Un análisis de los últimos hechos sucedidos en Venezuela, enmarcándolos en las nuevas formas de deslegitimación, desestabilización de gobiernos e injerencia en los Estados de América Latina, por parte de Estados Unidos; estrategias, que vienen desarrollándose desde inicios del siglo XXI, lo que denominamos como “intervencionismo 2.0”.
Con el fin de la Guerra Fría, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991, surgió la noción del “fin de la historia” de Francis Fukuyama, que suponía la consolidación del capitalismo y estabilización del sistema internacional basado en el indisputable poder hegemónico de Estados Unidos.
Las secuelas de un conflicto internacional de más de 40 años, dio cuenta de que la paz y la estabilidad del sistema internacional eran necesidades prioritarias para los Estados. Así, en Occidente, la democracia liberal quedó establecida como condición sine qua non para el correcto desarrollo de los pueblos, de las relaciones internacionales y para garantizar la estabilidad económica, ya que se entendía que una de las causas de la Segunda Guerra Mundial había sido la crisis internacional de 1930.
Supuso también una total institucionalización del sistema internacional, bajo la idea de que la esquematización y estructuración del mismo, permitirían un mejor funcionamiento del sistema mundo. La pertenencia de los países a las mismas daba cuenta de su condición de Estado.
Junto con ello, se consolidó, también el derecho internacional como mecanismo legal para la solución de controversias, y para el correcto desarrollo y relacionamiento de los Estados.
Todo esto, nuevas instituciones, nueva economía, nuevo derecho, impedirían el desarrollo de un nuevo conflicto de la envergadura de lo sucedido, pues cualquier controversia debía resolverse de manera pacífica.
Teóricamente, en esta etapa del sistema mundo, se encuentra dentro del paradigma liberal, la tesis de la paz democrática. Sostiene que las democracias modernas no se hacen la guerra entre ellas y teniendo su sustrato filosófico en la “Paz Perpetua” de Kant, hace alusión a la tendencia de los estados liberales a ser pacíficos en sus relaciones mutuas y belicosos en sus relaciones con estados no democráticos.
La relevancia política de esta tesis, subyace en que la extensión de la democracia y el libre mercado, es la política oficial de EEUU y esta política, o por lo menos su retórica, vincula explícitamente la paz mundial a la democracia de los Estados.
Desde aquel entonces, hasta nuestros días EEUU utiliza estas ideas como argumento para intervenir en los países que considere no están cumpliendo con la condición de la paz: la democracia. Los hechos sucedidos en Venezuela, encajan con estas mismas lógicas.
El argumento de su intervención, subyace en que, la Casa Blanca, galardonada como guardiana de la paz y la democracia a nivel mundial, frente a un Estado que considera no cumple con estos cánones, se ve en obligación moral de intervenir. Y sin embargo, observamos que esto no es cierto: en Venezuela la democracia es el gobierno de la Revolución Bolivariana.
¿Quiere la democracia Estados Unidos?
Datos empíricos, dan cuenta de que en Venezuela, la democracia funciona de manera plena. Así, desde la asunción de Hugo Chávez y hasta hoy con el presidente Nicolás Maduro, ha habido 16 procesos eleccionarios entre elecciones nacionales, referéndums y plebiscitos. Se ha plebiscitado una nueva Constitución que garantiza los derechos a la diversidad de género, cultural, a los pueblos originarios, ampliando los derechos a la comunicación, la educación y los derechos sindicales y sociales. Funciona regularmente el Parlamento y una serie de instituciones participativas de carácter comunitario que surgieron a partir de la nueva Constitución Bolivariana.
Extraña, resulta entonces, una dictadura que se plebiscita regularmente, que aumenta el número de escuelas, maestros y alfabetizados, que abre universidades públicas; que mejora las condiciones de vida de las mayorías, que construye casas y barrios populares y que amplía la libertad de comunicación en zonas rurales.
En Venezuela hay una democracia que funciona a pleno, podemos deducir que es entonces, el éxito, y no el fracaso, de la democracia venezolana lo que impulsa esta reacción conservadora.
Teniendo esto en vista, podemos entender como “la defensa de la paz y la democracia, de la estabilidad” se ha utilizado muchísimas veces, como argumento válido para que la gran potencia consolide sus intereses, conceptos tan alejados de una representación gráfica (acá tomamos a Sartori como una referencia a la hora de entender la relación entre el significado y la palabra y la necesidad de crear un lenguaje especial) como estos se han utilizado para justificar las más atroces injusticias.
Cabe preguntarnos entonces, ¿Qué es la paz? ¿Qué es la democracia? ¿Qué supone la estabilidad? Paz, estabilidad y democracia ¿Para quién? Intentar responder estas preguntas nos permitirá quizás entender los acontecimientos que se vienen sucediendo desde que en 1823 EEUU lanzó la Doctrina Monroe.
De doctrina en doctrina
Historizar los hechos nos permite siempre entender el entramado de relaciones, la puja de poder, los conflictos de intereses que dan cuenta de los acontecimientos de la actualidad.
Desde que EEUU se independizó y luego de que se consolidó como Estado-Nación ha llevado adelante una política en el continente americano destinada a disputarle poder a la potencia del momento, Gran Bretaña, en lo que el analista Marcelo Gullo entiende como “Insubordinación Revisionista”.
Desde la primera mitad del siglo XIX, la política exterior de Estados Unidos ha sido esencialmente la misma. La “Doctrina Monroe” de 1823, que surgió como respuesta a las pretensiones de la Santa Alianza europea de intervenir en los estados independientes de América del Sur para restaurar sus colonias al servicio de Fernando VII, inició el camino hacia la ruptura definitiva con la tradición aislacionista de la política exterior norteamericana.
En lo particular la doctrina entendía que cualquier intervención europea en los países de América sería vista como una amenaza para la seguridad de EEUU. Por lo tanto el país del norte tendría el derecho de intervenir en ellos para garantizar la estabilidad y la paz de la región. La doctrina impidió en lo discursivo el colonialismo europeo, sobre todo el inglés, pero abría paso a un nuevo tipo de dominación. Se consolidaba como una amenaza contra cualquier pretensión de cerrar el paso al expansionismo norteamericano.
Ya en 1904, Theodore Roosevelt vino a legitimar el carácter intervencionista de la Doctrina Monroe al establecer que cualquier país podría ser invadido por Estados Unidos. En su estado alterado, la Doctrina de Monroe ahora consideraría a América Latina y el Caribe como territorio para expandir los intereses comerciales de los Estados Unidos en la región, adicional a su propósito original de mantener la hegemonía europea fuera del hemisferio.
Luego de esto, EEUU tuvo pase libre a la intervención en América Latina y el Caribe. Podemos identificar 5 etapas, de acuerdo a las estrategias que utilizo para concretar sus objetivos: 1) Panamericanismo, 2) Periodo de guerras, 3) Plan cóndor, 4) Fin de la historia y por último el ya mencionado Intervencionismo 2.0. Las resumiremos apuntando a una profundización más específica en futuros artículos.
Las 5 estrategias del intervencionismo estadounidense
La primera estrategia, que llamaremos panamericanismo, se inscribe, en el siglo XIX, como consecuencia directa de la Doctrina Monroe. Comenzó en 1889, con la Primer Conferencia Panamericana, realizada en EEUU. Supuso el interés de la potencia del norte por consolidar una unión aduanera con todos los países de América. El objetivo era obviamente intervenir en los Estados a través del dominio de su comercio y economía. A través de esto, impediría el desarrollo industrial de los países de América y en consecuencia truncaría su desarrollo, condenando a dichos países a meros exportadores de materias primas e importadores de manufacturas que se producirían en EEUU.
En segundo lugar, durante los períodos de Guerra Mundial (1914-1918 y 1939-1945), el intervencionismo en América latina tenía como objetivo, una vez ingresado EEUU en la conflagración, la completa alineación de estos países a los actos que pudiese llevar adelante la potencia en el conflicto.
Con la llegada del Presidente Franklin Roosevelt, la política exterior de intervencionismo yankee en América Latina pasa del intento de “unión panamericana” de la etapa anterior a la “política del buen vecino”, a partir de la cual – y ya con Harry Truman en el poder – se crearon la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que tenía como principal objetivo, garantizar el desarrollo económico de la región, como antesala de la estabilidad política y la seguridad hemisférica.
Las políticas de buen vecino comienzan a dejarse de lado, sobre todo frente a la oposición de Argentina que supuso el principal freno para la consolidación de una maquinaria panamericana para la resolución pacífica de conflictos. Para 1942 cuando EEUU ya había entrado en guerra como parte de los Aliados buscó que todos los países rompieran relaciones con el eje. Todos lo hicieron con excepción de Argentina y Chile.
Ya más adelante, el acercamiento de John F. Kennedy a principios de los 60 a Fidel Castro, el debate sobre la Alianza para el Progreso como respuesta a la Revolución Cubana y la posterior retirada de tropas de Vietnam, tuvieron como consecuencia la desestabilización del gobierno y tras su muerte (1963) una nueva política exterior de Estados Unidos hacia América Latina.
Plan Cóndor y el nuevo intervencionismo
El Plan Cóndor fue un sistema formal de coordinación represiva entre los países del Cono Sur que tenía como objetivo perseguir y desaparecer a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles de nacionalidad argentina, uruguaya, chilena, paraguaya, boliviana y brasileña, apoyado y financiado por EEUU, siendo su creador el secretario de Estado Henry Kissinger. Fue llevado a cabo entre las décadas de 1970 y 1980, con el fin de instalar en la región un plan económico neoliberal, con el desmantelamiento de los Estados como articuladores de la vida pública y el desarrollo económico, más un fuerte endeudamiento externo.
Durante esos años, para llevar adelante esta intervención, Washington utilizó el poderío militar de los Marines y la División Aerotransportada 82, la intervención clandestina de la CIA, el consejo y la tutela de sus agregados militares, y las imposiciones de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID). A esto se sumaban las cuotas azucareras, las tarifas preferenciales y otras formas de estímulo del crecimiento económico, además de la activa diplomacia del Departamento de Estado, la financiación y el asesoramiento a los partidos políticos, y el trabajo de la Agencia de Información de EEUU (USIA).
En el período que titulamos “fin de la historia”, la intervención en nuestros países se dio de la mano de la política exterior de George Bush basada en la promoción del neoliberalismo en América Latina y el Caribe a través del “Mercado Común de las Américas”; conocido después como el “Acuerdo de Libre Comercio para las Américas” (ALCA) auspiciado por Bill Clinton a través de la guerra contra el narcotráfico y la aplicación del “Consenso de Washington” que contemplaba la homogeneización de las economías regionales de acuerdo al paradigma neoliberal. Luego del 11-s el intervencionismo de la mano de la Doctrina Bush (hijo) se profundizará, por ejemplo con la campaña de acoso contra el gobierno de Chavez en Venezuela.
Finalmente, la más reciente etapa de injerencia en los países de América Latina a la que denominamos intervencionismo 2.0 contiene en su núcleo nuevas lógicas y formas de operar que se vienen desarrollando desde el inicio del S. XXI y que han tenido como resultado los acontecimientos sucedidos en Caracas en las últimas semanas.
En palabras de la presidenta legítima de Brasil, Dilma Rousseff: “En el pasado con las armas, y hoy con la retórica jurídica, nuevamente pretenden atentar contra la Democracia y contra el Estado de Derecho”.
Guaidó y el apoyo internacional
La autoproclamación de Guaido como presidente de Venezuela, y el apoyo del presidente Trump así como de algunos países del Cono Sur, tales como Argentina y Brasil, dan cuenta de un método que consiste en desestabilizar el gobierno constitucional legítimo y vigente, mediante el no reconocimiento de éste por el resto de los actores del sistema internacional.
Al respecto, Esther Barbe nos dice que los Estados, para consolidarse como tales, deben ser reconocidos por el resto de los actores internacionales, legitimando estos su condición. Teniendo esto en mente, el no reconocimiento del presidente Maduro tras las últimas elecciones realizadas en Venezuela, tanto por una serie de países y por un conjunto de instituciones internacionales, tales como la OEA, junto con el reconocimiento de un presidente autoproclamado, da cuenta de una acción meditada y consciente de Estados Unidos que tiene como objetivo impedir el ejercicio de la gobernabilidad en Venezuela.
Estos hechos se enmarcan en una ruptura total de los principios del derecho internacional, que mencionamos al principio, tales como la no injerencia en los asuntos internos de los Estados y la autodeterminación de los pueblos.
Y han sido posibles en razón del boicot económico, de la guerra comercial, de los bloqueos, que se vienen realizando en Venezuela desde el inicio de la Revolución Bolivariana. Ejemplos claros de esta situación, son el golpe de estado a Chávez en 2002, apoyado explícitamente por EEUU y la guerra económica iniciada en 2003, que tuvo foco en el paro petrolero con el apoyo de la oligarquía venezolana. El objetivo no es diferente al de siempre: derrocar al gobierno actual y desarticular todos los poderes del Estado para luego derogar o reformar la Constitución Bolivariana de 1999 a fin de controlar el país con la mayor reserva petrolera del mundo.
Este conjunto de acciones sienta un precedente y constituye el inicio de una nueva etapa de injerencia, de nuevos modus operandi, de “golpes suaves” que se pone en evidencia con los diversos intentos y golpes efectuados que llevó adelante EEUU, a lo largo del siglo XXI, como los intentos de golpes de Estado en Venezuela (2002), Bolivia (2008) y Ecuador (2010) o los golpes de Estado directamente concretados en Haití (2004), Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2016).
Finalmente, y sin ir más lejos, la persecución política y el lawfare realizado a la ex presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner se enmarca en la misma línea.
Esta estrategia utilizada por EEUU para derribar al Gobierno de Nicolás Maduro tiene como objetivo la creación de un “Estado Paralelo” apoyado por el Grupo de Lima, países del Cono Sur e instituciones internacionales como la OEA, afirmando la ilegitimidad del Gobierno y reconociendo a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, como presidente legítimo, para allanar el camino de medidas desestabilizadoras.
Lo que pretende EEUU es la imposición en Venezuela de la tesis del «Estado fallido» al demostrarse, según ellos, la ‘ilegitimidad de origen’ del presidente.
La teoría del Estado fallido
El concepto de “Estado fallido” es una idea contemporánea, que da cuenta de las problemáticas, deficiencias e imposibilidad de ciertos Estados para responder a las diversas demandas de sus ciudadanos. Conceptualiza la idea de que un Estado llega a ser totalmente incapaz de mantenerse como un miembro de la comunidad internacional. Para Helman y Ratner, los autores de este término, un Estado fallido pondría en peligro a sus propios ciudadanos y amenazaría a los Estados vecinos a causa “del flujo de refugiados, de la inestabilidad política, conflictos, revoluciones, demás”.
Los Estados Fallidos exigen “intervención humanitaria”, frase que hemos escuchado mucho los últimos días. Se afirma que el mejor antídoto para las disfunciones estatales es realizar una intervención o brindar determinado número de recetas por parte de ciertas organizaciones internacionales o Estados, para ayudar a determinados países que se les considere como fallidos, débiles o colapsados.
Cuando se plantea que las consecuencias de los Estados fallidos no solo marcan el rumbo de su dimensión interna, sino que además desestabilizan la región en que se encuentran se produce un imaginario en la comunidad internacional que lleva a que estos tipos de Estados se los observe regional y mundialmente como focos de conflictos, guerras duraderas, desplazamientos y migraciones forzosas, crisis humanitarias, violaciones de derechos humanos, nuevos tipos de amenaza de terrorismo, tráfico de armas y de drogas, redes criminales transnacionales, etc. La escasez de productos básicos crea descontento popular y parece exigir esta “intervención humanitaria”
La tesis de los Estados fallidos, completamente aliada a la teoría liberal que hemos detallado más arriba, justifica en pos de” la democracia, la paz y la estabilidad de la región y del mundo”, la total intervención cuando, una potencia o bien una institución, de acuerdo a su juicio, considere que un Estado está fallido.
El nuevo intervencionismo norteamericano, tiene como objetivo, en lo general, obtener el control total de la región, consolidar la oleada de gobiernos neoliberales y de derecha en América latina, que se pone en evidencia con la llegada de Macri y Bolsonaro al poder, y en lo particular, saquear el petróleo, el litio y un sin fin de recursos naturales, existentes en Venezuela, tal y como lo logró en Libia e Irak devolviéndolos a las manos de las oligarquías locales.
Se están creando las condiciones para que se desencadene un conflicto interno que agravará la crisis o en el mejor de los casos a una negociación impuesta desde afuera, amenazando la integridad territorial y la soberanía nacional.
Problematizar y desenmascarar la construcción de un discurso dominante donde la democracia real es vista como autoritaria y los opositores promotores de políticas elitistas y neoliberales son los adalides de la “democracia” es hoy, más que nunca, una necesidad apremiante de los pueblos latinoamericanos, en pos de la defensa de nuestras tierras, nuestros pueblos y nuestros recursos.
Como decía Galeano “Las guerras siempre invocan nobles motivos, matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia. Y si por las dudas, tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y, en un inmenso matadero”.
Feminista, del conurbano. Estudiante de Relaciones Internacionales. Surfeando la 4ta ola en Mala Junta/Patria Grande.