Magdalena Chirom escribe sobre cómo se fue forjando una ultraderecha con anclaje en los varones jóvenes. ¿Hijos en abierta reacción ante los feminismos?
Hace tan solo unos años la marea feminista parecía un imperativo indeclinable y la juventud era idolatrada en cualquier análisis político progresista. La politización de las pibas de pañuelo verde era noticia a diario. Hoy, como si nada hubiera pasado, se inunda de analistas políticos que narran a la juventud como la principal responsable del avance de la derecha. Hay algo que no cierra, y no solamente la obsesión adultocéntrica de querer endilgar culpas a los jóvenes. Si afinamos la lupa encontramos que el fenómeno de la ultraderecha tiene una adhesión especial en un segmento específico: los varones. ¿Estamos asistiendo a la contrarrevolución de los hijos?
Este artículo se propone reconstruir los nudos de sentido centrales que vienen cocinándose hace años y que aún ahora, con su explosión masiva, parecen ocultos para la burbuja progresista.
¿Donde todo comenzó?
Transitar el secundario, ese territorio de chape y descubrimiento sexual, durante el auge de la cuarta ola feminista y los escraches impactó en la subjetividad de los adolescentes. En buena hora los cimientos de los roles de género asignados crujieron, pero como dice Jorge Drexler “nada se pierde, todo se transforma” y la masculinidad tradicional cascoteada de esos varones no fue la excepción. Lucas Grimson en su libro Disputar el Presente cuenta en primera persona, y la de sus amigos, como fue ese proceso de transformación en el cual se produjeron “reclusiones extremas, inhibiciones prolongadas, quiebres totales de grupos de amigues y deserción escolar”. “Aparecía la pregunta de si ser un varón era un problema en sí mismo y oscilábamos entre ese autocuestionamiento y una completa resignación, al creer que, entonces, no había nada para hacer” cuenta Lucas. Angustia e incertidumbre mediante, algunos varones decidieron el cuadrante de la deconstrucción mientras que otros adoptaron una posición defensiva.
Las redes sociales se volvieron un espacio de contención en donde podían refugiarse, una cámara de eco en donde poco a poco se fue rompiendo el espiral del silencio y aquellas posiciones que parecían solitarias empezaron a parecer mayoritarias. En ese marco, con el correr de los años, se fue cocinando a fuego lento una reacción conservadora en los varones heterosexuales, especialmente los jóvenes.
El orgullo macho
“A mi me gustan las mujeres, ¿alguien debería felicitarme por ello? (…) ¿Hice algo para ser heterosexual? No. Como decía la comunidad gay antes, cuando eran felices, ´no se hace, se nace´”.
Tipito Enojado, el youtuber argentino habla a cámara en el living de una casa de clase media cualquiera decorado con luces de colores. En primer plano, su cara cubierta por un antifaz blanco con palabras grafiteadas en negro. “Dictador” resalta. En el video que supera el medio millón de reproducciones el youtuber comenta una charla sobre masculinidades del INADI grabada en secreto. A medida que avanza, levanta más la voz para develar “la injusticia que sufren los hombres blancos heterosexuales”. “¿Cómo alguien, que dice que sólo quiere que lo acepten, lo único que hace durante todo el video es marginar gente por su género y su color?”, se pregunta.
Para Tipito “igualar violencia con masculinidad” no solo es un acto simplista y discriminatorio, es un peligro para las mujeres: “Una chica de 15 años cuando conozca a un violador o un golpeador, porque existen, va a creer que es normal. (…) ¿por qué?, porque creamos una retórica en donde el hombre es asesino”. Según dice, el feminismo es el culpable porque normaliza la violencia existente de los hombres hacia las mujeres.
El movimiento feminista, subraya, está construido para manipular a las personas, sobre todo a las mujeres jóvenes. “Te pido que confrontes a tu familia, a tus amigos y a la norma incluso. Te pido que pienses, te pido que no calles” dice el youtuber. Con la misma consigna del hashtag acuñando por las feministas #YaNoNosCallamosMás, pide a su comunidad que sea valiente, que se anime a gritar sin vergüenza lo que realmente son. Una inversión del histórico mensaje sobre el orgullo de la colectividad LGTIBQ+ aplicada a varones cis heterosexuales.
Mientras, repite una y otra vez un latiguillo: “por cierto, lo pagás con tus impuestos”.
Ser un alfa
En Reddit, que empezó a crecer en este segmento de varones, un joven de 24 recién separado pide consejos para “ganar en un boliche”.
- “Mejorar la cogestibilidad (ir al gimnasio, vestir bien, tener dinero, tocar en una banda de rock)” le contesta uno.
- “Ya fue, mejor sigo virgo y viciando en el red dead redemption 2” dice un tercero en respuesta.
Otro usuario recomienda la teoría de la Red Pill basada en la analogía de la película de Matrix en donde la píldora roja servía para despertar y la azul para olvidar. Algunos lo critican argumentando que es un libro contra las mujeres. Esto provoca un debate con otros miembros:
- “Tiene mala fama porque se llenó de fracasos de la vida que usaron los datos duros que expone redpill como excusa para victimizarse y seguir siendo eso, unos fracasados(…), pero da una perspectiva muy valiosa” dice el usuario en defensa del libro.
- “Cuestiona la realidad y la forma de vivir en la sociedad de hoy de los hombres, y el primer encontronazo con ese baldazo de agua fría es rechazo y enojo” agrega otro para justificar por qué la teoría provoca en un principio rabia. Y también aclara “en ningún lado del libro se menciona que a las mujeres haya que tratarlas como objetos o son todas iguales”.
La teoría tiene un lenguaje financiero que les suena familiar: existe un mercado sexual en el cual cada persona tiene un valor de acuerdo a la oferta y la demanda. La clave estaría en comprender lo que más demandan las mujeres y en mejorar el valor de los varones. Principalmente la autoestima que estaría dañada por una sociedad que les dice que ser quienes realmente son, varones, es malo. La estructura del libro se parece a uno de autoayuda.
Uno de los pilares es el concepto de la «hipergamia» que afirma que la mayoría de las mujeres tienden a querer estar siempre con hombres de mayor estatus social y económico. Lo reconfirman cuando navegan por tik tok y encuentran decenas de videos de mujeres recomendando elegir varones con plata y buen trabajo. La muerte de Disney devino en una fiebre utilitarista y deshumanizante. Si no va a haber felices por siempre que haya cenas caras, autos de lujo y viajes. Tener plata pareciera entonces la mejor forma de conquistar si no sos naturalmente un “Chad” (es decir, un varón hegemónico en este léxico).
A esto se suma el riesgo a ser escrachado y cancelado que conllevaría tener relaciones sexoafectivas. La mujer es vista como un adversario que pretende manipular a los hombres mediante la destrucción de su autoestima. Los hombres se convierten en víctimas. Esto se mezcla en el caldo de cultivo de la desorientación que trajo para muchos varones la visibilización de algunas lógicas de poder machista, lo cual afectó las dinámicas de relacionarse que conocían. En ese marco las propuestas que se presentan como autoayuda negando los fundamentos del feminismo y limitando la empatía con las mujeres proveen una solución para la angustia y la politizan en la dirección opuesta. La tarea no sería deconstruirse, sino fortalecer la masculinidad o, de lo contrario, retirarse a un lugar seguro alejado de mujeres. Hay dos caminos posibles: o aprender a ser un alfa para conquistar y dominar a las mujeres (y evitar ser sometido por ellas) o convertirse en un incel (célibes involuntarios).
El “lobby LGTB”
“¿Qué diferencia hay entre un homosexual y un heterosexual, ¿por qué hay que pagarle al homosexual? No hay que pagarle a nadie y ya, lo que hay que hacer es la-bu-rar”
2,6 millones de personas vieron el video de Tik Tok de Iñaki Gutierrez, un influencer de 21 años de Libertad Avanza. Con una bandera de los colores del orgullo de fondo, Iñaki denuncia (con una fake news) que ANSES pagará un bono a personas que “pertenezcan al lobby lgtb”. También ataca las politicas de discriminación positiva de las mujeres. El Estado no solo no los ayuda a conseguir trabajo, sino que desnivela la cancha para los varones heterosexuales.
No niegan que exista algún que otro “machista” que todavía elija no contratar mujeres o disidencias, pero creen que no es la regla, son casos aislados, locos sueltos, sobre los que debería actuar la justicia. La idea feminista de un machismo generalizado se explica para ellos a través de la falacia del cherry picking: ellas muestran siempre los casos que favorecen su relato y ocultan los que no.
Ni las estadísticas sobre los salarios más bajos de las mujeres, ni las historias de vida trans discriminadas en el mundo del trabajo importan: ellos tampoco la tienen fácil en el ámbito laboral. La precariedad los atraviesa a todos por igual, dicen.
Del antifeminismo a la ultraderecha
La encuesta nacional elaborada en enero de este 2023 por la consultora Zubán y Córdoba difundió que Javier Milei es el candidato que tiene mayor intención de voto a presidente entre los más jóvenes.
En la Ciudad de Buenos Aires, el consultor Germán Oliveto publicó en octubre de 2022 una encuesta que decía que uno de cada dos jóvenes tiene intención de votar a Milei. Lo mismo dicen miles de análisis que leemos en todos lados. Si nos detuviéramos acá la correlación entre edad e intención de voto resulta evidente, pero ¿y si abrimos por género? El mismo estudio observa que en el segmento de 16 a 29 años los varones que votarían a Javier Milei superan el 65%, mientras que de las mujeres tan solo el 10%.
El informe nacional de Zubán y Córdoba publicó que el 62,4% de los varones jóvenes creen que el Partido Libertario es el que hace más políticas para los jóvenes, pero para el 61% de las mujeres del mismo rango etario el espacio con más políticas para la juventud es el Frente de Todos. “De cada 4 jóvenes identificados con Javier Milei sólo 1 es mujer” afirmó el sociólogo Eduardo Chávez Molina en Página/12. En abril de este año la consultora Analogías había llegado a las mismas conclusiones: Milei es el favorito de los varones.
Igual que muchas jóvenes se politizaron a partir del Ni Una Menos y el pañuelo verde, y desarrollaron preferencia por espacios políticos con agendas progresistas, muchos varones jóvenes pareciera que comenzaron a politizarse a partir del backlash conservador. Así desarrollaron preferencias por opciones políticas con agendas que validan sus emociones y les dan un marco político, como la ultraderecha de Javier Milei. Por supuesto esta no puede ni pretender ser una explicación unicausal al fenómeno de la ultraderecha, simplemente aportar un elemento del que poco se habla en profundidad: su composición de género.
En busca del privilegio perdido
Este fenómeno no se acota a Argentina, sino que sucede a nivel global. En Brasil el núcleo duro de Bolsonaro son varones. En Estados Unidos la mayoría de los seguidores de Trump también lo son. La filósofa política estadounidense Wendy Brown estudió este fenómeno y especialmente el componente moral de la ultraderecha. Para explicar el conservadurismo de estos varones retoma la historia de James Damore, un ingeniero de software de Google que en 2017 se convirtió en una causa célebre de la derecha y de la lucha por la libertad en este entorno.
El ingeniero, cansado de que le recriminen la falta de mujeres en su sector, hizo un memo en el que argumentaba que esa diferencia era por “diferencias de personalidad” entre hombres y mujeres “dadas las diferencias que emanan del sexo biológico en todas partes del mundo”. Por ello los esfuerzos y las campañas de Google para aumentar la cantidad de mujeres en el área eran “injustos, divisores y malos para el negocio”. Acto seguido James fue despedido por violar las reglas de Google y “promover los estereotipos de género”, razón por la cual Damore le inció un juicio a la compañía y comenzó una campaña contra la cultura que “suprimía la libertad de expresión”.
De este caso se desprenden dos elementos interesantes para comprender la reacción conservadora y su politización. El primero, entender cómo funciona la operación por la cual estos varones defienden las diferencias entre hombres y mujeres y al mismo tiempo no se autoperciben misóginos. James jamás estaría en contra de contratar una mujer ingeniera de software si estuviera igual de capacitada, pero argumenta que hay menos por sus propios intereses y habilidades naturales. Por ende termina viéndose obligado a contratar mujeres y discriminar hombres con mejores currículums solo para cumplir con la política de género de la empresa que no se condice con lo que él encuentra en el mundo real. Lo justo para James sería que todos tengan las mismas reglas y que gane el puesto de trabajo quien esté mejor calificado.
El segundo elemento es la reacción que provoca el posterior despido “y humillación” (en boca de activistas de su causa) de James. Cuando James intenta levantar la voz para expresar la injusticia de la cual los varones como él son víctimas es castigado. “No se les permite decir nada”. Por eso para ellos su acto fue de valentía.
“El derecho al privilegio perdido por blanquitud, masculinidad y nativismo se convierte fácilmente en una justa rabia contra la inclusión social y la igualdad política de quienes fueron históricamente excluidos. Esta rabia a su vez se convierte en la expresión consumada de la libertad y de la norteamericanidad (…) o la libertad y el Occidente” afirma Wendy Brown. James, como muchos de estos varones interpelados por la derecha, no ve la explicación histórica y social detrás de por qué hay menos mujeres en la ingeniería. Incluso la niega. No comprende que los hombres están perdiendo un privilegio, cree que están perdiendo un derecho. Y ni siquiera les permiten luchar por sus derechos sin ser cancelados.
Libertad de mercados y moral tradicional
A pesar de lo que comúnmente se repite, no hay contradicción entre la ideología libertaria y ser moralmente conservador. La ultraderecha de Javier Milei retoma a la escuela austríaca, en especial al economista y filósofo Friedrich Hayek como uno de sus principales intelectuales. Para este autor tanto los mercados como la moral tradicional son igualmente importantes para una civilización libre y desarrollada. La tradición moral para Friedrich Hayek fue un diseño inteligente creado espontáneamente por la historia de la civilización y es fundamental para poder convivir libremente.
Para el economista austríaco se pretende destruir este andamiaje moral en pos de instalar uno diseñado por las minorías que requiere de la fuerza, ejercida por el Estado sobre quienes siguen la tradición, para cumplirse. De más está aclarar que esta visión omite la represión machista, racista y clasista que el propio Estado ejerció (y ejerce) en nombre de la tradición moral y que los avances son resultado de la ardua lucha que dan contra ella sectores oprimidos de la sociedad civil. Hayek niega la propia existencia de una sociedad, lo considera una construcción falaz para justificar este rol opresor del Estado.
Para estas personas creer en la libertad de mercado e individual no es incompatible con ser culturalmente conservadores. Son conservadores en relación a un Estado que pretende romper el andamiaje moral que se ha constituido “libremente” y que es clave para el funcionamiento de la civilización. Se sienten conservadores como podría serlo un ambientalista que desea la supervivencia de una especie que se encuentra en extinción por la intervención humana.
El problema es el neoliberalismo
Estos varones jóvenes tienen razón al estar enojados y decepcionados con un sistema que les propone una vida cada vez más precaria. Sin embargo, equivocan los responsables. No es el feminismo quien baja sus sueldos, sube los alquileres o los deshumaniza: es el neoliberalismo.
Por supuesto que hay hombres que sí encarnan una reacción conservadora más cruel y defienden explíticamente la violencia contra las mujeres, pero detenernos en esta minoría intensa nos taparía el bosque.
La ultraderecha utiliza la provocación estratégica como herramienta para tirar la pelota fuera de la cancha y tensionar la opinión pública. Propone patear el tablero. La respuesta no puede ser llamarnos al silencio, ni tampoco reforzar las normativas estatales. La prohibición no gana batallas culturales.
El denominador común es la creciente deshumanización y el individualismo en un mundo que cada vez permite tener menos mientras invita a desear tener más. El problema no es la juventud, ni los varones, es el sistema cada vez más cruel y la narrativa que se construye para interpretarlo. Tal vez sea más conveniente enojarse a la par con el sistema y disputar el sentido de esa bronca que gastar ríos de tinta en demostrar que están equivocados.
Nació en 1990 en la Ciudad de Buenos Aires. Estudió sociología y desde los 18 años comenzó a participar en política. Con el tiempo encontró en el cruce entre la sociología y la comunicación su mejor aporte para transformar la realidad y decidió especializarse en la comunicación política.
Trabaja en campañas y dirige el dispositivo de acción y de ideas Disputar, un espacio de producción e investigación sobre comunicación política y nuevas derechas que se enmarca en el Instituto Democracia. En el mismo instituto también integra el Observatorio Electoral Latinoamericano.