Debates de la literatura

¿Entretener o concientizar?

Por Lucila Bollo
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Como todo arte, la literatura se vio envuelta en el debate sobre cuál debe ser su finalidad: ¿entretener por el mero goce estético o concientizar para denunciar injusticias? Lucila Bollo realiza un recorrido de las discusiones sobre la literatura en Argentina para pensar su actualidad y sus potencialidades impugnadoras.

Las palabras no son sólo palabras, a través de ellas creamos sentido. Elegimos usar determinadas palabras y no otras porque sus significados no son arbitrarios, y en esa elección creamos a partir del lenguaje una visión del mundo propia. Sucede así que si consideramos a la literatura como un arte que utiliza a la palabra como instrumento, reparamos en que los escritores crean constantemente modelos de mundo que responden a ciertas formas de pensamiento, siempre determinadas por un sujeto, por una época, por un contexto. Vale la pena preguntarse entonces cuál  sería el lugar que ocupa la literatura en un contexto tan particular como el de una pandemia. Ante esto no podemos dirimir el eterno dilema entre quienes se posicionan a favor de una literatura “pura” –el arte por el arte– y quienes defienden a la literatura utilitaria –comprometida socialmente–, dado que ambas posturas responden a distintas formas tanto de producción como de consumo del arte. Sin embargo, vamos a intentar comprender las motivaciones que emplean ambos bandos a la hora de tomar partido, y para ello haremos un recorrido histórico.

En la actualidad la lectura literaria se ha incrementado, ya sea como una forma de entretenimiento que ayude a anestesiar los fantasmas del encierro o como un medio para cultivase y reflexionar acerca de otros mundos posibles, y ambos fines son completamente válidos. Ahora, en cuanto a la producción, no queda ninguna duda de que en estos tiempos el arte tiene mucho para decir y, a la hora de reflejar la realidad, posicionarse ideológicamente es algo inevitable. Por lo que esa idea de buscar “formas puras” en torno a la literatura quedaría descartada. A pesar de que existen quienes prefieren hacer literatura acerca de cuestiones ajenas a la coyuntura, no debemos olvidar de que la influencia del contexto siempre estará presente, pues, como bien se dijo en un comienzo, el lenguaje se verá determinado por la elección de quien escribe, y el lenguaje encierra en sí mismo ideología. En torno a esto vale destacar que, si bien la producción literaria argentina de los últimos años ofrece un variado abanico de temáticas y estilos, la gran mayoría de las obras tienen un punto en común: un lenguaje descontracturado que contribuye a combatir estereotipos y detona por los aires, de forma explícita o implícita, las normas, las convenciones y los prejuicios.

Boedo y Florida, dos formas de entender la literatura

Ahora bien, si tomamos la mencionada polémica entre la literatura “pura” versus la literatura comprometida e intentamos situarla dentro de la historia de la conformación de la literatura argentina, podemos ubicarla en la década de 1920, haciendo una analogía con la disputa entre las dos tendencias literarias más sobresalientes de la época: el grupo de Boedo y el de Florida. Durante aquellos años Buenos Aires crecía vertiginosamente debido a los avances tecnológicos y a las grandes oleadas migratorias. En ese contexto de transición convivían la cultura tradicional y la cultura moderna y, como no podía ser de otra manera, estas transformaciones se trasladaron a la literatura de la época poniendo en crisis los modos de representación de la realidad. Así, la polarización sociocultural se vio reflejada también en las intenciones de los escritores más destacados de ese entonces.

De esta manera, se conformaron dos bandos que adoptaron el nombre de los sitios en donde llevaban a cabo sus reuniones: los de Boedo y los de Florida. Boedo era un barrio obrero y los integrantes de este grupo presentaban al arte como un espejo del pueblo, identificados a una postura política de izquierda, la mayoría de ellos relacionados con la Editorial Claridad, la cual se ocupó de difundir a autores comprometidos social y políticamente. Por otro lado, la calle Florida era considerada la calle más elegante de la ciudad, con galerías de arte, confiterías, librerías y tiendas lujosas, y se la asoció a aquellos escritores que proponían un cambio a nivel estético, ligados a las propuestas de las vanguardias europeas. Fueron ellos quienes fundaron las revistas Proa y Martín Fierro, en donde difundieron su estética ultraísta.

Foto sacada en la sede de la Revista Sur fundada por Victoria Ocampo. En la foto: Francisco Romero, Eduardo Bullrich, Guillermo De Torre, Pedro Henríquez Ureña, Eduardo Mallea, Norah Borges, Victoria Ocampo, Enrique Bullrich, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Ramón Gómez De La Serna, Carola Padilla, María Rosa Oliver, Ernest Ansermet. Archivo: Fundación Sur.

Los de Boedo respondieron con un fuerte rechazo hacia las vanguardias europeas que negaban la identidad nacional. Ellos consideraban que los de Florida, calle del ocio, veían al arte como una mera mercancía al servicio del consumidor aburguesado que no hacía otra cosa más que entretener, generando así lectores pasivos, incapaces de ejercer juicios críticos acerca de la realidad social. Para el bando de Boedo la obra de arte era importante por su contenido y no por la técnica y los recursos estéticos utilizados. Debido a esto, se los solía criticar por su estilo sencillo que se manifestaba a través de un lenguaje simple, directo y conciso. Era un lenguaje dirigido al pueblo y accesible a las masas. Ellos escribían como hablaban, porque su objetivo era el del compromiso social, el de generar conciencia en la población, y para eso debían utilizar los recursos de estilos como una herramienta y no como un fin en sí mismo.

En este marco aparece Borges como uno de los escritores que más difundió a las vanguardias europeas, con las que había tenido contacto durante sus años de residencia en el viejo continente. Sin embargo, más tarde comenzó a reflexionar acerca de la construcción de tradiciones olvidadas, dado que al tratar de inculcar ideologías europeas se dio cuenta de que estas no llegaban a identificarse con los valores de su tierra. Así es como adoptó el lenguaje de sus obras y comenzó la búsqueda de una “voz propia”. De esta manera, intentó construir una lengua literaria para Buenos Aires, incorporando a su obra el habla rioplatense, pero sin abandonar su posición tradicionalista ligada a los sectores de la élite letrada.

En este sentido, muchos consideran a Borges como un escritor vanguardista, y vale la pena detenerse en este punto, porque muchas veces se asocia a la vanguardia como “lo innovador” que viene a imponerse desde lugares remotos; pero acá lo que queremos es repensar esta idea de confrontación entre el arte por el arte y el arte comprometido. Por lo tanto, podemos considerar que vanguardia es todo aquello que implica ruptura con las convenciones establecidas, pero no necesariamente por ello implica compromiso social. Más tarde, Borges publica en la revista Sur sin tintes de compromiso, como bien afirma él mismo en el prólogo del Informe de Brodie: “sólo quiero aclarar que no soy, y no he sido jamás, lo que antes se llamaba un fabulista o un predicador de parábolas y ahora un escritor comprometido (…) mis cuentos quieren distraer o conmover y no persuadir”.

Por su parte, la emblemática revista Sur nucleaba a un conjunto de intelectuales de las clases más acomodadas de la época, que eran quienes tenían posibilidad de acceder a la cultura erudita. Su fundadora, Victoria Ocampo, expresó que “la revista no estaba vinculada con la política, sino con la buena literatura de cualquier parte”. En esta coyuntura, este selecto grupo de escritores se declaraba públicamente antiperonista y cuestionaba fuertemente la figura de Perón, quien mantenía una estrecha cercanía con los sectores populares que, al serles reconocidos sus derechos, mostraron un ferviente apoyo hacia el peronismo. Esto dio lugar a la conformación de un nuevo cuadro social: los “cabecitas negras”, a los cuales la élite letrada despreciaba profundamente ya que los consideraba como una amenaza a sus privilegios. Este odio de clase fue producto de las conquistas sociales que la clase obrera había conseguido durante el gobierno peronista, lo cual les permitió ocupar espacios públicos que antes habían estado reservados solo a los sectores más pudientes, y la literatura no fue ajena a estos acontecimientos.

Walsh y la denuncia de su no-ficción

Y aquí es donde debemos introducir a la figura de Rodolfo Walsh “el autor de novelas policiales para pobres” –como lo denominó Osvaldo Bayer–, quien a través de sus textos no pretendía simplemente entretener sino también conmover, generar conciencia. Al reivindicar la figura de Walsh en la literatura debemos destacar que a partir de su salto al género testimonial con Operación Masacre logró crear, gracias a la investigación periodística y a la ruptura con las convenciones, un nuevo género literario: el de la no-ficción –adelantándose una década a Truman Capote–. Esto lo hizo manteniendo el equilibrio entre la ficción y la realidad, una realidad que dolía, que indignaba, que calaba los huesos. Así es como Walsh comenzó una larga transformación que lo enfrentó con sus propias bases literarias de corte burgués al utiliza los recursos de la novela ficcional  para potenciar y darle intensidad sus denuncias.

La película homónima basada en el libro de Rodolfo Walsh fue estrenada el 27 de septiembre de 1973. Fue dirigida por Jorge Cedrón. Rodolfo Walsh colaboró con él en la coescritura del guión.

En efecto, podemos considerar a Operación Masacre como un texto bisagra de la literatura argentina, ya que evidencia el pasaje del escritor cultivado en el paradigma borgeano de los años 50 –que goza del arte como un medio de ocio– al escritor comprometido con una realidad social y política, que de alguna manera irrumpe y pasa a invadir las comodidades burguesas. En una entrevista realizada por Ricardo Piglia en 1970 en torno al cuento Un oscuro día de justicia, Walsh sostiene que la ficción del siglo XIX y XX era el arte característico de la burguesía, y que nuestra literatura reflejaba “los conflictos de una pequeña clase media; los generalmente llamados conflictos espirituales, íntimos, eróticos, amorosos”, pero no los “conflictos reales” de raíz económica y política. Ante esto, consideró necesario construir una ficción que le diera voz a aquellos que no la tenían, una ficción en la que las voces fueran las de las víctimas. De alguna manera, lo que estaba haciendo era subvertir la vieja antinomia de “civilización y barbarie”.

Este tópico de la literatura argentina, acuñado por Sarmiento en su Facundo, fue adoptado por las élites letradas en su intento de trazar una cartografía simbólica de la Nación, y en ese proyecto la literatura y el poder simbólico jugaban un rol estratégico a la hora de crear sentido a través de sus discursos. Así, la dicotomía civilización/barbarie se reelabora constantemente a lo largo de la historia adoptando diferentes formas. Si pensamos en los “textos fundacionales” que constituyen nuestra literatura, la figura del letrado aparece siempre enfrentada a la “barbarie”, puesto que ve en ese Otro una amenaza que atenta contra sus estilos de vida “civilizados”. Esta idea “civilizatoria” fue utilizada muchas veces en nombre del “orden” y del “progreso” para justificar las mayores atrocidades de la humanidad.

En la entrevista antes mencionada, Walsh expresa que “no sólo es posible un arte que esté relacionado directamente con la política, sino que, como retrospectivamente me molesta mucho esa muletilla que hemos usado durante años, yo quisiera invertir la cosa y decir que no concibo hoy el arte si no está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se vive en un país dado”. A través de estas palabras demuestra su clara intención de romper con la concepción burguesa de la literatura que se encasillaba perfectamente dentro del paradigma borgeano, dado que las clases obreras de la época no podían identificarse con ese tipo de arte. Es por esto que Walsh buscó utilizar el género de la no-ficción al servicio de las clases populares, de los oprimidos, de los “cabecitas negras”. De esta manera fue como a través de la literatura logró brindarles a “los bárbaros” una herramienta fundamental para que puedan comprender y cuestionar la realidad.  

Si bien el paradigma walshiano de denuncia fue reivindicado posteriormente, muchos escritores políticos sucesores han sabido fusionar este estilo de escritura con la estilística borgeana. Esto se debe a que si Walsh fue un revolucionario desde lo social, Borges también lo fue pero desde lo narrativo. En estas dos caras de una misma moneda se encierra el reiterado dilema planteado desde un comienzo: ¿arte para entretener o para concientizar? De alguna manera, gracias a la irrupción de escritores como Walsh, esta idea de la literatura reconocida por su mensaje y no meramente por sus formas significó la apertura de nuevos caminos para la novela argentina que permitieron pensar a la literatura como un campo activo de trasmisión de problemáticas sociales.

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En la actualidad ya no existen normas estéticas canonizadas ni temáticas dominantes a la hora de hacer literatura, sino que contamos con una amplia variedad de propuestas y de estilos muy heterogéneos, junto con un compromiso político renovado. La nueva narrativa argentina presenta así explícitos rasgos de libertad en la constitución de su arte, que se caracteriza por el uso de la ironía, la incorrección política, el humor y el lenguaje ácido en sus críticas, ya que de alguna manera viene a cuestionar la solemnidad de las épocas anteriores. De esta forma se acaba esa idea de “arte puro” tal y como la concebía la alta cultura letrada, dado que esa “pureza” deja de ser plenamente estética, técnica, sin utilidad concientizadora, para convertirse en un escenario de reflexión, que no solo entretiene sino que además puede contribuir a la manifestación de problemáticas reales.

Para cerrar, no debemos dejar pasar por alto un fenómeno singular de la literatura argentina actual, que es la incursión de escritoras mujeres que han adquirido un protagonismo destacable. Solo por nombrar algunas: Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Selva Almada, Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón Cámara, Pola Oloixarac, Dolores Reyes, Camila Sosa Villada, y la lista nos queda chica. La irrupción de estas voces femeninas, además de brindarnos un medio de entretenimiento, nos brindan reflexión, ya que no solo han vuelto a legitimar la politización de la literatura desde un discurso de denuncia ante ciertas injusticias sociales, sino que también han introducido en sus obras experiencias de género que nos invitan a pensar acerca de realidades que durante mucho tiempo fueron invisibilizadas y que nunca antes habían tenido lugar en la literatura.

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Etiquetas: Pandemia
Lucila Bollo

Técnica en Periodismo de la Universidad Nacional de La Matanza. Estudiante del Profesorado de Letras del Instituto Superior de Formación Docente N°45 «Julio Cortázar». Redactora por amor al arte. Fotógrafa por pasión.