En su reciente visita a Buenos Aires, Beatriz Sánchez dialogó en exclusiva con Oleada. La candidata presidencial en Chile reflexiona sobre la experiencia del Frente Amplio, los aportes del feminismo para derrotar al neoliberalismo y los desafíos de la segunda oleada democrática en América Latina.
En Chile hace años que se dan enormes movilizaciones por la educación, por la defensa de la soberanía sobre los bienes comunes y contra el sistema de pensiones privado. En ese proceso también emergió con fuerza el movimiento feminista. Movimientos, partidos y referentes de estas luchas decidieron conformar el Frente Amplio. ¿Qué llevó a que te eligieran como candidata a presidenta viniendo de otro ámbito como el periodismo? ¿Por qué aceptaste la propuesta?
En primer lugar hay que decir que era una persona reconocida públicamente. Yo tenía la imagen de una periodista disidente. Siempre tuve una opinión clara respecto a temas que han movilizado a los chilenos en el último tiempo. Y también con temas que para mí son importantes. Siempre fui activista por el aborto libre por ejemplo.
Ayudé a lo que el Frente Amplio necesitaba: un rostro visible que tenía una posición reconocida por la gente.
En segundo lugar hay que reconocer que en Chile las campañas son cortas y tenemos un sistema demasiado presidencialista. Tan así es que cualquier partido que quiera participar de alguna elección local tiene que llevar algún candidato o candidata presidencial. Por eso se buscaba a alguien conocida y que la gente identifique rápidamente qué piensa. Cuando me costaba asumir el paso de ser periodista a ser candidata a presidenta, una compañera me dijo: «tú eres frenteamplista antes de que tú supieras que eras del Frente Amplio».
En Argentina se presenta a Chile como un ejemplo a seguir. Has dicho hace tiempo que al Frente Amplio lo une el deseo de terminar con el modelo neoliberal. ¿Por qué se proponen este objetivo?
Porque no ha sido exitoso. Es un país que construyó la imagen de ser ordenado en sus instituciones y que ha logrado reducir la pobreza extrema. Pero son políticas focalizadas. No se desarrollaron políticas que asuman a las personas como sujetos de derechos y con una perspectiva de derechos humanos amplia.
Se ha construido un «mito de Chile» como un modelo exitoso. Pero las estadísticas son engañosas. Chile es un país con mucha plata, el problema es que está concentrada en el 1% de la población. El 30% de lo que se produce en el país se lo queda ese 1%. Y el 20% de lo se que produce queda en el 0,1%. Somos 17 millones y la concentración se da en unas pocas familias. Eso es brutal.
Las instituciones estatales, la Iglesia, los medios de comunicación ya no cuentan con el respaldo ciudadano. Un modelo que se presenta como exitoso ya no lo es. Somos uno de los países más desiguales del mundo, somos uno de los países con más depresión, tenemos las tasas más altas de suicidios (concentrados en la adolescencia y en los adultos mayores). Al analizar Chile el espejismo se rompe.
En este contexto surge el Frente Amplio, que intenta superar el modelo y buscar las fracturas que está mostrando con las movilizaciones desde 2011. Irrumpe corriendo el cerco de los discursos que hay tradicionalmente entre las candidaturas. Esto es posible porque hay también una fractura en la manera neoliberal de pensar.
Chile es uno de los epicentros de la cuarta oleada feminista que recorre el mundo. ¿Qué aporte consideras que hace este movimiento para enfrentar al neoliberalismo?
Me interesa discutir el feminismo como lo que viene después del neoliberalismo. No es algo que tenemos resuelto. Lo más interesante es ir conversando al respecto.
El feminismo ayuda a construir una alternativa al comprender el lugar que ocupan las mujeres en el engranaje de que «todo sea negocio». Somos parte de un mercado en el que todo es mercancía. Si desde el feminismo cambiamos las estructuras y la forma del poder asumimos que no queremos seguir teniendo el mismo rol que tenemos. Queremos los mismos derechos, y eso implica salir de mi rol clásico y armar una sociedad con otras estructuras.
El feminismo ayuda a cambiar la realidad concreta. Cuando hablamos de cambios estructurales entiendo que haya gente que tenga miedo con eso. Por eso tenemos que hacer hincapié en que no queremos que los mismos de siempre tomen decisiones sino que queremos que esa gente también sea parte. Tenemos que repartir el poder para no seguir pagando todas las consecuencia del sistema.
Desde el Frente Amplio hicieron una propuesta revolucionaria: un gobierno feminista. ¿En qué consiste esta propuesta?
Para nosotros no fue fácil plantearla. ¿Hablamos de feminismo o hablamos solo de los derechos de las mujeres? Fue la pregunta que nos hicimos. Elegimos la opción más arriesgada. Y cuando decidimos hablar de gobierno feminista fue porque asumimos que no se trataba solo de «un tema de mujeres». No alcanza con tener un ministerio de la mujer, un servicio para la mujer o instituciones que tengan que ver con las tareas de los cuidados como tenemos en Chile.
Cuando hablamos de gobierno feminista hacemos referencia a políticas públicas que en todas las áreas tengan una perspectiva feminista. Y eso significa que hay un cambio de estructuras en la dirigencia y en la forma en que vas incorporando a las mujeres como sujetas de derecho igual que los hombres. No son «temas de mujeres» aislados sino que tienen que ver con todo lo que nos pasa en la vida.
En la economía se hace evidente. Las mujeres sostenemos el sistema. Nos hacemos cargo gratuitamente y pagamos los costos de las labores del cuidado. Lo demostró Islandia cuando las mujeres hicieron un paro de brazos caídos y el país dejó de funcionar. Esto no está en los análisis económicos, en las cifras de crecimiento, en las cifras sobre empleo. Y tiene que estar.
Cuando decidimos tener esta propuesta buscamos correr el cerco de la discusión. Cuando hablé de aborto libre en un país que mayoritariamente está en contra también hicimos eso. Quisimos instalar el debate con otro marco. Eso fue importante para nuestra campaña y la instalación del Frente Amplio. No buscábamos que fuera una repetición de lo que vimos antes. No queríamos decir que «somos mejores y vamos a hacer lo mismo» sino que «somos otros que queremos hacer cosas distintas».
Una gran dificultad de las izquierdas y los progresismos es cómo empezar a forjar un orden alternativo. ¿Cómo asumís semejante desafío?
No quiero hablar desde «la izquierda» porque se ha vaciado ese concepto. Tampoco del «progresismo» porque en Chile grupos «progresistas» están en la ultraderecha. Yo prefiero hablar de la justicia social. Eso es más claro y ahí no nos perdemos en debates.
Desde la vereda de la justicia social es importante avanzar sobre el sentido común. Tenemos que hacernos cargo de los miedos y de hablar de cosas que no hablamos. Del orden, por ejemplo.
Yo también quiero un país ordenado. Hablar de eso suena a que uno es de derecha. Pero el orden no consiste en poner más policías en la calle sino en que las personas sepan que su vida no se va a ir a «la punta del cerro» -como decimos en Chile-. Vamos a hacer un cambio de estructuras pero nos tenemos que preocupar para que la gente viva tranquila, que haya seguridad y que pueda mantener su trabajo.
Tenemos que hacernos cargo de los miedos y de hablar de cosas que no hablamos. Del orden, por ejemplo.
El desorden está más bien en este sistema que es salvaje y que te lleva siempre a competir. Y más salvaje es aún cuando por nacer en un lugar u otro de la ciudad no tienes ni posibilidades de competir. Eso nada tiene que ver con el orden.
Luego de la última elección has dicho que la sociedad chilena está mucho más avanzada que su élite política. ¿Cómo van a intentar traducir ese diagnostico en política durante los próximos años?
En primer lugar hay que partir de que no se hace política «para la gente» sino «con la gente». No hay que tenerle miedo a la gente. La clase política se encerró en un club de políticos que se la pasa entre el parlamento, el auto oficial y la casa. Hay que volver a conectar con las personas.
Yo no soy una iluminada para saber qué es lo que quieren los chilenos y las chilenas sino que tenemos que construir juntos. Esto suena muy bonito pero no es fácil de hacer. La participación es muy deseable pero pocos participamos y hay un gran cuestionamiento a quienes lo hacemos.
No tenemos todas las respuestas. Por eso tenemos que ver dónde «somos realidad como Frente Amplio». Un ejemplo es Valparaíso con el alcalde Jorge Sharp. Allí se han tocado teclas que son interesantes para ir proyectándolas hacia liderazgos nacionales y territoriales. Jorge ha respondido a los temores y las demandas de la ciudadanía de Valparaíso. Lo ha hecho incorporando a la ciudadanía en las soluciones. Se propuso trabajar juntos para solucionar los problemas. Por eso se considera como una Alcaldía ciudadana.
En Valparaíso la Alcaldía involucró a movimientos barriales, clubes de mujeres, clubes de adultos mayores, agrupaciones movilizadas por la vivienda y con ellos se propuso mejorar el entorno. En asuntos como la seguridad se nombró a un Alcalde nocturno que no fuera un policía sino que fuera alguien que garantice el orden desde una perspectiva ciudadana. Este concepto encierra algo importante: que los ciudadanos se sientan parte de las instituciones.
Por mucho que un alcalde quiera hacer en una ciudad tan compleja como Valparaíso, es imposible que lo haga solo. También es imposible para el Frente Amplio llevar a cabo su propuesta de cambio si no involucramos a la ciudadanía. La experiencia de Jorge nos ha marcado el camino para darle sentido de realidad a lo que proponemos.
Las élites chilenas han tenido una política hostil hacia demandas históricas de países vecinos como la demanda de soberanía sobre Malvinas de Argentina o el acceso al mar de Bolivia. También reconoces que Chile es un país bastante «ombliguista». ¿Cómo debería llevarse adelante una integración solidaria entre nuestros pueblos?
Como anécdota puedo decir que durante el Foro de Pensamiento Crítico de CLACSO me preguntaron por qué había tan pocos chilenos así como no había casi referencia a Chile en los debates. Yo respondía que parte de la responsabilidad es nuestra que nos hemos sentido afuera de América Latina. Hemos buscado seguir ejemplos más europeos o norteamericanos.
Esto está instalado en la sociedad chilena. Nos vendieron la idea de que en Chile «no somos corruptos» como en el resto del continente. Pero en los últimos siete años nos dimos cuenta que la corrupción también es un problema en nuestro país y en el resto del mundo.
Tenemos que aprender de lo que ya se hace a un nivel comunitario pero que no hace la política.
Tenemos también un comportamiento «isleño» por razones geográficas. Y hay una mirada muy centralista respecto a nuestras fronteras.
En Arica, que tiene fronteras con Perú y con Bolivia, la gente nos acusa a los de Santiago de chovinistas mientras que ellos mantienen una buena relación con los pueblos vecinos. Lo mismo sucede en Punta Arenas con la relación con los argentinos. En ambos casos hay una relación que es distinta a cómo se piensa en el resto del país. Nos han convencido de que nuestras relaciones son solo comerciales y para tener tratados de libre comercio.
Podríamos tener una política integradora que ya practican las comunidades que más se relacionan por razones geográficas con los países vecinos. Las lecciones no se dan desde Santiago sino desde las regiones más extremas.
No podemos relacionarnos más solo con tratados de libre comercio y demonizando a los vecinos. Necesitamos compartir estrategias en educación, en el consumo de agua y en alimentación.
Tenemos que aprender de lo que ya se hace a un nivel comunitario pero que no hace la política. Nuestra élite se reproduce sobre sí misma y está muy alejada de lo que pasa fuera de Santiago. Viene de ocho colegios y dos universidades. Son en su mayoría hombres y blancos. Forman familia entre ellos mismos y siguen reproduciendo una élite política y económica. Si siguen teniendo el poder de tomar las decisiones no vamos a recoger las mejores experiencias que ya existen en el propio territorio respecto a la relación con nuestros vecinos.
Durante los primeros años del siglo XXI ha emergido en el contienen una oleada democrática. Álvaro García Linera plantea que actualmente es necesaria una segunda oleada. ¿Qué saldos positivos tomas de la oleada democrática precedente en el continente?
En América Latina no ha habido un solo proyecto latinoamericanista en la década ganada. Hay proyectos distintos con cuestiones similares.
Uno de los elementos que destaco y que me resulta interesante es el de los procesos constituyentes. Lo que hizo Rafael Correa con la economía del buen vivir es otra política que rescataría.
Otro elemento es el de liderazgos que se plantearon dar vuelta al sistema neoliberal. Lo interesante es cómo lo lograron hacer de distinta manera.
Valoro que en un continente que estaba marcado por el poder de las élites y la derecha se empezó a proyectar con soberanía frente al neoliberalismo. Y que se haya instalado esa discusión es valioso en sí mismo.
El fenómeno del Frente Amplio en Chile es similar al de Veronika Mendoza en Perú, Gustavo Petro en Colombia, incluso al de Andrés Manuel López Obrador en México. ¿Qué elementos renovadores hay en estas fuerzas?
Lo que dijo García Linera me pareció notable: «la derecha nos convence que trae modernidad cuando sus recetas son las mismas de los Chicago boy´s de los 70″. La derecha nos ha acusado a nosotros de ser una izquierda trasnochada cuando en nuestro programa no había nada de eso.
Por eso coincido también con Petro y con su movimiento Colombia Humana. Hay que dar respuesta al neoliberalismo desde ciertos conceptos y debates que son vitales. Estos debates tienen que ver con el feminismo, la sustentabilidad del ambiente, la tenencia de la tierra y del agua. Hay que volver al concepto de las personas, de lo humano: en la economía, en el desarrollo y en la sustentabilidad, etc. Estas cuestiones no pueden estar afuera de una propuesta que defienda la justicia social.
Esta izquierda que surge tiene sintonía en cómo se comunica y en el valor que le da a la participación. No se trata de tener un buen caudillo para terminar con el neoliberalismo sino que queremos lograr nuestro objetivo incorporando a la ciudadanía y haciéndonos cargo de la unidad. Hay cuestiones que valoro de la década ganada pero esto es lo que nos falta ahora.
No tenemos todas las respuestas. Yo me hago cargo de que tengo más preguntas que respuestas. También hay más movimientos pensando en esta clave. Por ejemplo, Guilherme Boulos en Brasil que está proponiendo un Frente Amplio Democrático.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.