El triunfo de Todos es parte de un hito democrático en la historia Argentina. Una amplia coalición antineoliberal dejó un mensaje contundente el 11 de agosto derrotando al proyecto macrista.
Con la democracia se derrotó al neoliberalismo
La última elección da lugar a una resignificación de la democracia. Quienes acudieron a las urnas en 1983 estuvieron marcados de por vida por el hecho de que con la participación electoral se terminaba una época de terror. En aquel momento, más que de la derrota de la primera experiencia neoliberal en Argentina, se trató del fin de una dictadura genocida a partir de la cual se gritó Nunca Más.
Las promesas alfonsinistas de que con la democracia se come, se cura y se educa abrían una perspectiva social de la democracia que quedaría pendiente de materializarse. Posteriormente, el menemismo le sumó más deudas con sus fraudes a la ciudadanía. Y en 2001 se llegó a la crisis del sistema representativo y electoral, al cual desde las mismas instituciones, el kirchnerismo y el macrismo intentaron darle respuestas en las últimas décadas.
La «grieta» que cercó al kirchnerismo en el gobierno permitió que Macri llegara a la presidencia. Pero en la elección del último domingo, el Frente de Todos capitalizó un ataque de jiu-jitsu político. Transformó todo el poder que tenía el gobierno en un arma en su propia contra.
Las promesas de 2015 fueron la principal arma para minar el camino de Macri a su reelección. «Pobreza cero» y «unir a los argentinos», que fueron sus principales ejes de campaña, resultaron una burla explícita a la ciudadanía cuatro años después. Al gobierno, más que la pirotecnia publicitaria y la Big Data, lo sostuvo el poder duro y «la grieta».
Macri llegó a la Casa Rosada y gobernó con el apoyo foráneo del poder financiero (de los fondos buitres, el JP Morgan, el FMI, etc.) y el poder político norteamericano y europeo. A nivel doméstico, sería inentendible el macrismo sin las operaciones mediáticas y judiciales, así como la complicidad de una parte de la oposición durante su mandato. Todo ese poder se concentró en Juntos por el Cambio. Y fue derrotado abrumadoramente.
En noviembre de 2018, Nicolás Dujovne se podía jactar de que nunca se había hecho un ajuste semejante sin que caiga un gobierno en Argentina. Tenía razón. El anti-kirchnerismo lograba mantener el apoyo de una minoría cohesionada que le garantizó gobernabilidad y el apoyo del 32% el último domingo. Lo que le faltó decir al ministro de Hacienda es que sus políticas se enfrentaban en las calles, unían a los opositores y estaban gestando una rebelión en las urnas.
La rebelión no llegó con millones de personas en las calles reivindicando a distintos partidos políticos como en el 83´ ni tampoco con columnas de movimientos sociales y cacerolazos como en el 2001. Tampoco el foco mediático estaría centrado en una represión genocida ni en la corrupción política. La rebelión tuvo lugar en todas las escuelas del país el día de la elección y el mensaje de rechazo a las políticas neoliberales fue más que evidente. Con chequear las palabras más buscadas durante el último año en Google Trends, les debería alcanzar para saberlo a los fanáticos de la Big Data.
Un triunfo joven y popular
El (ahora ex) gurú oficialista, Jaime Durán Barba, en su libro La política en el siglo XXI, hace hincapié en el lugar que ocupa la «clase media aspiracional» en su propuesta política. El macrismo desarrollo ese tejido de diálogo con los sectores más castigados de la sociedad durante 16 años. Macri dejó de reivindicar al menemismo, se sacó el bigote y hasta su propio apellido, antes de sacarse una foto con Melina -que tenía 9 años- en Villa Lugano y lanzar su campaña a jefe de Gobierno en 2007. El macrismo nunca logró ser mayoría en los principales núcleos de pobreza del país (a excepción de la Ciudad de Buenos Aires) pero en las elecciones anteriores los votos obtenidos en esos lugares fueron fundamentales para asegurar su triunfo.
Esta elección tradujo con mediaciones las consecuencias de la crisis expresadas en todos los índices económicos y sociales. Se desarmó la articulación de clases que había construido. En términos sociológicos el resultado electoral, segmentado geográficamente, es rotundo hasta en la Capital Federal. Ganó la Argentina empobrecida por el macrismo que incluye desde los sectores de más bajos ingresos hasta los sectores medios-altos.
Lo mismo sucede con perfil liberal y moderno que interpelaba a una parte de la juventud. El macrismo vino a proponer una «novedad» y a explotar su perfil modernizador, al igual que lo hicieron todas las propuestas neoliberales precedentes en América Latina. Hasta la Juventud del PRO llegó a tener alguna relevancia y referentes como Piter Robledo la representaban. Entre los jóvenes el macrismo nunca fue mayoría, pero en las elecciones anteriores este perfil también le permitió sumar el apoyo de una parte de la sociedad generalmente reacia a las propuestas conservadoras y de derecha.
La juventud también le dio rotundamente la espalda en esta elección. Ganó la Argentina joven sobre la Argentina envejecida. La crisis de expectativas generacionales, la elección de Pichetto como candidato a vicepresidente o el rechazo al derecho al aborto de sus principales referentes puede mostrar el quiebre del dialogo con las nuevas generaciones.
Esas alianzas de clases y generacionales no ganaron una elección por el 2,6% (como ganó Macri en el balotaje de 2015) sino que derrotaron al macrismo como proyecto con vocación hegemónica. Derrotaron a esa articulación de poder entre «el mundo» y los poderes locales que le dieron viabilidad.
La elección del domingo marcará a fuego a las nuevas generaciones que incursionan en la vida política. La derrota democrática del macrismo resignifica el valor de la democracia. No solo será entendida como un mecanismo de selección de dirigentes, sino como una herramienta para derrotar a una elite que responde más al «mundo» que a los intereses nacionales. Quedó claro el domingo que en Argentina votaron los argentinos y las argentinas, y no «los mercados» o «el mundo».
El cantito de la democracia
El cantito «vamos a volver» se entonó por primera vez entre la militancia kirchnerista en la Plaza de Mayo, cuando Macri ganó el balotaje de 2015. Fue escuchado en las primeras resistencias focalizadas en diciembre de 2015 y luego cobró masividad en movilizaciones como las del 24 de marzo.
El mensaje pareció por momentos condenar a un espacio político a la nostalgia y a castrarlo de una mirada de cara al futuro. Se trataba de un mensaje que representaba una derrota desgarradora, similar a la que el peronismo sufrió en 1983 cuando luego de auto-percibirse como una mayoría fue derrotado. Por esas debilidades el cantito fue utilizado burlonamente por el oficialismo, rechazado por el «peronismo racional» y problematizado por el mismo kirchnerismo (que le agregaría «volver a tener futuro» o «volver mejores»).
Macri en sus primeros años de gobiernos no nombró la palabra «Kirchner» ni «Cristina» y pretendió dejar esos nombres en el pasado. Los principales medios de comunicación prácticamente no le dieron lugar a los referentes del kirchnerismo como interlocutores válidos en la realidad política.
Con la acusación de «kirchnerista» se intentó invalidar a un actor político en el debate público. Así lo expresó Vidal en marzo de 2017 cuando, en pleno enfrentamiento con los docentes bonaerenses, les pidió que «sean sinceros y digan si son kirchneristas». La acusación ad hominem hizo que cualquiera que se opusiera a las políticas neoliberales terminara asociado al kirchnerismo. Y, como consecuencia de los resultados electorales de 2015 y 2017, así como de las operaciones mediáticas estigmatizantes, una parte de quienes se oponían al modelo neoliberal empezaron a asumirse como una minoría.
Una parte de esa minoría cantó «vamos a volver» como parte de una minoría intensa desde el primer día. Otra parte de esa minoría la empezó a cantar cuando en su vida cotidiana las políticas neoliberales comenzaban a hacer estragos con los aumentos de las tarifas, la inflación, la pobreza, el desempleo, etc. Y otra parte no la cantó hasta el mismo domingo 11 de agosto por no estar identificada a priori con su espacio político de origen. Posiblemente esa minoría más silenciosa es la que no dejó que las encuestas pudieran analizar correctamente la situación previa a la misma elección.
El «vamos a volver» quedará inmortalizado en la historia en los videos donde se puede escuchar a Alberto Fernández a la cabeza del ingreso de dirigentes al triunfante bunker de Todos. Al lado está Axel Kicillof, que bien representa a los que empezaron a cantarlo en 2015, pero esta vez también lo cantaron Juan Manzur y Sergio Massa, que incluso hicieron política en contra de aquel mensaje durante los últimos años.
Este fenómeno no se explica por conspiraciones políticas. Para dar cuenta de lo que expresa ese mensaje es necesario escuchar también a los trabajadores aeroportuarios que recibieron a Cristina Kirchner, el día posterior a la elección. El «vamos a volver» se escuchó en el aeropuerto mientras el dólar trepaba hasta los 60 pesos. Este canto canalizó la bronca contra el macrismo y sembró la esperanza conducida por el liderazgo estratégico de Cristina. Ese mensaje es el que se capitalizó en cada voto de Todos el domingo y evitó que esa bronca o esperanza fluyan por otras vías.
En 2019 el «vamos a volver» terminó siendo aceptado por quienes lo criticaron, quienes lo rechazaron y por quienes tuvieron miedo de cantarlo. Hasta el macrismo debería agradecer que exista. Es más amable que el «nunca más» que se le gritó a la dictadura o «el que se vayan todos» que desterró al anterior gobierno neoliberal de De la Rúa. El «vamos a volver» fue el canto de una democracia que permite lograr en Argentina algo que no sucede en muchas partes del mundo: derrotar al neoliberalismo.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.