El escudo y la espada

Por Nicolás Enríquez
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En este ensayo, Nicolás Enriquez profundiza acerca de las distintas tácticas y estrategias que componen "las dos alas" del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. ¿Son internas de un gobierno tendiente a quebrarse? ¿Hablan de las fortalezas de una coalición de gobierno amplia y con capacidad de diálogo?

El Frente de Todos está compuesto por dos alas que prefiguran su accionar y razonamiento político: el albertismo, que funciona como un escudo ante el revanchismo de la oposición e invoca el diálogo como grial; y el cristinismo, que actúa como una espada que, en posición de ataque, puja por la realización de conquistas populares. Las retóricas de ambas líneas se entremezclan y chocan dentro del Golem de gobierno.

La coalición gobernante es amplia, diversa y compleja; lo que plantea la problemática específica de la heterogeneidad y, por tanto, la búsqueda de consensos internos. En cambio, las fuerzas de la derecha, a pesar de demostrar puntos divergentes entre sus dirigentes, denotan una homogeneidad mucho mayor lograda por su cúmulo más retrógrado que, en su impulso reaccionario, logra nuclear al resto de la oposición de Juntos por el Cambio y las demás fuerzas conservadoras.

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Alberto, y consiguientemente el albertismo, representa la posición dialoguista, el escudo; reivindica retóricamente al primer peronismo y la puesta a punto de un Estado robusto y federal, con relaciones sectorizadas. Los empresarios por un lado, los trabajadores por otro, y el presidente como el arquitecto de la gran mesa en la que todos debatirán el futuro del país, siguiendo los dos mandatos de la economía justicialista: el consumo y la producción. Por ello, Alberto se presenta frente a las cámaras de televisión, en su despacho, demostrando cercanía al ciudadano con su cuadro de Perón abrazando a Evita en aquel acto del 17 de octubre de 1951, lienzo cúlmine del primer peronismo. Imagen fundacional del mito peronista.

Así mismo, la idea del Estado federal no es un mero slogan de campaña. El albertismo juega a solidificar y sostener una base de apoyo en los gobernadores y en la inserción territorial dentro de las casas de los gobiernos provinciales. Pero, al mismo tiempo, la figura en la cual Alberto intenta erigir su contorno es Raúl Alfonsín, presentándose, al igual que él, como un presidente que vino a terminar con las asperezas de los argentinos representando una hegemonía por fuera de las disputas políticas que encontrarían cauce en su propia imagen. Una especie de anhelo de proyección especular. Portando siempre en el bolsillo una estampita con el retrato del padre de la democracia que, debido a la gesta de asegurar el sistema democrático, escaparía a las mundanas conflagraciones políticas. Un ejemplo de esto es la invocación en sus redes sociales al discurso del expresidente radical sobre “el hombre que camina y no se rinde”, tras el pudoroso banderazo en contra de la expropiación de Vicentin. En definitiva, se enarbola una política que contempla a diversos sectores de la sociedad; desde la UTEP hasta la UIA, un bálsamo de conflictividad controlado por la mano justa del Jefe de Estado.

Foto: Prensa Alberto Fernández (2019)

Cristina Kirchner, y consiguientemente el cristinismo, representa el conflicto, la espada; reivindica retóricamente al “gobierno camporista” y la izquierda peronista de los 70s, lo cual se hace visible en la participación en el gobierno de militantes de la generación revolucionaria, en muchos casos detenidos y torturados por la dictadura. Ella misma, incluso, invoca su pertenencia al espíritu de esa generación. Durante su mandato, por ejemplo, cuestionó la visión de la CONADEP de los ¨dos demonios¨ (equiparación de la violencia guerrillera con la del poder estatal) desde una mirada plebeya, rescatando las banderas políticas de aquella época; y motorizó los juicios a los genocidas, acabando así con las anteriores políticas de indulto.

Otro rasgo para destacar en Cristina y el cristinismo es que Perón no aparece como un objeto asiduo de culto. Durante todo su mandato se le dio mayor centralidad, en cambio, a la figura de Evita; apreciable en las cadenas nacionales, apareciendo ante las cámaras con su mural en el edificio del Ministerio de Desarrollo Social, o su imagen impresa en un billete. Tampoco es casualidad que la Eva que se eligió mostrar fuese la Evita que da el discurso apasionante, la impulsora del ímpetu hacia sus cabecitas negras. Lo dicho se relaciona con la conceptualización de los piqueteros, los desempleados y el sector informal como beneficiarios de una política social, como la AUH y el ProCrear, que abreva en la experiencia de la Fundación Evita.

Foto: Prensa Casa Rosada – CFK presenta el nuevo billete de 100 pesos (2012)

Por otra parte, CFK buscó edificar una base de sustentación apoyándose en la juventud (La Cámpora y allegados), no sosteniéndose así, unilateralmente, en la estructura del PJ. Aunque aquello haya significado un acotamiento del apoyo político en los denominados “fieles”, siguió haciendo énfasis en la necesidad de la transversalidad, búsqueda que podemos observar en sus discursos durante los primeros años del macrismo apelando a la construcción de un “frente ciudadano”. Otro ejemplo ilustrativo sobre esta mentada necesidad de apoyarse en diversos actores políticos fue la postulación de Néstor Kirchner para la presidencia del PJ en 2008, a pesar de que en las elecciones legislativas del 2005 CFK había duplicado en votos a Chiche Duhalde, candidata del PJ. Con esta actitud da a entender, así, la necesidad de contar con ese espacio político y con todas las expresiones del peronismo, además de las fuerzas progresistas.

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Para comprender la praxis de ambas “alas” del gobierno no basta con analizar las medidas y posiciones que fueron tomando. Sería injusto evaluar sólo sus acciones, siendo uno un gobierno consumado y otro un gobierno que recién acaba de empezar. También hay que indagar en la génesis de ambos gobiernos.

El gobierno de Alberto surge luego de cuatro años de empobrecimiento sistemático, pero sin un escenario de “crisis total” (tanto en lo referido a lo social como en la representación política), en gran parte gracias a la potente oferta electoral que ofrecía la boleta del FdT y el papel de contención de las organizaciones sociales para que no “estallara todo”. El kirchnerismo surge, también, luego un panorama desolador tras la implosión social del 2001 y 2002. Pero esa crisis sí se había presentado, aparentemente, como «definitiva». La inexistencia de una salida en “la Política” y el poco caudal de votos conseguido por Néstor en 2003 (el menor en la historia de la democracia) prefiguraron un arranque de gobierno complejo, pero distinto al que le tocó asumir a Alberto Fernández. Frente a la desintegración del tejido colectivo, los gobiernos de Néstor y Cristina plantearon un escenario político completamente distinto al que se venía viviendo en el país desde la postdictadura, en gran parte gracias a que, en un momento de radicalización de las masas como ese, se abrieron perspectivas disruptivas a futuro, y el kirchnerismo fue una. Al igual que el 17 de Octubre trajo la década peronista y el Cordobazo del 69 el regreso de Perón, el 2001 trajo la década kirchnerista.

CFK es la representante del antagonismo hacia las fuerzas del neoliberalismo financiero con mayor caudal electoral en su haber, pero también encuentra rechazo en muchos sectores del empresariado argentino que ven como imposible hacer negociaciones políticas con ella (como la UIA, por ejemplo). En cambio, Alberto suscita mayor “transversalidad” en su figura. Un ejemplo de ello fue el acto del pasado 9 de Julio en Olivos en el cual se invitó a representantes de la Cámara de Comercio, entre los cuales estaba Acevedo (presidente de la UIA), Pelegrina (presidente de la Sociedad Rural) y representantes de la CGT. Quien no fue invitado a ese acto, en palabras de Alberto “por equivocación”, fue Hugo Yasky, Secretario General de la CTA; quien, a su vez, hubiese devenido en la invitación de Palazzo y Moyano, el ala “más combativa” o, al menos, menos apegada al establishment dentro amplio espectro del sindicalismo nacional. Quién sabe, puede haber sido un pedido de las patronales debido a su alergia a todo lo que implique combatividad; pero en lo que respecta al Ejecutivo, distintos funcionarios le hicieron llegar al dirigente de la CTA el mensaje del ”error” que había significado su desplante. Fue la misma Cristina quien salió a marcarle la cancha a esta entente entre los conductores políticos y el poder económico por medio un retweet a la nota de Alfredo Zaiat publicada en Página 12, que conceptualiza a los miembros del establishment como adversarios de los proyectos de desarrollo nacional dado que gran parte de sus patrimonios están en el exterior, por lo que, según expresa Zaiat, sus intereses particulares quedan escindidos de los nacionales.

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La democracia está compuesta por dos movimientos: la tensión y el consenso. Una válvula que se cierra y otra que se abre, siendo los políticos quienes deben, lucidez mediante, leer el momento histórico y la correlación de fuerzas para saber en qué momentos tirar de la cuerda y en cuales otros buscar la mayor aglomeración política posible. Pero, lo tangible, es que estos dos movimientos siempre deben estar prefigurados por la política de abajo; la popular, la que permitió llegar al poder, la que se debe a sus votantes.

Actualmente, la táctica del “núcleo duro” de Juntos por el Cambio, motorizado por Macri y Bullrich, es enardecer el conflicto con CFK para ubicar a la grieta en la centralidad del tablero político, obligando al FdT, de esta forma, a usar la espada. Esta praxis radicalizada de dicho sector de la oposición encuentra asidero en un movimiento internacional de las derechas, basado en la ideología de Steve Bannon, el organizador de la corriente política más exitosa de la globalización. El ex estratega de la Casa Blanca, arriado por Trump, profesa la creación de un movimiento internacional de nacionalismos que avance tanto contra China como contra el mundo islámico. Un capitalismo populista de derecha cuyo objetivo es levantar fronteras entre países y proteger al “Occidente Judeocristiano” frente a las agendas políticas de género, ecológicas y de minorías en general. En América Latina encontramos representantes de dicho movimiento, actualmente, en la figura de Bolsonaro en Brasil y en el gobierno de facto de Añez en Bolivia.

Foto: Santiago Oroz – Movilización organizada por Juntos por el Cambio por la muerte de Nisman (2020)

Sumado a este escenario, el país se encuentra en plena negociación de la deuda, lo cual no solo influirá en el bolsillo del grueso de los argentinos, sino que también está siendo visto como un ejemplo mundial para las futuras negociaciones post pandemia. En un contexto donde se estima que más de 40 países entrarían en default, tanto la Argentina como los secores financieros concentrados se juegan mucho en esta negociación. Por estas razones, el sector más “duro” del macrismo plantea un escenario destituyente , suscitando escenarios como la renuncia de Alberto debido a supuestas presiones de CFK y presentándola como un factor antidemocrático.

La democracia está compuesta por la tensión y por el consenso y gobernar es negociar con todos los sectores. Ser un director de orquesta, como dijo Lula. Pero, al mismo tiempo, decidir cuándo ser acuerdista o confrontativo no es únicamente decisión de los propios actores políticos. Hay un momento histórico de por medio. Para no quedar desfasados, los actores políticos deben tener un accionar que les permita comprenderlo y conducirse conforme al momento que en que les toca actuar. En el contexto político que se presenta más allá de la pandemia se impone una naciente y feroz polarización, en la cual están dadas las condiciones de legitimidad política para plantear un discurso confrontativo; para radicalizar y emprender reformas o medidas económicas, tales como el impuesto a las grandes riquezas y la existencia de un salario universal. Si frente al ataque no se es capaz de reaccionar tal como el momento político lo impone, la capitulación se presenta como la única certeza. En momentos en los que la derecha busca vulnerar con discursos y manifestaciones de odio al campo popular y democrático no alcanza con usar la espada, si no se usa el escudo. Aunque, en este caso, no debe ser un escudo para resguardarse en la defensa. Se debe usar el escudo para cuidar la retaguardia, pero en posición de ataque.

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Etiquetas: Argentina
Nicolás Enríquez

En FSOC, intentando ser sociólogo. Marxismo, peronismo y planificación. Al que me tome en serio le digo que siempre le inyecto sangre a mis ideas.