La adopción de la tecnología ha reconfigurado la forma de producción y reproducción social, pero, ¿qué ocurre cuando nosotres nos incorporamos a ella?
En nuestros tiempos las plataformas se han convertido en un mundo en nuestra palma. Entramos y salimos de él a nuestro antojo y armamos una vida aspiracional con mayor facilidad dentro que fuera de la pantalla. El límite entre lo virtual y lo real se torna cada vez más permeable. Elementos propios de cada esfera se reconfiguran y adaptan a las posibilidades que cada plano permite, o en aquellos “puntos ciegos”.
Tecno-sociedades
Las innovaciones tecnológicas han mejorado nuestras vidas. Permitieron acortar tiempos, distancias y recursos. Incorporarlas a la cotidianeidad ha permitido reconfigurar nuestra rutina, generamos nuevos hábitos y costumbres. La investigadora Flavia Costa, en su trabajo “Tecnoceno” identifica dos momentos de la tecnología en la historia: el primero propio a las innovaciones productivas de la Revolución Industrial y el consiguiente capitalismo (cómo la tecnología modifica el contexto), y un segundo momento en el cual incorporamos la tecnología a nuestras vidas, la “hacemos carne” y en ella delegamos procesos y decisiones de primer orden. En una especie de hibridación, transformamos los procesos de socialización, de producción y reproducción social.
En la literalidad de hacer carne la tecnología encontramos originalmente la medicina, sin embargo también hay otro tipo de innovaciones que desafían los límites funcionales del cuerpo y abren nuevas fronteras de lo posible. En 1998, el científico inglés Kevin Warwick, implantó bajo su piel un transmisor que mediante proximidad controlaba puertas, luces y calefactores. Otro es el caso de Neil Harbisson, quien a sus 19 años instaló una antena en su cabeza, la cual le permite percibir colores, recibir imágenes, sonidos y señales de internet. Un caso curioso es el de Moon Ribas, quien instaló sensores sísmicos en sus pies, pudiendo sentir y registrar cualquier movimiento sísmico en cualquier parte del mundo en tiempo real. Estos últimos dos casos son les primeres cyborgs reconocides frente a Estados y son referentes de la corriente Arte Cyborg.
Hasta aquí no hay mayores complicaciones: el desarrollo de una tecnología para mejorar o realizar una tarea, o bien incorporarla al cuerpo para potenciar las capacidades sensoriales, ya sean lentes, un implante coclear o un by pass. Esto cambia cuando no es la tecnología la que se incorpora, sino nosotres en ella. El lugar por excelencia en el cual nos inmergimos son las denominadas plataformas, las cuales podemos definirlas, siguiendo a Srnicek, como la infraestructura digital donde dos o más grupos interactúan. Éstas suelen presentarse como mediadoras poniendo a disposición un espacio virtual al cual ingresamos con códigos de convivencia, fines establecidos, previa suscripción a términos y condiciones y brindando datos referenciales de una realidad no-virtual, como puede ser el nombre, teléfono, documento, edad, entre otros.
Plataformas inmersivas: lo público y lo privado.
Cada plataforma (o red social) se ha ido configurando y especializando según sus finalidades: citas, comunidad laboral, mapas, contenido exclusivo pago, streaming, buscadores, música, videos, documentos de trabajo colaborativo, operaciones bancarias, pago de impuestos y compra y venta de bienes y servicios. Les desarrolladores de éstas trabajan no sólo para mejorar su rendimiento, sino para que les usuaries pasemos más tiempo en ellas utilizando las herramientas y brindando la mayor cantidad de datos posibles.
Las personas al ingresar a las redes sociales construyen su avatar, su identidad virtual, de la manera más estratégica para lograr un fin específico. Se valen de imágenes que crean conveniente, resaltan rasgos de su personalidad que estiman más convocantes, diseños y estilos para captar la atención. Todo ello dependerá de la habilidad de uso de cada interfaz. Llegado el momento de la interacción con el resto de los avatares, el mundo no-virtual se filtra y da la posibilidad de experimentar límites que en la vida off-line, públicamente, no trascendiera.
Desde hace tiempo se debate los límites del mundo virtual y real en las redes sociales. Las plataformas se caracterizan por la capacidad de reorganizar los límites entre los espacios públicos y privados, lo cual implica modificaciones conductuales de las personas, ajustándose a la auto-representación frente a la vista del resto de les usuaries. En esta cultura de la conectividad construimos una nueva “socialidad”: utilizamos elementos y recursos, de ambos planos (virtual y no virtual) al mismo tiempo. Podemos identificar ejemplos cotidianos como no utilizar el timbre sino avisar por mensaje, comunicarnos mediante memes, usar billeteras virtuales en lugar del billete físico; o bien mirar un recital o un partido en vivo en una red social y comentar instantáneamente en otra.
La tecnología nos transformó con el uso, sin embargo los miedos, los sueños y odios no quedan en el umbral de las pantallas. La serie inglesa Black Mirror identificó los detalles de nuestra época tecnológica y los llevó a las expresiones más extremas. Presentando dilemas éticos y políticos en cada episodio, funden lo real y lo virtual en las experiencias de les personajes. Estrenada allá por el 2011 sus historias distópicas se encontraban a la vuelta de la esquina.
En 2017 se estrenó el capítulo “Crocodile”, en el cual una agente de una aseguradora de seguros utilizaba un dispositivo para acceder a recuerdos de las personas y develar los siniestros ocurridos; en pocas palabras: accedía a un momento puntual, sin filtro alguno a toda la información que registró el cerebro de una persona. Un instrumento valioso y objetivo a la hora de reconstruir hechos que no necesitan el relato de lxs testigxs. En febrero de 2022, en la provincia de Mendoza ocurrió un asesinato y fue resuelto por el historial de búsquedas de Google. Allí la persona había consultado no sólo cómo envenenar, sino también cómo borrar el historial de búsqueda de internet.
En 2019 la serie estrenó el capítulo “Striking Vipers”, la historia de dos amigos que participan de un videojuego en línea al cual se conectan a una realidad virtual inmersiva, donde todos los sentidos están vinculados a su avatar. En ese mundo virtual tienen libertad de hacer lo que se les antoje, rebasando reglas del juego. Allí suceden hechos que ponen en debate si lo que ocurre en aquel mundo virtual se limita sólo a ese plano o tiene implicaciones en el mundo de carne y hueso. A fines del 2021 Nina Jane Patel compartió que fue acosada verbal y sexualmente en la plataforma Horizon Venues, un espacio desarrollado en Metaverso para interactuar socialmente
La plataforma desbordada
Es imposible marcar el límite del mundo digital y no digital. Podríamos limitar uno a lo que ocurre dentro de una pantalla y el otro fuera de los dispositivos, pero lo que acontece en ambos planos se retroalimenta y se reconfiguran los modos de socializar tanto en la calle como en las redes.
Amnistía Internacional publicó en 2018 el informe #Toxic Twitter, donde analizaron los acosos a mujeres sufridos en la red del pajarito azul. Las interacciones y comentarios en la red social tuvieron consecuencias directas en la vida fuera de la pantalla: “más de la mitad (55 %) de las encuestadas en el Reino Unido y más de dos tercios (67 %) en los EE. UU. afirmaron que les costaba más concentrarse en las tareas diarias, que habían sufrido estrés, ansiedad o ataques de pánico, y que se ponían nerviosas al pensar en las redes sociales o al recibir notificaciones de esas plataformas”.
En Argentina, durante el debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, la misma red social se plagó de hordas inquisidoras. En otro informe llamado #Corazones Verdes, Amnistía Internacional cuantificó los trastornos causados en las mujeres: el 49% manifestó molestias o tensión al recibir correos o notificaciones; el 41% sufrió pérdida del sueño; 33% indicó haber atravesado un período de aislamiento psicológico; 34% sintió miedo al salir a la calle y el 36% tuvo ataques de pánico, estrés o ansiedad.
Las plataformas se presentan como intermediarias, establecen normas de convivencias y con escasos controles frente a manifestaciones violentas, en una política tendenciosa de respetar la libertad de expresión. Quedará para otro artículo dilucidar los beneficios para este tipo de plataforma en canalizar los discursos de odio. En esta aparente neutralidad, dejan zonas ciegas donde las personas corren los límites de lo posible y actúan con los miedos y odios que mencionamos arriba. Vale aclarar que ninguna de las zonas ciegas implican las cuestiones económicas.
En el barrio porteño de Constitución detuvieron a un chofer de Uber acusado de drogar y abusar a una pasajera. Según las fuentes, en el allanamiento encontraron múltiples estupefacientes, agujas, medicamentos y cinco celulares, el cual uno era de la víctima. El hombre utilizaba 70 perfiles diferentes en la aplicación. Las denuncias a los conductores de Uber son frecuentes: 6.000 denuncias en dos años en EEUU o violaciones en México. Por su parte, la empresa hace prensa de recomendaciones y convenios mundiales con organismos, muy lejos de la realidad del vehículo que brinda a los y las usuarias. En 2020 incorporó una función “Ellas”, para que las conductoras mujeres sólo tomen viajes de mujeres.
Plataformas con perspectiva de derechos humanos
Las plataformas son creativas, innovadoras y eficientes a la hora de mejorar sus algoritmos para mejorar la rentabilidad de sus productos. Poseen capacidad de acción y entrecruzamiento de datos de sus usuarixs para identificar escenarios propicios que atenten contra la integridad de quienes participan. Casos como doxing (búsqueda no consentida de datos personales de otra persona), grooming (engaño de pederastas a menores en las redes), phishing (suplantación de identidad), ransomware (secuestro de información para extorsión) o bien sextorción (amenaza de publicar material privado vinculado a lo sexual), ocurren a diario en las redes sociales.
Las actividades en el mundo digital crecen a pasos agigantados y nos sumergimos en experiencias digitales reproduciendo conductas de todo tipo. El anonimato aparente pareciera catalizar comportamientos moralmente repudiables, sin embargo la tecnología (como son las plataformas en este caso) puede generar consecuencias no esperadas, dentro y fuera de las pantallas.
Como sostuvimos en otras oportunidades, la tecnología no es neutral, reproduce desigualdades; y aún teniendo la posibilidad de revertirlo, no lo hace. En momentos donde el límite entre lo real y lo virtual ya es una frontera imaginaria y obsoleta, nos exige pensar modos en los cuáles su uso contribuya a mejorar la calidad de vida: preservando de algoritmos que generen adicción, resguardando a la juventud de mensajes que ataquen sus cuerpos, identificar síntomas de depresión y ansiedad para acompañarlos o bien, eliminar fácilmente los contenidos maliciosos, o las llamas fake news. En nuestra época actual los trastornos como la ansiedad, la depresión o el estrés suelen ser potenciados por el uso de las redes sociales.
Pretender que las plataformas solucionen los problemas sociales que las anteceden es un utopismo tecnológico, sesgado e inoportuno; pero sí podemos pensar en cómo las tecnologías pueden ayudar a mitigar problemas de nuestra época, tanto en la esfera digital como en la real.
Rodrigo Picó es licenciado en Ciencia Política (UBA), posgrado en «Plataformas Digitales y Sociedad Interconectada» (UNdAv) y maestrando en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo (UNSaM). Un Hombre Sensible de Flores que responde al nombre «Pipa».