¿Bolsonaro en Argentina?

Por Lucas Villasenin
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La llegada al gobierno del fascista brasileño abre un escenario peligroso. Los parecidos con Argentina existen pero también hay diferencias. Pensar las fortalezas y debilidades del fenómeno fascista resulta necesario para enfrentarlo.

El tipo de fascismo de Jair Bolsonaro tiene diferencias sustanciales respecto a los fenómenos del siglo XX y a las nuevas experiencias de Europa y Estados Unidos. No sólo por el peculiar rol económico de Brasil sino también por el contexto político continental en el que toma forma.

Enzo Traverso es uno de los intelectuales más lúcidos para pensar la oleada derechista en Europa. En su reciente libro Las nuevas caras de la derecha diferencia el concepto de «neofascismo», como el intento de conservar la matriz ideológica del fascismo clásico del siglo pasado, del «posfascismo». Este último se encontraría en franca evolución y no marca una «continuidad visible» con los movimientos precedentes. Otra característica de estos nuevos fenómenos (como el Frente Nacional francés o Alternativa para Alemania) es que por ahora no desean aparecer como fuerzas subversivas y buscan integrarse al sistema político. Tampoco está presente, a diferencia del pasado, el antisemitismo sino que la islamofobia llegaría para sustituirlo. Simultáneamente las experiencias posfascistas  (como la de Trump) expresan más un repliegue local ante las consecuencias del neoliberalismo, por sobre la vocación imperialista que caracterizó al fascismo el siglo pasado.

A diferencia del posfascismo europeo, Bolsonaro no expresa la voluntad de integrarse al sistema político sino de reventarlo Este fenómeno no es antisemita y su líder impone al Estado de Israel como modelo autoritario. Tampoco la islamofobia tiene características semejantes a lo que sucede en Europa actualmente. Su enemigo a derrotar son los «bandidos» del Partido de los Trabajadores (y todo lo que lo rodea: el Movimiento Sin Tierra, el Movimiento de Trabajadores Sin Techo, etc.).

Sus propuestas económicas son ultraliberales y están lejos de expresar un rechazo a las consecuencias de la crisis global. Si bien pueden detectarse tensiones entre posiciones nacionalistas de militares, la posición predominante es la del Paulo Guedes, un Chicago boy a ultranza. Sobre la vocación imperialista el fenómeno Bolsonaro tampoco tiene propuestas semejantes a las del fascismo clásico. Si bien entre sus propuestas estuvo atacar militarmente a Venezuela, se trata de una confrontación ideológica con el chavismo y no de una vocación de imponerse sobre los países vecinos. Así lo demuestran su llamado a Macri en campaña y su promesa de una relación óptima con Argentina, aunque no sea una prioridad. Mientras el posfascismo europeo marca distancia respecto al imperialismo norteamericano y a los efectos de la globalización, ese no sería el camino del fascismo brasileño. Los elogios de Bolsonaro a Donald Trump y la distancia que de él toma Marine Le Pen marcan diferencias sustanciales.

Otra diferencia sustancial respecto a los fenómenos europeos es el rápido ascenso de su líder en la escena política. Como señala Mario Santucho en El golpe dentro del golpe, al triunfo de Jair Bolsonaro «nadie lo vio venir», haciendo referencia a pronósticos incumplidos de las fuerzas políticas que lo enfrentaron. Evidentemente los resultados de la primera vuelta y del balotaje exceden a un análisis reducido a la coyuntura electoral.

Ni la maquinaria política más optimista podría pronosticar un crecimiento en el apoyo como el que logró Bolsonaro en el último tiempo. La consultora Datafolha marcaba hace menos de tres años que la intención de voto a su candidatura llegaba al 4% y recién hace un año y medio con el 15% se convirtió en la segunda candidatura con más apoyos.

Gráfico de Datafolha: abril de 2017

Resulta más fácil pensar a Bolsonaro como un neofascista que reivindica una matriz autoritaria de experiencias del pasado, como la última dictadura brasileña, que como un posfascista incómodo a la hora de hablar sobre la historia de su país. El peligro es real y merece ser pensado seriamente.

Para comprender este crecimiento de Bolsonaro no sirven los análisis sesgados. Ni el poder de las iglesias evangélicas, ni el uso de WhatsApp, ni la campaña sucia sirven unilateralmente para comprender el fenómeno. El contexto de esta elección en Brasil se formula a partir de dos procesos recientes: 1) la crisis económica y las respuestas neoliberales; 2) la crisis política profundizada con el golpe de Estado de 2016 y la proscripción de Lula. Otros dos procesos más profundos, como el antipetismo construido durante décadas y la persistencia de fuerzas reaccionarias (grupos religiosos o el ejército), se conjugan para explicar la llegada al gobierno del líder brasileño.

Pensar la posibilidad de un Bolsonaro en Argentina no es una cuestión de nombres. Ni Alfredo Olmedo, ni Patricia Bullrich, ni Elisa Carrió, ni Alejandro Biondini, ni Miguel Pichetto pueden ser Bolsonaro sin las condiciones de posibilidad que lo hagan posible como alternativa de gobierno. Tampoco importan sus biografías personales y sus declaraciones para trazar paralelismos. Al analizar al nazismo Wilhelm Reich sostenía: «la estructura personal de Hitler y su biografía carecen de todo interés para la comprensión del nacionalsocialismo».

Coincidencias que alarman

En nuestro país hay semejanzas profundas con el contexto que permitió crecer al fascismo brasileño.

La primera coincidencia evidente es el odio hacia la figura de Cristina Kirchner, asimilable al odio hacia Lula da Silva. El antikirchnerismo es una posición que continúa ordenando el tablero político del país hace más de una década, al igual que el antipetismo en Brasil. Incluso en nuestro país el rechazo al kirchnerismo es prácticamente indisociable de un fenómeno histórico más largo como el peronismo. La agenda de «combatir a las mafias», que parece ser el único discurso que cobra validez ante un gobierno que descartó parcialmente lograr «unir a los argentinos» o lograr «pobreza cero», está muy cerca de la idea de combatir a los bandidos del PT que propone Bolsonaro. La agenda de casos de corrupción en los principales medios de comunicación no son nada casuales. No es nuevo escuchar que «los cuadernos de la corrupción k» son la versión local del «lava jato».

La segunda coincidencia profunda es la crisis económica. Luego de meses haciendo metáforas meteorológicas sobre «tormentas», hasta el mismo presidente Macri tuvo que reconocer que atravesamos una crisis económica. Algunas razones por las cuales se producen las crisis en Brasil y Argentina pueden diferir pero las respuestas son semejantes.

Ante sus primeros impactos, el gobierno de Dilma Rousseff había convocado al neoliberal Joaquim Levy. Luego del golpe de Estado la administración de Michel Temer, con menos pruritos, avanzó con una reforma laboral, con una ola de privatizaciones y con «congelar el gasto social» hasta 2036, entre otras medidas. Mientas que el gobierno argentino en su cruzada contra el «déficit fiscal» lleva adelante un ajuste reflejado en el presupuesto 2019 y el estallido financiero de su modelo ya lo llevó a dos acuerdos con el Fondo Monetario Internacional en seis meses. Las respuestas a las crisis son similares: más neoliberalismo.

¿Por qué Temer no mantiene el apoyo que aún mantiene Macri? Ya lo veremos.

Diferencias que hacen pensar

La primera gran diferencia es la inexistencia de una crisis institucional o política similar a la de Brasil. En los últimos días hasta los discursos espantados con la grieta en Argentina asumieron que las diferencias con el país vecino son cualitativas. Acá no hubo un golpe de Estado como en 2016 contra Dilma Rousseff ni se proscribió al principal liderazgo opositor, como sucedió con Lula. El macrismo llegó al gobierno por el voto popular, no garantiza un estado de derecho pleno al mantener presas políticas como Milagro Sala, pero no reventó el sistema institucional como sucedió en Brasil. Las diferencias no son sólo institucionales sino también del descontento social respecto al valor de la democracia, que en Brasil toca pisos históricos en las encuestas desde hace varios años. Una detención de Cristina Kirchner podría acercar las distancias entre ambos países.

La segunda diferencia sustancial es que en Argentina los grupos más reaccionarios de la sociedad están representados en Cambiemos. Como señalan Micaela Cuesta y Ezequiel Ipar, el «fascismo social» argentino conforma «el núcleo más fiel al oficialismo». Las movilizaciones en contra del derecho al aborto y a favor de que se allanen los domicilios de Cristina Kirchner demostraron recientemente su capacidad de movilización. En Cambiemos actualmente está hasta el bolsonarista argentino Alfredo Olmedo. El fascismo y la antipolítica están dentro de Cambiemos. Pero tampoco hay que confundirse. El macrismo no es asimilable al fascismo brasileño ni en lo político ni en lo económico.

Macri se parece más a Temer que a Bolsonaro en el tablero político de Brasil. Los dos son portadores de una ideología similar y los dos aplicaron recetas de ajustes neoliberales. Temer nunca tuvo la popularidad de Macri pero el golpe de Estado sí tuvo el apoyo de las bases sociales que luego le dieron su apoyo a Bolsonaro. Las diferencias respecto a la legitimidad de origen de ambos gobiernos y el tiempo en que se procesan ambas crisis económicas hacen la diferencia entre ambos presidentes.

Como hipótesis es más útil pensar la emergencia de un «Bolsonaro argentino» como el resultado del fracaso político del macrismo en la crisis económica. Este fenómeno se podría conjugar con el odio exacerbado al kirchnerismo y la imposibilidad de que las mediaciones liberales y posmodernas que ofrece Cambiemos mantengan vigencia.

La tercera diferencia se hizo evidente cuando desde Argentina algunos esperaron un 17 de octubre brasileño ante la detención de Lula. Es una diferencia que también remite a otro fenómeno histórico más reciente, como la rebelión popular de 2001. La capacidad de resistencia al neoliberalismo en Argentina encuentra un movimiento popular con capacidad de organización e intervención en la agenda pública de una manera que no se da en Brasil. Lejos de cualquier chovinismo, hace falta remitirse a diciembre de 2017, cuando la frase de «Lute como um argentino» o «como uma argentina» fueron expresadas por los propios grupos de resistencia brasileños.

Además es necesario resaltar las diferentes maneras en la que dejaron el gobierno el Partido de los Trabajadores y el kirchnerismo. El acto de Cristina ante cientos de miles de personas en la Plaza de Mayo contrasta directamente con la imagen de la salida de Dilma y Lula del palacio del Planalto. El último gobierno de Cristina puede haber tenido defectos pero no convocó a ningún economista neoliberal para resolver sus problemas.

Una cuarta diferencia se vincula con el poder del voto evangélico. Antes de continuar es necesario aclarar que reducir el éxito de Bolsonaro en Brasil al poder del evangelismo en el país es una falacia histórica. Marcos Carbonelli y Pablo Semán  en su artículo El poder real del voto confesional explican cómo el voto pentecostal varió en las últimas décadas y cómo sus dirigentes negociaron beneficios con los distintos gobiernos. La única motivación ideológica que explicaría el actual rechazo al PT sería la agenda de género que incorporó en los últimos años (rechazada no sólo por las instituciones evangélicas).

La toma de posición del voto evangélico contra lo que denominan «ideología de género» no sería un fenómeno ajeno a la Argentina luego de que Cristina Kirchner votara a favor de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y reivindicara a su movimiento como feminista. La diferencia cuantitativa y significativa con Brasil pasa porque la población evangélica apenas alcanza el 12% en Argentina, mientras en el país vecino llega a más del 30%.

Otra diferencia que señalan Carbonelli y Semán es la ausencia de relaciones de predominio en el movimiento evangélico local como sí sucede en Brasil con la Iglesia Universal del Reino de Dios que preside el multimillonario Edir Macedo (aliado de Bolsonaro).

Nada garantiza que una tendencia similar a la de Brasil con el movimiento evangélico no pueda repetirse en el país. Pero por el momento el factor de riesgo que representa el movimiento evangélico no es superior a la de cualquier espacio religioso opositor que ataca a la «ideología de género».

Una última diferencia importante de resaltar es la derrota política de los militares como actores políticos en el país. Luego de los carapintadas en los 80´, de los Bussi, Rico o Patti, la conciencia sobre el genocidio de la última dictadura cívico-militar hace prácticamente imposible que desde las fuerzas armadas emerjan figuras con pretensiones de protagonismo político como sucede en Brasil con Bolsonaro. El fin de la dictadura brasileña fue más parecida al pinochetismo que a lo sucedido en Argentina. Las políticas de memoria, verdad y justicia en ningún otro país vecino pudieron avanzar tanto como lo hicieron en el nuestro. Ese pasado reciente nos salvaría de paralelismos.

Algunas claves para enfrentar el fascismo

Ante el avance fascista en la región no puede haber respuestas basadas en un optimismo ingenuo, como el que formuló Rafael Correa en una reciente entrevista en Página 12. El gobierno de Bolsonaro difícilmente genere «una reacción favorable para retomar la vía del humanismo» como «cuando ganó Bush en Estados Unidos». La experiencia reciente demostraría lo contrario. Luego de que ganara Trump ganó Bolsonaro. Como punto de partida hay que tomarse al fascismo en serio y tratarlo con el rigor de análisis que se merece.

Las diferencias predominan sobre las semejanzas entre ambos países. Pero siempre es mejor anticiparse y enfrentar al fascismo a tiempo. Wilhelm Reich al hacer un análisis del ascenso del nazismo rechazaba las hipótesis que predominaron desde la izquierda para justificar este fenómeno. La psicología de masas del fascismo es un libro que merece ser releído en este contexto.

Para comprender al fascismo el psicoanalista sostenía que no eran válidas las respuestas elitistas que desprecian a las masas por ser «engañadas» o apelar a las traiciones y errores de los partidos y sus dirigentes. Tampoco eran de utilidad las explicaciones economicistas o clasistas que pretendían explicar al fenómeno de masas. Las pulsiones reaccionarias no se delimitan en esa clave fundamentalmente.

Al analizar el triunfo del nazismo en 1932 Reich sostenía: «Se deduce que el elemento decisivo no era en el plano práctico, la estratificación económica, sino la estratificación ideológica de la población». La respuesta al odio fascista correspondía buscarla en el orden  familiar y sexual, la religión, la identidad nacional y racial en momentos de crisis. En estas claves es que tenemos la tarea de dilucidar por qué ex votantes de Lula hoy lo son de Bolsonaro, o ex votantes de la izquierda en Francia hoy eligen a Le Pen.

La respuesta a la crisis de Bolsonaro no es económica (materia en la que se declara ignorante) ni tampoco política, pues la respuesta no pasa por consensos y diálogos sobre la gestión del poder. La respuesta es absolutamente ideológica: «Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos» fue su eslogan principal. El símbolo del cambio bolsonarista es una pistola, haciendo referencia a las pulsiones reprimidas por aniquilar enemigos. Se debatió más sobre las fake news del «kit gay» para niños de 6 años que iría a distribuir Haddad o la propuesta de eliminar feriados religiosos de Manuela D´Avila que de la reforma laboral o los planes de privatizaciones.

La mejor manera pensada hasta el momento para enfrentarlo es construir una alternativa de orden para la mayorías que deje gritando a los fascistas sin posibilidad de incidir significativamente en la dinámica política. Para eso es necesaria una política que ponga, al igual que la Cuarta Ola feminista, en primer lugar al deseo. No alcanza con ganar una elección por algunos votos basados en el odio o el miedo a otro candidato, sino que es prioritario que el deseo de un orden democrático y liberador sea superador a la represión sistemática y a las propuestas neoliberales que le abren el camino.

La filósofa Marcia Tiburi, reciente candidata a gobernadora en Río de Janeiro por el PT, plantea que para vencer al fascismo es necesaria una nueva estética democrática. En su reciente artículo El desafío de la política plantea que esta superación sólo es posible si se termina con la política como un juego de poder que alimenta al fascismo. Para lograrlo resulta necesaria una sensibilidad política democrática que demuestre la capacidad de comprometerse con los que sufren en nuestra sociedad.

La respuesta al fascismo no sería el odio, la segregación o trazar un cerco sanitario sobre las miserias humanas que reproduce. La mejor manera de hacerlo sería mostrando la solidaridad, la vocación de diálogo, el respeto por el otro, la capacidad de brindar respuestas concretas a problemas reales, entre otros valores políticos. El amor y la humildad deben ser los valores que deben predominar en una política democrática.

Para enfrentar al fascismo también es necesaria la inteligencia colectiva para evitar enfrentamientos inútiles y etiquetamientos simplistas a cualquier gesto antidemocrático. Nombrar y excluir puede colaborar más al fascismo que el diálogo. No es casual que Bolsonaro nunca creció más en apoyo que cuanto más fuerte se hizo la campaña #EleNão con el movimiento de mujeres en las calles. Para un fascista su mejor propaganda puede ser el clásico cerco democrático. Pensar el cómo y cuándo resulta importante. Una reflexión semejante hace el diputado chileno Gonzalo Winter respecto al fenómeno de José Antonio Kast en Chile.

https://www.facebook.com/GonzaloWinterDistrito10/videos/357372281471405/

Ante el fascismo resulta prioritario no dar por ganada ninguna retaguardia o espacio seguro. Todo el terreno social corre el riesgo de dejarse ganar por el fascismo. En ese sentido resulta fundamental el fortalecimiento ideológico y político de los espacios de organización de masas para enfrentar a semejante peligro (experiencias como el Frente Sindical y la CTEP deben reivindicarse en esta clave). El movimiento feminista local y su inteligencia colectiva para cruzar fronteras son un ejemplo democrático que está a la vanguardia mundial. La religiosidad popular, con la referencia del Papa Francisco que cuestiona tanto al orden neoliberal como a las respuestas de tipo fascista, es otra herramienta fundamental para esta lucha.

Ante el fascismo se requiere la multiplicación de estas experiencias, desarrollar otras nuevas y forjar una unidad de las fuerzas democráticas con idénticos objetivos pero con distintas tareas particulares. Nuestra generación llegó a pensar que jamás íbamos a tener que enfrentar a un nuevo gobierno neoliberal. Para derrotarlo también habrá que prepararse para vencer a un enemigo aún más cruel.

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Etiquetas: Nuevas derechas
Lucas Villasenin

De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.