Argentina avanza hacia la segunda vuelta entre el miedo a flor de piel, las expectativas crecientes en la jefatura de Massa y el ejercicio de imaginación política detrás de la unidad nacional.
¿Qué tienen en común la defensa ante las invasiones inglesas, la Vuelta de Obligado, el 17 de octubre de 1945, el Cordobazo y el 20 de diciembre de 2001? Es notable que gran parte de las principales gestas históricas de nuestro pueblo sean episodios defensivos, reacciones populares contundentes ante una acumulación de agresiones que, llegado cierto punto, se convierten en intolerables.
Algo de ese instinto de supervivencia, de ese músculo defensivo, se vislumbra en el sorpresivo resultado que llevó a Sergio Massa a ganar con comodidad la primera vuelta de las elecciones. Desde luego que existían razones para imaginar un crecimiento de los votos de Unión por la Patria, pero la magnitud en que lo hicieron marcó un plus inesperado, algo del orden de lo imprevisible. En buena hora.
La acumulación de agresiones por parte de Javier Milei y de diversas figuras del horror show libertario sobrepasó todos los límites. La familia, la religión católica, la patria, la justicia social, el cuidado de la vida, el respeto al cuerpo, son algunos de los significantes agredidos explícitamente por La Libertad Avanza. De ahí que el miedo no fue solo una campaña ni mucho menos un discurso conveniente: fue auténtico y se sintió en la piel de millones de personas que no tuvieron que esmerarse tanto en argumentar para convencer, sino fundamentalmente en exhibirlo a las personas cercanas.
La recuperación de la autoridad política
Por supuesto, la vigencia y el alcance del miedo a flor de piel será una de las claves del ballotage del 19 de noviembre. Pero al mismo tiempo, el miedo no es el único factor que movilizó a un 37 por ciento de los votantes en la primera vuelta. Y probablemente otros elementos sean aún más determinantes para llegar a la mitad más uno de los votos afirmativos de la segunda vuelta. Uno de esos elementos destacados de la campaña de UxP está muy bien sintetizado en el eslógan de “tenemos con quién”. Quizás la mayor virtud del arribo de Massa al gobierno, en agosto del año pasado, haya sido la restauración paulatina de la autoridad política.
La jefatura de Massa no hizo más que crecer con el paso de los meses, a fuerza de medidas de gobierno pero también, y sobre todo, de orden político. Por primera vez desde diciembre de 2019 queda claro quién manda, aún cuando esa capacidad de mando se sostenga sobre una serie de acuerdos entre los componentes de la coalición. El triunfo del 22 de octubre generó una consolidación plena de su liderazgo al interior de UxP.
Al mismo tiempo, el contraste con Milei en esta materia es elocuente. Si el actual ministro de Economía se muestra con una gran capacidad de administración del Estado y de la construcción de alianzas, el libertario siembra dudas sobre su equilibrio psicológico y su templanza para afrontar las inevitables frustraciones que supone el ejercicio del poder político. La apelación al estallido puede ser atractiva para una parte significativa del electorado, insatisfecha con la acción de sucesivos grupos políticos que gestionan el gobierno, pero cuesta creer que sea una base firme para edificar una mayoría absoluta. En el clivaje entre orden y desorden, que Patricia Bullrich intentó capitalizar más que nadie, Massa consiguió ubicarse en el campo mayoritario, mientras que a Milei le cuesta mucho hacerlo.
La unidad nacional como significante vacío
Lejos de cualquier triunfalismo, Massa dejó muy claro la noche del domingo 22 que recién quedó atrás la semifinal, que todavía está por delante el choque final. El pronóstico es abierto. La dirigencia política sintió el golpe y se encuentra en pleno proceso de realineamientos. Es muy pronto para vislumbrar una foto definitiva. Lo que parece difícil de evitar es una sacudida que cambie los términos en que se organizaron los acuerdos y desacuerdos en los últimos catorce años, desde que el conflicto agrario de 2008 comenzó a darle forma a una configuración política que representó fielmente los anhelos de la sociedad, pero no permitió resolver con éxito las tensiones que trajo consigo la reaparición de la restricción externa.
En ese contexto de reorganización cobra fuerza un segundo elemento de la campaña de Massa: la convocatoria a un gobierno de unidad nacional. El timing estuvo muy bien planificado. No esperó a la segunda vuelta para hacerlo, se adelantó y de esa manera evitó que se presente como una opción electoralista, trampa en la que en cambio cayó Milei, con sus convocatorias tardías a quienes cinco minutos antes había insultado.
Pero hay un aspecto de este planteo que va más allá de las matemáticas de votantes y la interpelación a diversos grupos de la clase dirigente. Si se hila fino, hoy es imposible saber exactamente qué quiere decir un gobierno de unidad nacional: quiénes lo integrarían, qué programa los reuniría, cómo se establecería el reparto de las diversas áreas de gestión, etc. Tomando prestado un concepto del arsenal teórico populista, la “unidad nacional” por ahora se presenta como un “significante vacío”. Es decir, una formulación donde diversos sectores del electorado pueden depositar aspiraciones distintas, desde quienes están cansados de “la grieta”, pasando por quienes esperan un gobierno de centro que pueda integrar funcionarios de distintas proveniencias, hasta quienes aspiran a un poder ejecutivo que concrete aquellos grandes acuerdos a los que la propia Cristina una y otra vez convocó, pero que no supo, no pudo o no quiso instrumentar.
Claro que como todo significante vacío, en el eventual momento de ponerse en práctica se va a producir una contrastación entre las diversas expectativas y la realidad que efectivamente tome, con las inevitables decepciones que supone toda fantasía colectiva. Pero eso se va a producir, en todo caso, una vez resuelto el proceso electoral. Será, en caso de suceder, una primera prueba para la capacidad de conducción política del propio Massa, que indudablemente requerirá una lectura de su parte de las nuevas demandas y sensibilidades sociales que emergieron con fuerza estos años.
¿Por qué entonces resulta apropiada su formulación en la campaña? Porque se trata de un ejercicio de imaginación política que permite emitir un mensaje de cambio al conjunto de la sociedad, para un candidato que necesita reforzar todas aquellas oportunidades que se le presentan de diferenciarse del oficialismo actual, frente al candidato de LLA que está identificado con un cambio radical. Al mismo tiempo, para la porción de la sociedad que se identifica con el antiperonismo y/o el antikirchnerismo, base fundamental de los votantes de Juntos por el Cambio que decidirán la segunda vuelta, la propuesta de un gobierno de unidad nacional siembra la duda sobre el futuro del kirchnerismo en un eventual gobierno de Massa. Sobre esa duda puede apoyarse la campaña de UxP para disputar votos de Bullrich y de Larreta, así como también votos radicales, de Schiaretti o de Bregman. Por supuesto, esa misma duda existe al interior de Unión por la Patria, pero Massa calcula razonablemente que ninguno de esos votos está en riesgo ante la amenaza que representa Milei.
Cerrarle el paso al fundamentalismo liberal
¿Qué influencia tendrá Cristina en los próximos años? ¿Qué papel podrá representar Axel Kicillof en la escena nacional? ¿Qué orientación económica tomaría una eventual presidencia de Massa, quien a lo largo del tiempo dejó en claro sistemáticamente el marco ideológico desarrollista en el que se encuadra? ¿En qué términos sería posible un acuerdo político y económico con la gran burguesía argentina, como parte del programa de estabilización urgente que se avecina? El Frente Renovador se formó buscando representar una alianza entre sectores de la industria nacional y de la clase trabajadora encuadrada sindicalmente. Siendo así, resulta legítimo preguntarse qué política adoptaría su gobierno hacia las amplias capas de trabajadores y trabajadoras que quedan por fuera de los marcos gremiales, especialmente para aquellos organizados en unidades productivas de la economía popular. Por otro lado, ¿qué política exterior tomaría, dadas las amplias credenciales de amistad de Massa con los EEUU, pero también del reciente ingreso a los BRICS y de la ayuda negociada en dos oportunidades con el gobierno chino para aumentar el grado de autonomía argentino ante el FMI?
Todos estos interrogantes surgirían naturalmente ante un eventual triunfo de Massa. Como sea, serían dilemas característicos de las cambiantes relaciones históricas entre los programas desarrollistas y nacional-populares. Bienvenidas esas discusiones: a lo que debemos cerrar el paso es a un retorno del fundamentalismo liberal.
Foto de portada: Florencia Settepani.
Nací un siglo tarde. Filósofo, historiador y docente. Comprometido con una Argentina Humana.