Ser campeones del mundo abre el camino para grandes transformaciones en la historia nacional. No se trata de entenderlo sino de dejar avanzar a la felicidad de su pueblo.
¿Se puede entender lo que pasa?
Haber ganado la copa del mundo en Qatar es algo que todos comprendemos de alguna manera. El fútbol en Argentina se ha convertido en religión nacional y se obtuvo el más ansiado éxito durante décadas. Tenemos un Dios que abandonó la territorialidad hace poco y nos dejó un mesías que acaba de concretar un mandato divino. Hasta ahí, tal vez, se entiende. Pero simultáneamente es el más incomprensible de los hechos históricos que sucedieron en este país debido a la diversidad e intensidad de maneras de vivir la explosión de felicidad colectiva.
Ser campeones del mundo es un hecho que afecta a la universalidad de los argentinos y las argentinas (incluso a quienes pretenden mostrar indiferencia). La movilización más grande de la historia hace visible el terremoto social que generó. No sirve citar a intelectuales o líderes espirituales extranjeros, ninguno de ellos vivió una movilización similar. Las grandes movilizaciones en otros lugares y tiempos fueron por funerales y cumplimiento de rituales religiosos. Ninguno de ellos fue una fiesta popular semejante. Ninguno de ellos abarcó geográficamente a todo un país. Ninguno de ellos tuvo a más del 10% del universo demográfico de referencia en las calles.
Lo que está sucediendo NO SE PUEDE ENTEDER aún (y no sé, si alguna vez se podrá). Lo máximo a lo que se puede aspirar es a vivirlo lo mejor posible. El futuro seguirá premiando a los que así lo asuman. Hoy se puede analizar si Scaloni se equivocó en no poner una línea de 5 en la defensa en el minuto 70 de la final con Francia y muchas otras minucias. Pero aún es muy temprano para entender qué significa para la historia nacional este suceso que será de referencia obligada.
Como no se puede entender con las categorías habituales cualquier análisis político tradicional cae en el ridículo. No es casual que los primeros en hablar de “lecciones” o “aprendizajes” sobre la selección hayan sido quienes oponiéndose al feriado apelaron a defender su “cultura de trabajo”. Porque no lo entienden no lo viven plenamente. Y, por eso mismo, carecen de la posibilidad mínima de poder entenderlo alguna vez si eso sera posible.
La potencia de la revancha y el amor
Ser campeones del mundo es algo eterno que el 60% de los argentinos y las argentinas no habíamos vivido. Muchos cuerpos, paredes y banderas tendrán anotados “18/12/2022” para que ante el desarrollo cotidiano del calendario se recuerde la fuerza de la gloria imborrable de la memoria colectica.
Pero esa eternidad se vive en una temporalidad concreta. No es un hecho aislado en el tiempo histórico. Por eso uno de los asuntos de debate carentes de significado futuro pero que tomó relevancia fue aquel relativo a la ausencia de la selección en la Casa Rosada. El fondo de la cuestión, más que el hecho físicamente difícil de concretar, es la relación entre la selección y el sistema político argentino. Y eso sí se puede entender.
En Argentina hay una crisis política que no es lo mismo que una crisis del sistema político. Hay una crisis que tiene sus facetas sociales y económicas que tiene un fundamento en la disputa por el poder en la conducción del Estado argentino pero eso no significa que la sociedad carezca de importantes representantes dentro del sistema político existente.
La crisis política argentina está marcada por dos cuestiones centrales. Primero, la impotencia tanto de un lado como del otro por efectivizar sus principales orientaciones. Y, segundo, por el odio desplegado desde una minoría intensa que llevó a que hace solo un par de meses atrás se intentara asesinar a Cristina.
Ante esta realidad la selección argentina no tuvo su foto ni con Macri en Qatar ni en la Casa Rosada. Bien podrían existir ambas fotos o alguna de un lado u otro de la grieta. Serían realmente de poca relevancia para las dimensiones históricas del evento. La foto en Casa Rosada que muchos queríamos para rememorar al Diego del 86´ no hubiera tenido más likes que la de Messi con la copa en Instagram apenas logrado el triunfo en Qatar. La sorpresa para muchos fue también que la desconcentración de la gente sin ver a los jugadores fue pacífica y sin llantos. La alegría generada es eterna y superó circunstancias nimias.
Más allá de las fotos y sus especulaciones dimensionar lo que significa que seamos campeones del mundo impide cualquier comprensión política de la situación. Cuando el penal de Montiel cruzó la línea la selección demostró todo lo contrario a lo que sucede en la política argentina actualmente. No solo porque la mayoría de sus integrantes venga de los sectores más populares como pueden resaltar los progresistas o sean ejemplo de “trabajo” como pueden resaltar los conservadores. La selección sobre esos detalles demostró el poder de lograr revancha ante “todas las finales que perdimos”. Argentina se transformó en potencia pura. Se tiene que soñar, se tiene que trabajar y creer porque eso se puede cumplir. Así lo decía Julián Álvarez a sus vecinos de Calchín.
La fuerza de la potencia la expresaron también muchos argentinos en las calles queriendo subir un centímetro más alto sobre postes y edificios. Podemos y lo logramos (y también nos ayudamos), sin dejarnos empapar por el odio y la muerte, porque el amor a la Argentina es más grande. Ese fue uno de los principales mensajes (si es que los hubo).
¿Qué puede cambiar esto?
El éxito en Qatar le hizo una gambeta a la impotencia y al odio de la disputa política argentina. No se trata de pegarse martillazos en los pies, ni de dañar el autoestima nacional, fenómenos semejantes en la disputa de intereses se dan en todo el mundo. Lo que sí no se da en todo el mundo es ser campeones y ahí está la clave que puede abrir camino para lo inesperado, para la potencia transformadora que parece ausente por momentos de la escena política argentina.
Los papelones de periodistas lamentándose por “los costos del festejo” o tildando de desclasados a los jugadores demuestra que desde el clivaje entre conservadores y progresistas es totalmente imposible vivir plenamente lo que está sucediendo. Los festejos expresaron la reivindicación de una identidad nacionalista de una manera profundamente popular.
Se trata de un nacionalismo profundamente arraigado en causas como la de “los pibes de Malvinas”. Es una reivindicación de “lo propio” enfrentada con las formas de la corrección foráneas que se nos quieren imponer. Es un nacionalismo para nada chauvinista y que lleva implícito cierto internacionalismo que se une a las causas justas de otros países oprimidos. En este mundial estuvieron quienes resaltaron que “todos estaban en contra de Argentina” haciéndose eco de la prensa conservadora europea cuando lo que se demostró es que nuestra identidad nacional y nuestro principal ídolo popular despiertan apoyo y fanatismo en los más lejanos lugares del mundo. En Bangladesh, India, Irlanda, Indonesia, Pakistán, Nápoles, Haití, Perú y otros en otros lugares se festejó con la misma pasión que tenemos en este país. Tal es así que desarrollar un Commonwealth maradoniano debería ser una prioridad de nuestra cancillería.
Y sí, también se hizo visible de una manera popular. Hasta Milei tuvo que explicarle a Majul que la masividad de lo sucedido tiene que ver con el carácter inmensamente popular que supera a las rencillas mediáticas cotidianas. Además, cuando hablamos de pueblo en Argentina sabemos que aunque el mismo esté movido por grandes sentimientos de amor también está enfrentado a minorías que impiden la realización de la grandeza de la nación.
Messi dejó que Tití Fernández bese la copa pero el plantel argentino salió por la zona de prensa el domingo 18 recordando a los periodistas que no bancaban a la selección. El pueblo argentino en los festejos tampoco dejó de saltar para decir que no somos ingleses en las calles. Los fenómenos populares, además de tener enemigos foráneos como en este caso, siempre tienen enfrente a élites clasistas o intelectuales. Esta no es la excepción.
Los campeones del mundo tenemos muchas revanchas pendientes. La Argentina y su pueblo está sedienta de grandes cambios. Nada más deprimente y a contramano de la situación actual está la idea de que esto podría seguir igual o que se pueden apelar a cambios moderados. Si el Dibu Martínez pudo tapar la definición Kolo Muani en el minuto 123: ¿Cómo no se va a poder bajar la inflación?. Si Messi le dijo andá pá allá bobo a un holandés provocador: ¿Por qué no le podemos decir algo similar al FMI?. Si Montiel que pateaba penales por plata en los potreros de González Catán hizo el penal más importante de la historia de los mundiales: ¿Por qué no podemos terminar con la pobreza?. Si Di María también volvió a intentar en la selección y tuvo revancha como ninguno: ¿Por qué Argentina no puede tener una revancha histórica tambien?. Si logramos una inmensa red de solidaridad internacional que gritó los goles con nosotros: ¿Por qué no podemos unir a esos países en la lucha por la recuperación de nuestra soberanía por las Islas Malvinas y del Atlantico Sur?. Si pudimos: ¿Podremos?
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.