La ola feminista crece y retrocede para ganar nuevo impulso como las mareas, estremeciéndolo todo. ¿Puede radicalizarse en medio de una crisis civilizatoria con fuertes embates de las derechas conservadoras? Del feminismo popular al pueblo feminista.
El mundo en el que vivimos es cada vez más delicado y complejo. Lejos de tratarse de simples cambios, las aceleradas transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales se vinculan en realidad con la crisis del capitalismo heteropatriarcal en su versión neoliberal. En menos de tres décadas, las promesas de gran aldea global y prosperidad económica fracasaron rotundamente: el neoliberalismo no ha sido capaz de generar respuestas satisfactorias, ni siquiera ante las necesidades básicas de las grandes mayorías sociales.
Tanto, que una diversidad de intelectuales hablan de elementos de crisis civilizatoria, expresada en el agotamiento de un modelo de organización económico, productivo y social, con sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural.
Reconocer la crisis no es sí mismo una buena noticia. Lo estamos viendo: las desigualdades sociales aumentan; la riqueza se concentra aún más en unos pocos poderosos; los Estados se cierran, ajustan, recortan políticas sociales y van contra los derechos conquistados; se persigue a migrantes; las derechas son gobierno y avanzan, criminalizando a los sectores populares y a los proyectos políticos que intentan construir una alternativa.
En medio de todo ello una ola feminista avanza. Nace, crece y retrocede para ganar nuevo impulso como las mareas, agitando y estremeciéndolo todo. ¿Puede radicalizarse un movimiento como el feminista en medio de una crisis civilizatoria con fuertes embates de las derechas conservadoras? Sí. Y no es una novedad histórica.
A lo largo de sus tres siglos de existencia, el feminismo como movimiento fue capaz de identificar los nodos de la opresión y de luchar para demolerlos. En el siglo XVIII, las feministas emergieron como punzantes interpeladoras de los privilegios masculinos, reclamando el derecho de las mujeres a ser consideradas sujetos racionales y a gozar de los mismos derechos que los varones, señalando al mismo tiempo la parcialidad de esa razón iluminista.
En el siglo XIX irían por más, exigiendo estatus de sujetas políticas, articulando la lucha en base al derecho al sufragio femenino y marcando los límites de una democracia que no podía ser tal sin contemplar a las mujeres.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, en plena radicalización estudiantil, antibélica y antirracista, el feminismo volvería a emerger con más potencia que nunca, poniendo sobre el tapete a la dominación patriarcal en todos los ámbitos de la vida como una de las enormes opresiones a combatir, subrayando el carácter político de todo aquello que las corrientes de pensamiento hasta ahora habían considerado como privado.
Y es en la actualidad, en pleno siglo XXI y en medio de una crisis civilizatoria global, que vuelve a irrumpir el feminismo, en este caso a partir de un grito desesperado: ¡paren de matarnos! Imposible de concebir, pero real, la crisis neoliberal es también una poderosa reacción patriarcal sin precedentes, que no sólo no puede garantizar la vida de amplios sectores sociales sino que directamente asesina a buena parte de ellos por el simple hecho de ser mujeres o identidades sexuales disidentes.
¿Puede radicalizarse un movimiento como el feminista en medio de una crisis civilizatoria con fuertes embates de las derechas conservadoras? Sí. Y no es una novedad histórica.
La nueva ola es la más internacional de todas. A diferencia de las anteriores, con epicentro en EE.UU. y algunos países europeos, se manifiesta masivamente en diversos puntos del planeta. Desde las masivas movilizaciones de las norteamericanas contra la misoginia de Trump, pasando por el desafío de las mujeres al régimen en Turquía al grito de “No prestaremos obediencia”, y el segundo paro de mujeres, lesbianas y trans en la Argentina de Macri, la cuarta ola es la voz que empezó a gritar lo que otros movimientos no salieron masivamente aún a decir o a alzarse contra los atropellos de los poderosos.
Si bien con características y reclamos propios en cada país, los reclamos son comunes: el cuestionamiento de las desigualdades entre mujeres y varones, la denuncia de la violencia de género y los femicidios, la necesidad de no callarse más frente a las violencias y la identificación de que son justamente las políticas neoliberales las causantes del empeoramiento de las condiciones de vida que golpean a las mujeres y las disidencias sexuales especialmente, pareciendo querer devolverlas a los códigos medievales.
Como afirma Rosa Cobo, autora de “Hacia una nueva política sexual. Las mujeres ante la reacción patriarcal”, el feminismo del siglo XXI dio un salto al ir más allá de haber podido identificar la política patriarcal del neoliberalismo: entendió que el capitalismo neoliberal, en estrecha alianza con los diversos patriarcados, es el que está privando de los derechos conquistados a las mujeres y obstaculizando los aún necesarios, articulando además nuevos espacios de subordinación, incrementando la explotación y feminizando la pobreza.
Y no plantea únicamente un grito defensivo, sino un camino alternativo, puntas para salir de la crisis neoliberal. Porque salir se puede salir de muchas formas, pero las movilizaciones que recorren el planeta están diciendo que no se sale sin un proyecto en el cual entremos todos y todas. No se sale si todos los seres humanos no somos iguales en condición y en posibilidades; si no tenemos todas y todos los mismos derechos. No se sale con racismo, transfobia, lesbofobia y homofobia, si los Estados continúan ajustando y recortando beneficios sociales y políticas públicas a través de políticas de pobreza, desempleo y exclusión o si no transformamos la trama social y económica que hace posible los femicidios. Y, definitivamente, no se sale si este sistema le sigue negando a las mujeres y a las identidades sexuales disidentes el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y a gozar libremente de su sexualidad.
Del feminismo popular al pueblo feminista
Argentina es punto de referencia mundial de esta cuarta oleada. Y no casualmente. Que en este momento histórico el grito de Ni Una Menos haya emergido desde América Latina generando un potente movimiento es el resultado de una trama compleja que remite a la historia del movimiento de mujeres y a las luchas de los movimientos sociales y políticos en nuestro país.
Si hubo una región en el mundo donde las pretensiones de hegemonía neoliberal de los 90 fueron resistidas y enfrentadas fuertemente, fue nuestro continente. No sólo surgieron potentes movimientos sociales y políticos, sino también un período de gobiernos progresistas y de avance popular que generaron importantes transformaciones materiales y subjetivas en la vida de nuestros pueblos.
El feminismo popular nace como producto de la feminización de la resistencia contra las políticas neoliberales, produciendo un fenómeno nuevo: la feminización de la resistencia. Así, se da el encuentro entre los movimientos sociales y las nuevas izquierdas latinoamericanas y el feminismo.
En ese contexto, al calor de las luchas de resistencia contra el neoliberalismo de los años 90 y principios del siglo XXI, también emergió un feminismo popular, extendido hacia y apropiado por las mujeres. En las fábricas recuperadas, los piquetes, las asambleas populares, las organizaciones de desocupados y desocupadas, colectivos ambientalistas, en tanto protagonistas de dichas experiencias de resistencia, las mujeres fueron problematizando progresivamente sus experiencias como mujeres, aproximándose a las perspectivas feministas.
El feminismo popular nace como producto de la feminización de la resistencia contra las políticas neoliberales, produciendo un fenómeno nuevo: la feminización de la resistencia. Así, se da el encuentro entre los movimientos sociales y las nuevas izquierdas latinoamericanas y el feminismo.
El feminismo popular era una expresión política que nacía enfrentándose al neoliberalismo, pero también buscando transformar los propios espacios de participación política, ciegos a la perspectiva de género y sumamente desiguales. Disputa que continuó durante los gobiernos progresistas, dando la discusión de que sin asumir la lucha antipatriarcal y la existencia de un sujeto múltiple, no sólo entendido en tanto clase, cualquier política transformadora tenía límites, por más socialista del siglo XXI que se reclamara.
Ese feminismo que no había sido cooptado por el proceso de «oenegeización» de los 90 le proveyó marcos interpretativos para comprender su situación particular como mujeres a estas protagonistas y en Argentina particularmente tuvo una escuela: los Encuentros Nacionales de Mujeres. Es por ello que tantas veces se afirma que el Ni Una Menos no fue parido por twitter -como dice Florencia Alcaraz- ni fue un golpe de suerte, sino producto de una larga maduración.
Lo cierto es que el fenómeno que irrumpió el 3J de 2015 se dio justamente en un cambio de etapa. El año finalizaría con la asunción de Cambiemos, un gobierno de una fuerza política de derecha, conservadora y liberal que representa un cambio profundo respecto de la etapa anterior, abriendo nuevos desafíos para los movimientos de mujeres, feminista y de diversidad sexual.
Lejos de ser una moda pasajera, aunque con altos y bajos, el proceso se extendió y radicalizó: de sostener durante un primer momento una agenda sólo centrada en la violencia de género, pasó en menos de tres años a colocar el cuestionamiento de las desigualdades estructurales del sistema patriarcal y del modelo neoliberal, instalando además el reclamo del derecho al aborto legal como un reclamo que hoy ha dejado de ser minoritario y es uno de los principales.
El movimiento feminista es un nuevo actor político en Argentina, el más dinámico, unitario, potente, con llegada a los medios y a las redes, capaz de interpelar a amplios sectores de la sociedad y de elevar los pisos de politización a través de la instalación de debates sobre el machismo, el derecho al aborto, la sexualidad, las políticas públicas, etc.
Si la resistencia al neoliberalismo de los 90 provocó un primer encuentro entre el feminismo y los movimientos sociales, esta oleada feminista terminó por concretar nuevos encuentros: entre el conjunto del campo popular -sobre todo sectores fundamentales de la política argentina, como el nacionalismo popular, el sindicalismo y los DDHH- y el feminismo.
Quizá uno de los elementos más disruptivos sea la existencia en su interior de un enorme activismo juvenil, que se apropia y recrea los planteos y exigencias del feminismo y realiza cuestionamientos profundos a las instituciones y espacios de convivencia.
Todo en su conjunto redunda en un movimiento capaz de marcarle la agenda a un gobierno que, más allá de sus oportunismos y sus políticas contrarias a mejorar la vida de las mujeres, no puede mirar para otro lado. Sobre todo porque el movimiento tiene un fuerte carácter opositor a los poderes Legislativo y Judicial pero también al Ejecutivo, en tanto promotor de políticas que no sólo vacían programas de salud sexual y reproductiva y contra la violencia de género, sino que también aumentan el desempleo, la precarización y la inflación y afectan en primer lugar a las mujeres.
Si la resistencia al neoliberalismo de los 90 provocó un primer encuentro entre el feminismo y los movimientos sociales, esta oleada feminista terminó por concretar nuevos encuentros: entre el conjunto del campo popular -sobre todo sectores fundamentales de la política argentina, como el nacionalismo popular, el sindicalismo y los DDHH- y el feminismo. Este encuentro, y la posibilidad de comenzar a hablar de un pueblo feminista, permite comenzar a pensar y a construir por primera vez en nuestra historia un nuevo feminismo, no sólo popular sino también nacional.
Una revolución sin vuelta atrás y con grandes desafíos
La cuarta ola feminista está provocando cambios profundos en la cultura de nuestra sociedad. No sabemos hasta dónde llegará, pero podemos empezar a vislumbrar también, sin lugar a dudas, una transformación política.
Hasta ahora, si bien el feminismo en toda su diversidad de teorías y corrientes formaba parte de las discusiones y exigencias de diversos espacios sociales y políticos, era en realidad un planteamiento marginal respecto del conjunto de la sociedad y de las organizaciones del campo popular. Hoy estamos en condiciones de afirmar que el feminismo ha comenzado a ser parte de las tradiciones de lucha de los movimientos y organizaciones en Argentina, no sin contradicciones y obstáculos.
El movimiento feminista será efectivamente popular en esta etapa, en la medida en que sea capaz de tener entre sus prioridades la disputa de poder para derrotar la ofensiva neoliberal de las clases dominantes, democratizar e incorporarse como uno de los elementos centrales de una nueva política en la Argentina.
Es claro que los prejuicios, los posicionamientos políticos que lo siguen ubicando como algo secundario y, más que nada, la resistencia de los varones a democratizar el poder y abandonar sus privilegios, siguen estando presentes. Pero el proceso de cambio está en marcha y no tiene vuelta atrás. La ola avanza proponiendo nuevas formas de concebir y ejercitar la política, la democracia y la ciudadanía.
Si el feminismo popular en sus orígenes fue una identidad que remitió a una estrategia política, hoy, en una nueva etapa política, ciertamente defensiva, y donde el feminismo es popular en tanto movimiento amplio y transversal, esa estrategia debe ser reformulada en base a los grandes desafíos por delante.
En un contexto en el cual las clases dominantes intentan restaurar la hegemonía neoliberal en todo el continente, el movimiento feminista actualmente existente puede ser uno de los actores más importantes para derrotar ese objetivo. Con el movimiento feminista no alcanza. Ciertamente. Pero sin el movimiento feminista no se puede.
No es posible construir una propuesta política alternativa de mayorías, capaz de enfrentar al macrismo y su proyecto político de restauración neoliberal, prescindiendo de la agenda, las exigencias y las referencias del feminismo. Pretender hacerlo significaría no contener en ese proyecto a amplios sectores sociales y a sus demandas. Pero, además, expresaría una falta de inteligencia política y un gran riesgo: que quien le dé las respuestas a las demandas feministas del pueblo sea la derecha, a través de su línea feminista liberal.
El movimiento feminista será efectivamente popular en esta etapa, en la medida en que sea capaz de tener entre sus prioridades la disputa de poder para derrotar la ofensiva neoliberal de las clases dominantes, democratizar e incorporarse como uno de los elementos centrales de una nueva política en la Argentina. Ello supone no sólo que las mujeres y las disidencias sexuales tengan un lugar sino que ocupen los puestos de decisión, que los conduzcan.
Mientras tanto, cualquier proyecto político alternativo será capaz de construir una nueva mayoría popular en tanto pueda incorporar realmente a este nuevo movimiento en las agendas de unidad para enfrentar a Cambiemos. Cualquier avance en esta etapa en los próximos años requiere poder dotarse de organizaciones estables, fuertes y nutridas de las mejores experiencias de nuestro pueblo, que puedan expresar los nuevos fenómenos que hay y va a haber en la Argentina. Una vez más: con el feminismo no alcanza, pero sin el feminismo no se puede.
Docente, feminista y fanática de Vélez. Surfeando la ola feminista.