La exploración espacial en el Siglo 21

Crónicas terrestres

Por Lucía Céspedes
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Con la llegada a Marte en la mira, la exploración espacial cobró una nueva centralidad en los últimos años. ¿Qué caracteristicas cobra la carrera espacial en el Siglo 21? ¿Quiénes son los actores involucrados?

Marte, esa eterna obsesión

Estamos en un momento super interesante para les entusiastas del espacio. Pareciera que te descuidás un minuto, y alguien lanzó una sonda a Marte. Este año, nada menos que tres misiones llegaron al planeta rojo: en febrero amartizó el rover Perseverance de la NASA (y su simpático mini helicóptero Ingenuity), con el objetivo de recolectar muestras de suelo y rocas marcianas y, eventualmente, traerlas de vuelta a la Tierra. La primera misión a Marte china, Tianwen-1, entró en la órbita del planeta el mismo mes, y Zhurong, su rover, que lleva instrumentos para detectar agua en el subsuelo, descendió con éxito en mayo. China así se convirtió en el segundo país, luego de Estados Unidos, en lograr amartizar un vehículo que sobreviva en el intento. Finalmente, la sonda Hope, de los Emiratos Árabes Unidos, está estudiando la atmósfera de Marte orbitando el planeta desde febrero también.

¿Por qué tanta coincidencia? Bueno, partamos de la base de que llegar a Marte no es soplar y hacer botellas. Los lanzamientos se planean con anticipación para los momentos en que nuestro planeta y el vecino se encuentran más cerca uno del otro. Así se minimiza la energía necesaria para poner en marcha y realizar el viaje y, a la vez, se maximiza el peso de la carga que cada cohete puede llevar. Teniendo en cuenta que Marte tarda casi el doble de tiempo que la Tierra en dar una vuelta completa alrededor del Sol, ambos planetas se acercan aproximadamente cada dos años. Una de estas ventanas de lanzamiento tuvo lugar entre julio y septiembre del 2020, por ende, fue entonces cuando se lanzaron las misiones que mencionamos. Algunos meses después, estamos recibiendo increíbles imágenes, videos, y hasta sonidos.

No solo robotitos

Si dejamos que estas misiones, ambiciosas e históricas, hagan volar nuestra imaginación, inmediatamente surge una pregunta: ¿para cuándo una misión tripulada a Marte? Después de todo, ya hemos llevado hombres a la Luna… y, entre paréntesis, no estamos muy lejos de llevar mujeres. Ese es uno de los objetivos del Programa Artemis de la NASA: llevar a la primera astronauta a la Luna en 2024, establecer infraestructuras sostenibles en el satélite, y desde ahí, apuntar a Marte. 

¿Acaso suenan ecos? Al menos yo escucho muchísimos ecos del famoso discurso que John Fitzgerald Kennedy diera en 1962, donde declaraba que Estados Unidos elegía ir a la Luna antes del final de esa década no porque fuera fácil, sino porque era un difícil desafío que estaban dispuestos a encarar. Había que hacerlo bien, y había que hacerlo primero. La Guerra Fría estaba muy caliente, y ya la Unión Soviética se había apuntado demasiadas victorias en la carrera espacial: primer satélite artificial en el espacio, primer hombre y primera mujer en el espacio, primera caminata espacial… y, es sabido, del segundo nadie se acuerda. El conflicto geopolítico que vertebró toda la segunda mitad del siglo XX se dirimió, en parte, en el espacio. En este contexto, no era difícil para los Estados Unidos reunir el apoyo político necesario para aprobar los cuantiosos presupuestos que los sucesivos programas espaciales iban necesitando, hasta llegar al premio mayor, ese pequeño paso para el hombre y gran salto para la humanidad.

El contexto hoy es muy diferente. Como mencionábamos al principio, el espacio ya no es cuestión de competencia exclusiva entre dos hegemones. Nuevos jugadores se están integrando y desarrollando capacidades propias. De manera muy interesante, estos actores ya no provienen exclusivamente del ámbito estatal. El sector privado está siendo no solo un proveedor y un socio estratégico de agencias como la NASA, sino que está participando activamente en forjar las agendas de investigación y exploración por cuenta propia. El ejemplo paradigmático es SpaceX, la empresa del magnate Elon Musk, y una de las principales contratistas de la NASA. 

La articulación público-privado no es algo nuevo, de hecho, es una de las características salientes del sistema tecnocientífico estadounidense. Y SpaceX no es la única empresa en juego: además de viejas conocidas como Lockheed Martin, una de las principales competidoras para hacerse de los sustanciosos contratos con la NASA es Blue Origin, propiedad del hombre más rico del planeta y fundador de Amazon, Jeff Bezos. A su vez, Bezos fue noticia en las últimas semanas porque anunció que él mismo estará a bordo del primer vuelo suborbital tripulado en el cohete fabricado por su compañía. Y hubiera sido el primero de estos empresarios en probar su propio vehículo… si Sir Richard Branson, británico dueño del conglomerado de empresas Virgin Group, entre las que se encuentra Virgin Galactic, no se le hubiera adelantado. En la transmisión de su vuelo, se escucha la frase “Today space is Virgin territory”. Esto no es un simple juego de palabras con el nombre de su marca. La idea del “territorio virgen”, pasivo, sumiso, presto a ser conquistado y explotado, fue la racionalidad dominante detrás de los grandes imperios coloniales en la Tierra. 

Como vemos, ni los aspectos ingenieriles ni los simbólicos están librados al azar. La fecha elegida por Bezos es altamente simbólica: 20 de julio, aniversario de la llegada del Apolo XI a la Luna. Lo acompañarán su hermano, un turista anónimo que ofertó 28 millones de dólares en una subasta por ese asiento, y, como anunció el propio Bezos, Mary Wallace “Wally” Funk. Esta historia es digna de mención: muy joven, Wally se convirtió en una piloto pionera en Estados Unidos. Formó parte de las Mercury 13, un grupo de mujeres que pasó el mismo entrenamiento y rigurosas pruebas psicofísicas que los astronautas masculinos elegidos por la NASA para el Proyecto Mercury, que enviaría al primer estadounidense al espacio. Pero ninguna de ellas llegaría a volar, no por falta de calificaciones, sino por falta de visión de los hombres a cargo. A los 82 años, Wally compensará esa falta histórica convirtiéndose en la persona de más edad en volar al espacio.

Fronteras: cómo alcanzarlas y cómo moverlas

Los multimillonarios tech con delirios de Tony Stark tienen algo en común. Empujar los límites del conocimiento es uno de los clásicos argumentos en cuanto a la función social de la ciencia, y este definitivamente es un excelente argumento en favor de la exploración espacial. En este sentido, las fronteras de la ciencia funcionan como la utopía según Eduardo Galeano. El conocimiento último parece estar al alcance; cuando damos un paso en su dirección, se aleja dos. Entonces, lo que hoy es la frontera nos sirve para seguir caminando, aunque demasiado seguido tome la forma de una carrera competitiva y no un sendero de cooperación. Pero la frontera también tiene una materialidad muy concreta, y la humanidad tiene un amplio derrotero de historias no muy alegres en cuanto a la expansión para adquirir territorios, recursos, áreas de influencia. Las fronteras se construyen y reconfiguran continuamente, y para grandes grupos humanos, no es lo mismo quedar de un lado que del otro. Esto plantea un dilema clásico de la filosofía de la ciencia y la tecnología. ¿Estamos éticamente habilitades para hacer algo, solo por el hecho de que somos técnicamente capaces de hacerlo? ¿Qué mensaje damos al universo si uno de los más ricos y poderosos entre nosotres decide lanzar un automóvil Tesla al espacio solo porque puede? Con la cantidad de cuestiones no resueltas que tenemos en nuestro planeta de origen, ¿la humanidad debe apuntar a las estrellas? Mi humildísima respuesta desde este rincón de la Tierra es que no es una cuestión de si, sino de cuándo (y, en todo caso, la exploración espacial y el alivio de las crisis ecoambientales terrícolas no tendrían por qué ser opciones mutuamente excluyentes). Creo que es inevitable que en algún momento nos convirtamos en una especie interplanetaria, explorando en persona los alrededores de nuestro (eco)sistema solar así como en el pasado alguien se atrevió por primera vez a cruzar un desierto, un río, un océano. Pero si vamos a ir audazmente a donde ningún hombre ninguna persona ha ido antes, no podemos dejar de considerar quiénes lo harán, cómo, y por qué. No es descabellado, entonces, ni es ciencia ficción, preguntarnos cuál será el modelo de gobernanza espacial que adoptemos, qué estructuras de la Tierra replicaremos y cuáles sería mejor no exportar. Que el empuje a la expansión sea algo casi instintivo en nuestra especie no quita pensar en las condiciones sociopolíticas bajo las cuales se da esa expansión, y, sobre todo, en sus consecuencias.

Esta nota fue escrita originalmente para el newsletter de ciencia, tecnología y política Con la ciencia no alcanza, sin la ciencia no se puede. Podés suscribirte al newsletter acá.

Fecha de publicación:
Lucía Céspedes

Especialista en Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico por la Universidad Nacional de Córdoba y becaria doctoral de CONICET.