El cuerpo muerto de la globalización neoliberal aún se mueve, solo para generar más daño. ¿Es posible una gran transformación civilizatoria luego del coronavirus?
Un muerto que aún se mueve
En septiembre de 1914, ante el estallido de la Gran Guerra, José Ingenieros escribió el artículo El suicidio de los bárbaros. A aquel gran intelectual se lo puede acusar con justas razones de elitista, positivista y eurocéntrico en momentos de su obra pero hay que reconocerle una audaz inteligencia en la búsqueda por comprender su época.
Para Ingenieros la vieja Europa “feudal” se había suicidado: “tuvo sus glorias; las admiramos. Tuvo sus héroes: quedan en la historia. Tuvo sus ideales, se cumplieron”. Hace más de un siglo la Europa ilustrada conducía a una guerra imperialista sin precedentes. Todo su paradigma civilizatorio culminaba ahogado en sangre.
Al igual que en 1914, el mundo que vendrá ya no podrá tener los mismos paradigmas del que vivíamos. La “racionalidad” macroeconómica por encima de los resultados sociales, la naif “integración al mundo” por sobre los beneficios de la ciudadanía, los “buenos modales” comunicacionales que le ponen capas a la sinceridad intelectual, la defensa de la “libertad” para mantener privilegios individuales pisoteando a las mayorías son algunos de los paradigmas neoliberales que el coronavirus se debería llevarse cuando finalice la pandemia.
A diferencia de cierta ingenuidad de Ingenieros en 1914 ante la Gran Guerra, hoy nadie relativamente atento debería sorprenderse. La crisis de 2008 es una anécdota benévola en función de lo que vivimos. El triunfo de Trump y el Brexit en 2016 fueron el cartel de game over al final de la pantalla de videojuegos neoliberal. Si a alguien le quedaba alguna expectativa por los acuerdos globales debió mirar qué pasaba con los acuerdos nucleares, climáticos, migratorios y comerciales durante los últimos años en lugar de sorprenderse porque Estados Unidos deja de financiar a la Organización Mundial de la Salud en plena pandemia.
El Fondo Monetario Internacional, que hace menos de un año financiaba la reelección de Macri, ante la pandemia propone impuestos a los grandes patrimonios y aprueba el alivio de la deuda de países empobrecidos. Lamentablemente James Tobin (precursor de medidas semejantes con la célebre “tasa Tobin” hace cinco décadas) o Fidel Castro (vocero solitario en los 90´ de la macabra estafa del endeudamiento del Tercer Mundo) no reencarnaron en Kristalina Gueorguieva para dirigir el FMI. Tampoco economistas como Thomas Piketty o Yanis Varoufakis tomaron por asalto su directorio.
Tampoco sucedió que el “populismo progresista” que propone Nancy Fraser para Estados Unidos -y que representa Bernie Sanders- llegó a la Casa Blanca para que el presidente norteamericano emitiera cheques del Tesoro de hasta 1.200 USD para los contribuyentes que tienen ingresos menores a 100 mil dólares anuales. Los billonarios salvatajes en Estados Unidos y la Unión Europea ya no son solo para los bancos (como en 2008) y no hubo ninguna revolución en el medio. El sistema ya no busca salvarse de sí mismo, está muerto (y no lo matamos los “progresistas”, “izquierdistas” o “populistas”). Las células sobrevivientes intentan escapar de él.
Alyson Wilson es una especialista en antropología forense y trabaja en la Instalación Australiana de Investigación Experimental Tafonómica (AFTER por sus siglas en inglés). A partir de una investigación de 17 meses grabando en “una granja de cuerpos” llegó a la conclusión de que los cuerpos continúan moviéndose luego de la muerte como parte del proceso de descomposición. Aquella investigación se dio a conocer en septiembre del año pasado. La globalización neoliberal está muerta y aún hace movimientos hace ya algunos años.
Guerra fría y liberalismo de cotillón
La Fundación para la Libertad recolectó firmas de 8 ex presidentes, empresarios, políticos e intelectuales liberales latinoamericanos para “que la pandemia no sea un pretexto para el autoritarismo”. Su declaración denuncia a las “dictaduras” de Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como el “autoritarismo” en México, Argentina y España. Según ellos el “estatismo, el intervencionismo y el populismo” que resurgen llevarían a un cambio de modelo alejado “de la democracia liberal y la economía de mercado”. La pluma es de Mario Vargas Llosa (que firma dos veces desde Madrid).
La declaración es una fuente espiritual de las editoriales y operaciones mediáticas locales en contra de la administración de la crisis del Covid-19 en China, de la solidaridad con el envío de insumos desde aquel país o la posible llegada de más médicos cubanos. Las posiciones liberales ante la crisis civilizatoria en curso son el cotillón en el velatorio de un mundo que no existe más.
Los apologistas de la globalización neoliberal hace un mes acusaban al autoritarismo de la República Popular China por las terribles consecuencias del coronavirus. En aquel momento las víctimas en Europa y América no llegaban ni a compararse con las de aquel país. Los controles en el transporte público, el aislamiento obligatorio o el uso del big data para controlar movimientos de las personas por parte del Estado les parecían indignantes a las almas bellas del liberalismo.
Cuando las victimas mortales empezaron a contabilizarse por decenas de miles en Estados Unidos, Italia, España, Francia, Reino Unido o Alemania, ningún Estado recurrió consecuentemente a los consejos proféticos liberales. En los países que tienen una “indiscutible democracia liberal” las muertes ya superan en más de 30 veces a las de China. Pero los números y la racionalidad poco tienen que ver con los profetas.
La sinofobia en el mundo “occidental”, encabezada por Trump, en la Argentina está condimentada con el ataque a la solidaridad de los médicos cubanos. Después de semanas de atacar la posible llegada de 200 médicos cubanos a la provincia de Buenos Aires para enfrentar el pico de la pandemia, La Nación descubrió (y puso como primer artículo de su portada) que hace 15 años ya hay oftalmólogos en el país como parte de la Operación Milagro. A los médicos los acusan de espías, de no tener títulos universitarios, de ser parte de una oscura y tenebrosa trama digna de la guerra fría. Gracias a la posibilidad de que lleguen más médicos cubanos nos pretenden informar que en la Argentina sobran médicos y que no necesitamos más.
Protesta en Michigan en contra del aislamiento obligatorio.
“Cuando no podes defender a tus amigos, ataca a sus enemigos” pareciera ser la máxima que rige a Infobae, Clarín y La Nación junto a los profetas liberales. En la cuna de la “democracia liberal” y de la “economía de mercado”, el presidente Trump llegó a recomendar ingerir desinfectantes para frenar la pandemia y sus seguidores se manifiestan armados en contra del aislamiento obligatorio y a favor de la “libertad de infectarse”. El paradigma norteamericano ya estalló por los aires, por eso solo les queda atacar a los chinos (“de los cuáles siempre se sabe poco”) y a los cubanos (“que son comunistas y autoritarios hace 60 años”).
La irrupción irrespetuosa de una alternativa
El neoliberalismo triunfó cuando impuso el consenso de que no había alternativa a sus preceptos. Ese consenso no existe más. Los que ahora no pueden determinar qué lugar del mundo es su ejemplo paradigmático, son sus apologistas.
“La actual hecatombe es un puente hacia el porvenir” decía José Ingenieros en 1914. Su artículo El suicidio de los bárbaros fue publicado 6 años después en una compilación de artículos titulada Los tiempos nuevos. El célebre artículo abría esa compilación que expresaba una defensa acérrima del maximalismo expresado por la revolución rusa.
En Wuhan ya hay días sin nuevos casos de coronavirus. Una de las pocas certezas que tenemos es que la pandemia termina y habrá un futuro. La actual crisis civilizatoria también es un puente hacia el porvenir.
La pregunta por cómo será ese futuro nos obliga al pesimismo de la razón (tan promovido en nuestros días) pero fundamentalmente a saber que solo con el pesimismo no se hace ninguna transformación. El optimismo es imprescindible para cualquier pelea con aspiraciones de triunfo.
Lejos de las utopías anárquicas de intelectuales eurocéntricos que anuncian la llegada del comunismo -como Slavoj Žižek-, llegó el momento de ponerle freno a los moldes del debate y la acción que impuso el neoliberalismo.
No es momento de cobardía para andar tapando héroes y heroínas que avanzaron en el intento de terminar con el neoliberalismo antes de este desastre. Es necesario reconocer el lugar de Fidel Castro, Hugo Chávez, Cristina Kirchner y tantas otras referencias ineludibles que propusieron un freno de mano ante un tren que avanzaba a toda velocidad hacia el precipicio actual.
Llegó también el momento de terminar con los buenos modales de un orden que no existe más. Pablo Zurro, intendente de Pehuajó, tal vez lo comprendió bien en su respuesta al provocador fascista de Eduardo Feinmann cuando terminó con ese juego de acusaciones entre ”gorilas” y “zurditos de mierda” o “chorros”. Su respuesta “andate a la concha de tu hermana” -más allá de la connotación patriarcal- expresa correctamente la necesidad de no perder más tiempo con un muerto que solo produce sufrimientos.
La globalización neoliberal es un muerto que hay que enterrar. Pero también está el riesgo de que nos deje peleando con fantasmas del pasado que opriman el presente eternamente. No se puede seguir hablando con sus códigos ni respetando sus buenos modales. Ninguna gran transformación llega pidiendo permiso.
Es momento de asumir que el futuro puede llegar de la mano de una transformación plagada de optimismo (y “maximalismo” como diría Ingenieros sobre la revolución rusa). Puede llegar con impuestos a las grandes fortunas, salario universal, condonación de deudas a los países del sur global, reformulación de los organismos multilaterales y muchas políticas que aún la morfología neoliberal no nos dejar pronunciar.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.