Aprendiendo a horadar

Por Santiago Hernández
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La tarea política transformadora como una tarea de pasiones y distancias.

Hace unos días, en un reportaje para la Revista Crisis, Juan Grabois relató sus peripecias como recién llegado a un cierre de listas para las candidaturas de cara a las elecciones generales de este 2019. Con un sabor agridulce, Grabois da cuenta de las falencias del campo popular, el cual, según su mirada, adolece de un “politicentrismo” donde la militancia política sería el sujeto histórico, y no el pueblo y sus organizaciones reivindicativas, una cosmovisión donde el activo militante es el principal sujeto de cambio. Este «politicentrismo» hace que el sistema político rechace la incorporación de pobres organizados y los expulse, por lo que la moraleja es que tenes que ser parte de algún aparato o ser cool. El cierre de listas del campo popular sería la síntesis o cristalización de un sistema basado en la competencia, el rencor, el individualismo. Un festival de antivalores.

La entrevista, recomendable por cierto, es un ir y venir entre la pasión (y sus angustias) y la distancia (y su obligada reflexión).

La pregunta es, ¿podría ser la cosa sin rosca? ¿Sin dueños de la lapicera? ¿Sin secretismo? Quien esto escribe no lo sabe a ciencia cierta, pero probablemente la solución no sea trabajar por cambiar la política exclusivamente. Es decir, no solo se trata de debatir en el seno del campo popular (aunque sería deseable y saludable) cómo se construyen mecanismos de selección con criterios y procedimientos que definan quiénes van a ser sus mejores representantes en una determinada coyuntura, desplegando nuevas herramientas de organización política que trasciendan la actual “cartelización” de los partidos. Sino que también se trata de que la política, como actividad humana, está enmarcada y nos retrotrae a una lucha de valores que están en disputa tanto en “la política” como campo de acción de “los políticos”, como también en “la política” como edificación de la vida colectiva.

Decía Max Weber que “la política consiste en horadar lenta y profundamente unas tablas duras con pasión y distanciamiento al mismo tiempo”.

Las “tablas duras” son aquellos sentidos en común sedimentados, socializados y compartidos por una sociedad; sedimentos que tienen un principio (dominante) de conservación de esa sociedad y el mundo, y un principio dominado (pero en lucha) de transformación de esa misma sociedad y el mundo. Así los distintos sentidos comunes correspondientes a las diversas condiciones objetivas de género, raza o clase son subsumidos bajo el sentido común dominante de una época.

Esas tablas duras de sentido común, si las pudiéramos apilar, tendrían cuatro componentes: la primera tabla serían los Preceptos Lógicos referidos a modos de conocer, de ubicarse, de nombrar y de organizar el mundo inmediato; la segunda serían los Preceptos Morales definidos como los modos de juzgar y experimentar emotivamente el mundo; la tercera aquellos Preceptos Instrumentales dirigidos a la elección de medios disponibles para obtener fines posibles; y, por último, los Preceptos Procedimentales definidos por las reglas regulativas y reglas constitutivas de toda acción social. En cada campo de la vida colectiva y en el seno de cada uno de estos preceptos se desarrolla la tensión particular entre conservación y transformación.

Entonces, volvamos a las preguntas que nos hicimos al inicio y esbocemos nuevamente una respuesta posible, en donde los cambios en la forma de organizarse entre personas y entre organizaciones (un cierre de listas por ejemplo) ahora están relacionados con la conciencia colectiva que se transforma a medida que las acciones cambian. Esbozo de respuesta que nos remite en definitiva a la noción de hegemonía, como la capacidad de hacer general un punto de vista que inicialmente no puede ser más que particular. El cierre de listas sería, en primera instancia, la lucha por el monopolio de la lapicera que permite definir una lógica procedimental que solo podrá ser cambiada con avances, aunque sea parciales, en la lucha política que no es otra cosa que la lucha por la hegemonía y el monopolio en la conducción del sentido común.

De esto deriva la importancia y necesidad del distanciamiento y la pasión. Distanciamiento como mecanismo por el cual se consideran y ponderan las probabilidades de que la propia acción acabe modificando lo dado, porque si nada es imposible a priori, no todo es posible en cualquier momento y a voluntad. Y pasión para emprender una tarea que se observa prolongada, difícil y que pone a cualquier corazón al borde de la frustración y rendición.

Lejos de las pasiones tristes de Spinoza que retrotraen la potencia del ser, debemos encontrar la conjugación precisa entre distanciamiento y pasión porque, por lo menos por ahora, pareciera que vamos a tener que aprender a horadar ya que nada avizora que haya posibilidades de romper lo sedimentado de un solo y certero golpe.

Nuestro país se encuentra en un momento de crisis parcial respecto a sus creencias colectivas comunes y compartidas, reflejadas en una polarización creciente donde pujan, por un lado, los promotores de las pulsiones regresivas basadas en la individualidad, la incertidumbre y el temor, fomentado por los poderes tradicionales y sustentado en parte de los sectores altos y medios que buscan realizar su sentido común meritócrata, excluyente y elitista. En el otro campo se encuentran, de manera muy contradictoria y heterogénea, los promotores de las pulsiones que podríamos definir “nacional-defensivas” basadas en el principio de solidaridad, asociatividad expansiva, autodeterminación y esperanza.

Con un mérito elocuente, el macrismo como fuerza política agrupa la dirección de las primeras pulsiones, logrando subordinar bajo su conducción al conjunto de las expresiones del arco de la derecha antinacional, con la misma capacidad que el capital financiero ha tenido éxito en su capacidad de subsumir bajo su conducción al resto de las facciones capitalistas. Las segundas pulsiones se agrupan en el Frente de Todos/as/es como dijimos, de manera contradictoria, anidando un conjunto de tensiones que se irán develando en tanto y en cuanto primero se logre una victoria electoral en las próximas elecciones.

Es en este campo, y sin perder de vista la tarea principal de derrotar a Macri (y mantener a raya su capacidad hegemónica luego), donde se deben desplegar los elementos transformadores que deben ir desmontando los consensos y expectativas sobre el orden (injusto por cierto) de nuestro mundo inmediato; deben desmontar la tolerancia moral hacia las clases dominantes y desmontar los conformismos hacia las limitaciones objetivas.

Por eso cada cambio en el campo de las pulsiones “nacional-defensivas”, cada tensión, no debe operar como un alerta para redefinir la agenda propia de los sectores transformadores. Debemos estar claros que entre lo dado y lo que queremos conseguir, en ese hiato está la política transformadora que no se reduce a un cierre de listas o a las próximas elecciones, sino que se trata de una carrera de largo aliento donde horadar con pasión y distanciamiento es la tarea.

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Etiquetas: Argentina

Santiago Hernández es licenciado en Sociología (UBA), magíster en Políticas Públicas y Gobierno (UNLa), investigador del Programa de Análisis de la Construcción de Sentido en Plataformas Digitales (PAC) del Instituto de Cultura y Comunicación (ICC) de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Integra el Instituto Democracia.