La política internacional del gobierno de Milei marca un camino que podría conducir sincronicamente a la marginalidad y a la perdida de capacidades soberanas.
Una sucesión de conflictos
Los sistemáticos insultos de Milei a los dirigentes progresistas de América Latina ya no son una novedad. El no-vinculo con Lula luego de que el presidente brasileño exigiera unas disculpas públicas por los ataques durante la campaña electoral son una precuela de la escalada de las últimas semanas. Calificar como “ignorante” a López Obrador y como “asesino” y “terrorista” a Petro (nuevamente) llevaron a un nuevo límite las relaciones diplomáticas con México y Colombia. De esta manera Milei completo serios enfrentamientos con los presidentes de los tres países más poblados de América Latina con los cuales no mantiene dialogo y solo tiene relación a través de insultos en entrevistas o redes sociales.
Los diálogos que la canciller Diana Mondino se vio obligada a establecer con las cancillerías de México y Colombia evitaron la ruptura de relaciones diplomáticas y llevaron al ridículo a la máxima autoridad del palacio San Martín. La encargada de relaciones internacionales llegó a declarar que las opiniones de un presidente no tienen ninguna influencia en las relaciones entre Estados y se comprometió a viajar a Colombia próximamente para evitar que se retiren a los embajadores de sus sedes diplomáticas.
Tal como señaló Juan Gabriel Tokatlian en su artículo ¡Adiós América Latina! la deriva aislacionista del gobierno de Milei no tiene precedentes ni en gobiernos por el reivindicados como los de Carlos Menem y empieza a conducir a la soledad de Argentina en la región. Además, es preciso agregar, que la conducta del nuevo gobierno repite patrones similares con otros importantes vínculos bilaterales para el país.
El viaje a Estados Unidos en febrero para juntarse con Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora al otro día de recibir a Antony Blinken en la Casa Rosada o el próximo viaje en mayo al evento Europa Viva 24 liderado por Abascal en España van a contramano de cualquier relación diplomática estable. Con Estados Unidos en un año electoral Milei asume una militancia trumpista que nunca se sabe qué consecuencias podrá tener para las resoluciones del gobierno norteamericano en cuestiones tan sensibles como el vínculo con el FMI. Mientras que en Europa el presidente argentino continúa una militancia ligada a las ultra-derechas que buscan ser marginadas de los sistemas políticos por los gobiernos más poderosos de la región (a excepción de Italia).
Tal vez el caso más escandaloso para hacer referencia es la crisis diplomática que atraviesa la relación bilateral sino-argentina. Desde que Milei llegó a la Casa Rosada las referencias negativas contra el sistema de gobierno chino y su ideología mermaron pero las consecuencias practicas amenazan con ser catastróficas. La retirada de Argentina de la ampliación de los BRICS, el cese del uso de reservas de libre disponibilidad del swap (decidido por el gobierno de China) y el encuentro “informal” de Mondino con la representante comercial de Taiwán fueron algunos de los sucesos que llevaron a una tensión sin precedentes al vínculo bilateral. Las noticias falsas emitidas por el vocero presidencial, Manuel Adorni, respecto a camiones importados de China por el ministerio de Defensa o a la navegación de un buque acusado de pesca ilegal cuando no realizaba esa actividad, tuvieron que ser desmentidas por la misma embajada de la República Popular en Buenos Aires. Lo peor de todo es que esos son hechos menores al lado de las trágicas consecuencias a las que se puede llegar esta deriva de confrontación.
En caso de continuar por este camino el gobierno chino podría tomar decisiones muy dañinas para la economía argentina. La paralización de las represas en Santa Cruz podrían representar una demanda por 30.000 millones dólares, el vencimiento del uso de yuanes de libre disponibilidad del swap podría implicar que Argentina tenga desembolsar 5.000 millones de dólares en agosto o alguna restricción sanitaria o comercial podría derrumbar las exportaciones de porotos de soja o carne. Además, cualquier hipotética ruptura de relaciones podría implicar que China exija el inmediato pago de los yuanes de libre disponibilidad ya utilizados. Cualquiera de estas decisiones sobre las que el gobierno chino tiene injerencia directa podrían generar altísimas dificultades para la frágil economía argentina.
Por qué parias
En la literatura realista sobre política internacional se suele simplificar que en el mundo hay países que determinan las reglas y hay otro grupo de países que las siguen. Ajenos a ambos grupos se suele hablar de los Estados parias. Se trata de aquellos que sin tomar las grandes decisiones deciden romper con el orden global imperante y con sus principales protagonistas. En reiteradas ocasiones se señala como ejemplos a Cuba en la década del 90´ luego de la caída de la URSS durante el famoso “periodo especial” o a países como Corea del Norte que prácticamente se mantienen aislados en sus de las relaciones diplomáticas.
Que haya presidentes que rompen con el status quo local no es una novedad. Trump en Estados Unidos fue un caso paradigmático en el mundo. Su gobierno no solo modificó las coordenadas políticas en su país, sino que también modificó las relaciones internacionales en el plano global. En sus memorias el ex consejero de seguridad nacional de su administración, John Bolton, sostuvo que su gobierno mantenía “el caos como forma de vida”. Otro caso más cercano es el de Bolsonaro en Brasil dónde la crisis política rompió el sistema de partidos que le permitió llegar a la presidencia en 2018. Pero ni Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil por su relevancia geopolítica convirtieron a sus Estados estrictamente en parias.
Una diferencia fundamental entre estos casos y el gobierno de Milei es la relevancia geopolítica de su país. Argentina no tiene el PBI más elevado del mundo ni está cerca de tenerlo en la región de la que es parte donde Brasil lo triplica. Tampoco pertenece ni al G7 ni a los BRICS. Estos datos generales no terminan de representar la situación de extrema debilidad de Argentina durante el gobierno Milei que mantiene una crisis financiera, económica y social con pocos precedentes.
Trump desde la Casa Blanca logró reformular la relación con China iniciando una guerra comercial, desarmar acuerdos comerciales como el TPP, quitarles protagonismo a instituciones globales (OMC, OMS, ONU, etc.) y reformular la relación con la Unión Europea y la OTAN. Mientras que la llegada de Bolsonaro al gobierno coincidió en el panorama global la presidencia de Trump, el intento de instalar a Juan Guaidó como presidente interino en Venezuela y un auge de las derechas en América Latina que permitieron cierta sincronización regional alternativa a la de los gobiernos progresistas que les precedieron.
La coyuntura global y regional no es la misma (y es más compleja) luego de la pandemia, la guerra en Ucrania y el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino luego de los ataques del 7 de octubre del año pasado. Pero si algo a todas luces se mantiene es que el país que preside Milei está lejos de poder ser considerado un hacedor de reglas como lo pueden ser Estados Unidos o Brasil. Su retórica y sus decisiones que atentan contra el orden global existente solo pueden conducir a la marginalidad regional y mundial (a excepción de que otros actores relevantes modifiquen sustancialmente este orden).
Otra comparación a destacar es que al igual que Trump y Bolsonaro Milei comparte el personalismo y la extravagancia pero a diferencia de estos dos líderes hasta el momento careció de las dosis de pragmatismo que ellos mostraron por momentos durante sus gobiernos. El ex presidente norteamericano a pesar de la sinofobia en sus discursos logro momentos de acuerdos en el marco de los conflictos comerciales con China, mantuvo serios diálogos con Putin y hasta tuvo una histórica visita a Kim Jong-un en la zona desmilitarizada que divide a Corea del Sur y del Norte. Mientras que Bolsonaro a pesar de aisladas tensiones con China se mantuvo adentro de los BRICS y le llegó a regalar una remera del Flamengo a Xi Jinping en el Gran Salón del Pueblo de Beijing o mantuvo una buena relación con el gobierno de Putin incluso una vez iniciada la guerra en Ucrania. Al igual que Trump, Milei pretende romper con el “orden global” que considera imperante, pero por el momento fue incapaz de resolver asunto alguno a partir de negociaciones como lo intentó hacer el líder republicano entre 2016 y 2020. Al igual que Bolsonaro, el presidente argentino declara su alineamiento geopolítico con Estados Unidos e Israel pero aún fue incapaz de destrabar ninguno de los conflictos abiertos con otras potencias o mercados importantes para la economía nacional.
Entre Trump y la humillación nacional
Una de las pocas posibilidades para que su gobierno no transforme a la Argentina en un Estado paria en el escenario internacional se podría dar con el triunfo de Trump en las próximas elecciones norteamericanas. Por esta misma razón los gobiernos de Brasil, México o Colombia todavía toleran la frágil relación existente antes de terminar de marginar al gobierno argentino.
Tampoco es preciso sostener que un triunfo de Trump en noviembre de este año conduciría a algún éxito a la política internacional del nuevo gobierno de Milei. Mientras que el candidato republicano demostró ante lo que considera la “agenda globalista” priorizar los intereses de su país estableciendo aumentos de aranceles para importaciones, proponiendo reindustrializar la economía local y fortaleciendo los sectores estratégicos para su seguridad las propuestas Milei parecieran ir en un sentido totalmente contrario en la Argentina. Es posible que una segunda presidencia de Trump permita unas relaciones más estrechas entre ambos países que eviten el sencillo mote de un Estado paria pero la humillación nacional no será menor.
Milei y Mondino no solo dirigen las relaciones internacionales careciendo del conocimiento diplomático básico, sino que carecen de cualquier sustento teórico consistente. Claramente se alejan de cualquier tipo de realismo que priorice los intereses nacionales por sobre “las grandes ideas”. Pero también cuentan con ideas que en política internacional se reducen a un infantilismo absolutamente ridículo. En un mundo donde resurgen enfrentamientos bélicos latentes hace décadas o siglos, dónde hay una disputa deliberada por recursos naturales estratégicos y se negocian permanentemente asuntos comerciales abrir conflictos como lo hizo el nuevo gobierno es al menos poco usual. Es difícil encontrar casos recientes en los cuales las relaciones internacionales se ponen en crisis por reiteradas declaraciones de insultos o desde una cancillería se convoca a enfrentar por twitter a un presidente de otro país.
La profundización de la debilidad de Argentina la pueden usar a su favor países vecinos que apuesten a industrializar las grandes reservas de litio, países exportadores de soja (como EE.UU. o Brasil) que ganen mercados que se pierdan o la industria automotriz brasileña que ya recibe inversiones millonarias en desmedro de las que llegan al país. La carencia de una perspectiva geopolítica que reivindique intereses estratégicos nacionales ya llevó a que Reino Unido se sienta en la comodidad de expandir en 283.000 kilómetros el área de exclusión marítima en el Atlántico Sur. Estados Unidos ya logró un memorándum que permite la instalación de un cuerpo de ingenieros de su ejército en la hidrovía por la que salen la mayoría de las exportaciones del país. Y, Laura Richardson, jefa del Comando Sur, ya no solo viene para bloquear nuevos proyectos con inversiones desde china como el proyecto de Atucha III sino que cuestiona los que funcionan hace una década como la base espacial en Neuquén.
Además de aquellos pasivos en cuestiones de soberanía que dejará inevitablemente el paso de Milei por la presidencia, la ausencia de una concepción sobre la política internacional relativamente sólida puede dejar saldos difíciles de calcular actualmente. La defensa del genocidio del Estado de Israel con más de 30 mil palestinos asesinados, el alineamiento estéril -por ahora- con el gobierno de Zelenski en Ucrania, la apuesta por escalar el enfrentamiento con el gobierno de Maduro en Venezuela o el ofrecimiento de ayuda militar para enfrentar al narcotráfico en Ecuador son indicios de caminos cuyas consecuencias son difíciles de manejar en un escenario global cada día más inestable.
En un mundo con una creciente conflictividad un Estado débil que se margina de los pocos consensos existentes y no reivindica intereses estratégicos nacionales solo puede escalar en su propia humillación. Se trataría de un caso absolutamente paradójico. Carlos Escudé, teórico del realismo periférico que sintonizó con la política internacional del menemismo en los 90´, sostenía que los Estados en camino a convertirse en parias eran aquellos con gobiernos que desafían las normas establecidas reivindicando su propia capacidad de acción (desde la Argentina de Galtieri hasta la Venezuela de Chávez). En esos casos la marginación del orden internacional va de la mano de reivindicaciones nacionales y el problema de fondo sería que por ese camino esas reivindicaciones conducirían a grandes padecimientos de su población (y a derrotas casi seguras).
Con Milei y Mondino dirigiendo la política internacional Argentina parece ir en el extraño camino de la marginalidad con el aditivo particular de que no habría intereses nacionales para reivindicar. Lo que sí se mantendría en este caso con el debilitamiento del Estado argentino es el sufrimiento de la población y la humillación nacional.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.