El fin del gobierno macrista conduce a replantear la geopolítica que impulsará Argentina en los próximos años, reconociendo una nueva realidad y aprendiendo de los errores.
«El mundo nos sigue apoyando», fue el mensaje de Macri luego de la devaluación del lunes 12 de agosto. De esa manera, buscó atribuir la responsabilidad del desastre económico al «kirchnerismo» y a su enfrentamiento con «el mundo». Como se demostró posteriormente, ni «los mercados» ni «el mundo» están dispuestos a apostar a su remota reelección y empiezan a analizar cómo será el próximo gobierno liderado por Alberto Fernández.
La política exterior es uno de los temas principales de la campaña de Juntos por el Cambio. El mismo domingo 11 de agosto, Carrió hizo referencia al tema desde el búnker electoral y «Venezuela» fue trending topic en Twitter la misma noche en que se daban a conocer los resultados. El discurso del miedo a que Argentina se transforme en «Venezuela» lo impulsan los «Defensores del Cambio», aunque Macri se vio obligado a dejarlo parcialmente de lado para intentar garantizar la gobernabilidad.
«El mundo» macrista, además de miedo (a Venezuela, Irán, Hezbollah, Rusia, etc.), hasta hace poco tiempo fue una fuente de esperanza para sacar el país adelante. Hace cuatro años esas promesas eran «la lluvia de inversiones». Hasta hace unas semanas el pre-acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea y el diálogo sobre un proyecto similar con Estados Unidos. Todas esas propuestas y esos discursos esperanzadores carecen de credibilidad en el contexto actual. La intrascendencia mediática del cierre de la negociación del acuerdo Mercosur-EFTA lo demuestran.
Para el macrismo, «el mundo» representó una esperanza pero también aquello a lo cual echarle la culpa. Brasil, Turquía, las tasas de la FED o la guerra comercial de Estados Unidos con China fueron nombrados para justificar el desastre económico en 2018 y 2019. «El mundo» se transformó así en una entelequia inentendible en su propio discurso (miedos, esperanzas, culpas, etc.).
Para decirlo claramente: el desastre económico es también parte del resultado de una política sustentada en una caracterización desastrosa del contexto mundial. Se promovió el libre comercio global, cuando las principales potencias del mundo como China o Estados Unidos centran su crecimiento en el mercado interno. También se asumió como prioridad el vínculo automático con Estados Unidos y la Unión Europea, cuando hace tiempo estas economías dejaron de ser el motor del crecimiento mundial.
Respecto a China, el gobierno estuvo lejos de aprovechar la vigencia desde 2014 de una Asociación Estratégica Integral o sumarse a la emergencia de la nueva ruta de la seda, como lo hacen Uruguay, Bolivia y Chile. El macrismo consideró a China como un socio comercial más, generó conflictos diplomáticos por la continuidad de las represas Kirchner y Cepernic y logró que se den de baja proyectos de inversión.
Jorge Taiana, en una reciente entrevista en Oleada, resaltó que el gobierno actúa como si aún estuviera en los 90´ y no se habría dado cuenta de los evidente cambios geopolíticos. A la luz de ese balance, sirve comprender que la política de integración regional del macrismo incluso es más retrograda que la impulsada por los gobiernos neoliberales décadas atrás. Se destruyó la UNASUR, se debilitó al Mercosur buscando destruir nuevas instancias como su parlamento, y se sumó a la Argentina a foros con nula institucionalidad como el Grupo de Lima o la alianza de partidos derechistas PROSUR.
La desastrosa gestión del macrismo no respeta ni la defensa de la región como una zona de paz. Argentina, en lugar de estar aportando al cumplimiento de los acuerdos de paz en Colombia luego de más de seis décadas de conflicto armado, termina habilitando la posibilidad de una solución violenta al conflicto social en Venezuela. Semejante propuesta guerrerista fue habilitada por el propio canciller Jorge Faurie en la última reunión del Grupo de Lima en Buenos Aires.
Un mundo con más incertidumbres
Macri quiso ser un líder liberal como soñaban serlo Macron en Francia o Trudeau en Canadá, pero termina su mandato alineado a Bolsonaro y a Trump, sin un rumbo claro y con un país en llamas. Cambiemos prometió llevarnos al reino de la libertad de «los mercados» y terminó encerrando al país en la ya conocida jaula del FMI.
Hasta hace pocos años el proyecto neoliberal expresaba el intento de relanzarse luego de la crisis de 2008. Obama fue la figura más audaz de ese intento. Trudeau, Macri y Macron posiblemente sean las últimas. Lamentablemente para sus aspiraciones, las distopías reaccionarias están a la orden del día. Years and Years y Handsmaid´s Tale grafican los miedos de Occidente en nuestra época.
En los últimos tres años las pocas certidumbres que había para estos actores políticos se hicieron añicos. Trump no solo llegó al gobierno sino que fue relativamente consecuente sembrando incertidumbre y rechazando acuerdos comerciales, nucleares, ambientales y migratorios. Reino Unido no solo se va de la Unión Europea, sino que después de tres años no puede resolver cómo lo hará, mientras el primer ministro Boris Johnson intenta cerrar el Parlamento por primera vez desde 1948. En el plano regional, el fracaso de Macri deja lugar a Bolsonaro como principal líder de la derecha en la región. Francis Fukuyama tenía razón hace 27 años en su libro El fin de la historia y el último hombre, cuando advertía que la principal amenaza para el proyecto globalista provenía desde la derecha y no desde la izquierda.
Ahora no es momento de lágrimas de cocodrilo. Hay que asumir el fin del ciclo globalista, el predominio de la incertidumbre, el riesgo de las derechas reaccionarias y la transición hegemónica a nivel mundial, que podría dar lugar a un mundo multipolar.
Realismo y multipolaridad
El macrismo fue extremadamente idealista en su mirada geopolítica. El dogma neoliberal guió su relación económica con el mundo, y sus prejuicios ideológicos guiaron a las alianzas políticas. El nuevo gobierno argentino, luego de semejante fracaso, necesitará romper con semejante política.
Realismo o idealismo, Hobbes o Kant, Henry Kissinger o Woodrow Wilson, pueden ser dilemas teóricos para momentos de estabilidad entre quienes tienen el suficiente poder para inclinar las relaciones de fuerzas en el mundo. Pero la incertidumbre predomina, y Argentina está lejos de ser un Estado determinante en las correlaciones de poder. La situación de debilidad requiere menos de grandes debate teóricos y más de certezas prácticas inmediatas.
En este «mundo» en el cual EEUU amenaza con dejar la OMC como parte del enfrentamiento con China y Putin llama a la sensatez a Trump para retomar los acuerdos nucleares, hay poco lugar para confiar en las instituciones o la sensatez colectiva. Ser idealistas puede ser válido cuando en el «mundo» hay «grandes ideas» circulando y los acuerdos generales prosperan. Pero ser idealistas en este contexto es literalmente una brutalidad intelectual.
Para decirlo sencillamente: una política exterior post Macri tiene como prioridad anteponer los intereses nacionales concretos, intentar lograr algunas pocas certezas y avanzar en ciertos grados de autonomía. Alberto Fernández parece ser consciente de esta perspectiva. Uno de los principales problemas que deja Macri se llama FMI y eso obliga al próximo gobierno a tener una relación inteligente con Estados Unidos -más allá de lo que pueda pasar en el 2020 en su elección presidencial. La relación más que con Trump deberá ser con «el presidente de Estados Unidos». Un ejemplo a tener en cuenta en como llevar adelante esta relación es el López Obrador en México. Y otro precedente interesante puede ser el vínculo que mantuvo Néstor Kirchner con George Bush (hijo).
Asumir de manera realista con quiénes tendrá que convivir y negociar el gobierno de Todos no implica limitarse al posibilismo. La caracterización del mundo actual obliga también a la audacia y la necesidad de sumar a la Argentina a la transición hacia un mundo multipolar.
Seguimos viviendo en un mundo unipolar. Así lo reconoce el neoeuroasiático Alexander Duguin -uno de los principales teóricos de la multipolaridad-. Y también es importante considerar que la multipolaridad, más que una ideología, es un camino a transitar para lograr un equilibrio de poderes en el mundo. El futuro de Argentina también debería ser articularse con todos los polos de poder existentes y no con las anteojeras ideologizadas de un mundo unipolar en decadencia. En esta orientación, es un buen síntoma que ante las presiones del FMI, desde el equipo de Fernández se dejara trascender la posibilidad de un salvataje financiero desde China.
Una perspectiva multipolar tiene como requisito prioritario la integración regional para fortalecer y planificar los vínculos con los polos de poder emergentes y mantener una relación inteligente con Estados Unidos y la Unión Europea. Por eso también vale destacar que Alberto reconoció el error de haber entrado en un cruce de agresiones con Bolsonaro y asumió que «Brasil es más importante que Bolsonaro».
En su reciente visita a Madrid, esta prioridad fue destacada cuando habló de construir un «tiempo distinto en América Latina». Y destacó la idea de que «para que América Latina florezca, primero tiene que ser un continente y no una serie de Estados en el cual cada uno corre por su cuenta».
En el plano geopolítico, es hora de que Todos abandone el golpe por golpe de la campaña electoral y se pare desde la responsabilidad de quien deberá encarar el vínculo con el mundo. Será el momento de sacar al país de la jaula del endeudamiento, empezar a ganar grados de autonomía y de aportar en la medida de lo posible a una geopolítica alternativa.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.