Los cuestionamientos de Cristina y las vacilaciones de Alberto dieron lugar a la renuncia de Guzmán y, tras una transición, al empoderamiento de Massa. ¿Qué pasó y qué podemos esperar?
Fue paradójico el resultado del período de “debate expuesto” en la coalición oficialista, que se profundizó tras la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional: la eyección de Matías Kulfas y Martín Guzmán -representantes de un equipo económico que buscó modificar coordenadas sensibles del herramental proveniente del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, incluso luego de que se hiciera evidente que no habría consenso político para hacerlo- no dio lugar a la imposición de las posiciones de la vicepresidenta sino a una versión que promete ser aún más distante de la macroeconomía pre-2015. Los costos de la confrontación, entonces, se repartieron en el binomio presidencial: los pagó Alberto Fernández, quien con la caída en desgracia del equipo económico y la llegada de Massa perdió buena parte de su autoridad política; pero también los pagó Cristina, que ante la emergencia debió optar por la opción menos mala que encontró a la mano, a pesar de los riesgos manifiestos que supone para ella.
Las fugaces designaciones de Silvina Batakis en el Ministerio de Economía y de Daniel Scioli en el Ministerio de Producción pueden ser leídas como intentos frustrados del presidente por retener mayores posiciones de poder al interior de los equilibrios del gobierno. Visto con el diario del lunes, se trató de un periodo de transición que duró el tiempo que hizo falta para que Alberto asumiera la nueva correlación de fuerzas interna que lo desplazó del centro del dispositivo de poder. La crisis financiera en el mercado local y la corrida cambiaria, que se profundizaron tras la salida intempestiva de Guzmán, hicieron que esa transición fuera muy accidentada e improvisada, con un gran costo para la economía del país, que se acercó peligrosamente a una situación de desmanejo de las principales variables, muy peligrosa y de perspectivas imprevisibles.
En ese contexto, la imposición de una nueva correlación de fuerzas anclada en el acuerdo entre Cristina y Sergio Massa, apoyada fuertemente por la liga de gobernadores, dio lugar a la expectativa de una nueva etapa en el gobierno del Frente de Todos, no solo por el recambio cualitativo de funcionarios, sino fundamentalmente por el acceso a la primera plana de un sector político y económico que hasta entonces había estado agazapado, esperando su oportunidad.
¿Quién es Massa?
Massa no solo es el líder de un grupo político -el Frente Renovador-, sino que es la cabeza política de un grupo de empresarios nacionales que juegan con él desde hace años. Es un bloque político-económico que no tiene mayores problemas en hacerse ver de forma explícita, como quedó claro en la reciente jura como ministro, y también hace dos años en su asunción como presidente de la Cámara de Diputados. Vila, Manzano, Brito, Eskenazi, Mindlin, Bulgheroni, entre otros, son algunos de los apellidos claves de este conjunto de capitales nacionales con los que trabaja. Los negocios de este grupo están directamente ligados a las regulaciones del Estado en mercados altamente protegidos, como el caso de la energía, los hidrocarburos, la minería, los medios de comunicación, las finanzas o la obra pública. Al respecto resulta sumamente ilustrativo este podcast del periodista Diego Genoud, quien publicó en 2015 una recomendable biografía no autorizada de Massa y escribe regularmente sobre la cuestión
Volver al origen del Frente Renovador es importante para poder hacer una lectura más precisa. Como es sabido, surge desde el interior del Frente para la Victoria a mediados de 2013 para presentarse a las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires, que gana cómodamente. Además de un primer anillo de intendentes bonaerenses y de un grupo de dirigentes políticos, reúne también a una serie de referentes gremiales y empresariales. Lo que expresa su surgimiento es la ruptura definitiva de un conjunto de sectores del poder económico con el gobierno de Cristina, después de años de tironeos y conflictos. No se trata, por tanto, del mismo conjunto de intereses que habían roto con el gobierno nacional en 2008 y 2009, en tiempos de “la 125”, la estatización de los fondos previsionales y la “ley de medios”, sino de sectores que permanecieron actuando a su interior, trabajando para condicionar la política del gobierno, pero que en 2013 agotaron esa estrategia infructuosa de condicionamiento y optaron por formar un polo político alternativo para darle un cierre a la experiencia nacional-popular que se estaba llevando adelante.
En esa pelea, Cristina se mantuvo firme en la defensa de posiciones nacional-populares, siempre buscando el diálogo y la contención de estos sectores, pero rechazando sistemáticamente su conducción. La ruptura fue la muestra de que ya no estuvieron dispuestos a ser socios auxiliares dentro de la fuerza de gobierno. Luego de ese momento, el divorcio entre gobierno de Cristina y los grupos económicos que actúan en el país fue casi total, posiblemente el período de mayor distanciamiento desde el regreso de la democracia en 1983.
Además, también es importante destacar la construcción de importantes vínculos de Massa con sectores diversos del establishment político de los Estados Unidos, en tiempos en que precisamente se acentuó el distanciamiento del gobierno nacional con la política exterior imperial y se desplegó una orientación más clara hacia la multipolaridad –años 2014 y 2015-, cruzada por el enfrentamiento judicial y en diversos foros multilaterales con los “fondos buitre”, el veto israelí al Memorándum con Irán y la firma de la Asociación Estratégica Integral con China, entre otras cuestiones.
Sin embargo, a pesar del triunfo en las elecciones legislativas de 2013 en Buenos Aires y de su posterior acuerdo con el peronismo cordobés y con sectores del radicalismo (como el caso de Jujuy donde co-gobierna con Morales desde 2015), este bloque político-económico no consiguió establecerse como alternativa principal al Frente para la Victoria, posición que en cambio ocupó Cambiemos. De ahí que durante el gobierno de Mauricio Macri, cuya administración estuvo hegemonizada por sectores del capital financiero internacional y la oligarquía terrateniente, el papel del bloque político-económico del Frente Renovador nuevamente fue de socio auxiliar. Fue importantísimo para la aprobación de algunas leyes centrales, como la que permitió el pago a los “fondos buitre”, y en la provincia de Buenos Aires le permitió sistemáticamente contar a María Eugenia Vidal con las mayorías necesarias para gobernar. Además, trabajó fuertemente para colaborar con la persecución política, mediática y judicial contra Cristina y el kirchnerismo, tal como podía verse en las pantallas del América TV de Vila y Manzano en esos años.
Sin embargo, estuvo siempre fuera del gobierno nacional y nunca consiguió establecerse como eje de la oposición, debido a que la formación de Unidad Ciudadana lo dejó en un cómodo tercer lugar en las elecciones de 2017. Esta era la situación para cuando se produjeron las grandes movilizaciones de rechazo a la reforma previsional de 2017, punto de partida del reagrupamiento opositor, y mucho más cuando llegó la crisis financiera en mayo de 2018, inicio del declive irreversible del macrismo.
Para la formación del Frente de Todos, en mayo de 2019, Cristina buscó integrar a este bloque político-económico. Una especie de reparación de la ruptura producida seis años antes. Pero nuevamente evitó ponerlo en una posición de conducción, rol que en cambio le otorgó a Alberto, creyendo que podría ejercer una síntesis más controlable y fluida del conjunto de integrantes de la nueva coalición. Desde su punto de vista, los desafíos que se abrían en 2019 (terminar con la recesión económica, renegociar con los acreedores externos privados y con los organismos multilaterales de crédito, recuperar la pérdida de poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, entre otros) requerían construir una coalición anti-neoliberal lo más amplia posible, y eso desde luego incluía a este bloque político-económico, pese a los desencuentros recientes.
Con el paso del tiempo, se consolidó una alianza entre Massa y Máximo Kirchner en la Cámara de Diputados de la Nación y en la provincia de Buenos Aires, que progresivamente empezó a funcionar mejor que la relación entre los referentes del cristinismo y el presidente de la Nación. Mientras tanto, Massa comenzó a cuestionar subterráneamente al equipo económico y a proponerse como alternativa. Una vez aprobado el acuerdo con el FMI -que Massa por supuesto apoyó-, cuando comenzó la operación de enfrentamiento sistemático por parte de Cristina con el equipo económico, Massa reforzó sus críticas contra Guzmán y comenzó a intensificar su postulación para reemplazarlo. Esta dinámica continuó durante varios meses y recién consiguió imponerse ahora.
Así fue cómo, finalmente, en medio de la aceleración de la crisis, el bloque político-económico que conduce Massa consiguió llegar a posiciones dominantes en el gobierno, después de largos años de funcionar como rueda auxiliar de otros sectores y de otros intereses. Ahora por primera vez tiene la oportunidad de desplegar su propia política, cuestión que ayuda a entender por qué su grupo festejó de forma desmesurada la llegada a puestos políticos determinantes en medio de una situación tan delicada.
¿Qué podemos esperar?
Volviendo a la paradoja inicial, emerge una pregunta obvia: ¿por qué Cristina decidió apoyar a Massa, si sus críticas a la política de Guzmán apuntaban hacia otro rumbo? Aparecen dos motivos: por un lado, la percepción de que la dinámica económica llegó a una situación demasiado peligrosa, que ponía en peligro al gobierno del Frente de Todos y al capital político acumulado por el kirchnerismo; por otro lado, simplemente porque era la principal alternativa seria que tenía a mano. Sin embargo, esto no puede dejar de lado que el hecho de que la principal alternativa realista fuera entregarle el manejo de la política económica al bloque de poder massista, después de todos estos años, revela la debilidad en la que se encuentra el Frente de Todos y los costos que paga la propia Cristina por ella, en la medida en que se mostró capaz de vetar un rumbo ajeno, pero no de imponer uno propio.
En función de este panorama, desde el punto de vista de los sectores populares la llegada de Massa para implementar una política de estabilización enciende importantes luces de alarma. Al mismo tiempo, ante el pánico generalizado por la posibilidad de una crisis de grandes dimensiones, su nombramiento generó amplios sentimientos de alivio y de expectativa, porque implica un intento serio de recuperación de la autoridad política, que había quedado sumamente deteriorada, faltando demasiado tiempo para las próximas elecciones.
Por supuesto, sería necio atribuirle ingenuidad a la vicepresidenta, quien difícilmente haya entregado un cheque en blanco. Al contrario, es previsible pensar que buscará condicionar la nueva política económica, del mismo modo en que en su momento quiso hacerlo con Guzmán. De ahí que en el devenir de esa relación, en los equilibrios que eventualmente se encuentren, se juegue qué tan regresiva sea la política económica para los sectores populares. No casualmente las primeras expresiones de descontento, inmediatas, surgieron de parte de referentes de los movimientos sociales, advirtiendo los riesgos de dejar afuera del rumbo adoptado los intereses de millones de personas de a pie, excluidas de los mecanismos reparatorios del empleo formal y la seguridad social. De cualquier manera, dado que los intereses del bloque económico-político massista ya convivieron en el pasado con las posiciones nacional-populares de Cristina (aunque nunca hasta ahora habían estado en un lugar de tanto protagonismo), no es posible descartar a priori algún nivel de compromiso exitoso en esta segunda etapa del gobierno, con mayor razón teniendo en cuenta que Massa tiene obvias aspiraciones presidenciales y que un acuerdo con Cristina es necesario para poder concretarlas.
La complejidad de la situación adquiere rasgos dramáticos ante la persistencia de las presiones por parte de sectores concentrados representados por Juntos por el Cambio, que exigen la imposición de un salto devaluatorio y de un profundo ajuste fiscal, y ante la estricta vigilancia de las autoridades del Fondo Monetario Internacional, a quienes se les dio la llave para para darle un golpe de knock out a la economía argentina ante cada revisión trimestral.
Pero la política no es un juego de pocos: también los sectores populares, las organizaciones sindicales y los movimientos sociales participan de esas pujas, que requieren más que nunca su protagonismo y decisión, con mayor razón aun cuando en amplias capas de la militancia cunden el desánimo y el escepticismo. Si en cambio la escena termina por ser hegemonizada por las presiones del mercado y de los grupos económicos, entonces será mucho más difícil que algún acuerdo de cúpulas consiga equilibrar los tantos.
La evaluación de los primeros anuncios de Massa, aún incompletos y con importantes zonas de vaguedad, dejó en claro que el nuevo rumbo aún está en proceso de diseño. La situación está abierta y cualquier compromiso al que circunstancialmente se llegue estará sometido a todo tipo de presiones. Esa es la disputa actual, prolegómeno de una nueva etapa del gobierno del Frente de Todos.
Nací un siglo tarde. Filósofo, historiador y docente. Comprometido con una Argentina Humana.