extraña mucho. No nos perdamos esta oportunidad histórica.
Feminista Popular en Ni Una Menos y Mala Junta.