Columna de Marina Mariasch. Laguna, Pavón, Llach, Bejerman. Cuándo empieza una década y cuándo termina? Umbral y catástrofe, resplandor y decadencia, algo se abre y algo se cierra.
Los 90, la década que dejó marcado el gobierno de Menem, trazan el arco de una era. Aunque las eras a veces son más que las cifras los acontecimientos, diría Hobsbawm.
Los 90, por ejemplo, empezaron antes, cuando la bola gigante de la hiperinflación recorría las calles rompiendo las vidrieras, aplastando los autos y a las personas. Fueron un gran espejismo en el que algunxs vieron las palmeras de Miami y muchxs otrxs se incrustaron contra el pavimento. Los 90 no fueron sólo los nuevos ricos sino también los nuevos pobres -de los que hablan Kessler y Minujin en el libro que analiza la época-. Todo parecía gratis y barato, hasta liberar genocidas. Más Plan Bonex que Versace.
¿Fue la de los 90 una escritura feliz, como dijo Horacio González? Creo que más bien hablaba de manera irónica, como Huxley de un mundo feliz que hoy en el futuro sabemos que no existe.
Una Ferrari Testarossa surca la pampa a la velocidad de la luz. Treinta años más tarde, una nena bate un cubilete y susurra *Menem* para que le dé mala suerte a su contrincante. Las abuelas le decían Menen, los tipos se tocaban el huevo izquierdo. A falta de trabajo, algunos abrieron kiosquitos en la ventana de la casa, o parripollos, canchas de paddle. También hubo una generación de poetas que le cantó a Xuxa, al mundial de fútbol, a la ropa y la discoteca. La poesía parecía acercarnos con un zoom a lo trivial, quería desvanecer la distancia entre las palabras y las cosas.
«Xuxa es hermosa.
Su cabello es hermoso y su boca dice cosas hermosas.
Yo creo en su corazón»
Escribió Fernanda Laguna en la mitad de la década. El rubio de Xuxa y sus botitas altas nos encadilaba, como los espejitos del uno a uno, esa bijouterie barata.
“Aquella noche, en la mente yo componía odas a la belleza y quería arrojarme al lago de la fiebre. En la fiesta había una fiesta y se oían gritos, una fiesta de ballenas, con guirnaldas en la puerta. Y nosotros dos, más que mudos, habríamos huecos en otra pared.
Pero llegó el amor y alquilamos un coche para viajar al país de las Maravillas. Yo nombré a Mickey Mouse al desierto, a las palmeras.”
Escribía Cecilia Pavón en un viaje alucinado a la cultura pop.
Los Mickey también fueron remera y patota fachistoide en el poema de Santiago Llach:
“para el Mundial. La cosa empezó la noche
que mi abuela vino de Brasil,
me acuerdo bien, con 20 remeras y veinte buzos
Hering
estampados
con la figura de Mickey Mouse, para vender. Era un viernes.”
(…), estaban forrados, eran jueces,
todos menos yo. Mi abuela
importaba ropa, hacía negocios pedorros, pero las remeras que trajo esa noche de Brasil
nunca las vendió.”
Gabriela Bejerman encontró en una plantita acuática el femenino de algo. Así escribe en Alga:
Soltera universal
I want Paradise
¿mesura o desmesura?
si hay un claro de agua
o de algo
crecen plantas a la noche
su fino entrepelo se teje en el negro
se nace verde
por
la mañana es muy dulce
da agua que canta
miel o aire
de naranjas
Quizás no se puedan levantar las banderas de una batalla que se perdió. Quizás las batallas perdidas no son pura pérdida. El pasado es una mezcolanza entre memoria y deseo, y no puede haber certezas en medio de la confusión.
Estudió Letras en la UBA. Es escritora, periodista, docente. Trabaja en el ámbito de los derechos humanos. En los 90 fundó el sello editorial Siesta. Publicó poesía (El zig zag de las instituciones, Paz o amor, Mutual sentimiento, entre otros), novelas (El Matrimonio, Estamos unidas), cuentos y ensayos que fueron traducidos al alemán, inglés, finlandés. Forma parte de Latmef.org, 100% Diversidad y Derechos y Mala Junta en el Frente Patria Grande.