No pienses en el odio
Razones y emociones, marcos discursivos en pugna y sensibilización. Magdalena Chirom se asoma al abismo de la opinión pública realmente existente tras el intento de magnicidio.
Fotografía: Santiago Oroz.
En los días posteriores al atentado contra Cristina Kirchner quienes estamos convencidos del camino democrático nos fuimos topando, con desconcierto, con que la reacción del sistema político y de la opinión pública no fue lo contundente que hubiéramos esperado. “En la plaza fuimos los mismos de siempre, pero éramos más porque no faltó ninguno”, escuché a alguien decir sobre la movilización a Plaza de Mayo convocada en defensa de la democracia, pero acusada por la oposición de ser sesgada y exclusivamente kirchnerista. Los primeros estudios de opinión arrojan que nuestra lectura no fue lo mayoritaria que imaginábamos. Mientras una parte de la población pasaba horas de profunda angustia, había mucha gente que no entendía lo que pasó, o peor aún, que eligió no creerlo a pesar de la abrumadora evidencia. La búsqueda relativamente exitosa por parte de la oposición -con matices- de convertirse a sí misma en víctima y a Cristina en victimaria convalida la hipótesis: algo está quebrado. Cristina se salvó de milagro, y sin embargo en vez de santificarla la convirtieron en un demonio.
La comunicación política nos brinda herramientas para analizar desde varias aristas esta situación de la opinión pública que, de más está decir, no es estática y es sensible al cambio. De hecho, de eso se trata. A modo de ensayo voy a repasar algunas de ellas con el objetivo de abrir, y no cerrar, preguntas.
El poder del marco
Según George Lakoff, un lingüista que ya se convirtió en un clásico en la disciplina, la mente política puede contener ideas contrapuestas sin que eso ponga en crisis la identidad de las personas. Lakoff estudió la importancia de los marcos -estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo- en el accionar político de las personas. Estos marcos, que se conocen a través del lenguaje, demuestran que las palabras no son neutrales, sino que vienen cargadas de historia, recorrido y emociones, y estimulan determinadas redes neuronales en los pensamientos y emociones de la gente. “Las metáforas duermen en nuestro cerebro, en espera de que se las despierte” dice en su libro No pienses en un Elefante (2007). Veamos un ejemplo local que analizaba la consultora Zubán Córdoba: en mayo de este año una mayoría en Argentina quería bajar los impuestos (75%) y ajustar el gasto público (70%) y al mismo tiempo creía que había que aumentar el presupuesto en educación (90%), ciencia (86%), salud (77%) y obra pública (60%). Es decir, ideas contradictorias de acuerdo al marco que evoca cada una: si es gasto es malo, si es inversión en educación pública es buena.
Después del atentado la primera reacción que tuvo el campo nacional y popular fue salir a enojarse, a indignarse con los medios, un sector de la oposición y el poder judicial que vienen fomentando sistemáticamente el odio contra Cristina Kirchner por ser la piedra en el zapato de su proyecto (neo)colonial. La lógica no parecía tener fallas: ellos son los de las bolsas mortuarias y las guillotinas, ellos piden pena de muerte, ellos deshumanizan constantemente a la vicepresidenta, ¿cómo no va a ser claro que ellos son el odio? Sin embargo, no contábamos con el trabajo fino que el adversario viene haciendo hace años para endilgarle al kirchnerismo -principalmente- atributos como la violencia y el autoritarismo, entre otros.
Según una encuesta publicada por Zubán Córdoba sobre estos primeros días de septiembre, la mayoría de los argentinos (36,6%) cree que el gobierno nacional es el principal responsable de sembrar y difundir discursos de odio en el país. Solo el 12,5% cree que es responsabilidad de la oposición. Así, por más paradójico que parezca, cuando nos referimos a los “discursos de odio” estamos evocando su marco. Es necesario hacer una distinción del término “discursos de odio” en su función académica, que utilizaré a lo largo de este ensayo, de su función en el debate público, que es lo que pretendo poner en cuestión. El pasado 5 de septiembre Patricia Bullrich publicó una nota en Infobae titulada “El odio son siempre los otros”. Analizarla puede ayudarnos a entender mejor cuál es su marco. Estas son las palabras que más aparecen en el artículo, siendo odio la principal:
Afirma la presidenta del PRO: “Quienes creemos en la democracia y trabajamos día a día por la República, no podemos equiparar la violencia al funcionamiento del sistema republicano. No vamos a permitir equidad entre la impunidad y el funcionamiento de la Justicia, no resignaremos los principios por los que hemos bregado desde la oposición, ni vamos a mirar para otro lado mientras el kirchnerismo busca someter al escarnio el accionar de la prensa, que debe trabajar en libertad”. La oposición de derecha lleva años (diría décadas si coincidimos en que ha sido de las principales excusas para perseguir y proscribir al peronismo a lo largo de la historia) embanderándose en el concepto de República como sinónimo de democracia, y contraponiéndose a una Cristina que pintan de carácter autoritario. Este autoritarismo tendría, como tal, un carácter violento. El discurso de Alberto y la reacción de una parte del oficialismo contra la justicia, los medios y la oposición, no hizo más que activar estos marcos y reforzar esas creencias. Si seguimos leyendo el párrafo nos encontramos con que, según ella, el kirchnerismo se opone a la justicia porque busca la impunidad -de los delitos que cometió que perturban los valores morales de la República-. Y no sólo eso, sino que en su discurso afirma que el kirchnerismo quiere un Estado autoritario en donde no haya libertad de expresión al cual, obviamente, es tarea honorable resistir. Cuando desde el progresismo y el peronismo se propone que el Estado regule los “discursos de odio” (que explícitamente solo les atribuyen a la oposición) se pisan los palitos de su marco en donde ellos sostienen los valores de la libertad y la república frente a un Gobierno violento y autoritario.
Los discursos los primeros días quedaron perdidos en el mar de la grieta, en donde unos dicen algo y otros otra cosa y cada uno le habla a sus convencidos.
El feriado también activó otro de sus marcos más utilizados: el de lugares de trabajo y colegios abiertos versus escuelas y espacios para trabajar cerrados, que utilizaron durante toda la pandemia. La consultora Ad Hoc publicó un informe en donde dice que el 95% de las reacciones al feriado fueron negativas en redes sociales. En su nota Patricia Bullrich afirma por el final: ”Nosotros respetamos los valores, porque creemos en una Argentina de trabajo, de mérito, de esfuerzo, un país donde el estudio sea la consigna para alcanzar las metas del progreso de los argentinos”. No es casual que los valores estén presentes con tanta fuerza a lo largo de todo su discurso. La moral es uno de los elementos más sensibles para movilizar la actitud humana y la derecha lo sabe.
De esta forma los discursos de los primeros días quedaron perdidos en el mar de la grieta, en donde unos dicen algo y otros otra cosa, y cada uno le habla a sus convencidos. Pero, como resalté al inicio de este apartado, las mentes políticas pueden albergar ideas contradictorias, y no hay duda de que la democracia y los derechos humanos están arraigados en los valores profundos de una mayoría de argentinos. La pregunta es cómo activarlos. Nadie podría decir que lo sabe, pero intentemos esbozar algunos interrogantes y elementos que nos ayuden a pensarlo.
Romper las redes del odio
Las redes sociales tienen, como estudiaron en Argentina Ernesto Calvo y Natalia Aruguete para el caso de twitter, una dinámica propia que tiende a la polarización y radicalización de las ideas. En donde el algoritmo, regido por una lógica comercial, muestra constantemente contenido que refuerza nuestras creencias y evita mostrarnos aquello que nos genere disonancia cognitiva y por ende displacer, lo cual no solo recorta la información que recibimos sino que también disminuye el ejercicio de la tolerancia. A su vez la cantidad y velocidad con que circula la información da lugar a que, por más contraintuitivo que suene, crezca también la desinformación y las fake news. Las fake news, vale aclarar, han existido siempre, la diferencia es la facilidad y velocidad de su propagación. Además en las redes sociales todos nos sentimos mayoría en nuestras propias ideas, lo que rompe con el fenómeno que Noelle Neumann denominó “espiral del silencio”, en donde una minoría permanece en silencio por miedo al escarmiento social de dar su opinión pública. Si le sumamos la posibilidad de anonimato y los trolls, las redes sociales son el caldo de cultivo perfecto para la radicalización y la violencia. Las redes sociales afectan también lo que sucede en el ámbito offline y la estructura emocional y de pensamiento de las personas y los colectivos. Así, como demostró el Laboratorio de Estudios de Democracia y Autoritarismo (LEDA -UNSAM) en numerosos estudios, las personas se sienten habilitadas a defender, por ejemplo, el terrorismo de Estado.
Nada de esto es una novedad, pero es fundamental para explicar la reacción posterior al intento de magnicidio de la vicepresidenta. La consultora Reputación Digital hizo un análisis de lo sucedido en twitter especialmente a partir del evento y los datos fueron alarmantes: 62,49% de la conversación generada descree de lo sucedido. Sería un error igualar twitter a la opinión pública general, dado que es una burbuja en sí misma en donde los discursos de este estilo están sobrerrepresentados, sin embargo no deja de ser un número altamente llamativo que, a su vez, estuvo alentado por trolls de ultraderecha.
El comportamiento del campo nacional y popular en las redes esos primeros días estuvo signado principalmente por la indignación. Se compartieron y señalaron cada una de las declaraciones de políticos y personalidades o artículos periodísticos que -para este sector- eran irresponsables o fomentaban el odio. El viernes, por ejemplo, se viralizó la noticia publicada por Clarín y La Nación que explicaba cómo utilizar “correctamente” el arma con la que se intentó matar a Cristina. La indignación era válida -¡¿a quién se le puede ocurrir difundir esa información?!-, sin embargo cuando lo denunciábamos lo compartíamos. Y he aquí una trampa en la que se cayó durante los primeros días: cuando se comparte esta información, aunque sea con indignación y para demostrar un punto, se la está difundiendo. Siguiendo el ejemplo mencionado, se le dio más alcance e interacción a la nota, lo que permitió que más gente aprendiera a usar el arma y no menos. Esto no es algo que se encapsula en la reacción de esta última semana, sino que es una de las estrategias que se viene tomando -sin mucho éxito- para frenar el avance de la ultraderecha. Retomando el concepto de los marcos que trabajamos en el título anterior: cuando negamos el marco del adversario lo estamos evocando. No pienses en un elefante tiene como resultado que el receptor piense, efectivamente, en un elefante. Esta alarma sobre cómo tratar con los discursos antidemocráticos ha sido estudiada globalmente y hay cada vez más evidencia que demuestra que hay que evitar diseminar el contenido.
Esta enseñanza sobre cómo tratar con los discursos violentos en las redes sociales creo debería ser enseñada a todo el activismo digital. Compartir los discursos de odio, aunque sea para denunciarlos, tiene el efecto opuesto: se agrandan, masifican y empoderan. Y, a su vez, tampoco se logra llegar a gente nueva. ¿Esto significa permanecer indiferentes? Para nada, simplemente pensar las mejores estrategias para combatirlos. Más allá de la responsabilidad social de quienes son dueños de las redes, a quienes debemos seguir reclamándoles acciones, hay que pensar principalmente cómo hacer llegar nuestras ideas y narrativas y dejar de creer que la indignación en sí misma es contagiosa.
Homo Sentimentalis
Daniel Kahnema (Premio Nobel de Economía) y Amos Tversky demostraron que la gente no actúa principalmente de modo racional por sus intereses, sino guiada por sus emociones. Esto no es una novedad, ya en el siglo XX Kundera hablaba del Homo Sentimentalis en vez del Homo Sapiens, pero para el politólogo Toni Aria esto se ha profundizado en esta era. Una de las razones es la velocidad con que circula la información en las redes sociales, dándonos poco tiempo para procesarla. Y por otro lado el ascenso de las psicologías neurocognitivas se ha ido aplicando deliberadamente a la comunicación política y, sobre todo quienes cuentan con altos recursos económicos, cada vez elaboran mensajes más pensados para activar directamente esas emociones. Primo Levi decía “en el odio nazi no hay racionalidad” y por eso querer discutirle con argumentos racionales sería infructuoso. El odio, particularmente en Argentina, ha sido la emoción principal con que la oligarquía se opuso al peronismo en su historia. Sin embargo, no hay precedente de este nivel de capilaridad en la radicalización del odio y eso debe llamarnos la atención. El sociólogo Daniel Feierstein señala que las dictaduras de nuestra región no lograron movilizar activamente multitudes con esta emoción, sino que consiguieron irradiar terror en el cuerpo social. El miedo fue la principal emoción que permitió que la excepción del Estado de Derecho se mantuviera.
Es evidente que existen todos los argumentos empíricos y racionales para ganar el debate público sobre el intento de magnicidio. No solo por la sobrada evidencia de la deshumanización sistemática de los medios, justicia y referentes de la oposición contra Cristina, sino también por la propia grabación en donde se ve a una persona gatillando en la cabeza de la vicepresidenta. Estos días se sigue sumando evidencia que da cuenta que, de piso, fue un grupo organizado. Sin embargo, pareciera que no se logra ampliar el destinatario del mensaje. Quizá es que, justamente, no importan tanto los argumentos, y se debe dejar de pensar en términos racionales y buscar qué emociones son las que se necesita movilizar.
Compartir los discursos de odio, aunque sea para denunciarlos, tiene el efecto opuesto: se agrandan, masifican y empoderan.
Si revisamos la historia argentina tenemos el caso de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que lograron construir sentido contra la dictadura evocando una de las emociones más primarias: el amor de una madre a su hijo, o de una abuela a su nieto, la familia. Esta emoción potente, acompañada de organización, fue clave no solo para enfrentarse a la dictadura sino para poder juzgar a los genocidas, cosa que ningún otro país de la región pudo hacer. Como pequeño experimento sociológico (sin validez científica) lancé en mis redes sociales una encuesta para mi círculo, que está compuesto mayoritariamente por personas que se movilizaron el viernes 2 de septiembre. La pregunta era si sus madres, aún estando completamente en contra de Cristina y defendiendo la teoría de que esto era armado o que era un loco suelto, se habían preocupado por su integridad física al manifestarse. Y la respuesta mayoritaria fue que sí. Al mismo tiempo que negaban el crecimiento de la violencia política percibían que sus hijos o hijas estaban en peligro por el sólo hecho de manifestarse en favor de la vicepresidenta. Si bien no tiene rigurosidad metodológica, me animo a arriesgar en este ensayo que aquí podemos tener un punto en donde las emociones evocan marcos contradictorios en las personas sin poner en crisis su identidad. Es verdad también que el miedo puede tener consecuencias paralizantes, sin embargo un reconocimiento de la violencia política puede conducir a la opinión pública a un estado de alarma en donde la unidad en defensa de la democracia sea primordial, como amplios sectores de la oposición se expresaron al principio, y se pueda arrinconar al mínimo a quienes no se expresan en ese sentido.
Introducir alguna autocrítica también podría romper esa barrera al mostrar al oficialismo vulnerable, a reforzar la necesidad de trabajar por la paz. Cualquiera que haya atravesado una separación sabe que siempre es más sencillo abrir el diálogo con alguien que asume parte de su responsabilidad. Esto no quiere decir que las responsabilidades sean simétricas, ni que haya que legitimar la «teoría de los dos odios», al contrario. Pero es muy difícil llegar a alguien que desconfía de nosotros si nos observa insensibles, sin permitirnos ninguna crítica.
No todo es superestructura
Pablo Stefanoni, en su libro sobre las nuevas derechas publicado en 2021, sostiene que vivimos en un mundo de evidente expansión de demandas insatisfechas que debilitan la hegemonía dominante. Sin ir más lejos, a esto se refería Cristina Kirchner cuando llamó a reflexionar sobre la “insatisfacción democrática” de la época actual. El economista francés Thomas Piketty viene alertando sobre el crecimiento exponencial de la desigualdad en el mundo, y especialmente de la concentración de la riqueza. Se trata de un fenómeno global del capital y no solo de Argentina o Latinoamérica.
Cuando se observan algunas estadísticas, como muestra el estudio publicado por el LEDA-UNSAM en Junio de 2021, se encuentra que los discursos de odio crecen especialmente entre los millenials (entre 25 y 40 años). Los centennials (16-24 años) son el grupo que le sigue en cuanto a promoción de discursos de odio, pero también, a contrapelo, son el grupo etario con menor indiferencia a estos discursos, y por ende también de los que tienen niveles más altos de desaprobación a los mismos. No es casual que los millennials, que son la generación del alquiler, del empleo precario, que vio desvanecerse las certezas económicas en sus caras, sea la más propensa a los discursos autoritarios. La desigualdad crece y el capitalismo continúa incentivando al consumo de bienes y servicios que cada vez menos pueden tener.
No hay que perder de vista esta frustración a la hora de elaborar estrategias para discutir los consensos democráticos. Para defender la democracia es necesario también achicar la desigualdad, volver a dar una perspectiva de futuro habitable. Hoy la atribución de responsabilidades centrales de la crisis económica está puesta en la política, en aquello que Milei nombró “la casta”. Es nuestra tarea proponer una agenda concreta en donde la política vuelva a ser una vía para el cambio. Y no se puede decir si no lo vamos a hacer, porque eso genera una profunda frustración y descrédito de la política. Error que explica gran parte de los problemas de credibilidad del actual gobierno nacional.
Cuando un grupo se siente en peligro -y en este caso sobran elementos que lo justifiquen- la reacción instintiva es encerrarse en sí mismo y reforzar su identidad. Esto se hizo los primeros días, ahora es momento de ampliar. Salir a hablar en todas las plazas, esquinas, escuelas, clubes, redes, en todas partes y con todo el mundo. Pensar actividades destinadas a reconstruir los lazos sociales rotos en todos los espacios. Estudiar las dinámicas de las redes y cómo disputar su territorio, enseñar a dejar de reproducir los discursos que queremos frenar. Tomarnos en serio eso de aprender de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Admitir nuestras limitaciones y rompernos la cabeza para volver a la ofensiva, reconstruir hegemonía y frenar la escalada de violencia política en general y contra Cristina en particular. No ganará quien tenga razón, sino quien pueda movilizar las emociones correctas, evocar los marcos que más lo favorecen, sensibilizar la opinión pública y, sobre todo, acompañar sus discursos de acciones con una mejora real de las condiciones de vida.
Nació en 1990 en la Ciudad de Buenos Aires. Estudió sociología y desde los 18 años comenzó a participar en política. Con el tiempo encontró en el cruce entre la sociología y la comunicación su mejor aporte para transformar la realidad y decidió especializarse en la comunicación política.
Trabaja en campañas y dirige el dispositivo de acción y de ideas Disputar, un espacio de producción e investigación sobre comunicación política y nuevas derechas que se enmarca en el Instituto Democracia. En el mismo instituto también integra el Observatorio Electoral Latinoamericano.