Tantra, neoliberalismo y pandemia

Tantra Punk o eyaculaciones neoliberales

Por Matías Máximo
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"El tantra es punk porque habla de la liberación. O sea, romper con las cadenas de la ignorancia, el fanatismo, las supersticiones, y liberarse de las opresiones. El Tantra es una filosofía, y una filosofía no es una forma de coger", dice Osy de la Escuela Argentina de Tantra. Matías Máximo relata en primera persona una experiencia sobre tantra y multiorgasmos en contexto de pandemia y tiempos de urgencia neoliberal.

Cuento las respiraciones: 1, 2, 3. Los latidos llegan a todas partes. 4,5,6. Sobre todo en las muñecas y la palma de las manos. 7,8,9. Lo que estaba por salir se queda, se esparce, y vuelvo al comienzo. Alargo una hora, ya estoy cansado y decido acabar: la sensación decepciona porque ahí se termina todo. Pero no es la primera vez y estoy acostumbrado: mi cuerpo occidental tiene orgasmos como quien hace un trámite placentero. 

Yoga, después taoísmo, tantra y así llegué al multiorgasmo. Este viaje espiritual low cost es el de un millennial en cuarentena, en el corazón de la ciudad con más COVID-19 en Argentina. 

Pero no es que me sobre el tiempo para romantizar la angustia del cambio de normalidad y rascar entre “el arte de vivir”. Es que pasé de moverme todo el día, todos los días, a estar encerrado. 

¿White people problems? No: problemas de una estructura que se cae a pedazos. Vivo una metamorfosis estática, el cuerpo hace ruidos nuevos, empecé con ansiolíticos para dormir y nada me cansa. 

Nada. Ni las listas de ARSM que susurran cuentos, ni la luz tenue, ni el té de todas las variantes, ni la española que ríe en sus clases de cardio, ni contar el pulso hasta perderme, ni pensar en el mar y sus repeticiones. El insomnio es un fantasma íntimo que pervierte las horas sin luz y me vuelve otro fantasma de día, uno distraído.

Buscando métodos para dormir, cuando leí multiorgasmo mi cabeza hizo link con Jack Kerouac y me gustó. En su libro “En el camino” aparece varias veces «La función del orgasmo» -un best seller de Wilhelm Reich publicado en 1927, muy citado entre los beatniks-, donde analiza las tramas cerebrales de la excitación. Su tesis es que tenemos electricidad y el placer se asocia a su circuito. Eyacular sería como un relámpago que altera todo, que sacude las células y las modifica. El después de un trueno: el ruido de algo que fue y produce satisfacción. 

Con un tutorial aprendo a “hacer pis para potenciar multiorgasmo” y también hay que respirar: largar un chorro con la exhalación, frenar de golpe con la inhalación, y repetirlo hasta terminar. El método vale para entrenar penes o vaginas y después de unos meses se puede ser «dios súper sexual», como promete el video casero de alguien que se nota que vive encerrado aunque pudiera salir. 

Este ejercicio saca del automatismo y rompe una rutina. Concentrarse conecta con algo del cuerpo que antes no había hecho y pienso -ahora que lo escribo, no recuerdo si pienso en esto frente al inodoro- que el encierro puede construir un cuerpo consciente.

Reich sospechaba que en el orgasmo había electricidad y la llamó “orgón”, pero no pudo comprobarla porque en su época no tuvo tecnología suficiente. 

Pasan dos semanas de tutoriales, orines, ejercicios que se multiplican. Sumo un truco -exhalar tres veces rápido e inhalar una lento- cuando recibo señal, una recomendación, del periodista sufí Emilio Cicco (Abdul Wakil):

—¿Ya hablaste con la Escuela que dirige Osy?

***

Con Osy -que se llama Óscar Gómez pero le dicen así desde niño- la conexión fue inesperada. Mando un mail a la Escuela Argentina de Tantra y a los cinco minutos entra la llamada. Habla como si ya conociera a los de mi especie new age y supiera los lugares comunes de mi cabeza:

—Si me vas a decir algo de desnudarse y tocarse en grupo voy a tener que cortar. Acá no hay gurúes. Así que para no tener que cortar, ahora te van a mandar unas cosas para que leas.

Ok. Bueno. Qué raro. Aclaro que el tono en que habla no es imperativo, suena más bien a una voz pícara porque sabe algo. Tomo dos litros de agua, inhalo, inhalo, inhalo lento, exhalo leeeento. Voy al baño tres veces. Esa misma noche recibo un mail con diez papers académicos y una aclaración:

El 90% de los artículos, aunque su título no lo parezca, están directamente relacionados con la filosofía tántrica, incluso los que aparentan corresponder a las ciencias políticas

Afectuosamente

Me interesa uno en especial. Habla de la tecnología del deseo y se basa en entrevistas “a quienes entre los años ’80 y el presente se dedicaron a difundir o enseñar la filosofía tántrica en el mundo occidental”. Las preguntas son: ¿Cambió con los años la edad de las personas que se interesan por el tantrismo? ¿Se modificó el interés en aprender? ¿Se modificó la idea previa, la búsqueda y lo que esperaban encontrar en una clase de tantra?

Pienso en la primera vez que escuche hablar de tantra y fue con Sting, el cantante de The Police que “tiene orgasmos todo el día”. Doy con una nota de 2017 sobre “El secreto sexual de Sting…”, donde el psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin explica que «en la sociedad occidental el sexo está asociado a la penetración y al orgasmo como meta» y que «con el paso del tiempo se observa que hay menos tiempo para un encuentro más prolongado y pleno». Después veo varias notas donde Sting lo desmiente, pero la idea de tener sexo todo el día como él quedó instalada en el inconsciente colectivo. 

A partir del mito saco una conclusión rápida. ¿Quién pudiera tener días libres para sexo en sociedades que trabajan 8 horas, viajan 2 y duermen al menos 6? Las cuentas no dan: las eyaculaciones que chorrean las grandes ciudades son también neoliberales. Cada sociedad tiene los orgasmos que se merece. 

Para minimizar tiempos de pantalla (al calendario 160 de aislamiento son unas 12 horas diarias) voy contra mis hábitos reciclables e imprimo todo lo que llegó de Osy. Son 300 páginas A4 y las leo subrayando antes de volver a comunicarme. Ahora sé que el tantra es una filosofía y no un truco sexual, que nació de un pueblo oprimido que se reveló contra la idea del karma y las castas, que cualquiera podría practicarlo si quisiera, que es un viaje.

Lo que todavía no sé es que el tantra es punk. Algo que dice Osy la noche que agendamos y me atiende sin cámara, porque él también se cansó de hablar con pantallas:

—El tantra es punk porque habla de la liberación. O sea, romper con las cadenas de la ignorancia, el fanatismo, las supersticiones, y liberarse de las opresiones. El Tantra es una filosofía, y una filosofía no es una forma de coger.

Osy se ríe a cada rato y a veces no entiendo el chiste porque va muy rápido. No tiene el tono solemne de Osho y todo lo que se ve en el documental Wild, wild, country. Es una persona que se caga de risa, que aprendió del tantra desde que empezó a hablar porque su abuela Rosario era iniciada en el budismo tántrico tibetano. Me deja preguntar, pero pide que no sea ansioso cuando quiero repreguntar. 

—En uno de los artículos académicos que escribiste marcás diferencias científicas con el yoga. El tantra sería activo, el yoga más quieto.

—Algunas prácticas del yoga te mantienen como si estuvieras fumado todo el día, todo te chupa un huevo. De hecho, fue desarrollado para eso; no hay nada más conveniente para el modelo capitalista y neoliberal que un hippie que lo único que hace es tocar la guitarra en plaza Francia. O un hindú que se la pasa cantando a pesar de que el empleador le esté dando con el látigo, que dice “me lo merezco porque yo soy paria, me lo merezco porque en mi vida pasada habré hecho algo”.

Osy cuenta que uno de los pocos iniciados en tantra dentro de la Iglesia Católica -”la gran artífice de generar culpa alrededor del placer”- fue Teilhard de Chardin, que desarrolló lo que después fue la teología de la liberación Latinoamericana con curas como Carlos Mujica, que en vez de dar hostias contra el pecado original instruía en las villas para que se liberasen de la dictadura. 

Empiezo a sentirme mal por querer hablar de sexo con Osy en vez de preguntarle cómo piensa al mundo postpandémico. Me siento básico, se lo digo: «Disculpame por querer hablar de orgasmos con todo lo que me estás diciendo”. Le causa risa y dice que piense en la filosofía existencialista, que dice que es tantra con otro nombre: 

—Yo no puedo probar que existe el alma, con lo cual el hombre no es cuerpo y alma. El hombre es una construcción de una cultura. Cuando desbloqueás una serie de problemas que tienen que ver con el inconsciente, que en Tantra se conoce como naturaleza profunda de la mente, cuando podés aprender a manejar tu atención de manera voluntaria y estar por ejemplo en el olor de las axilas de una pareja en vez de pensar “¿le gustaré?”, “no quiero acabar”, “¿le gustarán mis tetas?”. Bueno, ahí te aseguro que la eyaculación aparece cuando te tenés que ir a dormir, no como un disparo involuntario.

Voy a resumir de manera impiadosa pero fiel una conversación sobre orgasmos que pasa por textos del Génesis, Salomón y el Cantar de los Cantares, los rebeldes gloriosos del Tíbet, los vedas hindúes que son como la biblia, “el curro de los masajes tántricos y la prostitución encubierta”, “el curro de los gurúes”, “el curro de las traducciones falsas”, “el curro de la new age”. En palabras de Osy: en el tantra básicamente lo que se logra es separar el orgasmo de la eyaculación. 

—Con el hecho de eyacular tenés un límite. Es como mear, yo no puedo mear todo lo que quiero. Y fíjate que cuando tenés muchas ganas de mear y vas al inodoro tenés un placer casi equivalente a lo que los hombres conocen como orgasmo, que es el placer de la descarga. Cuando descargás pis, descargás tensión. Y cuando descargás semen, descargás tensiones, angustias, ansiedades y por eso quedás como para dormir: pero no es un orgasmo. El orgasmo es un disparo eléctrico y emocional en todo el cuerpo. 

Cortamos la llamada, pienso en lo más punk que se me ocurre y quizá es pop: pongo un tema de Blondie para saltar un rato. Inhalo, inhalo, inhalo, inhalo, y exhalo con un grito en el balcón. Quizá no duerma esta noche. Quizá nadie desde las ventanas en cuarentena duerma. Bailar puede ser un orgasmo, sí, puede ser. 

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Etiquetas: Pandemia
Matías Máximo

Especialista en periodismo cultural por la UNLP y maestrando en periodismo narrativo en UNSAM. Cuando escribe, si tiene que elegir entre el mar y la montaña, le gustan las montañas en el mar.