México: un “que se vayan todos” institucionalizado

Por Santiago Sorroche
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Con MORENA, un partido creado hace solo 4 años, López Obrador venció por más de 30 puntos de ventaja al PRI, el PAN y el PRD, principales fuerzas del sistema político mexicano. ¿Qué está pasando en un México volcado a la esperanza?

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador –AMLO, siguiendo la tradición mexicana de llamar a sus políticos a través de siglas- fue sorpresivo, no por el hecho de haber logrado mayor cantidad de votos, lo que ya había logrado en 2006 y 2012, sino por el hecho de que la masividad del voto hacia MORENA hicieron imposible el fraude que, también, se había dado en esos comicios anteriores.

Hasta el mismo día de los comicios, incluso hasta luego de aceptada la derrota por los demás candidatos, la ciudadanía mexicana miraba incrédula la televisión y esperaba el anuncio oficial del Instituto Nacional Electoral, lo que sucedió una hora después de que Anaya, representante de la alianza PAN-PRD y segundo en las elecciones, aceptara la derrota.

Si bien, esta vez, no hubo fraude, la violencia política que desde hace varias décadas es constante en México, no estuvo ausente en estas elecciones. Más de 140 candidatos fueron asesinados en distintos rincones del país. Estas muertes, que se suman a las miles desde que Calderón (PAN) declarara la guerra al narco y que, durante el gobierno de Peña Nieto (PRI), aumentaron de forma exorbitante (29 mil asesinatos solo en 2017), es una de las posibles explicaciones de este abrumador triunfo, con más del 50% de los votos y solamente haber perdido en un estado de la unión –Guanajuato, el bastión del PAN, tradicionalmente conservador- donde, así y todo, MORENA obtuvo el 30% de los votos.

Además de la incapacidad de los partidos tradicionales -el PRI y el PAN- de lograr un candidato atractivo, la disputa de poder entre ambos llevó a la ruptura dentro del PAN lo que, finalmente, redundó en la renuncia a la candidatura de la ex primera dama Margarita Zavala, ya en plena campaña.

Lo que verdaderamente pavimentó el camino del triunfo de AMLO fue, entre varios factores, la interrelación de cuatro de ellos: la violencia generalizada, la situación económica, la corrupción sistémica y, no menos importante, el constante servilismo del gobierno del PRI frente a las bravuconadas de Donald Trump, que hirió el ya lastimado sentimiento nacional mexicano.

La situación económica

El 1 de enero de 1994 es recordado, a nivel internacional, por el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en uno de los estados más pobres y atrasados de México, Chiapas. Sin embargo, esa fecha marcó otro hito aún más importante para todo el país, la entrada al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).

Para que México pudiera entrar se llevaron adelante una serie de reformas constitucionales y del Estado. El gran andamiaje estatal que se había construido desde el gobierno de Cárdenas comenzó a desmantelarse. Desregulación de mercados agrícolas protegidos que, entre otras cosas, llevó a que estados receptores de migrantes, como lo había sido Veracruz, se convirtieran en los mayores expulsores de mano de obra, tanto a centro urbanos como la Ciudad de México o hacia la frontera norte para trabajar en las maquilas.

Esta política se construyó desde el gobierno, con apoyo de los medios de comunicación, como lo necesario para la modernización de un país presentado como atrasado. La liberalización, eliminación de protecciones estatales y una economía orientada a satisfacer las necesidades del gigantesco vecino del norte, configuraron un derrumbe sostenido de la economía mexicana.

Con tensiones y dificultades, incluso con la famosa crisis del año 1995, México sirvió a este modelo que, además de las famosas maquilas en la frontera, implicó la puesta en marcha de fábricas de automóviles y otros bienes que, como señalamos, estaban orientados al mercado norteamericano.

Este modelo fue tensionado, no por los gobiernos mexicanos, sino por el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos. Su política, claramente orientada hacia los mexicanos, no se restringió solamente al cierre de las fronteras para las personas sino, más raro aún en el contexto de la globalización neoliberal, de las mercancías. A poco de asumir, Ford anunció que la planta proyectada para ser instalada en el vecino del sur sería construida en los Estados Unidos. Además de las constantes bravuconadas y desplantes, que incluía el pago de la construcción por parte de México, del famoso muro que fue una de las principales promesas de campaña.

Esto presentó una doble crisis para el gobierno mexicano. Por un lado, desató la mayor inflación en 17 años, con un promedio de 3,5% en el año 2017, llegó al 6,77%, afectando principalmente a los productos básicos y alimentos. Si consideramos que, actualmente, 30 millones de mexicanos sobreviven de los ingresos obtenidos de la economía informal, este proceso golpea de forma muy fuerte en la mayoría de la población. Estos sectores tradicionalmente han respondido al PRI, con fuerte vínculos clientelares y en los últimos meses han representado un aumento en el descontento con el gobierno.

Por el otro esta política del vecino del norte caló fuerte en los sentimientos nacionales. Constantes denigraciones, ataques y ninguneos, recibieron nula respuesta del gobierno nacional lo que, en la ciudadanía en general, generó un amplió descontento que se manifestó tanto en la calle como en los medios de comunicación.

En este sentido la modificación de las políticas exteriores comandadas por Trump destruyó las bases que, desde 1994, el sistema político mexicano había construido como camino al crecimiento y desarrollo: el libre comercio y el envió de mercancías hacia el vecino del norte y, concomitantemente, el NAFTA.

La crisis política

Estos factores se combinaron con la falta de acción del gobierno que, incluso desde su asunción, se encontraba desgastado por las acusaciones de fraude. Un presidente que fue ridiculizado en numerosas ocasiones y que se presentaba como carente de capacidad de acción.

Numerosos hechos se sucedieron a poco de asumir, como la resolución judicial que eliminó las capacidades de luchas del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), quienes estaban a cargo de la empresa eléctrica de la Ciudad de México y que fue privatizada durante el gobierno de Calderón.

La violencia sistémica que llegó a su punto de mayor indignación y movilización con la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa que, incluso, llevó a un movimiento internacional de denuncia y reclamo de justicia.

El resultado de esta elección, entonces, donde tanto el PRI como el PAN y el PRD perdieron por más de 30 puntos, es un claro mensaje a toda la clase política mexicana. MORENA, creado hace 4 años, representaba la esperanza de México en varios niveles. Su referente, AMLO, expresa una crítica fuerte a la clase política tradicional, la violencia y la corrupción, problemas endémicos del país.

El mismo Peña Nieto se encuentra envuelto en un escándalo por una mansión de 7 millones de dólares en uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad de México y, anteriormente, propiedad de una empresa que se vio beneficiada durante su gestión como gobernador del Estado de México. Esto llevó a que los niveles de aprobación de su gobierno llegaran al 20%, solo un 4% más de los votos obtenidos por el PRI en la última elección.

La pésima elección del PRD, llegando al 2,8% de los votos, mostró lo que AMLO señaló en 2012 luego del fraude electoral: “Se van a quedar con el cascarón”. La renovación que representó el PRD a fines de los ’80, tras 70 años ininterrumpidos de gobiernos del PRI, brindó cierto aire a un anquilosado sistema democrático. Sin embargo, los sucesivos fraudes, que incluyeron el realizado en 1988 contra Cuauhtémoc Cárdenas -hijo del líder histórico del PRI- lo llevaron a ser parte del juego tradicional de los partidos en México. Con la creación de MORENA, el PRD perdió el grueso de su base de sustentación, que se orientó hacia el partido de AMLO.

Una campaña moderna, con apelaciones a diferentes sectores de la sociedad, un recorrido a lo largo y ancho de México, el hartazgo de la violencia y la pasividad del gobierno federal, las pruebas de los vínculos entre el PRI y el narco, la inclusión en las listas de referentes sociales como Nestora Delgado, integrante de las autodefensas de Guerrero y ex presa política del PRI, o Pedro Carrizales, quien busca eliminar la discriminación y segregación de los jóvenes a través de organizar las pandillas para no delinquir.

El gabinete

En lo que respecta al gabinete, AMLO trae una sorpresa para la política mexicana. Estará compuesto de forma paritaria por hombres y mujeres (8 y 8) –lo que sucederá también en ambas cámaras- y, la secretaría de gobernación, uno de los cargos más importantes, será ocupado por la ex jueza de la Corte Suprema de Justicia Olga Sánchez Cordero. Reconocida por sus posiciones a favor de las mujeres y de la despenalización del consumo de estupefacientes.

Por otra parte, y a diferencia de los gobiernos anteriores, la mitad más uno de los integrantes del gabinete han estudiado en la UNAM y no en universidades privadas o del extranjero. La gran mayoría de quienes ocuparán los cargos tienen larga trayectoria y reconocimiento tanto en México como en el extranjero en sus áreas de intervención.

Por su parte, su propuesta original de que Héctor Vasconcelos ocupe la Secretaría de Relaciones Exteriores fue desestimada ya que fue electo como senador. Quien ocupará, entonces, ese cargo es Marcelo Ebrard. Ex jefe de gobierno de la Ciudad de México, quien fue impulsor de la despenalización del aborto en esa entidad federativa. Este cargo, se presenta central para una campaña donde el “fantasma Venezuela” fue usado para atacar a AMLO. En este sentido, y en línea con la doctrina de relaciones exteriores mexicana, Ebrard ya ha anunciado la propuesta de no intervención en Venezuela y respetar la autodeterminación de los pueblos.

Los desafíos

El gobierno de AMLO no va a ser fácil. La oposición ya ha comenzado a atacarlo a menos de una semana de haber ganado las elecciones. Encuentra un país devastado y desangrado. Con altísimos niveles de violencia tanto estatal como paraestatal. Aún sigue pendiente la deuda con los pueblos originarios que, en la mayoría de los casos, se encuentran abandonados a su suerte. Cientos de proyectos federales se presentan como un problema social y ambiental a lo largo y ancho del país.

El gobierno de Peña Nieto logró avanzar con la privatización de PEMEX que, ya en varias ocasiones, AMLO se ha comprometido a revertir. Por otra parte, la reforma educativa avanza y, hasta el momento, se ha hablado de llevar adelante una consulta popular para ver su aplicabilidad o no.

Esta elección, claramente, se presenta –fiel al estilo mexicano- como un “que se vayan todos” institucionalizado, venciendo al Partido Revolucionario Institucional. La corrupción, la muerte y la inseguridad, en todo nivel, se presentaron como los discursos que se movilizaron y que representan, no solo, la esperanza de México sino del todo el continente en esta nueva oleada que, por primera vez, ha tocado su parte norte.

Fecha de publicación:

Doctor en antropología social (UBA). Docente de la UBA y la UNLZ. Becario postdoctoral del CONICET. Ricotero intransigente.