Exploramos posibles coordenadas para la construcción de una nueva mayoría en Argentina, y al fulgor de la cuarta ola feminista, nos preguntamos: ¿Cuáles fueron los avances y retrocesos en la nueva etapa política iniciada en 2015? ¿Cómo articular a los distintos sectores y actores socio-económicos que sufren el neoliberalismo? ¿Frente antineoliberal o antimacrista? ¿Reconstruir o reinventar? ¿Hay 2019?
Álvaro García Linera, vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia y tal vez el marxista latinoamericano más destacado del momento, señala: “Las transformaciones se dan por oleadas. La gente se articula, se unifica, crea sentido común, tiene ideas fuerza, se convierte en ser universal, es decir, ser que pelea por todos. Logra derechos, acuerdos, Estado, política. Pero luego pasa a la vida cotidiana. No puede estar en asamblea todos los días. Tienes que ir a ver qué va a pasar con tu hijo, con el crédito de la casa. Viene el reflujo. Pero luego, más pronto que tarde, puede venir otro flujo. ¿Cuándo será ese flujo? No lo sabemos. No está definido por una ley sociológica”.
El movimiento popular no avanza ni retrocede de forma constante. A veces avanza, otras retrocede para luego volver a avanzar. Eso no está determinado de antemano, sino que responde a la propia acción u omisión de los actores políticos en escena. La interpretación que éstos hacen de la realidad y la capacidad de articular un acumulado de conocimientos, experiencias, sentido común, identidades arraigadas en el sentir popular; constituyen factores determinantes para resistir en momentos regresivos y avanzar en los favorables. Más allá de las valoraciones positivas que se tenga de las distintas experiencias políticas, sólo se avanza en la medida en que el discurso y la práctica no están ancladas únicamente en la nostalgia. Como resalta Tomás Eloy Martínez en su libro «La pasión según Trelew»: “El pasado nunca vuelve a ser lo que fue. El pasado es sólo una manera de no encontrarse con el presente”.
La cuarta ola feminista constituye un buen punto de partida para pensar el presente y el futuro. El feminismo supo avanzar en un momento de reflujo. No es objeto de este artículo indicar las razones de ese éxito. Será el propio movimiento de mujeres el encargado de realizar el balance correspondiente. Sin embargo, a los fines de interpretar aquello que está aconteciendo -un verdadero cuestionamiento al patriarcado y a los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad- es posible reconocer, al menos, cuatro claves de ese movimiento que ayudan a pensar las coordenadas en pos de construir una nueva mayoría en Argentina: a) la transversalidad del movimiento que permitió incluir a una diversidad de identidades (de género, ideológicas, partidarias, etc.) y actores sociales y políticos (organizaciones feministas, partidos políticos, figuras del espectáculo, referentes barriales, etc.); b) la capacidad de construir una agenda pública y la calidad de las intervenciones en el debate, sumado a la habilidad de articular un relato anclado en las mejores tradiciones de lucha del feminismo, en la situación de opresión que viven las mujeres, y en profundas convicciones morales, políticas, sociales, culturales, etc. (como decía Lenin: hay que soñar pero a condición de creer en los sueños); c) la capacidad de movilización a lo largo de los meses en los que se debatió la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que logró sostener e incrementar la movilización callejera, teniendo como punto cúlmine la espera por la media sanción de Diputados y la sanción definitiva en Senadores (esta capacidad de movilización estuvo siempre acompañada por una desconfianza sana en las instituciones: la lucha, primero, se gana en la calle; d) la capacidad y valentía de discutir la masculinidad y correr al “macho” de escena. Como señala Lucho Fabbri, para que el feminismo avance hay que “des-masculinizar la política”.
¿Cambio de etapa dentro del cambio de etapa?
Cuando Mauricio Macri ganó las elecciones de 2015, hubo quienes señalaron que no implicaba, simplemente, un cambio de gestión gubernamental, sino algo más profundo: un cambio de etapa política. Esto no significaba, necesariamente, la voluntad de la sociedad de transformar los consensos básicos alcanzados o un viraje hacia un ideario que podría simplificarse como “de derecha”. El cambio de etapa implicaba, sí, una modificación en la correlación de fuerzas a favor del capital financiero, un reagrupamiento sustancial en las alianzas regionales y la implementación de un programa económico afín a los sectores concentrados de la economía, entre otras cosas. Por primera vez en la historia argentina, un proyecto político de estas características accedía al poder mediante elecciones libres y sin proscripciones; conformando una alianza con un partido histórico como la UCR.
Se señalaba en ese entonces que se trataba de una nueva derecha, a la que se le adjudicaban características disímiles a la vieja y prehistórica derecha liberal. Se trataba de una de tinte democrático en un sentido estrictamente procedimental, capaz de negociar y articular con otros actores políticos (sindicatos, organizaciones sociales, etc.), montada en un nuevo discurso y marketing político (menos asociado a ideas conservadoras), y capaz de ser extremadamente pragmática (cambiar, retroceder, ensayar). Una derecha aggiornada al siglo XXI.
El cambio de etapa política fue respaldado en las elecciones legislativas de 2017. En la madre de todas las batallas, la provincia de Buenos Aires, Cambiemos se impuso con más del 41% de los votos sobre Unidad Ciudadana, comandada por Cristina Fernández de Kirchner, que obtuvo el 37%. También ganó en Santa Fe, Córdoba, Santa Cruz, Salta, Neuquén, Mendoza, La Rioja, Jujuy, Corrientes, Entre Ríos, y por supuesto, la Ciudad de Buenos Aires. Con estos resultados, el panorama se presentaba muy favorable al gobierno. Una verdadera maquinaria electoral arrasaba en todo el país, y la posibilidad fáctica de una reelección en 2019 se daba, prácticamente, como un hecho consumado.
Sin embargo, el gobierno tropezó con su propio dogmatismo en materia económica. En primer lugar, la aprobación de la reforma previsional en diciembre de 2017, en el marco de movilizaciones, represión y posteriores cacerolazos, fue el puntapié inicial de un procesos de recrudecimiento del plan de ajuste fiscal. La liberación de los controles a los capitales especulativos, una corrida cambiaria que llevó a una fuerte devaluación del peso, y el acuerdo con el FMI, sumado a la caída del consumo y de la industria, en paralelo al incremento incesante de la inflación, permite matizar la hipótesis de la “reelección asegurada”. La aparición de los aportantes truchos, además, impidió –como señala Beatriz Sarlo– que el gobierno pudiera cumplir las promesas más simples: mostrar cierta transparencia en el financiamiento de la política es bastante más sencillo que domesticar la inflación.
¿Estamos en presencia de un cambio de etapa, al interior de la etapa política iniciada en 2015? Los acontecimientos mencionados socavan la idea de una hegemonía inquebrantable. Las formas en las que se dirimieron las pujas al interior de la coalición de gobierno, donde el autodenominado “gradualismo” cedió ante la ortodoxia afín al shock, en busca de recetas que le permitieran navegar las aguas revueltas de la economía y la política argentina, parecen dar un guiño positivo en este sentido.
La sensación de hegemonía erosionada es respaldada por las encuestas, donde se releva un claro descenso en la imagen del presidente, e inclusive, aunque en menor grado, de la propia gobernadora María Eugenia Vidal. Cabe preguntarse, desde la perspectiva del campo popular: ¿qué hacer frente a esta coyuntura?, ¿cómo atraer a los desencantados y capitalizar el descontento?, ¿cuánto durará esta tormenta?, ¿hay 2019? En política nada es lineal y la debilidad del adversario no se traduce mecánicamente en fortaleza propia.
Operativo reconstrucción
No son pocos los que plantean que para derrotar a Cambiemos hace falta reagrupar a la oposición. Una frase que suena muy bien, pero al precisar los límites y contornos, surgen diversos obstáculos. Muchos de los pregoneros de este reagrupamiento sólo consideran a un sector de la oposición: el peronismo. Desde esta perspectiva, para derrotar a Macri se necesitaría reconstruir al peronismo: “el límite es Macri”, señalan sus mensajeros.
Entre los partidarios de esta estrategia la discusión central consiste en dirimir si la reconstrucción es con o sin Cristina. La alternativa es el peronismo, la cuestión es qué peronismo. Los detractores de CFK plantean un peronismo prolijo y renovado, los cristinistas un peronismo populista. Los primeros buscan reciclarse, volver a un formato noventoso; los segundos insisten en volver a los días felices, la década ganada. Todo dentro de los límites del peronismo.
Esta postura -que busca centrar la discusión en torno a la construcción de una nueva mayoría únicamente en la resolución de la “interna peronista”-, puede ser perjudicial para la construcción de una nueva mayoría de cara al 2019, en un doble sentido. A) refleja una posición sectaria, en la cual se reconoce la existencia de un solo actor político en la oposición capaz de derrotar al gobierno. Si bien no es un sectarismo marginal -se vale de una fuerte representación política- produce fragmentación y división en el campo popular. B) el peronismo en su conjunto, no expresa, per se, una alternativa al neoliberalismo en tanto incluye en su interior a variantes del proyecto neoliberal.
Coordenadas para una alternativa popular
Como señala Jorge Alemán, “no siempre la reinvención es una ruptura absoluta con lo anterior, sino una lectura distinta del legado, de lo que construyeron”. Reinventar es justamente lo contrario a reconstruir. En el primer caso se trata de crear algo nuevo, recuperando elementos preexistentes, pero incorporando otros novedosos. En el segundo, se trata de reagrupar, de volver a juntar lo que alguna vez estuvo unido. Lo importante no es el juego de palabras, sino el significado estratégico de esta diferencia. Las últimas elecciones demostraron que la sociedad no quiere copias, prefiere originales. Esto aplica para candidatos o para procesos históricos. Como decía Mariátegui: “Ni calco, ni copia, creación heroica”.
La construcción de una nueva mayoría popular requiere saldar parte del debate aquí planteado: articular la oposición en torno al anti-macrismo, o conformar un frente amplio antineoliberal, transversal a diversas identidades y partidos. A continuación, algunas coordenadas, lineamientos y consideraciones sobre este último punto:
- Futuro vs presente. Es poco productivo recordar sólo viejos buenos momentos, por más buenos que hayan sido, sin despertar nuevas esperanzas. Esto no implica olvidar el pasado, sino retomar parte de sus banderas e ir más allá. Es la única manera de construir un futuro que pueda contrastar con este presente desencantador y dramático. El futuro no es el pasado que vuelve, sino el proyecto al que se aspira. Cambiemos llegó al poder mediante promesas que luego fueron mayormente incumplidas, pero promesas al fin. Una alternativa política exitosa debe poder disputar en el terreno de lo “aspiracional”: en un contexto de retroceso económico, vulneración de derechos y aumento de las desigualdades sociales, recuperar la autoestima y la confianza para crear una sociedad mejor se torna un elemento prioritario.
- Articulación de sectores y actores vs agrupamiento de sellos y figuras. Construir en clave de sellos y candidaturas constituye una apuesta limitada, si se tiene en cuenta que en el plano electoral, los candidatos no siempre son los dueños de los votos. Por el contrario, es preciso articular sectores (economía popular, movimiento obrero organizado, sector cooperativista, sector pyme, científicos, etc.) y actores (movimiento de mujeres, agrupaciones estudiantiles, personalidades del arte y la cultura, movimientos sociales, etc.). Las víctimas del neoliberalismo de un lado, los victimarios del otro. La puesta al frente del feminismo constituye un ejemplo de esto. No sólo es deseable incluir cuadros feministas en los futuros armados político-electorales, sino también incorporar la agenda del movimiento de mujeres como parte activa y protagónica de la lucha contra el neoliberalismo.
- Antineoliberalilsmo vs antimacrismo. Si un nuevo proyecto popular pretende no sólo ganar una elección, sino cambiar todo lo que deba ser cambiado, el “todos contra Macri” tiene un alcance limitado. No sólo no garantiza el éxito, sino que tampoco permite establecer el piso para construir una nueva mayoría. En este caso, no se confronta sólo contra Macri, sino contra todas las otras variantes del establishment argentino: Massa, Pichetto, Urtubey, etc. Se lucha contra la opción A, pero también contra la B, C, D.
Las elecciones de 2017 evidenciaron la creación de nuevas herramientas político-electorales por parte de un conjunto importante de organizaciones políticas y sociales del campo popular. Sin embargo, parece haber muy pocas posibilidades de construir una alternativa competitiva en 2019 si no se logra desplegar un relato que permita la síntesis discursiva entre pasado y futuro; si no se tiene la capacidad de movilizar al pueblo en instancias decisivas; si no se comprende la importancia de ceder el protagonismo a los protagonistas; y si no se logran articular diversas identidades y actores políticos, con sus matices y diferencias, en un espacio común, amplio, diverso, que pueda representar a todas las fuerzas que se oponen al modelo neoliberal. Es el momento de hacer realidad un deseo postergado en el país: una PASO del campo popular. Trasladar la calle a las urnas, ni más ni menos.
Politólogo (UNR) de Newell’s. Rosarino en CABA – Doctorando en Ciencias Sociales (UBA).
Politólogo (UBA) – Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Maradoniano e hincha enfermo de la academia.