No es la nafta, es el camino
Una reflexión sobre los vehículos y los combustibles del peronismo, en busca de rumbo y de conducción.
Hace unos días el ex ministro del Interior Wado de Pedro ofreció su análisis de la derrota electoral en el programa de Pedro Rosemblat. Explicó la experiencia de gobierno con una metáfora de viaje. El Frente de Todos se subió a un auto, a mitad de camino los viajantes discutieron sobre el rumbo y no se llegó a destino. La conclusión de algunos ex frentetodistas fue: no llegamos por discutir. A la cual replicó el ministro: no llegamos porque nos quedamos sin nafta. Pero una pregunta surge inquietante por lo bajo, ¿alguien sabía a dónde íbamos?
Repasemos cómo se gestó el triunfo de 2019.
En 2016 el gobierno de Cambiemos realiza un ajuste de shock en favor de los grupos concentrados e inicia un nuevo ciclo de endeudamiento del que aún no salimos. En el campo nacional y popular la derrota y la embestida judicial tientan a numerosos sectores a defeccionar del liderazgo de Cristina. Así en 2017 el gobierno de Mauricio Macri plesbicitó su gestión, mientras que el peronismo esclareció el poroteo de cada liderazgo. Si para Macri el 2017 significó una señal de aceleración que chocó con la firme negativa popular a la reforma previsional de diciembre, para el peronismo significó el nacimiento de una fórmula matemática: con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede. Su autor, Alberto Angel Fernandez. Una brillante formulación electoralista, surgida de las legislativas y con miras a la presidencial del 2019.
De allí en adelante la tarea, en términos electorales, estaba clara. Bastaba unir lo que se tiene (la representatividad de Cristina), con lo que falta (los votos del peronismo no kirchnerista). A esta tarea se abocaron Máximo Kirchner, Alberto Fernandez, en menor medida Sergio Massa y sobretodo Cristina Kirchner. En medio de un recrudecimiento de la estrategia imperial de la persecución judicial (el lawfare), del espionaje estatal sobre su persona, de la enfermedad de su hija, de sus prolongadas estancias en El Calafate oficiando de abuela, Cristina escribió Sinceramente, unió las voluntades pejotistas, realizó una gira editorial por las provincias, capitalizó cada una de las luchas sociales de resistencia al macrismo (el feminismo, las muertes de Maldonado y Nahuel, las movilizaciones estudiantiles, docentes, la caida del empleo, la caida de la producción) y dejó envuelto, empaquetado y en puerta un aparato politico-electoral para ganar la presidencia.
Y entonces llegó el video.
¿Cómo entender el video? Ese video del que todos recordamos dónde y cuándo lo vimos, en que anunciaba su declinación a la presidencia y el ofrecimiento de la candidatura a Alberto Fernandez. Si había recorrido el largo camino de la resistencia interna y externa y había construido un aparato con capacidad de ganar ¿cómo entregarlo en bandeja? ¿a quién?
La historia electoral es conocida, se ganó en las PASO por una brutal diferencia, el macrismo remontó gracias a la estabilización del precio del dólar ofrecido por Alberto pero igualmente el Frente de Todos ganó en primera vuelta en octubre.
Y entonces volvemos a la pregunta de Wado. Desde allí en adelante, ¿se discutió mucho? ¿o faltó nafta? Si Cristina juntó la plata, armó las valijas, compró el auto y cedió el volante. ¿cuándo se habló del destino? ¿cuándo se habló de la ruta?¿Sabía Alberto Fernandez para qué íbamos a volver? ¿Se discutió en alguna mesa dirigencial que significaba volver mejores? ¿Se conversó sobre cómo efectivizar el empezar por los últimos para llegar a todos?
La falta de unidad de criterio entre todos los sectores de la coalición parece apuntar negativamente. El problema no fue que se discutiera en voz alta, ni mucho menos que faltara nafta. El problema es que al momento de salir de viaje ni la dueña del auto, ni el piloto, ni los acompañantes se habían puesto de acuerdo hacia dónde iban, ni que ruta tomar, ni cuándo hacer un alto para estirar las piernas. La falta de unidad conceptual implicó que ante cada bache de la ruta, ante cada circunvalación, a la primera que alguno pidió bajar en la estación, el grupo en su conjunto crujiera. No de otra forma se explican no solo los desencuentros entre los integrantes de la fórmula, sino el loteo de los ministerios por tribus, o peor aún los roces entre funcionarios de todo el andamiaje burocrático. Si no sabemos a dónde vamos, tampoco podemos corregir (o controlar) si los que nos rodean están yendo para el mismo lado. Y en el caos florecen todas las aristas de la personalidad humana con sus imperfecciones a cuestas.
Ahora el viaje es distinto y su destino es conocido, el Infierno. Queremos retomar el volante. Pero es imprescindible que esta vez sepamos bien, todos los que estén en el auto, a dónde vamos, qué ruta tomamos, donde cargamos agua o donde compramos las facturas. Esta vez no hay viaje sin programa.
Ese programa debe estar hecho de la discusión abierta, honesta, frontal y constructiva de cada uno de los problemas argentinos bajo la óptica de cada uno de los sectores. ¿Qué hacer con la deuda? ¿Qué hacer con el sistema tributario? ¿Qué hacer con la informalidad laboral, y los trabajos de plataforma? ¿Qué teoría del valor usar? ¿Cómo alinear precios y salarios? ¿Cómo acumular reservas? ¿Cómo salir del bimonetarismo? ¿Cómo resolver el déficit habitacional? ¿Cómo capitalizar la renta minera, petrolera, agraria? ¿Cómo resolver las epidemias en ciernes? ¿Cómo aumentar las exportaciones garantizando abastecimiento interno? ¿Cómo oponer una resistencia efectiva a la ocupación inglesa en Malvinas? Etc.
Su elaboración teórica debe seguir la forma de un laberinto lúdico. Sabemos que el punto de inicio será el momento en que ganemos las elecciones y que el punto de destino es “la Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Patria” aunque desconocemos cómo serán exactamente cada punto. La tarea consiste en escenificar ambos, uno con un grado mayor de exactitud y el otro con libertad imaginativa. Pero la discusión debe estar centrada en el recorrido, qué trazos seguir, dónde girar, para acercarnos gradualmente al punto de salida, al lugar de destino.
Esa discusión debe además darse metódicamente y en todos los niveles del campo nacional y popular. En el plano vertical, discutirse en cada mesa dirigencial, en cada unidad básica, en cada territorio, sindicato o universidad. En el plano horizontal debe darse con cada uno de los sectores que aspiren a la “Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Patria”. Debe darse en un momento y lugar determinado (¿un congreso anual?), debe contar con las voces de los expertos pero también con las voces de los protagonistas y debe compendiarse por capítulos temáticos (trabajo, industria, agro, minería, pesca, defensa, etc).
Es condición dejar de lado egos y peronometros, insultos, rencores personales y viejas rencillas. La discusión del programa es una instancia distinta y diferenciada (o al menos debe serlo) de la discusión por la representatividad, la identidad, el caudal electoral de cada fuerza o la idoneidad de cada liderazgo para conducir al conjunto. Esas disputas deben resolverse por acuerdo o competencia interna sobre la base de un mismo tronco programático.
Solo un gran programa construido y consensuado por todo el campo nacional y popular es garantía de distribuir roles adecuadamente en lo electoral, lo estatal, lo social y llegar a destino.
Solo con unidad conceptual y unidad de criterio saldremos del laberinto y llegaremos a destino por la ruta indicada.
Alejo Serrano Barbarán, militante del Frente Patria Grande, políglota, nació en Salta el 15 de julio de 1995. Desde 2014 vive en Buenos Aires. Estudió Gerenciamiento Económico Intercultural en la Universidad del Salvador.