Alternancia, democracia estancada y coaliciones electorales
En América Latina los oficialismos pierden las elecciones presidenciales y la democracia anquilosada no parece reaccionar. En Argentina, el año 2023 tuvo sus primeros comicios en La Pampa.
Hacia mediados del año pasado Andrés Malamud y María Esperanza Casullo debatían si América Latina se encontraba hacia un nuevo giro a la izquierda o si en cambio había un giro hacia la inestabilidad. Aún no se habían desarrollado las elecciones presidenciales en Brasil, pero la imagen negativa de Bolsonaro suponía un inminente triunfo de Lula, sumando la sexta presidencia al Grupo Puebla. Hablar de un nuevo giro a la izquierda en la democracia de la región refiere implícitamente a uno previo, el iniciado por Hugo Chávez en Venezuela en 1999, pasando por articulaciones regionales como CELAC o la actualmente vaciada UNASUR, para llegar a los golpes de Brasil (2016) o Bolivia (2019), o bien las salidas de Cristina Fernández de Kirchner (2015), Rafael Correa (2017) y Tabaré Vázquez (2019).
Los presidentes actuales en funciones han ganado las elecciones alternando el color político: Andrés Manuel López Obrador (2018), Luis Lacalle Pou (2019), Alberto Fernández (2019), Luis Arce (2020), Gabriel Boric (2021), Guillermo Lasso (2021), Gustavo Petro (2022) y Lula Da Silva (2022). Es oportuno aclarar que tomamos a Arce como alternancia por suceder a la golpista Yañín Añez y dejamos fuera de esta categorización a Perú por estar bajo un golpe de Estado. Para ser más un poco más cautos, sostendremos que más que un nuevo giro a la izquierda existe una impugnación a los oficialismos, como la imposibilidad de renovar el mandato. Hablar de un nuevo giro supone revisitar la historia en cada caso. De hecho en tres países, las presidencias actuales obedecen a experiencia inéditas. En Chile la revuelta estudiantil del 2011, tuvo su réplica en la del 2019 y su correlato en el estallido social, desembocando en el proceso para elaborar una nueva constitución y en la llegada de Gabriel Boric al gobierno. En México la experiencia del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), puso fin al bipartidismo en el gobierno del PAN y del PRI. En Colombia, la experiencia de Petro y Márquez introduce a la izquierda, el feminismo y el ambientalismo por la vía democrática en el gobierno del país.
En Brasil y Argentina la identidad política de las coaliciones que supo ganar las últimas elecciones está vinculada al pasado reciente. Esa identidad está construida desde la gestión, desde el Estado y desde las políticas públicas de un gobierno. Esa identidad, hoy se manifiesta en los sectores mayoritarios dentro de las coaliciones que pugnan por dirigir el frente electoral. Una identidad necesaria, pero no suficiente para ganar una elección. Todos los frentes electorales victoriosos han sido (y muy probablemente serán por un tiempo) coaliciones, excepto Bolivia donde la identidad del Movimiento al Socialismo sigue siendo predominante o Venezuela, donde se celebrarán las elecciones el próximo año. Seguramente el ejemplo más paradigmático esté en la fórmula de Brasil de la Esperanza en la cual Lula Da Silva incorporó como vice a Geraldo Alckmin, crítico e histórico adversario del PT.
La identidad partidaria necesita agregarse a una coalición electoral que pueda, al menos, llegar a una segunda vuelta. De todos los casos mencionados, sólo México, Argentina y Bolivia han resuelto la contienda en la primera vuelta, el resto necesitó un ballotage. En los casos de segunda vuelta han sido ajustados, no superando la diferencia de 5 puntos (excepto Chile con 57 vs 44), lo que podríamos leer como un empate de las coaliciones, las cuales a su vez no logran representar una mayoría para valerse del triunfo en primera vuelta.
Algo llamativo ocurre con la tendencia de la primera vuelta, solo tres coaliciones han revertido los resultados para triunfar: Apruebo Dignidad en Chile, Coalición Multicolor en Uruguay y el Partido Social Cristiano en Ecuador.
Estar en presencia de dos coaliciones mayoritarias no conlleva a la premisa de un bipartidismo. Las coaliciones electorales y los partidos son conceptos diferentes, y no perder esto de vista enriquece el debate y evita lecturas simplistas; como por ejemplo abordar uno de los aspectos de la gobernabilidad: la vinculación del Poder Ejecutivo con el Legislativo.
Ecuador tiene un Poder Legislativo unicameral, donde la mayoría es oposición al gobierno. En Brasil ambas cámaras tienen como primera minoría al oficialismo, con cerca del 44% entre todos los partidos de la coalición. Sin embargo el partido con más bancas es el Partido Liberal de Bolsonaro con 14 senadores y 99 diputados. En Argentina y Uruguay hay una simetría con leve ventaja en los oficialismos, en cambio en Chile el oficialismo está en minoría. En Colombia hay mayoría oficialista en ambas cámaras, al igual que en México donde el partido MORENA es amplia mayoría y en Bolivia el MAS predomina en ambas cámaras. Estas mayorías parlamentarias de los partidos obedecen a proyectos a largo plazo y una construcción sostenida de su identidad con la sociedad.
Democracia estancada y capitalismo que no derrama
A principios de este año Scott Mainwaring y Aníbal Pérez-Liñán publicaron un trabajo llamado “Por qué las democracias de América Latina están estancadas”.
Allí los cientistas tratan de identificar en tres puntos la debilidad de las democracias [liberales] de estos tiempos: a) actores que se interponen al ejercicio como son las redes delictivas, fuerzas policiales e intereses de antiguas coaliciones autoritarias; b) gobernabilidad deficiente que conlleva una insatisfacción con la democracia y el surgimiento de fascismos [los autores utilizan la expresión populismo, como outsider de la política] y; c) Estados híbridos, que violan los derechos de los ciudadanos, no brindan seguridad y servicios públicos de calidad y son capturados por intereses poderosos. Aquí hay una estructura burocrática y corrupta que limita la profundización democrática, según sostienen los autores “en algunos países, la policía, los jueces y fiscales, y los agentes estatales actúan en connivencia con grupos criminales”.
Este estancamiento al que se refieren los autores, se explica en que la democracia no logró profundidad, ya sea por impericia de la clase dirigente o los grupos de interés que pugnan para sostener un sistema caracterizado por la mediocridad. El principal síntoma de este fenómeno está en una ciudadanía apática, descontenta con las instituciones públicas y que encuentra en personajes provenientes por fuera de la política partidaria el eco de sus frustraciones. Podemos suscribir a este estancamiento de la democracia liberal, el cual coincide con una concentración de la riqueza sin precedentes. Previo al Foro de Davos en enero de este año, Oxfam publicó el informe “La ley del más rico: Gravar la riqueza extrema para acabar con la desigualdad”.
Allí detallan que desde 2020, el 1% más rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza generada en el mundo, casi el doble que el 99 % restante. Por cada dólar de nueva riqueza obtenido por una persona perteneciente al 90% más pobre de la humanidad, un multimillonario embolsa 1,7 millones de dólares. América Latina pasó de tener 61 a 91 millonarios: en la pandemia surgieron 400 mil personas en extrema pobreza por cada nuevo súper rico.
La concentración de la riqueza y el estancamiento de la democracia son caras de una misma moneda. El descontento y la frustración social recorre las últimas dos décadas. Movimientos como el de Los Indignados en Madrid, “Occupy” en Wall Street, o las revueltas estudiantiles en Chile, reflejan este descreimiento a los canales institucionales. Adam Przeworski en 2010, reparaba en los desafíos inmediatos de la democracia: a) la incapacidad de generar igualdad en el terreno socioeconómico, b) hacer sentir a la gente que su participación es efectiva, c) asegurar que los gobiernos hagan lo que se supone que deben hacer y no hagan lo que no se les ha mandado hacer y, d) equilibrar orden con no interferencia. En aquella primera oleada los gobiernos del campo nacional-popular electos democráticamente, han podido ampliar derechos e incorporar parte de la población a la denominada clase media, generando capacidad de consumo como así también participar políticamente a sectores postergados. La democracia comenzó a dar respuestas a la sociedad y pudo construir los cimientos para que nuevas expresiones políticas puedan construir desde aquellas conquistas.
Hoy, en una sociedad con altísimos índices de pobreza, un salario real doblegado a los aumentos de precios y a una inflación especulativa, déficit habitacional actual y para futuras generaciones se convierten en un terreno propicio para la desconfianza en la clase dirigente histórica y allana el camino a los discursos de odio y violencia.
Elección polarizada y gobernabilidad futura
Este año el Frente de Todos tendrá la primera parada electoral presidencial para ver si esa alternancia que vimos más arriba continúa o logra renovar el mandato. Lasso en Ecuador confirmó la tendencia perdiendo el referéndum convocado por él mismo. Si bien Paraguay este año celebrará también los comicios, quedan por fuera de esta premisa ya que el Partido Colorado lleva dos períodos consecutivos desde el 2013.
Hemos visto que la tendencia marca un escenario de ballotage que desemboca en dos coaliciones simétricas. El éxito de Juntos por el Cambio dependerá de cómo soluciona el armisticio entre el radicalismo y el PRO. El ala más dura en términos discursivos, identificada con Bullrich, tiene un frente interno abierto con “los moderados” y uno externo con el electorado simpatizante de Milei. En Juntos por el Cambio los matices sólo se leen discursivamente, porque los asesores y las políticas a implementar, parecieran ser las mismas a lo largo de todos sus referentes.
La Libertad Avanza aún no ha podido consolidar su armado nacional y ese pareciera ser la mayor limitante para entrar a un ballotage este año, a diferencia del PRO en 2015 cuando supo valerse del radicalismo para su proyección nacional. Será su primera experiencia en una elección nacional y su electorado atraviesa a generaciones, desde Javier Milei a Ramiro Marra, el bolsonarismo parece tener proyección por unos años y se puede valer de los seguidores más vehementes de JxC descontentos en cómo se resuelva la interna.
El Frente de Todos tiene dos tareas urgentes: dirimir de la manera más elegante su interna, ya sea por acuerdos o PASO y por otro lado seguir gobernando con un ejecutivo deslucido y un legislativo con la Cámara Baja inmóvil por una oposición que no dará quórum mientras prosiga el juicio político a la Corte Suprema de Justicia. Podríamos agregar una travesía más en campaña: interpelar al electorado recuperando las banderas por la cual fue electo en 2019.
Un punto no menor a tener presente es el calendario provincial. Hasta el momento doce provincias desdoblaron las elecciones y dos no eligen gobernación. Esas catorce provincias representan un 38% del padrón. La tendencia pareciera similar a la de 2019, cuando sólo en cuatro provincias fueron simultáneas con las nacionales, con la salvedad que hoy el signo partidario de la mayoría de las provincias coincide con el del Poder Ejecutivo Nacional. Como sostiene Facundo Cruz, “al Presidente no le están cortando boleta, sino tocando las fechas”, esto responde al grado de valoración de la imagen presidencial, la sintonía provincial con la nacional o bien la ambición de la gobernación de hacer valer el peso en un armado nacional. Buenos Aires representa el 37% del padrón y el resto, cerca del 25%, se lo reparten solo nueve jurisdicciones.
Hemos visto que ganar no implica gobernar. Las tensiones dentro de coaliciones electorales en gestión implican un mayor desgaste, el Congreso dividido y bloqueado, una ciudadanía apática golpeada por las crisis económicas, la penetración del fascismo, una democracia liberal estancada y niveles espeluznantes de concentración de la riqueza. El frente político que mejor discipline internamente y pueda ofrecer un relato convincente de una democracia simple, efectiva y que enamore a la ciudadanía, estará mejor posicionado. Intentar en esta coyuntura política instancias de democracia participativa y deliberativa, puede ser una decisión que corra los límites del tablero e incorpore a la sociedad. Si la política no recupera el relato de cara a la sociedad y no mejora las condiciones materiales reales, la democracia estancada comenzará a pudrirse y allí perdemos todes.
Rodrigo Picó es licenciado en Ciencia Política (UBA), posgrado en «Plataformas Digitales y Sociedad Interconectada» (UNdAv) y maestrando en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo (UNSaM). Un Hombre Sensible de Flores que responde al nombre «Pipa».