Colombia: ¿puede ser derrotado el neoliberalismo?

Por Javier Calderón Castillo
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Este 17 de junio Colombia afrontará un balotaje presidencial en el que, por primera vez, un candidato progresista, Gustavo Petro, desligado de la partidocracia tradicional, tiene la oportunidad de ser presidente. Frente a él se alza Iván Duque, en nombre del ex presidente Álvaro Uribe.

Por primera vez un candidato progresista, Gustavo Petro, desligado de la partidocracia tradicional, tiene la oportunidad de ser presidente. El coro unánime de la derecha está superado -al menos temporalmente- por la concreción de un proyecto electoral heterogéneo liderado por Petro, en el que están confluyendo sectores juveniles, trabajadores, el campesinado, indígenas, afro-descendientes, docentes y todo el campo democrático y popular organizado.

Estamos ante una situación que hace de la segunda vuelta, el próximo 17 de junio, una jornada inédita y emocionante. Aunque también riesgosa, porque todo el establishment está unificado en torno a la candidatura de Iván Duque, un desconocido personaje que encarna la aspiración de Álvaro Uribe para retornar al poder –con todo lo nefasto que significa para Colombia y para Latinoamérica-. Petro y Duque, disputan un ballotage inédito en Colombia.

El panorama electoral

La oportunidad de llegar a la presidencia, encarnada por un candidato desligado de la clase política tradicional, no es una coincidencia del destino, es el resultado de décadas de resistencias, de ensayos, de errores y del logro ciudadano de acorralar el eje de la guerra como articulador del debate político nacional. Durante los últimos ocho años, el proceso de paz y el cansancio social, comenzaron a filtrar a la opinión pública los debates reales de la situación nacional: la economía, la democracia, la lucha contra la corrupción, los derechos, lo ambiental, la inclusión de géneros y etnias, sintetizadas en las distintas miradas en torno a la paz.

Este corrimiento del debate hacia el eje de la paz, no se tradujo mecánicamente (ni de inmediato) a los resultados electorales, pasaron dos elecciones antes de empezar a concretarse, el referéndum de la paz (2016) donde triunfó la opción pro-guerra y en las elecciones parlamentarias (2018) en las cuales la clase política tradicional logró mayorías. Los sectores del poder con sus maquinarias y con su acceso total a los recursos del Estado están batallando para impedir que se generen cambios hacia una apertura democrática. Y, sobre todo, para impedir cambios en el modelo económico de la desigualdad, aunque cada vez tienen más problemas para sostener un discurso ultraderechista, que tratan de maquillar con frases vacías y apelando al conservadurismo en una sociedad que atraviesa la posguerra.

A las candidaturas del cambio, lideradas por Gustavo Petro y Sergio Fajardo, les ha costado mucho más encarar la campaña electoral por las reglas de un sistema electoral hecho a la medida de la clase política tradicional. Traducir en las votaciones los cambios del sentido común generados en la larga disputa por la paz, requiere de medios de comunicación y recursos para llegar a todos los municipios del país, medios y recursos que son un monopolio del poder establecido.

 

A las candidaturas del cambio, lideradas por Gustavo Petro y Sergio Fajardo, les ha costado mucho más encarar la campaña electoral por las reglas de un sistema electoral hecho a la medida de la clase política tradicional.

 

Del otro lado, estas candidaturas no encontraron una fórmula de unidad para juntar esfuerzos en la tarea del cambio, se sobrepusieron vanidades. Aunque cada uno, a su estilo, logró convencer a una abultada porción de votantes, entre ambos sumaron respaldos de la mitad de quienes acudieron a las urnas: el 48,81 %, juntos tenían la posibilidad de triunfar en la primera vuelta, y sólo con el aporte del conjunto de sus votantes, tienen la posibilidad de ganar en el ballotage.

Otros significados de la primera vuelta

La primera vuelta tuvo cinco candidaturas en disputa, tres de ellas ligadas a los partidos tradicionales lideradas por: Iván Duque del uribismo, obtuvo el 39,14 %; Germán Vargas Lleras, exvicepresidente de Santos, obtuvo el 7,28 % y Humberto de la Calle representante gubernamental en los diálogos de paz, obtuvo el 2,06 %. Del lado de las candidaturas del cambio Gustavo Petro, de Colombia Humana, obtuvo 25,08 % y Sergio Fajardo de la Coalición Colombia, obtuvo el 23,73 %.

Como muestran los resultados, Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle, dos pesos pesados del gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018) fueron castigados muy duramente por el electorado. En especial, Vargas Lleras, quien representaba a los principales referentes de la élite política, a los medios de comunicación hegemónicos y a la maquinaria clientelista. Vargas, ex-vicepresidente de Santos entre 2014-2017, obtuvo una votación que claramente representa un fallido respaldo del poder clientelar a su candidatura. Lo que significa un agotamiento del mecanismo de compra de votos (ya sea con dinero o con ofrecimientos de puestos o subsidios estatales) y de una voltereta del poder hegemónico que se decidió, desde la primera vuelta, por irse aún más a la derecha al apoyar la candidatura de Duque.

La imagen negativa del gobierno de Juan Manuel Santos, que llega al 67 %, se convirtió en una herramienta de disuasión para los sectores del poder económico (y para una parte del electorado de opinión), quienes negaron el apoyo a Vargas y De la Calle. Los medios de comunicación, de propiedad de las tres familias más ricas del país, fueron decisivos para transmitir el apoyo a la candidatura de Duque, quitando el respaldo a los candidatos ligados a Santos, infectados de su mala imagen, tratando de presentar una candidatura desligada en apariencia a la institucionalidad actual pero que es la misma con la que gobernó Uribe.

El candidato Iván Duque y el ex presidente Álvaro Uribe.

La trama fina de la primera vuelta se jugó en una dualidad: miedo vs. cambio, desplazando la polarización del referéndum por la paz del 2016, que estuvo centrado en la dicotomía Guerra-Paz. Los sectores de poder se sienten amenazados por el crecimiento de la ciudadanía libre, de un espíritu de cambio liberado después de firmarse el acuerdo de paz y a un año de implementación (con todas las inconsistencias estatales).

La guerrilla cumplió y está en la política legal, lo cual dejó sin argumentos guerreristas al uribismo. Al punto que en su discurso el candidato de la derecha tuvo que apelar al miedo con un significante foráneo: el “castro-chavismo”, una entelequia que le habla a un sector del país despolitizado, sin educación, y fanático de los conservadurismos (ligados a iglesias neo-pentecostales y ultra-católicas).

Los resultados hablan de una derecha que mantiene respaldo electoral, pero que está en franco retroceso. Los resultados de la primera vuelta muestran una grieta cada vez más amplia en torno al consenso neoliberal que prima en el país -fabricado desde los años 80 por la fuerza y con un modelo de democracia oligárquica-[1]. Una grieta que llevó a casi el 50% de la ciudadanía que acudió a las urnas, en apoyo a dos candidaturas que no pertenecen a la clase política tradicional, y sin vínculos con la corrupción.

Sergio Fajardo, quien ocupó el tercer lugar en la primera vuelta (23,74 %), reunió en la Coalición Colombia a tres sectores políticos relativamente nuevos, y desligados a la clase política tradicional: el Partido Verde, liderado por el académico Antanas Mockus y la ex-senadora Claudia López (su candidata a vicepresidenta); el Polo Democrático, liderado por Jorge Robledo, y Compromiso Ciudadano (el movimiento que dirige Fajardo).

 

Los resultados hablan de una derecha que mantiene respaldo electoral, pero que está en franco retroceso. Los resultados de la primera vuelta muestran una grieta cada vez más amplia en torno al consenso neoliberal.

 

La votación obtenida por esa coalición, representa a un sector ciudadano con ingresos medios y altos, ligados a la academia, la docencia, pequeñas y medianas empresas, al estudiantado universitario, y a una ciudadanía que respalda la gestión del Polo Democrático en la alcaldía de Bogotá (2003-2015), de Fajardo en la gobernación de Antioquia (2012-2015) y en la alcaldía de Medellín (2004-2007). Este grupo representa una posición moderada centrada en la lucha contra la corrupción y en la doctrina de gobernar con transparencia y eficiencia, decididos a implementar el acuerdo de paz y a abrir la democracia a los sectores históricamente excluidos, con una perspectiva de restitución de derechos.

En materia económica con un programa con matices respecto al neoliberalismo (un tanto timorato), decidido por la defensa del medio ambiente, contradictorio con la mega-minería, y con una propuesta de reconversión del modelo económico hacia la producción de bienes con valor agregado. En materia de derechos, defensor de la educación como posibilidad de ascenso social, y crítico con el actual sistema de salud colapsado.

Gustavo Petro, quien obtuvo el 25,08 % de la votación, la más alta conseguida por un político progresista en la historia colombiana, es el candidato más claramente identificado con el cambio y abanderado de una postura rupturista con la clase política tradicional. Logró el apoyo de amplios sectores populares, indígenas, afros, mujeres, docentes, jóvenes, y poblaciones de la periferia del país, desdeñadas por el centralismo y el abandono estatal. Con un inmenso apoyo en Bogotá, donde fue Alcalde (2012-2015), en la costa Caribe de donde es oriundo y en el suroccidente del país (Cauca y Nariño).

https://www.youtube.com/watch?v=nJkU5p2qeWg

Petro, del movimiento Colombia Humana, construyó una campaña centrada en la movilización y la actividad pública, llenando plazas en todo el país, haciendo discursos en tono pedagógico, explicando cada una de sus propuestas para que la ciudadanía tenga argumentos para ampliar el proyecto con nuevos votantes. Cuidadoso para no sufrir operaciones mediáticas, ha logrado consolidar una campaña de características inéditas en Colombia, con mucha creatividad, impulsada por la juventud y apropiada de un discurso disruptivo con el pasado. Este candidato es un político con mucha experiencia, muy joven fue concejal, militante del M19, elegido como el mejor senador del país en el año 2006, cuando  destapó el escándalo de la para-política, en pleno gobierno autoritario de Uribe (un proceso que llevó a la cárcel al 30% del parlamento por sus vínculos con las bandas paramilitares).

Gustavo Petro, está proponiendo reindustrializar el país, desarrollar un proyecto agrario industrializado con inclusión de las organizaciones indígenas, campesinas y afros, desarrollar la reforma rural integral pactada en el acuerdo de paz, construir un sistema de salud equitativo, modernizar el transporte de pasajeros, fortalecer la universidad pública y volver a la gratuidad de la educación. Tiene un programa con perspectiva de derechos en todos los ámbitos, de inclusión y reducción de la desigualdad, una tarea prioritaria, teniendo en cuenta que Colombia es el segundo país más desigual del continente y el tercero más desigual del mundo.

La primera vuelta presidencial, significó entonces la expresión de una diversidad de opciones políticas que motivo a nuevos sectores sociales a votar, superando en 13 puntos el número de votantes respecto de las elecciones del 2014 (cuando sólo llegó al 40,09 %), es decir la irrupción de un sector de la población que hasta ahora no tenía expresión, ni representación política. Las cartas para la segunda vuelta están puestas sobre la mesa, si bien no está definido un ganador, se puede decir que el ballotage entre el pasado representado por Duque y el cambio representado en Petro, es un escenario de cambio en la política colombiana aplaudido en todos los rincones del continente.

Escenarios y posibilidades del cambio

Duque, el candidato de la derecha, entró a la segunda vuelta con una ventaja de 14 puntos sobre Petro. El candidato elegido por la derecha cuenta con la maquinaria clientelar de la clase política tradicional, está respaldado por el poder económico y por los medios de comunicación hegemónicos. Lo “normal” sería un triunfo del desconocido candidato uribista, lo cual significaría el retorno de los sectores más conservadores del país, de personajes que tuvieron (o tienen) vínculos con el paramilitarismo, y de los responsables de la masiva corrupción que galopa en el país.

Sin embargo, esa distancia de la primera vuelta viene recortándose con un significativo ascenso en las encuestas de Gustavo Petro, que está superando ya el 40 % de intención de voto, en contra de un 45 % que mantiene Duque, y un porcentaje importante nivel de indecisos (6,8%) y de voto en blanco (7,7%). Todo indica que la campaña de Petro ha sido efectiva para sumar los apoyos de los votantes de Sergio Fajardo en la primera vuelta, y de los pocos votantes (2 %) de Humberto de la Calle. Lo más significativo fue el apoyo recibido el viernes pasado de Claudia López, Antanas Mockus, Ingrid Betancur, el Polo democrático, y de la Alianza Verde, aunque Fajardo se llamó a silencio y manifestó una lánguida decisión de votar en blanco.

La campaña de Duque está nerviosa por ese ascenso, al punto que no permitió la realización de un debate entre el gris candidato de la derecha, y el ágil e inteligente candidato del cambio. La negativa a confrontar ideas en vivo y en directo por la televisión, es una señal innegable del temor por mostrar debilidad propia del candidato, pero sobre todo, porque no logran instalar una idea que les separe del continuismo económico e instituido del santismo-uribismo, que ha gobernado desde el 2002.

Colombia está en un escenario de incertidumbre. Es posible que a Petro le alcancen los días que restan antes de las elecciones para crecer (como es la tendencia) y superar a Duque, lo cual depende, principalmente, de la decisión de las y los votantes de Fajardo y los de Humberto de la Calle, que se encuentran en la franja de indecisos y del voto en blanco. El escepticismo es necesario en los análisis, y más en un país donde “La vergüenza tiene mala memoria” como decía el nobel Gabriel García Márquez. Por eso Duque se aferra a los medios hegemónicos, a la maquinaria y al silencio para no incomodar a los indecisos, manteniéndolos en la desmemoria.

La victoria es tan posible como esquiva para ambos candidatos. Latinoamérica y Colombia están en vilo por lo que ocurrirá el domingo 17 de junio, porque se está dando la tan anhelada oportunidad para cambiar el rumbo al país y con ello el rumbo de la ofensiva continental del neoliberalismo.

[1] Consenso en el sentido utilizado por Noam Chomsky. Ver la fabricación del consenso en: Chomsky, Noam; S. Herman, Edward (1988). Los guardianes de la libertad. (título original, en inglés, Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media) (1ª edición). Barcelona: Crítica.

Fecha de publicación:

Magister en Sociología, doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del Instituto de América Latina y el Caribe-IEALC y del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica-CELAG.