Mientras el valor futuro del dólar en nuestro país es una incógnita difícil de predecir y los diferentes sectores sociales pujan para sacar provecho de la situación, publicamos este artículo que analiza de manera muy pedagógica los pros y contras de un tipo de cambio alto para el desarrollo nacional.
El precio del dólar pasó de un valor cercano a los $20 a uno en torno a $25 en mayo. Nuevamente, el mismo día que obtenía media sanción en diputados el proyecto de ley de despenalización del aborto (rechazado luego en el Senado) y comenzaba el mundial de fútbol masculino disputado en Rusia, el tipo de cambio reapareció en escena con una escalada que lo situó al final de esa jornada en alrededor de $28 por dólar. Hacia fines de agosto y principios de septiembre, cotizó en un valor cercano a los $40, acumulando así una suba de alrededor de 300% en relación con mediados de diciembre de 2015, cuando Macri tomó la presidencia, y una de aproximadamente 100% en lo que va del año.
Esto ocurrió a pesar de que el gobierno obtuvo un crédito de tipo stand by de 50 mil millones de dólares por parte del Fondo Monetario Internacional, con un desembolso ya efectivizado de 15 mil millones en junio. La trayectoria del dólar le costó el puesto en junio al ahora ex presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger -quien, no parecería haber dudas, demostró impericia-, al tiempo que pone en evidencia el desconcierto del gobierno y la pérdida de confianza del mercado. Todo ello en un contexto internacional adverso, pero con graves problemas económicos internos, algunos agravados de la gestión anterior y otros generados por el propio gobierno.
No hay dudas de que la suba reciente del dólar acelera la inflación, que acumuló 9,2% en tres meses (mayo a julio) según el Indec a nivel nacional (y sería aún más alta en los próximos meses), aumenta las expectativas inflacionarias (en un marco de prácticamente nula credibilidad en el Banco Central), afecta decisiones como la demanda de créditos hipotecarios, de consumo, inversión, deteriora el salario real y contrae la actividad económica, por mencionar los principales efectos de corto plazo, todos ellos negativos y ya conocidos en Argentina.
Ahora bien, más allá de esta coyuntura nada alentadora, en la que la devaluación del peso no fue buscada ni pudo ser controlada por el gobierno, puede resultar útil preguntarse si un dólar más alto podría ser bueno para la economía argentina en un horizonte de más largo plazo.
La respuesta es que podría, siempre y cuando un tipo de cambio más alto incremente las exportaciones de ciertos sectores industriales a través de una mayor competitividad. Asimismo, un mayor precio del dólar colaboraría con las cuentas externas de la economía argentina, no sólo por el lado exportador en caso de que fuera posible aumentar las exportaciones industriales, sino sin lugar a duda por el lado de las importaciones, al desincentivarlas. Entre estas últimas, podría pensarse incluso una menor salida de turistas argentinos al exterior, reduciendo el abultado déficit de divisas por turismo, superior a 10 mil millones de dólares anuales. Pero lo que no debe desdeñarse de un tipo de cambio más alto es su efecto regresivo en la distribución del ingreso.
El tipo de cambio real
Al hablar de un tipo de cambio más alto, en rigor conviene referirse a un tipo de cambio real más alto. ¿Qué es el tipo de cambio real? Es la relación de precios entre distintas economías. Por ejemplo, cuando se compara cuánto cuesta tomar un café en Brasil o comprar un jean en España en relación con lo que cuesta en Argentina, se comparan los precios de un tipo de bien (café o jean), de características similares y en una misma moneda, entre Argentina y otro país (Brasil o España, en este ejemplo). Para ello se necesita conocer el precio en pesos en nuestro país, el precio en otra economía medido en su moneda y la relación de cambio entre el peso argentino y ésta, es decir, el tipo de cambio. Si se generaliza esta relación de precios para todos los bienes y servicios de una economía, se obtiene el tipo de cambio real bilateral, es decir, entre dos países.
Si consideramos esa misma relación, pero entre Argentina y todos los países con los que comercia, se tiene el tipo de cambio real multilateral, que es el indicador relevante. Éste aumenta en Argentina cuando la relación de cambio entre el peso y el resto de las monedas varía más que la diferencia entre las respectivas tasas de inflación. Puede decirse entonces, siguiendo el ejemplo, que el precio del jean en Argentina se abarata en relación con el jean en España cuando la relación del peso/euro varía proporcional y positivamente más que la relación o diferencia entre el crecimiento del precio interno del jean en Argentina y el de su equivalente en España.
En este sentido, para que efectivamente se logre un tipo de cambio real multilateral más alto, la magnitud de la inflación en Argentina (descontando la de los países con los que Argentina comercia) debería ser menor, para un mismo período de tiempo, que la depreciación del peso. La proporción entre la inflación y la devaluación se conoce en la literatura económica como pass-through. Su grado, entonces, debería ser lo más bajo posible a fin de lograrse una mejora o suba del tipo de cambio real. Asimismo, una vez alcanzada, debería mantenerse por un horizonte prolongado de tiempo a fin de que al menos sea posible examinar sus efectos sobre las exportaciones.
¿Qué cree el gobierno y qué le gustaría?
El equipo económico del gobierno considera que un tipo de cambio real más alto sostenido en el tiempo tendría efectos positivos sobre la producción y la balanza comercial, pero no muestra demasiada preocupación respecto a sus efectos negativos sobre la distribución del ingreso. Por el contrario, si bien es consciente de la delicada situación social actual (y de la caída en su aprobación), el gobierno está dispuesto a que el traslado a precios sea lo más bajo posible fundamentalmente a costa de los salarios. Mientras que la inflación acumulada en los primeros siete meses del año fue cercana al 20% -y podría resultar superior a 40% para todo 2018-, el gobierno considera una pauta salarial de 20% para el año (aunque algunos sindicatos han logrado superarla y es esperable que así sea), siendo originalmente de 15%.
Esto evidencia, al menos en parte, que el objetivo del gobierno es que los precios de la economía argentina queden retrasados lo más posible respecto a la variación del precio del dólar, principalmente a partir de que los salarios absorban la mayor proporción posible de pérdida de poder de compra.
El mecanismo se basa en que, al producirse la devaluación y consecuentemente el aumento de los precios de los bienes que se importan (sean insumos, bienes de capital o bienes de consumo final), y también de los bienes que se exportan (entre ellos alimentos), un aumento lo menor posible de los salarios evitaría generar una dinámica inflacionaria mayor (a través de rondas sucesivas de aumentos). Si bien debe reconocerse que la pérdida de poder adquisitivo del salario colabora en este sentido, principalmente porque el trabajo es un insumo difundido en el sector industrial y por tanto impacta en los costos del sector, el énfasis puesto en los salarios cobra especial relevancia para el gobierno (además de su objetivo de reducir salarios) porque ha decidido desregular y dolarizar los precios de las naftas y las tarifas de los servicios públicos, otros insumos difundidos que afectan los costos de producción y, por tanto, los precios de bienes finales.
La mayor apertura importadora, si bien se argumenta desde el gobierno que ayudaría a contener subas de precios, contribuye a un mayor grado de pass-through, dado que tras la devaluación se encarecen de manera directa los bienes importados, que han crecido en términos de cantidades durante la gestión macrista (sobre todo los de consumo final). Desde ya, hay otros determinantes que no colaboran con evitar un alto grado de pass-through, como el propio proceso inflacionario en que se encuentra inmersa la economía argentina desde 2007. Cabe destacar, asimismo, que el impacto negativo sobre la demanda agregada producto de la caída del poder adquisitivo del salario durante 2018 también cumple la función de reducir el grado de pass-through.
Los dos efectos de un tipo de cambio real más alto
Las tensiones que el gobierno experimenta en la actualidad entre su deseo de un tipo de cambio real más alto a costa de una importante pérdida de poder adquisitivo del salario y el lógico descontento social que afecta negativamente su gobernabilidad, puede comprenderse a partir de los dos efectos ya mencionados. El primero, relativo al resultado sobre las exportaciones industriales, puede despertar algunas dudas y su debate está vigente entre economistas. En cuanto a los efectos distributivos, no caben dudas de las consecuencias negativas para quienes ganan ingresos fijos en pesos (salarios, jubilaciones, asignaciones y pensiones no contributivas). El gobierno podría mitigarlos o al menos reducirlos, sobre todo para aquellos sectores más vulnerables, de bajos ingresos. Pero, en el marco de ajuste fiscal, esto no parecería estar en su agenda. Los mecanismos mediante los cuales operarían los dos efectos son los siguientes:
1) Efecto positivo en el sector externo de la economía. Parte de la bibliografía especializada sostiene que hay una relación positiva entre el tipo de cambio real y el crecimiento económico. ¿En qué se basaría esta relación? En que un tipo de cambio real más alto abarata los costos de producción, medidos en dólares, lo que posibilitaría competir en el mercado internacional. Es decir, un tipo de cambio real más alto favorecería a lo que en la literatura económica se denomina el sector transable, esto es, que produce bienes que se intercambian con el resto del mundo.
Puntualmente, se incentivarían exportaciones en sectores en los que los costos salariales tienen un gran peso respecto a los costos totales de producción y siempre que la competencia opere en mayor medida vía precio (y no, por ejemplo, vía calidad o marca). Esto debido a que lo que justamente se abarata con un tipo de cambio real más alto es el salario medido en dólares. Ejemplos de esto son, entre otros, algunos servicios profesionales como consultoría o la industria del software, lo que da cuenta de que podría alentar ventas al exterior de servicios basados en conocimiento y contenido tecnológico.
Ahora bien, conviene mencionar algunas consideraciones respecto al aumento de la capacidad exportadora a través del tipo de cambio. Por un lado, muchos bienes que se intercambian en el comercio internacional son bienes diferenciados y de marca reconocida, lo que disminuye la competencia vía precio. Por otro lado, los países suelen exigir ciertas normas y estándares de calidad que muchas veces actúan como barreras a la exportación, independientemente de los precios.
Otra cuestión importante que dificulta las ventas externas tiene que ver con la insuficiente (e ineficiente) infraestructura en Argentina, que implica costos de transporte altos para ciertas industrias. Hay aún más consideraciones que deben tenerse presentes, como por ejemplo que, de lograrse un mayor volumen exportador en ciertos sectores gracias a un mayor tipo de cambio real, el aporte en términos de ingresos de divisas y de empleo podrían ser escasos.
Adicionalmente, un tipo de cambio real alto actúa como barrera protectora a ciertos bienes importables, debido a que los encarece. Si bien hay dudas respecto al efecto sobre las exportaciones, casi no las hay con relación al correspondiente a las importaciones. En este sentido, aún si un tipo de cambio real más alto no lograra expandir ciertos sectores exportadores industriales, mejoraría el resultado de las cuentas externas de la economía argentina al encarecer y así desincentivar las compras externas (protegiendo a industrias que venden en el mercado interno). Aunque si éste fuera el caso, no se observarían los efectos positivos de largo plazo sobre el crecimiento y desarrollo económicos.
2) Los efectos sobre la distribución del ingreso. Como se desprende del párrafo anterior, las personas asalariadas tendrían un menor poder adquisitivo en dólares. Es decir, podrían comprar menos productos importados o aquellos que requieren de varios insumos importados (como autos) y también viajar menos al exterior. Al mismo tiempo, su poder adquisitivo (y de todas aquellas personas que ganan ingresos fijos en pesos) se vería disminuido en términos de productos que se exportan desde la Argentina, como por ejemplo carne o aquellos que utilizan trigo. Es decir, alimentos.
Esto, porque los exportadores venderían en el mercado local al mismo precio que en el exterior, más alto en pesos, tras la devaluación. Al respecto, el gobierno podría implementar un adecuado régimen de retenciones a las exportaciones que desacople el precio de exportación de aquél en el mercado interno, y compense en este contexto al menos en parte el efecto de la devaluación sobre los precios, con el fin de proteger el poder adquisitivo en términos de alimentos y así de los sectores de menores ingresos, para quienes el peso de este tipo de bienes en su canasta de consumo es alto.
El régimen de retenciones debería ser adecuado en el sentido de que no reduzca en el mediano plazo los saldos exportables, al tiempo que cumpla el objetivo de compensar los efectos regresivos sobre la distribución del ingreso de un dólar más caro. Un adecuado régimen de retenciones tendría así como base tanto el aspecto distributivo como el productivo y no sería meramente un instrumento fiscalista, tal cual el modo en que lo utilizó el gobierno recientemente. Podría pensarse también que el gobierno podría optar por realizar erogaciones de sumas fijas (suficientes) a sectores sociales que cobran asignaciones, jubilaciones y pensiones no contributivas. Esto último es algo difícil que ocurra, en un marco de ajuste fiscal que el gobierno prioriza, dada su creencia (equivocada) en que constituye la causa última de todos los males de la economía argentina.
¿Sería mejor entonces un tipo de cambio real más alto?
El Fondo Monetario Internacional, así como el gobierno, adhieren a la idea de que es imperioso para la salud de la economía argentina, además de revertir el déficit fiscal, lograr, bajo un esquema de tipo de cambio flexible o flotación sucia, un mayor tipo de cambio real. ¿Qué ocurrirá con esta variable? Difícil saberlo. A la luz de la historia económica argentina, salvo casos excepcionales como en 2002, la devaluación suele ser seguida de una importante inflación que erosiona más o menos rápidamente la ganancia de competitividad lograda por aquella en un primer momento. Por tanto, será necesario observar la dinámica de los precios (y del dólar) en lo que resta de 2018 e incluso durante 2019.
Asimismo, la historia diría que, de lograrse un tipo de cambio real más competitivo, sería prácticamente imposible que se sostenga de manera estable por un período prolongado de tiempo, lo que la literatura especializada pregona que debería ocurrir para ver sus efectos positivos. Estos hechos, sumado a que, como se observa en la actualidad, el dólar no puede ser controlado por la autoridad monetaria, alcanzan para al menos poner en duda en una primera instancia al tipo de cambio como herramienta de política económica que promueva el crecimiento y desarrollo económicos.
Finalmente, ¿es deseable un tipo de cambio real más alto? No se cuenta con la posibilidad de un contraste empírico bajo un período prolongado en Argentina que permita afirmarlo con seguridad. En caso de que tal relación con el crecimiento económico pudiera existir, un tipo de cambio real alto no sería suficiente. Para intentar lograr una mayor capacidad exportadora de la industria argentina, sería necesaria además una política industrial coherente y decidida por parte del gobierno. El riesgo de un tipo de cambio real alto es una peor distribución del ingreso sin un salto exportador.
Ahora bien, sí puede constatarse a partir de la evidencia empírica que sería importante evitar la apreciación cambiaria. La caída sostenida del tipo de cambio en términos reales siempre ha terminado en bruscas devaluaciones y expresando una crisis del sector externo, con todos los efectos negativos que se observan hoy. Quizá, este argumento sea suficiente para al menos intentar evitar la apreciación sostenida en el tiempo del tipo de cambio real.
Lic. en Sociología (UBA) y economista (UBA). Docente universitario, ex baterista y futuro actor.