¿Ecología o economía? Una falsa disyuntiva sobre la exportación de carne porcina a China
El proyecto de instalar módulos productivos de carne porcina con inversión extranjera para multiplicar la exportación de carne porcina abrió un debate sobre el modelo de desarrollo en Argentina.
Primero, veamos de qué se trata
Comencemos por dónde se inicia el problema. China es el principal consumidor de carne porcina del mundo y debido a las consecuencias de la Peste Porcina Africana su población de cerdas madres cayó de 35 millones en 2017 a 20 millones en 2019. La caída del 40% del stock para faena pone en peligro su abastecimiento alimentario de los próximos diez años. Antes de esta crisis, en China se consumían 55 millones de toneladas anuales, aproximadamente. Por eso, se estima que habrá un déficit de entre 8 y 12 mil toneladas por año durante la próxima década.
La crisis en el abastecimiento de carne porcina causada por la Peste Porcina Africana se cruza en el plano global con las consecuencias de la pandemia por el Covid-19. En Brasil, debido al contagio del coronavirus entre los trabajadores, seis plantas fueron cerradas y China suspendió sus importaciones para evitar más contagios.
En este contexto Argentina, que ya le vende carne porcina a China, aparece como un potencial territorio para multiplicar las inversiones destinadas a abastecer al gigantesco mercado asiático. En función de ese objetivo se elaboró un proyecto entre funcionarios de cancillería, de los ministerios de Agricultura y Desarrollo Productivo de la Nación, integrantes de la Asociación Argentina de Productores Porcinos y asesores de productores chinos.
El proyecto implica:
- Instalar 20 granjas tecnificadas en cualquiera de las provincias con acceso competitivo al maíz y la soja. Posteriormente, desde Cancillería se anunció que se exigiría que la instalación se dé en las provincias “más postergadas del norte y el litoral” (Salta, Corrientes, Formosa, Chaco, entre otras).
- Atraer inversiones de los principales productores de cerdo de China para asociarse con productores argentinos.
- Inversión inicial por un total de 2.700 millones de dólares.
- Demanda de 2 millones de toneladas de maíz (4% de la cosecha actual) y 600 mil toneladas de porotos de soja (1% de la cosecha actual). Esta demanda equivale a la ocupación de 200 mil hectáreas.
- La posibilidad de multiplicar por 10 la cantidad de granjas en el mediano y largo plazo (entre 3 y 8 años).
Estimaciones de objetivos:
- Producción anual en el corto plazo (de 1 a 3 años) de 900 mil toneladas de carne.
- Exportación en el corto plazo de 2 mil millones de dólares anuales.
- Posibilidad de alcanzar exportaciones estimadas en 20 mil millones de dólares anuales en el mediano y largo plazo.
Segundo, escuchemos las críticas
El proyecto, cuya estimación es que Argentina puede multiplicar por 14 la producción porcina actual, encontró una serie de rechazos a partir de campañas en redes sociales, un petitorio en Change.org y juntadas de firmas. El mensaje principal es: “No queremos transformarnos en una nueva factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias”. Los argumentos son diversos y agrupan distintos intereses. Veamos cuáles son los principales:
- La soberanía alimentaria: se contrapone la producción de alimentos para otro país como China con el objetivo de garantizar nuestra soberanía alimentaria.
- Las pandemias: se asocia a la pandemia del Covid-19 con la Peste Porcina Africana que padecen los cerdos en China y otros países. Argentina podría ser un caldo de cultivo de nuevas pandemias, como advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS).
- Animalistas: Nuevas granjas de cerdos podrían llevar a tener que sacrificar a millones de cerdos. Los métodos intensivos de producción de carne porcina incluyen altos niveles de crueldad hacia los animales, lo cual llega al extremo de grandes matanzas cuando hay pandemias como la Gripe Porcina Africana en la actualidad.
- Felipe Solá: Se recuerda que el actual canciller era secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca en 1996, cuando se aprobó la introducción de la semilla de soja transgénica (“Soja RR”), que habilitó a gran escala el paquete tecnológico que combina la siembra directa con el uso de agroquímicos como el glifosato. Esa decisión 25 años después sería continuada con la introducción de las granjas porcinas.
- El modelo productivo de la economía argentina: Se plantea el rechazo del proyecto como parte de un camino para generar sustentabilidad ecológica y una distribución más justa de la tierra y la riqueza en el país.
Los rechazos son diversos y abren debates particulares respecto al proyecto de producción de carne porcina en Argentina.
- El debate sobre la soberanía alimentaria: No es una novedad histórica que Argentina produce y tiene la capacidad para producir alimentos para una cantidad de gente que multiplica varias veces su población. Tampoco es novedad que, actualmente, buena parte de la producción agrícola nacional se destina a la exportación para alimentar ganado porcino en otros países. Esas exportaciones podrían bajar en los próximos años si en China va a haber menos demanda para alimentar cerdos debido a la gripe porcina. ¿En qué aumentaría la amenaza a la soberanía alimentaria que parte de esa producción agrícola se destine a alimentar cerdos en Argentina, en lugar de en China? Además, la soja que se produce en Argentina en su mayor parte se exporta y el maíz (que se consume más en el país) también deja grandes saldos exportables. La problemática de la soberanía alimentaria es una preocupación central para un país como el nuestro, tal como lo afirman permanentemente organizaciones de pequeños productores, agricultores familiares, familias campesinas y pueblos originarios. Avanzar en garantizar la soberanía alimentaria implica discutir políticas que replanteen el modelo productivo, la posesión de la tierra, la producción y distribución de alimentos saludables y baratos, la regulación en el uso de agroquímicos, entre otros puntos. Sin embargo, salvo que se crea que avanzar en estos debates implicaría desmontar completamente la actual realidad del agro, que es uno de los sectores más importantes de la estructura económica argentina hace casi dos siglos, lo que resultaría, por así decir, un vanguardismo extremo, es arbitrario contraponerlos con la posibilidad de instalar las granjas porcinas.
- El riesgo de nuevas pandemias: Es cierto que las consecuencias de la Gripe Porcina Africana son terribles. También es cierto que no hay vinculación directa con el Covid-19 y que esa gripe no existe en la región y en nuestro país. Las advertencias de la OMS hacen referencia claramente a que los organismos de control locales tienen que extremar los controles sanitarios. De hecho, el SENASA ya está tomando medidas desde la gestión anterior. Excepto que se esté planificando eliminar totalmente la producción de carne porcina: ¿no sería más adecuado exigir y garantizar la presencia del INTA, el SENASA y también de especialistas en el tema en torno a la elaboración del proyecto, antes que rechazarlo?
- El debate filosófico moral sobre la ingesta de carne y el maltrato animal en las granjas porcinas claramente excede a este caso. La concientización sobre estos hechos en busca de cambios en la alimentación es un debate más que válido. Pero rechazar un proyecto de inversión en base a este argumento se parece más a un vanguardismo elitista que darle a ese debate una relevancia relativamente seria. Actualmente, bajo esas premisas, diversos sectores de la economía deberían desaparecer inmediatamente de un día para el otro.
- Los argumentos ad hominem tampoco tienen mucha sustentación. Felipe Solá podrá ser uno de los responsables de la expansión del agronegocio en el país pero no es el único que impulsa este proyecto ni su nombre cierra debates. Usar argumentos así es similar a invalidar todas las críticas al proyecto en base a que entre sus opositores está el Partido Obrero o Beatriz Sarlo, lo cual no aporta nada más que prejuicios.
Tercero, pensemos si sirve al país
La economía argentina atraviesa una crisis que claramente antecede a la pandemia. El gobierno de Macri, con su esquema de endeudar al país y fugar divisas, junto con políticas que claramente enriquecieron a muy pocos y empobrecieron a la mayoría, nos condujo al desastre actual con una pobreza alarmante y un endeudamiento altísimo.
Pero si queremos discutir el modelo productivo argentino tenemos que ir más atrás de Macri, también. El fenómeno que los economistas denominan la “restricción externa” ya se había empezado a hacer sentir en los últimos años del gobierno de Cristina Kirchner y particularmente en 2015 cuando la balanza comercial comenzó a ser negativa. Las divisas obtenidas por las exportaciones no alcanzaban a equiparar las necesarias para las importaciones destinadas al consumo, los insumos y maquinaria para la producción local, así como para financiar el turismo de las clases medias. Sirve preguntarnos: ¿Cuán sustentable es esta economía si no se exporta más? ¿Qué es lo que podemos hacer para que nuestras exportaciones incorporen más valor agregado? ¿Cómo hacerlo?
El intento de vincular a China con las pandemias (ya sea el Covid-19 o la Gripe Porcina Africana) es un argumento proclive a la sinofobia que impulsa el gobierno de Donald Trump para atacar a un país cuya economía tuvo un crecimiento sin precedente en las últimas décadas y amenaza el predominio de Estados Unidos en el mundo. En lugar de reproducir esta sinofobia en todos los temas asociados con China, en Argentina sería mejor estudiar los aciertos y errores del proceso de crecimiento económico más grande en la historia reciente para que nos sirva en la planificación de nuestro futuro. De la misma manera, también deberíamos aprender de nuestros aciertos y errores en el tratamiento de las inversiones extranjeras en las décadas previas.
En 2017 Gustavo Girado publicó un libro que se titula ¿Cómo lo hicieron los Chinos? en el que explica las políticas que se impulsaron durante el proceso de “Reforma y Apertura” iniciado con Deng Xiaoping en 1979, que es reivindicado a grandes rasgos por el gobierno chino hasta nuestros días. Más allá de las tantas medidas tomadas, un punto clave que se desarrolla en el libro es el avance progresivo de China en las cadenas productivas de valor global a partir de la inversión extranjera y el desarrollo tecnológico (algo similar a lo logrado por Japón y otros países asiáticos en otros momentos). China dejó de ser un exportador de productos elaborados en base a mano de obra barata para a ser hoy el principal exportador de productos tecnológicos del mundo. Con una planificación estratégica del Estado se dio un proceso de crecimiento económico que aspira a eliminar la pobreza el próximo año.
Volvamos a Argentina y a las granjas agrícolas. Entre quienes elaboraron el proyecto estiman que cada 10 toneladas de maíz que se produce en una hectárea, se obtienen por exportaciones 2 mil dólares. Mientras que si esas 10 toneladas se destinaran a producir 3 toneladas de carne porcina se obtendrían por exportaciones entre 10 mil y 20 mil dólares. Ante este planteo es importante preguntarnos: ¿Argentina no avanza en esa cadena global de valor si en vez de vender porotos de soja y maíz le vende directamente la carne porcina a China? A más de uno nos gustaría exportar principalmente más ciencia y tecnología, como hoy hace China, pero para lograrlo hace falta planificación, inversión y fundamentalmente tiempo (elementos que hoy lamentablemente no contamos). Con algo siempre se comienza.
En las últimas décadas Argentina dejó de exportar cantidades de cuero terminado o aceite a China para exportar el wet-blue (cuero con el procesado mínimo para no pudrirse) y porotos de soja. Si existieran proyectos para exportar más cuero terminado o más aceite de soja: ¿también rechazaríamos esos proyectos? ¿No estaríamos forzando así a “primarizar” más nuestra economía antes que avanzar en la incorporación de valor agregado a las exportaciones y convertirlas en manufacturas de origen agropecuario? ¿Cómo proponen conseguir los dólares que nuestra economía necesita para funcionar, quienes rechazan este proyecto? ¿Qué alternativa realista se plantea?
Es evidente que si queremos un país más igualitario y garantizar la soberanía alimentaria hace falta más intervención estatal para la distribución de la renta y las divisas en nuestro país. En ese sentido sirve preguntarse: ¿No sería mejor exigir la participación del Estado en el proyecto para garantizar la redistribución de los frutos del comercio internacional? ¿No es mejor que el Estado se involucre desde el comienzo en el proyecto en lugar de dejarlo en manos del mercado, como predominó con el “boom sojero”?
Es cierto que ningún modelo económico es perfecto. El modelo de desarrollo chino tiene problemas. Hasta el mismo Xi Jinping reconoció desde 2013, cuando asumió como presidente, que es inviable el crecimiento económico que tiene su país con la consecuente contaminación ambiental. En más de una ocasión hizo referencia a que si China aspira a incorporar al consumo masivo a su población, como sucede en los países del «primer mundo», no alcanzarían muchos planetas tierra para abastecerlo.
Por esa razón China, a diferencia de Estados Unidos, hoy es parte activa del Acuerdo de París sobre el cambio climático y durante los últimos años ha aumentado notablemente los controles ambientales obligando a las empresas a hacer grandes inversiones para reducir los daños en muchas industrias. Del mismo modo, en Argentina podemos aprender que no alcanza con recibir inversiones para avanzar en la cadena productiva de valor sino que también es necesario garantizar que esas inversiones sean compatibles con el cuidado del ambiente y se minimicen los daños.
Si el objetivo es que el impacto ambiental de la producción de carne porcina no sea tan caótico como en el caso de la soja en los últimos años: ¿No es mejor que el Estado pueda ser parte del proyecto desde un comienzo para controlar y planificar las externalidades antes que empiecen a aparecer criaderos de cerdos de manera descoordinada y anárquica?
Contraponer el proyecto de producción de carne porcina con el cuidado del ambiente es equivocado. Es una posición que olvida la sustentabilidad económica de más de 40 millones de personas que, lógicamente, también somos parte del ambiente. La llegada de inversiones extranjeras para la producción y exportación no abunda en Argentina ni sobra en el mundo en estos días. Esa posición no tiene en cuenta la necesidad de generar trabajo ni generar riqueza para poder distribuirla de forma más equitativa. Menos aún tiene en cuenta la necesidad del ingreso de divisas que va a ser clave para salir de la situación de default financiero en la que nos encontramos.
La contraposición, en lugar de complementación, no focaliza en las correcciones de un proyecto cuya implementación seguramente requiere de mejoras en las condiciones ambientales pero también en la posible participación de otros actores productivos. Es importante que se evite la concentración entre las empresas que van a ser parte de las exportaciones a China abriendo la posibilidad a la participación a cooperativas, pequeños productores o actores de la economía popular.
Bienvenido sea el debate sobre el modelo productivo argentino y su integración con el mundo. Pero si queremos que sea un debate con consecuencias positivas para nuestro país es importante que no comience a los piedrazos, reproduciendo argumentos ad hominem, repitiendo dogmatismos que equiparan el daño ambiental de la minería, la soja y la producción porcina, ni tampoco festejando por sí mismas la llegada de inversiones. Pensar el futuro productivo seriamente implica buscar evitar o reducir los daños al ambiente aunque también evitar la comodidad de respuestas fáciles. Alcanzar la justicia social y ambiental no se resuelve solo con slogans.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.