Día Mundial del Medio Ambiente: ¿Un día feminista?

Por Florencia Cicchini
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En el Día Mundial del Medio Ambiente, va un veloz recorrido por los vínculos entre ambiente y pandemia, motivos por los que la crisis ambiental convoca a los feminismos y sus aportes para pensar una nueva relación sociedad-naturaleza.

El 5 de junio es el Día Mundial del Medio Ambiente desde que en 1972 la Asamblea General de las Naciones Unidas lo estableció como una jornada para aumentar la conciencia sobre el ambiente y fomentar globalmente su protección. Este Día Mundial nos encuentra atravesando una pandemia que lleva más de 6 millones de personas infectadas y 380.000 muertes y representa un desafío para la salud y la economía a nivel mundial. En general, los efectos de la crisis ambiental son percibidos como algo lejano, sobre todo por quienes vivimos en grandes centros urbanos. Pero esta pandemia es un sacudón que nos invita a atender la urgencia de repensar las relaciones sociedad-naturaleza, una tarea en la que el feminismo tiene mucho para aportar. Entonces, proponemos un recorrido por las siguientes preguntas: ¿Cuáles son los vínculos entre crisis ambiental y pandemia? ¿Qué desigualdades exponen y profundizan la pandemia y la crisis ambiental? ¿Cuáles son los aportes feministas para pensar una nueva relación sociedad-naturaleza?

Coronavirus, enfermedades emergentes y degradación ambiental

Todavía no está claro el origen del SARS-CoV-2, más conocido como “el coronavirus que causa la pandemia actual”. Sin embargo, los murciélagos tienen -casi- todos los números por la similitud genética del SARS-CoV-2 con otros coronavirus ya identificados en ellos y por el precedente de coronavirus que pasaron de murciélagos a humanos, como el causante del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS). Por otro lado, se plantea que el pangolín puede haber sido un hospedador intermediario, en el que se combinaron un coronavirus proveniente de murciélagos y otro de pangolines para dar origen al coronavirus que causa la pandemia actual. Finalmente, el virus habría pasado a la especie humana, salto favorecido porque este particular mamífero con escamas es el más traficado del mundo pese a que su comercio internacional está prohibido.

Ahora bien, algo está claro y es que el COVID-19 es una enfermedad zoonótica emergente y que esta no es la primera ni la última de estas características. Una enfermedad zoonótica es causada por un patógeno que se transmite naturalmente entre vertebrados no-humanos y humanos, lo que puede darse en forma directa o a través de vectores como garrapatas y mosquitos. Las enfermedades emergentes son aquellas que muestran un aumento reciente en su incidencia, distribución geográfica y/o rango de hospederos, o las que son nuevas en la población humana y están causadas por patógenos de evolución reciente (virus, bacterias, etc.), como el COVID-19, la gripe aviar y la porcina. El problema es que el ritmo al que las enfermedades infecciosas emergen está en aumento y, aunque en su mayoría no son altamente letales ni se dispersan rápidamente, esto aumenta las probabilidades de nuevas epidemias y pandemias. Actualmente, hay una nueva enfermedad infecciosa cada 4 meses, el 60% de ellas es de origen zoonótico y aproximadamente el 70% de estas últimas viene de fauna silvestre.

Más allá de la obvia necesidad de atender las urgencias que genera cada una de estas nuevas enfermedades, es importante abordar los factores que favorecen su aparición para evitar futuras afectaciones a la salud humana, la producción de alimentos y la economía. El aumento en la aparición de estas infecciones zoonóticas se asocia a cambios en los propios patógenos, en los animales que los hospedan y en el ambiente. Específicamente en cuanto a los cambios en el ambiente, estos son principalmente el resultado de la actividad humana y están íntimamente relacionados entre sí: cambios en el uso del suelo, deforestación, pérdida de biodiversidad, calentamiento global, etc. Entonces, más allá de la necesidad de mayor vigilancia de la salud de la fauna silvestre y el ganado y de un aumento en capacidades de respuesta que eviten que las zoonosis se transforme en epidemias y pandemias, es fundamental disminuir los niveles de degradación ambiental y estrés que causa la actividad humana sobre los ecosistemas. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque la salud humana, animal y planetaria están íntimamente relacionadas.

Crisis ambiental, pandemia y desigualdad

Nuestra propia existencia y calidad de vida dependen directamente de la naturaleza. Entonces, teniendo en cuenta la magnitud y escala actual de los problemas ambientales como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y la contaminación del aire, suelos y agua, podemos afirmar que la crisis ambiental nos afecta o nos va a afectar a todes. Sin embargo, las responsabilidades en relación con las causas de la crisis ambiental no están distribuidas equitativamente, y sus consecuencias sociales y económicas tampoco. En líneas generales, son las poblaciones más marginadas y empobrecidas quienes son menos responsables y, a la vez, quienes cargan desproporcionalmente con los impactos negativos de los problemas ambientales. En esta profunda desigualdad se funda la exigencia de justicia ambiental.

Fuente: OXFAM, 2015.

Esta desigualdad alrededor de los problemas ambientales puede verse claramente a través del ejemplo del cambio climático -mejor llamado crisis o emergencia climática-, cuya causa principal es el aumento de emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI). Se calcula que los países ricos del Norte -que sólo representan un 25% de la población mundial- son responsables del 75% de las emisiones de estos gases desde la Revolución Industrial. Esto se se relaciona con que la cantidad y tipo de producción de bienes y servicios de cada país es determinante de las emisiones que genera. A su vez, el 10% más rico de la población mundial genera casi la mitad de todas las emisiones derivadas los hábitos de consumo y “estilo de vida”, mientras que el 50% más pobre sólo genera alrededor del 10%. Por otro lado, los desafíos asociados al cambio climático impactan de manera desigual según las regiones y niveles socioecónomicos, siendo aún mayores para las  comunidades que dependen directamente de los recursos naturales. Algunos de estos desafíos son la mayor escasez de agua y alimentos, el aumento en frecuencia e intensidad de eventos meteorológicos extremos y de problemas de salud vinculados al aumento de temperaturas y a una mayor incidencia de enfermedades transmitidas por vectores.

A esta base podemos agregar que el género, junto a otras categorías como clase y etnia, es una variable crítica en la configuración del acceso y control de los recursos y del acceso a oportunidades laborales y en la distribución del trabajo no remunerado asociado a los cuidados. Entonces, si partimos de esta desigualdad estructural y sumamos las consecuencias del cambio climático estimadas en base al nivel actual de emisiones, podemos decir que el cambio climático no sólo impacta e impactará de forma diferencial según el género, sino que probablemente intensificará la vulnerabilidad desproporcionada de las mujeres y aumentará las desigualdades en todo el mundo.  Pensemos un ejemplo concreto para comprender esto: las mujeres suelen ser las encargadas de obtener agua, alimentos y fuente de energía para el hogar. Entonces, el aumento en la escasez de estos recursos implica una carga creciente de trabajo no remunerado, carga fundada en la división sexual del trabajo que asigna principalmente a las mujeres actividades reproductivas y de producción de alimentos a pequeña escala.

La pandemia actual, junto con el cierre de establecimientos educativos y medidas de confinamiento tomadas por muchos gobiernos, visibiliza y profundiza la desigualdad de género en relación con los cuidados: en Latinoamérica y el Caribe, el 73% del tiempo destinado al trabajo no remunerado lo realizan las mujeres, quienes también son amplia mayoría entre quienes llevan adelante los cuidados remunerados. Pero esta desigualdad no es la única expuesta en el último tiempo, otros tres ejemplos desde Estados Unidos, Brasil y Argentina nos obligan a revisar las causas estructurales de la desigualdad desde una perspectiva interseccional. En el primer caso, la tasa de infectados por coronavirus en comunidades predominantemente afrodescendientes triplica la de comunidades predominantemente blancas, mientras que la tasa de mortalidad es 6 veces mayor. En Brasil, la tasa de mortalidad del virus en pueblos indígenas duplica a la de la población en general. En Argentina, el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio afectó especialmente a las travestis y trans, en su mayoría trabajadoras sexuales, que se vieron sin la posibilidad de generar ningún tipo de ingresos por fuera de las ayudas económicas del Estado.

Aportes feministas para un futuro deseable

Volviendo a la emergencia de enfermedades infecciosas y repasando las causas de su aumento, expertos del Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) señalan que posiblemente esta pandemia solo sea el comienzo y que, a menos que modifiquemos el rumbo actual, las futuras pandemias serán más frecuentes y de más rápida propagación. Como medidas a corto y mediano plazo, plantean que las medidas de recuperación económica en ningún caso deben flexibilizar las normas ambientales, sino que tienen que fortalecerlas. En segundo lugar, que tiene que adoptarse de forma transversal a todos los niveles de toma de decisiones un enfoque que integre salud humana, animal y ambiental (“Una sola salud”). En tercer lugar, que los sistemas de salud deben ser fortalecidos y orientados en el marco de riesgos de pandemia. Por último y más importante, marcan la necesidad de una transformación sistémica de amplio alcance. Esto también se había señalado en el informe 2014 del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, que advierte que, de no realizar transformaciones sistémicas cuanto antes, la temperatura media global en 2100 podría llegar a ser hasta 6°C mayor.

Fuente: @Santiago_arau

Con más de cuarenta años de negociaciones y debates a nivel internacional en materia ambiental, sabemos que la profunda transformación necesaria en el sistema actual de producción, reproducción y consumo -capitalista, neoliberal, patriarcal, colonial y racista- no va a venir desde arriba. Por eso es motivo de celebración el auge mundial del movimiento de jóvenes contra la crisis climática. Ahora, teniendo en cuenta las relaciones entre crisis ambiental y desigualdades sociales, en particular de género, y tomando la enorme experiencia teórica y práctica del feminismo (con su capacidad de movilización cada vez mayor), es un desafío poder hacer cada vez más ecofeministas e interseccionales todas nuestras banderas. No solo para exigir una transición hacia un nuevo paradigma ecológico, social y económico que ponga en el centro la vida, sino para que esta transición sea justa.

Si algo expone la pandemia es la interdependencia y la ecodependencia, es decir, que sin cuidado entre personas y del ambiente es imposible sostener la vida. El nuevo paradigma tiene que poner la vida humana y no humana en el centro, revalorizar los cuidados y universalizarlos para que dejen de ser responsabilidad casi exclusiva de las mujeres y, en particular, de las más pobres.  Entonces, es necesaria la creación de sistemas de cuidados estatales e integrales que parta del reconocimiento de esta necesidad y el derecho a ser cuidades. A su vez, las instituciones y acciones gubernamentales deberían integrar la ética y principios del cuidado a los de la sostenibilidad, impulsando la reconversión ecológica necesaria en función de los retos de estos tiempos.

En este camino, es fundamental recuperar la crítica feminista a los dualismos jerarquizados de la modernidad: sociedad-naturaleza, varones-mujeres, razón-emoción, mente-cuerpo, etc. Esta crítica empalma con la ética biocéntrica y el pensamiento comunitario de mujeres indígenas y campesinas que protagonizan los movimientos de defensa del territorio en nuestro continente. Desde ahí, podemos construir una definición de ambiente que haga de los asuntos de justicia ambiental una preocupación simultánea por los ecosistemas y por el bienestar humano. Así  podremos evitar respuestas a la crisis ambiental que reproduzcan y profundicen las desigualdades de género, etnia, identidad racial, clase, orientación sexual, edad, etc. Desde ahí, podemos imaginar, desear y construir futuros justos, igualitarios, diversos, vivibles y gozables.

Fecha de publicación:

Bióloga (UBA) y maestranda en Ciencias de la Sostenibilidad (UNAM). Nerd y militante de todo lo que es feminismo y ambientalismo popular. Ama bailar, sacar fotos y estar rodeada de verde y/o agua. Ahora vive en Ciudad de México.