Reflexiones sobre el pasado reciente, el presente y el futuro cercano del sistema educativo
En el último tiempo, y producto de la situación nunca antes vivida de cuarentena obligatoria en Argentina y tensión mundial por la pandemia del Covid-19, se ha vuelto común el comenzar a reflexionar sobre dos grandes áreas que entraron en crisis: la economía en el capitalismo financiero y el Estado (neo)liberal. No faltan los debates y las primeras hipótesis sobre qué nos deparará la salida a esta situación, cuasi asemejándose con las transformaciones y conclusiones de pos-guerra: ¿se saldará finalmente el debate sobre la importancia de la acción del Estado para garantizar la vida de las poblaciones?, ¿se entenderá que la economía debe estar siempre supeditada a garantizar la vida? Y una vida digna, agregaría, y para todxs, no para unxs pocxs. Imposible aún saberlo, aunque importante aportar a que así sea.
Pero existe una tercera “E” que no ha atraído la suficiente atención y que resulta crucial abordar: la Educación. Tensiones exorbitantes, cuando no crisis, podemos decir que comenzó a atravesar el sistema educativo en este contexto. En todos sus niveles ha sido cuestionado y puesto en jaque en los últimos cuatro años con una política educativa caracterizada por la, pareciera, patológica reforma permanente y puesta en duda de la legitimidad del rol docente: desde nuestra formación hasta nuestra tarea, pasando por las escuelas y las capacidades de nuestrxs estudiantes, nada se ha salvado del enjuiciamiento y persecución. Las crisis mundiales han servido siempre, ya sea para transformar el rumbo de tendencias políticas, de gobiernos, de sistemas, como para reforzar o cambiar reivindicaciones, paradigmas o convicciones que venían sosteniéndose. Sin temor a equivocarnos, esto es lo que esperamos y abonamos a que ocurra en el ámbito educativo.
Una primera y rápida conclusión nos arroja esta humilde reflexión y corto tiempo de excepcionalidad educativa: el y la docente, así como el aula de clase en términos materiales, físicos y personales, son irreemplazables. Las TIC y la virtualidad pueden ser grandes aliados (también enemigos) de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Bien utilizadas potencian los mismos, así como el acompañamiento de las trayectorias, pero no pueden de ninguna manera reemplazar al trabajo en el aula. ¿Cuántxs hemos empezado desde ya a extrañar las aulas? ¿Cuántos docentes, directivxs, familias en las redes, en los grupos de whatsapp, en nuestras mentes, hemos empezado a expresar esto mismo? ¿Y por qué? Porque las familias han evidenciado que la enseñanza no se resume en una tarea o actividad. Que “la sobrecarga de actividades” se debe nada más, y nada menos, a que el trabajo áulico es exhaustivo, es vasto, es complejo y multidimensional. Porque funcionarixs, familias, y estudiantes han notado que hay algo que falta, algo que mantenga el sentido y la orientación de lo que se pretende aprender, y lxs docentes sentimos que nuestra tarea está incompleta. Falta el/la docente estableciendo un intercambio personal y directo con sus estudiantes.
Una segunda conclusión, estrechamente ligada a lo anterior, es que con total claridad deberíamos poder saldar otro de los grandes debates del pasado reciente: lxs docentes no somos meros facilitadores. No somos “payasos”, ni community managers, ni oradores motivacionales, ni transmisores de conocimiento, ni técnicos: somos docentes. Transmitimos, invitamos a pensar críticamente, motivamos, coordinamos y sobre todo enseñamos, palabra esta última que parece haber sido borrada de las recientes reformas propuestas, al menos, en la Ciudad de Buenos Aires.
Un tercer aspecto que resulta imprescindible y que ha quedado sobre la mesa es la desigualdad social existente, profundizada notablemente en el período 2016-2019, así como la falsedad e hipocresía a la hora de hablar de “las escuelas del siglo XXI”. Y ya ni siquiera estamos hablando de lxs chicxs que no comen si no van a la escuela, podemos hasta incluso hacer una licencia en esto y considerar solo lo infraestructural: la cantidad de escuelas e instituciones que ni siquiera cuentan con conectividad a internet; la cantidad de familias que no poseen una computadora, porque ya ni siquiera les ha llegado su Conectar Igualdad; la inmensa mayoría de estudiantes que hoy están nuevamente, y como si fuera otra capa que se agrega en una heterogénea e infinita solución química, excluidos del sistema por el hecho de estar inmersos en la pobreza. La desigualdad social cobra el lugar de desigualdad tecnológica, de analfabetismo digital, de desigualdad educativa. ¿Cómo están manteniendo las trayectorias esxs jóvenes, si es que están pudiendo comer? ¿Qué artilugios sobrehumanos tienen que estar haciendo sus docentes? La escuela del futuro, el siglo XXI, “el futuro ya llegó”, la programación y los drones son fantásticos como conceptos: pero esta crisis ha demostrado que hasta hoy solo eran eso… en “lo real” no existen, no están, se los llevó la pandemia. No existe una escuela del futuro sin inversión económica.
Los y las docentes en nuestras aulas hacemos mucho más que un “conjunto de actividades”. Nos vinculamos con nuestrxs estudiantes, entendemos gestos, anticipamos miradas, entendemos procesos cognitivos y de aprendizaje al escucharlos opinar, hablar, leer. Porque por sobre todas las cosas, el proceso educativo tiene que ver con eso tan esencial: con las personas, con lo colectivo, con lo emotivo, con las sensaciones, con el conocimiento. Con el generar algo en el otro en ese instante, en ese momento.
Espero, e invito a todxs a pensarlo juntxs, balanceando desde cada sector y cada experiencia en pandemia qué es lo irreemplazable en el acto educativo que tenemos que cuidar y poner en valor y qué es lo accesorio, el maquillaje que hace mucho ruido y nos impide ver lo esencial.
Espero que en tiempos tan difíciles, no nos olvidemos de algunas de estas reflexiones para un futuro cercano. Que justamente ahora no gane ni la educación bancaria, ni la tecnocrática. Que, así como estamos al parecer convencidxs de que la pandemia ha demostrado que de la crisis económica y sanitaria se sale con más Estado, logremos que de la crisis educativa también: con más Estado otorgando recursos, inversiones, infraestructura, capacitaciones, conectividad; con más Estado poniendo en valor a los y las docentes; con más Estado garantizando nada más ni nada menos que el derecho a prosperar, el derecho a educarnos. Con más docentes en las aulas, con trabajo reconocido realmente, y jornadas de capacitación y formaciones ligadas a las necesidades de nuestro presente, en tecnologías orientadas a la educación y discutiendo las transformaciones que hay que hacer, claro que sí, pero en serio.
Pero espero que no tengamos que, más temprano que tarde, volver a tener que discutir en nuestra sociedad cada una de estas afirmaciones, sino que estemos concretando en los hechos una educación para todxs, humana, reconocida e incluyendo a todxs lxs que forman parte activa de ella.
Egresado del Profesorado de Historia del Joaquín V. González y hasta hace poco presidente de su centro de estudiantes.