Hoy en día se encuentra en discusión cómo internet, las nuevas tecnologías y la denominada big data modifican nuestra vida cotidiana. ¿Es aceptable ceder datos personales a empresas privadas? ¿Qué pasa si los datos se los queda el Estado? ¿Tenemos miedo a que nos persigan y escuchen?
“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor”
Luis Alberto Spinetta
¿Qué son los algoritmos y la big data?
En los últimos años la discusión más importante sobre avances tecnológicos gira alrededor de la (banalmente denominada) big data y el poder de los algoritmos. Esta última moda poco tiene que ver con alguna mente genial o un brillante descubrimiento científico sino más bien con llevar al extremo metodologías que ya existían previamente. ¿Qué lo hizo posible? ¿Por qué hoy hablamos de la revolución de la big data? En la base de esta moda se encuentra algo mucho menos glamoroso: la digitalización de los procesos sociales y el crecimiento exponencial en la capacidad de cómputo y almacenamiento de información (y por ende su abaratamiento).
El mundo digital permite contar con información muy barata, casi en tiempo real y con niveles de precisión y exactitud mucho mayores. Ya en 2013 se estimaba que la humanidad había producido la misma cantidad de información en los últimos 2 años que en todos los anteriores. También se estima que el 97% de la información recabada todavía no está siendo analizada o utilizada en absoluto. A su vez, otros avances tecnológicos permitieron abaratar el costo de almacenamiento y cómputo de información. Esto permitió tanto el desarrollo de tecnologías en la nube como la posibilidad de tener en nuestros bolsillos una computadora muy potente en forma de celular.
Jugando a ser Dios
Por estos motivos hablamos de procesos llevados al extremo. Hace 50 o 60 años probablemente las necesidades y deseo de conocimiento sobre la humanidad eran igual de intensas que hoy en día. Solamente que las herramientas eran más precarias o se mostraron menos eficientes. El psicoanálisis, la publicidad, los estudios sociales cuantitativos, los focus group y las encuestas, la neurobiología. Todas estas son muestras del interés que despertó, aún en un mundo que hoy parece radicalmente distinto, el conocimiento del cerebro humano, las emociones y los sentimientos. La historia de la humanidad es la historia por entender cómo se toman las decisiones, ya sea en la forma de dios, la naturaleza o la sociedad. Conocimiento es poder, poder es control. ¿Cuál es la diferencia entre estas tecnologías o metodologías? La efectividad. Hoy en día una red social puede brindar información mucho más precisa que un focus group o una encuesta.
Individualidad en un mundo digital
Estamos entonces en un contexto donde mejora a ritmo exponencial la capacidad de entendimiento del comportamiento humano por la disponibilidad de información que trae la digitalización de la vida y el abaratamiento del almacenamiento y cómputo de información. Esto genera habitualmente en el plano individual dos reacciones: la paranoia y el sentimiento de pérdida del control. La paranoia es una de las respuestas más habituales: “me están mirando”, “me están escuchando”. La pérdida de control tiene que ver con el miedo a algoritmos que nos pueden conocer mejor que nosotros mismos.
Ambas respuesta son a la vez lógicas e irracionales. Efectivamente, la mayor parte de lo que decimos y hacemos es registrado. Sin embargo, no hay nadie “mirándonos”, no somos tan importantes. Solemos pensar en el plano individual procesos que son agregados. Para que la información que generamos sea realmente analizada, tiene que formar parte de un proceso más global (donde se analice junto a millones de otros ejemplos) y generar algún tipo de rentabilidad que justifique su procesamiento. Lo que vemos en la realidad es más bien una versión berreta de esas distopías. Empresas con datos, pero sin capacidad para procesarlos o extraer valor, montañas de datos que se acumulan cual basura sin ningún uso inmediato.
En cuanto al conocimiento que nos proporcionan los algoritmos. ¿No es acaso una de las búsquedas principales de la modernidad? ¿Acaso no delegamos esa responsabilidad en textos bíblicos, pastores, horóscopos, los astros o un profesional con título habilitante? ¿En qué se diferencian de un algoritmo? En todos los casos, hablamos de procesar información de la persona para adivinar el futuro. Si simplemente vemos un perfeccionamiento en las técnicas en las que siempre confiamos, llegamos una vez más a que el problema es su efectividad.
Sociedades digitales
Pero lo más interesante viene cuando analizamos las discusiones sobre la tecnología desde el punto de vista de la organización social. ¿Cómo afecta la tecnología y el desarrollo de la big data a la forma en que nos organizamos como sociedad? En general, podríamos agrupar la respuesta en tres modelos que se pueden ir mezclando y entrecruzando. La respuesta liberal, la fanática y la conservadora.
La respuesta liberal dice que la información personal debería hacernos ganar libertad siempre y cuando no sea utilizada por los gobiernos para espiarnos y perseguirnos. En este reino liberal, confiamos más en las empresas y el problema de la manipulación solo puede suceder cuando un Estado quiere torcer nuestra voluntad para acatarlo. Quien probablemente exprese mejor esta posición es el propio Mark Zuckerberg, quien suele plantear que el desafío de Facebook es impedir que las tecnologías que desarrollan queden en manos de Estados autoritarios que puedan usarlas para controlar a la población.
En la visión fanática, la tecnología democratiza el conocimiento y es la garante de un futuro de prosperidad donde podamos organizar la vida social de una manera racional y eficiente. Gracias a la tecnología por fin lograremos suplantar las falsas teorías y la falsa conciencia sobre nosotros mismos y basar nuestras acciones en un conocimiento que, sino es científico, al menos demuestra prácticamente como mejora nuestra vida. Un exponente de esta visión es Kevin Kelly, fundador de la revista Wired. En una entrevista con La Nación lo expresó de la siguiente forma: «Creo que las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y la realidad virtual crearán muchos más trabajos que los que se terminarán. Habrá tareas que la gente hace, incluso sin un título universitario, que se volverán mucho más valiosas en esta nueva economía. Quizás haya que reeducar, pero ya sabemos cómo hacerlo. Creo que el futuro será un muy buen lugar para todo el mundo».
Hay una tercer versión que es la conservadora. Según la misma, la deriva tecnológica nos arrastra hacia un mundo donde las corporaciones van a manipular nuestro pensamiento y obligarnos a actuar en contra de nuestros propios intereses. Por eso, lo esencial es prohibir, limitar y obstaculizar el desarrollo de estas tecnologías para preservar vivas las costumbres y formas de relación de las sociedades anteriores (más o menos recientes). En palabras de Zuazo, “…no hay nada de liberador en la fe tecno-optimista. Más bien se trata de la fe neoliberal llevada a su máxima expresión: la de los individuos aislados salvándose de a uno, acumulando la ínfima parcela de riqueza que dejan los verdaderos ricos para sobrevivir”.
Hay puntos para refutar en todas las visiones. Para los liberales la mayor amenaza son los Estados. Sin embargo, hoy es claro que los Estados y sus mecanismos resultan impotentes frente a los gigantes tecnológicos. Para esto, basta con ilustrarlo con que las cinco empresas tecnológicas más grandes tienen una facturación anual mayor al PBI de varios países europeos sumados. Por otro lado, las elecciones de 2016 en Estados Unidos son la demostración de cómo alterando el funcionamiento de una red social como Facebook tambalea hasta la elección de “el país democrático más grande del mundo”. Incluso en el estereotipo de Estado autoritario, China, los mayores avances tecnológicos y de recolección de información personal lo llevan a cabo empresas como Huawei, Alibaba y Baidu.
En cuanto a la versión fanática, sabemos que nunca una tecnología tuvo un resultado unívoco ni siguió el recorrido que se esperaba previamente. La tecnología, su utilización y apropiación es también materia de disputa; nunca es más fuerte la forma en la que se diseña la tecnología que el contenido que quieren darle quienes la poseen y pueden ejecutar. Por eso, pensar que una simple difusión de la tecnología va a irradiar en el sentido que buscamos sin que haya que dar una pelea por esa dirección es al menos ingenuo.
Por último, la versión conservadora queda muy atada a la denuncia sin imaginar nuevos horizontes, censura algo que ya existe y está difundido en la sociedad y termina realizando planteos extemporáneos que no empatizan con la experiencia cotidiana. No darse la posibilidad de entender una tecnología nos limita anticipadamente a cómo utilizarla en nuestro favor o cómo plantear otro horizonte distinto al actual. Quedamos siempre jugando en otro territorio sin comprender ni el lenguaje ni las reglas de juego existentes.
Las tres respuestas implican pensar el avance tecnológico desde el miedo. Desde el miedo a la política (liberal), desde el miedo a lo anticuado (fanática) y desde el miedo a la novedad (conservadora). Sin embargo, lo que acá proponemos es pensar una agenda que salga del miedo, que salga del incentivo negativo y pueda proponer horizontes o utopías posibles.
Las utopías tecnológicas
Como siempre en la historia, los avances tecnológicos llegan para quedarse. No hay posibilidad de revertir la historia y volver en un sentido contrario. Internet existe, nuestra vida es crecientemente digital, la computación y el almacenamiento se abaratan. Son procesos que están en marcha y no se van a detener. Por eso la tarea para quienes buscamos construir un futuro que incluya a las grandes mayorías excluidas es pensar una manera de orientar este proceso de avance tecnológico en un sentido comunitario y que garantice derechos para las mayorías.
Si nos detenemos un segundo a pensar las posibilidades que nos darían estos avances, son infinitas. Nunca resultó tan fácil pensar una utopía donde estén garantizados los derechos básicos para toda la población, donde la producción dependa menos del esfuerzo físico y haya más tiempo para la recreación, donde se achiquen las distancias sociales y culturales y el conocimiento de la humanidad se ponga en beneficio de la sociedad en su totalidad.
Por eso es necesario poder pensar una utopía que sea tecnológica, que contemple al individuo pero dotado de una perspectiva colectiva. Máxime en un mundo que hizo un culto a la tecnología como parte de la promesa de bienestar individual con la que viene defraudando hace años. La tecnología ya es parte central de la vida de las personas y una propuesta de vuelta a un pasado impreciso sin tecnología carece de potencia como narración alternativa.
Pero también tiene que ser una utopía que ponga en un lugar central al individuo. En un mundo donde el relato liberal es dominante y moldea las aspiraciones personales, el sacrificio sin beneficios individuales ya no resulta una perspectiva alentadora. Pero también es importante situar esta individualidad dentro de un colectivo: por más que el liberalismo haya triunfado, su trampa consiste en que no hay salvación por fuera de la comunidad o de las instituciones. No dejamos de ser seres que viven y necesitan de la comunidad y en momentos de crisis es cuando más aflora esa necesidad.
La tecnología puede servir para eliminar la pobreza y las desigualdades pero también para mejorar la vida cotidiana, para pensar un mundo donde se pueda trabajar menos, disfrutar más, para que se pueda compartir ese tiempo con quienes te rodean. La tecnología nos brinda esa posibilidad, simplemente hay que ponerla en buenas manos, trastocando los paradigmas de quienes tienen la posibilidad de controlar su uso.
Economista, data scientist, estudiante de la maestría en Data Mining, ex-futbolista