El militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos, referente de la CTEP y flamante líder del Frente Patria Grande acaba de publicar "La clase peligrosa; Retratos de la Argentina oculta". Una crítica herética al nuevo libro del líder social del momento, conocido como amigo del Papa Francisco, y algunas de las discusiones en torno a su figura.
Publicado por Planeta, el libro búsca evidentemente entablar un diálogo con sectores medios. Bien escrito y bien editado; como un cuchillo que busca salir cortando, es a la vez sensible y brillante; agudo y filoso. De título provocativo y subtítulos modernos y desacartonados, se divide en tres partes.
En la primera, el autor se destaca como cronista del subsuelo de la patria. Relatos sobre peripecias de tomas de tierras, retratos de un Barón del Conurbano, y postales de vendedores senegaleses introducen al lector a esa argentina oculta que no sale en los medios, o aparece estigmatizada.
A estas crónicas suburbanas se le sumarán en capítulos siguientes análisis de las persecuciones a trabajadores carreros por fanáticos animalistas, o el descubrimiento de la vida carcelaria como extensión de esos territorios donde «el Estado es solo un patrullero y pasa cada tanto».
Incluye temas tan variados como la reforma agraria y urbana, soberanía alimentaria, decrecimiento; expansión de la frontera agropecuaria en Santiago del Estero; desmitificación de la meritocracia; el problema de las patentes internacionales en un mercado popular como La Salada; el ejemplo de las cooperativas de reciclado de cartón que conforman CTEP; el conflicto mapuche en la Patagonia; una crítica de la violencia política; y algunas ideas en torno a internet, como su propia «propensión a establecer un vínculo obsesivo con las redes sociales».
La primera parte se completa con una reivindicación del diálogo con el poder político, una valorización de un par de dirigentes de Cambiemos, y una moción de desagravio para TECHO, dirigida contra los que ven a la ONG con prejuicios.
A medida que nos sumergimos en la lectura, el texto suelta la forma de la crónica y se va convirtiendo en ensayo. Si al inicio el autor demuestra que habla desde y para los de abajo, luego termina de delinear su rol de primus inter clases, acreditando conocimiento de teoría social, geopolítica y análisis económico.
Se destaca su desarrollo acerca de los milmillonarios, ese 1% de la población que concentra más riqueza que el 99% restante, y que configuraría la verdadera clase peligrosa para los destinos del planeta y la humanidad. Ese grupo de gente que nadie conoce, que ni siquiera sale en TV, y nadie les dirige su indignación. Consecuencia: la frustración frente a una porción de torta que no alcanza se termina tramitando en la discordia entre laburantes asalariados y excluidos; micro guerras de pobres contra re pobres, cotidianas en cualquier paisaje urbano, sobre todo en horas pico.
«El mayor filántropo de la humanidad sería quien logre secuestrar a uno solo del top-10 y liberarlo del terrible peso de su fortuna solicitándole un módico rescate.»
Entre un importante aparato de citas y estadísticas, figuran los nombres de intelectuales como Bauman, Toffler o Nun; junto a Marx, Engels y Gramsci, reclamando una revisión del marxismo ortodoxo, con frecuentes guiños discursivos para el lector y la lectora peronista, y una crítica a la teoría decolonial. Finalmente, Francisco, que aparece prácticamente como el intelectual que más la vio después de Lenin.
Grabois suele decir que el discurso del Papa está a la izquierda del Partido Obrero. La sentencia no es tan fácil de rebatir. Basta escuchar las conferencias del Sumo Pontífice en los Encuentros de Movimientos Populares organizados por el joven abogado y el Vaticano en Bolivia y Roma.
La tercera parte reúne balances políticos. Se refiere al ciclo popular latinoamericano encabezado por Hugo Chávez, a quien reivindica enfáticamente, a la idea de Patria Grande o Nación-región, y juzga los límites que tuvieron estos gobiernos, como el fomento del consumismo.
Esta visión crítica incluiría (aunque no tan explícitamente, tal vez eludiendo el recorte de mala fe) al kirchnerismo, a partir de algunas diferencias: «Sus dirigentes se convirtieron en la representación del Estado frente a su base social y no la de su base social frente al Estado. Muchos líderes sociales no se animaron a tirarle de las orejas a los funcionarios y en ocasiones se convirtieron en tristes lamebotas de la burocracia.» Para la corrupción encuentra una sola respuesta, inspirada en el Papa: ejemplaridad, austeridad.
El abogado del diálogo
Aunque se destaque como espadachín del habla poniendo en su sitio a Lanata o Longobardi vía telefónica, está lejos de ser un mal escritor. Lo contrario. Abogar en fin significa etimológicamente «hablar bien». Como Martí, Grabois decidió echar su suerte con los pobres de la tierra. Habla con ellos, en nombre de ellos, intenta expresarlos ante una sociedad que los ignora olímpicamente.
No reivindica la pobreza y la exclusión con romanticismo, y pareciera no ver ahí un sujeto político capaz de cambiar la historia por sí mismo, pero hace una «opción preferencial». Mientras tanto, dialoga. Con la clase media, con los medios, con el poder político, con la militancia. Uno de los canales que elige en tiempos de enfermiza hiperconectividad es Twitter.
Frente al poder político, el diálogo toma la forma de negociación, de la que hace una reivindicación, contra los prejuicios tradicionales de izquierda. Puede dar cátedra. Es un negociador excepcional, tanto por sus resultados prodigiosos (arrancándole cosas al macrismo) como por su singularidad. Los más famosos manuales de la temática provienen de la escuela de negociación de Harvard. Se estudian tanto en las facultades de Derecho como en los posgrados de Administración de Negocios. En estos, el conflicto tiende a ser resuelto, en busca de un escenario de «suma cero». Grabois escribió antes, con Emilio Pérsico, un manual, en forma de cuadernillos, que sigue una lógica distinta, destinado a los militantes de la CTEP, donde el conflicto ocupa otro lugar. Contiene apotegmas como estos: «los seis pasos del negociador popular: calar al interlocutor; entender la correlación de fuerzas; trabajar sobre los intereses; trabajar sobre las emociones; encontrar formas de acuerdo; no dejarse engrampar.»
Frente a la militancia, el diálogo adquiere un formato de intermediación discursiva entre la fraseología de izquierda y la lengua popular. «Porque la alianza entre los indignados y los excluidos, entre los carapálida y los cabecita, es una necesidad histórica. Y esa alianza solo se puede construir a partir del reconocimiento de las diferencias que hay, y de la renuncia, si se quiere, de los que históricamente hegemonizamos la construcción del discurso, de priorizar nuestras propias aspiraciones a las aspiraciones de las mayorías populares. Es una tarea sobre la que la militancia tiene que reflexionar», señaló a un programa de radio.
Liberación de la teología
El filósofo André Glucksmann tiene una frase: «¿Qué necesitan hoy los que suben al poder aparte de una buena tropa, aguardiente y salchichón?: Necesitan el texto.»
Si bien los elementos serían intercambiables en nuestra cultura por el choripán y el vino tinto, la frase devela una verdad milenaria. Para administrar poder se necesita lo que hoy llamaríamos un relato. Una teoría, una doctrina, una narrativa. En el caso de Grabois son las enseñanzas de Francisco, cuyas ideas tienen en el libro una estatura comparable al marxismo en su momento, como diagnóstico y estrategia.
En el siglo pasado, en nuestro continente un amplio grupo de religiosos se involucraron comprometidamente en las luchas sociales. Desde una cosmovisión basada en el Evangelio fundamentaron la necesidad de realizar una apuesta política que, en ese momento, implicaba un compromiso con el desarrollo de tácticas políticas en la clave de algunas variaciones marxistas. Con Francisco en el centro de la escena geopolítica mundial y Grabois ocupando un lugar destacado en la resistencia social frente al neoliberalismo en nuestro país, la cosa en este siglo parece darse vuelta. El marxismo sería la base interpretativa, mientras que la conducción teológica dictaminaría la estrategia.
«No hay textos con la fuerza de Imperialismo, fase superior del Capitalismo, de V. Lenin, la teoría de la dependencia cepalina o Los condenados de la tierra de Franz Fanon. (…) Los únicos textos con vigor comparable a las grandes obras de crítica social de los siglos XIX y XX son del Papa Francisco: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, la Carta Encíclica Laudato SI y sus discursos sobre la temática.»
Para el teólogo Rubén Dri, citado en el libro Vida de Perro, «el proyecto de una renovación de la Iglesia Latinoamericana de Bergoglio sólo es posible sobre la base de incorporar a los pobres, y para eso se da una política hacia las organizaciones populares latinoamericanas. Esa política favorece a los movimientos populares, pero hay que tener en claro que esa política implica un fuerte control, porque en última instancia se trata de un proyecto de poder de la Iglesia».
No queda claro hasta qué punto Grabois le debe su protagonismo (además de su trayectoria militante indiscutible) al hecho fortuito de que un argentino haya sido investido obispo de Roma. Naturalmente genera inquietud. Francisco viene cumpliendo un rol progresivo incuestionable a nivel internacional, en un momento en que las democracias del mundo se encuentran sitiadas frente a la dictadura financiera, cuando no al fascismo explícito.
No deja de ser paradójico y hasta en algún punto alarmante que la democracia a nivel mundial dependa en alguna medida de un sujeto seleccionado por un puñado de ancianos, aunque sea argentino. Dicen que Dios trabaja de maneras inescrutables; pero la Iglesia Católica viene haciendo política hace 1500 años y cuando ha acumulado poder no siempre ha sido en provecho de todos los seres humanos.
Significante vacío de la militancia popular
Los descamisados del siglo XXI no tienen un Perón. En la militancia popular el nombre de Grabois, en tiempos de grietas y encrucijada, emerge como un significante vacío que aglutina todo tipo de expectativas en diversos sectores, desde la militancia y los sectores excluidos o precarizados pero organizados, la clase media sensible, sectores de derecha, la Iglesia, e incluso el gobierno, en el cual algunos destacan su rol como pacificador.
La idea de significante vacío en la teoría de Laclau combina teoría lingüística y psicoanalítica. Podríamos hacer un uso libre del concepto para describir la situación de la figura de Grabois en el mapa político, y en particular su relación con la militancia popular.
Según Laclau cuando las masas excluidas se incorporan a la arena política aparecen liderazgos poco ortodoxos desde el punto de vista liberal. El populismo evita que la política sea mera administración, un nombre puede desbordar la figura a la que nominalmente alude, y su evocación constituir una expresión de antagonismo radical del orden social.
En una conferencia, el teórico argentino entonces radicado en Inglaterra lo explicaba de esta manera: «Una muchacha fue a un hospital para que le hicieran un aborto, y el aborto fue negado, dejó el hospital, tiró una piedra, rompió los vidrios y gritó “Viva Perón”.
Ante la militancia popular, Grabois coincide con Perón en esto, e incluso en ese tema particular. Confluyen en su figura esperanzas de todo tipo. No tiene nada, pero hasta los más ricos pueden esperar algo de él. Ningún otro referente, a excepción de CFK, congrega voluntades tan diversas. Entre todos y todas los que esperan, se encuentra una parte del movimiento feminista, que no sin tensiones y marcándole la cancha, reconoce el lugar de protagonismo que en un proceso de unidad para derrotar el neoliberalismo su figura debería ocupar.
Bendito tú eres entre todas la mujeres
Sobre la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, en el libro, ni una palabra. Un ruidoso silencio sobre el movimiento de mujeres, como si no formara parte de la «Argentina oculta», como si ya tuviera suficiente visibilización.
La falta de tratamiento del tema ensombrecería cualquier ensayo político sobre la Argentina actual y se hace más destacable considerando la polémica que desató Grabois al manifestarse contrariamente en medio de la discusión sobre la ley de IVE, en un contexto en que hasta CFK llamó a una actualización doctrinaria.
Mafalda Sánchez, militante de La Dignidad y CTEP, se lo dice a Juan en una carta abierta: «…te pensás que en el feminismo somos todas unas chetas (…) Yo no tengo una gran formación teórica pero hay que estar muy distraidx para no ver el protagonismo histórico de dos sectores en nuestro país: el feminismo y lxs trabajadorxs de la economía popular (…)».
En declaraciones periodísticas Juan aclaró que en su movimiento definieron colectivamente que no debía pronunciarse sobre ese tema, porque no era su rol (aunque ya lo había hecho). En el libro, sobre cuestiones de género se limita a hablar de un feminismo que «sobreactúa» la agenda de la diversidad sexual, entre otras demandas que considera «modas ideológicas» de las cuales, asegura, se puede «buscar una argumentación popular» o «darles un barniz social», pero que «no son una agenda para el pueblo pobre, y no le hacen cosquillas al poder real».
J.G. es un varón en proceso de deconstrucción, ya sea por voluntad o por inclemencia de la Cuarta Ola. En pocos días ha pasado de ser uno de los dirigentes más criticados por su posición frente al aborto (quizás la medida del reproche es proporcional a la expectativa que genera) a ser de los que más trabaja el tema en sus declaraciones. Por ejemplo, en el evento de presentación del Frente Patria Grande (con mayoría de oradoras mujeres), del que es el máximo referente, Grabois propuso en su discurso de cierre imitar una política del movimiento popular kurdo y establecer una co-conducción femenina.
Hace de la autocrítica parte de su programa. Insiste en que no le gusta que nadie sea soldado de nadie, y la necesidad de interpelar a los que tienen poder para que hagan lo que tienen que hacer. Es generacional. Hijo del 2001, forma parte de una camada que vio el «que se vayan todos» que no fue, y tejió poder independiente. Pibas y pibes sub-40 que en el ciclo anterior no se envilecieron con el poder ni claudicaron; no se pasaron de vivxs, ni se les escapó la tortuga.
Entre la regla y la excepción
Juan y su libro son seres excepcionales y paradojales. Seres complejos a los que vale la pena prestarles atención. La historia y sus propias convicciones hicieron de él casi un traidor a su clase social; un abogado crítico del Derecho y un revolucionario defensor de la República al mismo tiempo; un UBA Boy y un adversario del academicismo; alguien que se mueve en los márgenes, con un pie de cada lado de las zonas urbana y rural, del centro y la periferia, de las normas y las irregularidades; un distinto que viene a recordar el poder de la gente común.
Ha logrado ser un gremialista no burocrático, lo que es casi un oxímoron; y moverse muy bien como un auténtico anfibio entre lo que llama política super-estructural y la lucha sectorial; un notable agente del Estado social de Derecho, y una amenaza para el ordenamiento jurídico actual; un rebelde y un irreverente, y al mismo tiempo una mansa criatura que se deja pastorear por Francisco o retar por sus compañeras. Un conjunto de contradicciones que lo constituyen y se resuelven dialécticamente en un sólido discurso y una militancia consecuente.
Su erudición está por encima de la media del sistema político. Su conocimiento práctico de diversos territorios también, así como su compromiso con los humildes, y su autoridad moral. Lo único en que parece estar por debajo de la media es la edad.
Sobresale de su libro la explícita vocación de superar la perspectiva de un capitalismo con rostro humano. Pero para eso, afirma, se necesita un contrapoder. Solo en ese sentido los excluidos serían peligrosos, de una peligrosidad necesaria.
Alguien dijo que en América Latina, para que hayan reformas, hay que hacer revoluciones. Es la historia humana, en particular del siglo XX. Sin una amenaza real, como la que existía durante el campo socialista, el primer mundo no se siente compelido a realizar ningún tipo de concesión. «Los reformistas necesitan a los revolucionarios para existir».
Al mismo tiempo, son otros tiempos. Grabois se esfuerza cotidianamente para que el Estado de Derecho sea una realidad efectiva y no una pantomima. No sin olvidar que «los hechos son más fuerte que el Derecho». Por eso pasa más horas en la calle y en los barrios que en tribunales y escritorios.
Que se haya tomado el trabajo de pergeñar este libro entre movilizaciones ratifica su voluntad de contribuir a un debate que todavía está abierto sobre la conformación de un gran y competitivo frente anti-neoliberal. Discusión en la que este manifiesto, por lo que dice y lo que trae sin decir, tiene mucho que aportar.
Estudiante avanzado de Derecho (UBA). Oriundo de Eldorado. Revolucionario de tereré. Integrante del Instituto Democracia.