Del barco al astillero: reflexiones para construir una nueva normalidad en la ciencia argentina

Por Santiago Sosa, Enzo Andrés Scargiali
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La ciencia argentina dio una nueva demostración de su capacidad con el desarrollo del kit de diagnóstico serológico “COVID-AR” y del kit de detección rápida y directa “NEOKIT-COVID-19”. Un repaso por las condiciones excepcionales que los hicieron posibles, con el horizonte en la construcción de soberanía científico-tecnológica.

Tras dos meses de aislamiento social, preventivo y obligatorio, la semana pasada se anunció el desarrollo del kit de diagnóstico serológico “COVID-AR” por parte de un grupo de becaries e investigadores de CONICET liderades por Andrea Gamarnik. Ayer, el Presidente de la Nación, Alberto Fernández, presentó un segundo kit de detección rápida y directa del virus, el “NEOKIT-COVID-19”, desarrollado por el grupo que dirige Adrián Vojnov. Tapas de diarios, entrevistas en medios nacionales, tuits de referentes políticos y hasta memes reflejan la trascendencia de los hechos.

El resonante logro de ambos grupos fue posible gracias a la formación de primer nivel brindada por las Universidades Nacionales y a la profunda convicción de estos equipos que dejaron en stand by sus temas de investigación para abocarse durante casi dos meses, incluidos domingos y feriados, a un proyecto de interés nacional. Sin embargo, la capacidad y el esfuerzo no son las únicas variables en juego.

A lo largo de estas semanas, se fueron encadenando una serie de condiciones políticas, interpersonales y económicas para que estos proyectos llegaran a buen puerto. ¿Es posible transformar situaciones excepcionales como éstas en una nueva normalidad para la comunidad científica argentina? Les proponemos repasar el ejemplo del desarrollo de “COVID-AR” para comprender dónde estamos parados en el camino a la soberanía científico-tecnológica.

1) Decisión y apoyo político para direccionar los temas de investigación

Como afirmó el Ministro Salvarezza en Radio Universidad Nacional de La Plata, hacia principios de marzo se reunió con referentes de la salud, de la industria farmacéutica, la biología y la virología para analizar las perspectivas y posibles aportes a la problemática.

Unos días después, se creó la Unidad Coronavirus, cuyo objetivo central es facilitar infraestructura a proyectos tecnológicos que aporten a tareas de diagnóstico e investigación de COVID-19. La principal discusión en este punto rondaba en cómo desarrollar aportes en una ventana de tiempo corta, compatible con los tiempos de evolución de la enfermedad. Entre otras medidas, se dispuso la inversión de 400 millones de pesos en proyectos que cumplieran con dichos objetivos.

Ya antes de lanzar la convocatoria a estos proyectos, el ministro se puso en contacto con la Dra. Gamarnik, miembro de la Unidad Coronavirus y cuyo grupo de trabajo estaba en condiciones de comenzar a desarrollar un kit de diagnóstico serológico. El 19 de marzo, y con apoyo del Ministerio, se lanzaron los primeros experimentos del laboratorio. El impulso estatal fue un aporte fundamental para reordenar las prioridades temáticas de numerosos grupos de investigación hacia las necesidades concretas de la comunidad local por sobre la posibilidad de publicar en revistas extranjeras de alto impacto.

2) Condiciones materiales estructurales extraordinarias

La Fundación Instituto Leloir (FIL), donde trabaja el equipo de Gamarnik, cuenta con una de las mejores infraestructuras para hacer ciencia experimental en nuestro país. A pesar de los ataques que sufrió la ciencia durante los años del macrismo, la FIL mantuvo sus estándares de trabajo a partir de las donaciones de particulares y otras entidades que colaboran en su sostenimiento. Este capital acumulado por años está materializado en equipos de laboratorio de todo tipo, algunos difíciles o imposibles de comprar hoy en día. Por ejemplo, para poder desarrollar este proyecto particular se necesita un cuarto de cultivo celular, que hoy ronda los 20 a 30 mil dólares (unas 5 veces el valor anual de los fondos de los subsidios más extendidos para investigación). Por otro lado, la FIL ha sostenido los salarios del personal administrativo, técnico y de limpieza, desligando a cientifiques de invertir tiempo en estas tareas, para dedicarse plenamente a investigar. Esta “suerte” no la tienen todos los institutos del CONICET.

3) Redes de colaboradores

El inicio del trabajo en el laboratorio se hizo efectivo con el envío por parte de un laboratorio de Estados Unidos (el laboratorio de Florian Krammer en la Escuela Icahn de Medicina de Mount Sinai) del gen perteneciente a una proteína del virus. Esta proteína (denominada Spike), es la materia prima para poder hacer este test. El segundo punto clave fue el vínculo con investigadores de la Universidad Nacional de San Martín, quienes proveyeron las células y otros materiales necesarios para producir esta proteína.

La formación de redes de trabajo entre científiques, equipos de investigación y espacios institucionales locales y globales es un proceso que lleva más tiempo que la pandemia. No es un acto de magia o un proceso ahistórico; es -con sus aciertos y errores- el resultado del entramado de relaciones que día a día construye la ciencia argentina en sus instituciones públicas y en las Universidades Nacionales.

4) Vínculo con hospitales y con la industria nacional

Hacia el final del recorrido, fue indispensable la existencia de puentes con entidades por fuera del sistema científico: Por un lado se gestionaron rápidamente muestras de pacientes para hacer pruebas provenientes de siete hospitales y centros de salud de la Ciudad de Buenos Aires. En pocos días se hicieron 5000 pruebas que le permitieron a este Test ser aprobado por la ANMAT. En segundo lugar fue clave el contacto una empresa argentina con experiencia en fabricación a gran escala de este tipo de ensayos, en este caso el Laboratorio Lemos.

Lamentablemente, en Argentina este tipo de vínculos es poco frecuente. Cuando un laboratorio tiene la posibilidad de realizar un desarrollo tecnológico, las barreras para conectarse con el sistema sanitario o productivo son altas, sumado a que en general el éxito depende en gran medida de tiempo, esfuerzo y contactos de cada equipo de investigación. En este caso particular, la intervención del Estado y el interés de todos los actores, hizo que estos vínculos se formaran rápida y exitosamente.

Navegar con viento en contra: algunas dificultades que tienen los laboratorios en argentina

Tal vez, lo más destacable de este hecho haya sido el desarrollo del kit de diagnóstico en un corto período de tiempo y en condiciones mucho más adversas que las que tiene un laboratorio en China, Estados Unidos o Alemania.

El grupo comenzó a trabajar basándose en un paper (el formato tradicional de comunicación científica) que tenía las instrucciones para armar un kit de diagnóstico. Imagínense que a ustedes les encargan la inmensa tarea de construir un dispositivo sólo valiéndose del instructivo para hacerlo, ¿por dónde empezarían? Así como ocurre en la cocina, donde a veces tener las recetas no alcanza para obtener un buen postre, repetir experimentos que hicieron otros equipos nunca es fácil. Y esto se debe principalmente a dos factores: en primer lugar porque los papers nunca tienen una información detallada de todo lo que se hizo, son más bien formas de escritura muy compactas, casi como los clasificados en un diario. Llegado este punto, no quedan muchas opciones más que apoyarse en la experiencia personal o de otres. En segundo lugar, porque la mayor parte de los insumos para este tipo de investigaciones son importados, con las consiguientes complicaciones de tiempos y costos. Esto último no es algo menor, y, de hecho, es una de las principales razones por las cuales la ciencia en nuestro país tiene ritmos más lentos que otros países.

Quienes investigamos y trabajamos en Argentina nos formamos en estas condiciones y estamos entrenades para encontrar formas alternativas de hacer los experimentos. Este caso no fue la excepción: hubo que reemplazar varios elementos de la receta original para poder seguir adelante. Un ejemplo es el reemplazo del agente de transfección, lipofectamina (el cual es importado y extremadamente caro) por polietilenimina (de producción nacional).

El desafío de tener un astillero propio

En un reciente artículo publicado en el dossier “El futuro después del COVID-19”, la investigadora del CONICET Paula Canelo nos propone discutir de los desafíos que sobrevienen al Estado post-pandemia, partiendo de la idea de que una “nueva normalidad”, es -y será- un proceso que tiene más preguntas que certezas. En esta línea de pensamiento, discusiones en torno al rol del sistema científico y el Estado las podemos encontrar en todo el mundo.

Hace unos días, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, abrió el debate acerca de las excepcionalidades que atraviesa el campo científico global donde la disposición a compartir conocimientos con otros equipos y los Estados nacionales sobre técnicas de diagnóstico, ensayos clínicos y modelos de desarrollo de investigaciones de forma transparente, se ha vuelto una regla. En este marco no es casualidad el trabajo que viene llevando adelante la Unidad Coronavirus del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación.

La suerte del sistema científico y tecnológico argentino siempre ha estado ligada a las marchas y contramarchas del Estado nacional: ha atravesado dictaduras sangrientas, que llenaron las universidades de terror; gobiernos neoliberales que consideraron a la inversión social, educativa y científica como un gasto a recortar; pero también gobiernos que dieron al sistema el lugar que se merece. En estos breves periodos hubo desarrollos excepcionales, llamados proyectos bandera, que demostraron la capacidad que se tenía para poder articular el sistema científico tecnológico con problemáticas puntuales. Ejemplos de esto fueron el avión Pulqui en 1947, el complejo nuclear Atucha en 1974 y, más recientemente, el satélite de ARSAT en 2014.

Si bien sea quizás apresurado llamarlo “proyecto bandera”, el desarrollo del kit serológico “COVID-AR”, es otro ejemplo de articulación exitosa entre el sistema científico y una problemática concreta. Como bien afirmó la Dra. Gamarnik, en una entrevista realizada por Página/12, Argentina tiene la capacidad de trabajar sobre problemas globales dando respuestas locales. Pero para llegar a estas respuestas -agregamos- la ciencia debe actuar de forma coordinada con el sistema productivo y otros sectores del Estado. ¿Podemos encontrar maneras para que nuestro país deje de producir desarrollos tecnológicos sólo en casos extraordinarios y en condiciones particulares? En medio de la excepcionalidad en la que vivimos, estudiamos y trabajamos, el desarrollo del kit “COVID-AR” puede ser un punto de inicio para comenzar a construir una nueva normalidad en el campo científico local.

Si bien es extremadamente importante la inversión en ciencia, esto no alcanza para que la misma pueda ofrecer respuestas a problemáticas sociales. La construcción de una nueva normalidad para la ciencia argentina nos obliga a dejar de hablar de excepciones cuando tienen lugar estos avances significativos. Para lograr soberanía en este campo, se hace necesario un Estado que genere estructuras que promuevan la articulación entre grupos de investigación, Universidades Nacionales, organismos públicos, organizaciones sociales y el sector productivo.

A pesar de que queda mucho por recorrer para alcanzar una soberanía científico-tecnológica, creemos que estamos en camino hacia su construcción. En un mundo cada vez más cerrado, individualista y competitivo, las lógicas de diálogo asoman como un sendero prometedor. La cooperación por sobre la competencia, a partir de mecanismos transparentes de circulación de la información y de los intercambios, pueden ser un puntapié a esta nueva normalidad que queremos construir.

Fecha de publicación:

Sociólogo, becario doctoral de CONICET en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.  Desde hace dos años coordinan seminarios sobre ciencia, desarrollo y sociedad en la historia argentina en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Santiago Sosa

Biólogo, becario doctoral de CONICET y docente en escuela media. Forma parte del Grupo de Inmunología y Microbiología molecular de la Fundación Instituto Leloir.