7 años después seguimos gritando #NiUnaMenos
Cuando nos abríamos paso entre un mar de gente en el 3 de junio de 2015 no sabíamos lo que se iba a inaugurar desde allí pero se intuía en el aire.
El desborde, la alegría por copar las calles y la bronca por las que faltan. Hoy cambiaron muchas cosas, atravesamos años turbulentos y nos faltó el encuentro. Pero las violencias persisten, y nos repiten la misma pregunta con mayor urgencia: ¿Cómo hacemos para frenar los femicidios y aquellas formas de opresión menos evidentes? ¿Cómo responder a los discursos de odio que quieren hacernos retroceder? Algunas reflexiones para volvernos a encontrar en el debate, siempre gritando #NiUnaMenos.
Imaginarios y realidades
Hay dos ideas con las que interesa debatir. Por un lado, que el feminismo es hoy hegemónico y que impone una ideología que obliga a hablar con la e. Que está en todos los discursos, que mete el dogma en las escuelas y es una peste que se hizo viral. No hace falta mencionar sus principales voceros, políticos y mediáticos, pero sí evidenciar que esta arenga tiene una finalidad: generar una reacción conservadora que recupere aquel estado de cosas que la marea transformó. El feminismo vino a cambiar el sentido común. Lamentamos decir que a pesar de todo lo que hemos conseguido, los femicidios y travesticidios siguen sucediendo en todos lados. Mujeres y diversidades de comunidades originarias están pidiendo frenar el “chineo”, esa práctica colonial de violaciones de niñas y adolescentes. Una piba que va a bailar no está segura, aunque al salir del boliche camine por un barrio transitado. Tampoco una niña que convive en su casa con un familiar abusador. Hace pocos días Claudia Benitez, que organizó una red de taxis en Misiones para mujeres fue asesinada violentamente. ¿Cuántos casos invisibles existen, cuántos abusos todavía son impunes?
Según el informe de la Corte Suprema de la Nación, en el año 2021 ocurrieron 251 femicidios y 5 trans-travesticidios. En el 88% de los casos las personas que perpetraron el asesinato eran conocidas por la víctima. No se trata entonces de un problema de seguridad sino más profundo. Del total, 12 mujeres asesinadas por femicidio eran migrantes, 7 se encontraban ejerciendo la prostitución, 6 estaban embarazadas, 5 vivían en situación de calle y 4 tenían una discapacidad. Es importante detenernos en esto para evidenciar que la vulnerabilidad siempre supone mayores violencias para mujeres e identidades travestis y trans.
Asimismo, el informe relata que el 69% de los 231 casos de femicidio directo aún se encuentran en investigación, el 13% están en juicio y el 3% ya tienen sentencia condenatoria, mientras que el 15% de las causas fueron archivadas. Muchas ya tenían denuncias previas. Esta situación revela que la justicia no es algo cercano y eficiente para quienes padecen violencia, ni siquiera en su forma más brutal y extrema. Parece que nuestro poder autoritario feminista no llegó a imponerse en aquellos ambitos que detentan un poder realmente hegemónico.
El reclamo por una justicia feminista está vigente y nos exige construir propuestas para llevarlo adelante. La denuncia es un camino muy difícil. Son urgentes las políticas de independencia económica sostenidas en el tiempo, patrocinio legal efectivo, apoyo integral, reparación para víctimas y familiares. Las redes de acompañamiento de las organizaciones y las promotoras de género en este sentido son una respuesta real, inmediata y comunitaria ante la injusticia que todavía es ley.
La otra idea que aparece recurrentemente es que el feminismo ya fue, a veces incluso repetida por nosotras. Parece contradictoria con la anterior pero es más bien complementaria. Por supuesto que en la diversidad de feminismos, los discursos terfs, transodiantes, liberales, pinkwashistas tienen mucha llegada y estamos hartas. Pero que ese árbol no nos tape el bosque. Las violencias siguen siendo una causa contra la que luchar, y también tenemos la responsabilidad de crear un mundo mejor donde las mayorías tengan una vida digna. ¿Acaso en un contexto donde nos quieren hacer creer que hay que conformarse con la escasez y el sálvese quien pueda no hay razones para seguir luchando? ¿No fueron nuestros feminismos populares los que pelearon para recuperar la posibilidad de jubilarnos todas y el derecho a decidir? ¿O nos vamos a resignar a la carrera meritocrática e individualista donde solo algunas tendrán la posibilidad de acceder?
La creación de un ministerio de géneros nacional y la novedosa participación en instancias de la institucionalidad, que convive con despachos casi totalmente masculinos, no puede ser una vía legitimante del status quo, debería ser un resorte para la organización colectiva y la transversalización de nuestras demandas. Para eso hay que saber que las instituciones no han cambiado aún, hay que producir transformaciones de fondo que no pueden quedarse en lo discursivo. Es un desafío grande, pero que tiene que estar al servicio de las y les que menos tienen. Las organizaciones sociales y comunitarias hoy exigen recursos para afrontar los acompañamientos, los refugios y espacios necesarios para atender la violencia donde más duele. Para los feminismos populares esta debería ser la prioridad hoy, para que todas tengamos derecho a vivir y ser libres.
Sobre la distribución de los bienes y riquezas
Las violencias son expresión de relaciones de poder desiguales, son resultado de opresiones, discriminaciones e impunidades. La concepción neoliberal y libertaria donde debemos adaptarnos a la escasez, y los privilegios son solo para unos pocos, se parece mucho al patriarcado. De hecho, les resulta muy útil esa alianza entre la ley absoluta del mercado y la reproducción de las jerarquías raciales, de clase y género para perpetrar las exclusiones. En la utopía neoliberal no hay lugar para nosotras, y las libertades son ajenas.
En nuestro país, en pleno siglo XXI, las mujeres cis y trans tienen menos herencia que los varones, menos ingresos, más trabajo y pocos recursos. Son 7 de cada 10 entre las personas más pobres. Por el contrario, en el sector de mayores ingresos son la minoría: el 70% de quienes aportan ganancias, es decir quienes tienen los salarios más altos, son varones. Las razones son múltiples, pero nadie puede negar que hay una organización de la riqueza en función de los géneros.
En este marco, podemos reclamar e incluso conseguir reconocimientos parciales, pero necesitamos pelear por políticas superadoras que levanten el piso de derechos y garanticen en este contexto de crisis un ingreso por encima de la indigencia. La propuesta de un salario básico universal es profundamente feminista, y necesitamos levantarla en nuestra agenda.
Tenemos esta certeza porque la jubilación, la asignación universal por hijx, los programas laborales para la economía popular, las políticas alimentarias, incluso el ingreso familiar de emergencia tienen como principales receptoras a las que fueron excluidas de esos derechos. La mayoría de las personas beneficiarias son mujeres. Los feminismos populares tienen que pelear para repartir la torta.
Hace poco en una reunión una compañera de Corrientes decía, mientras hablábamos sobre los límites que encontramos para dar respuesta a la situación social, que el feminismo le salvó la vida. Otra vez, charlando sobre lo mismo en un chat, decíamos que cuando salimos a las calles el feminismo es la comunidad organizada. Necesitamos más de eso, necesitamos volver a vernos e imaginar un rescate de este mundo hostil que está muy roto. Podemos armar una salida que sea colectiva, una utopía por la que valga la pena pelear y seguir insistiendo para ser felices.
Socióloga y feminista para cambiar la realidad. Directora del Observatorio de Géneros y Políticas Publicas. Referente del Frente Patria Grande. Candidata a legisladora de la CABA.