La pandemia y la guerra en Ucrania son hechos geopolíticos que ponen en jaque a la mayoría de los gobiernos. ¿Qué y cómo conviene comunicar?
La pandemia como precedente
Frecuentemente en las encuestas de opinión pública los “asuntos internacionales” no figuran entre las principales preocupaciones de la sociedad ni en Argentina ni en otras partes del mundo. Las demandas sociales que impactan en la vida cotidiana de las personas se suelen expresar en titulares ligados a las carencias de recursos económicos, seguridades insatisfechas o enojos hacia las autoridades políticas. La preocupación por el Covid-19 modificó durante unos cuantos meses estas prioridades y la guerra en Ucrania actualmente impacta directamente sobre estos temas.
Estamos asistiendo a una sucesión de fenómenos históricos que afectan a los individuos cotidianamente y que carecen de explicaciones sencillas, expresan problemas globales y carecen de soluciones inmediatas. En este contexto esos “asuntos internacionales” como una pandemia o una guerra se comunican con el dramatismo de aquello que lo explica todo. Ante esta realidad abrumante es que predominantemente el periodismo se queda con el amarillismo de los clics en las redes y la política con grandes (o pequeños) discursos carentes de poder explicativo. En término generales, los medios de comunicación crecen en la monetización de activos digitales y la dirigencia política devalúa su capacidad de gestión ante el desastre.
Es evidente la imposibilidad de gobernar en estado de alarma permanente y es lógico que la gente cuando va al supermercado piense antes en los precios que en la guerra en Ucrania y sus efectos en el abastecimiento alimentario y energético global. Pero con el paso del tiempo desde el surgimiento del Covid-19 también comienza a haber evidencia de qué modelos comunicacionales de los gobiernos son los más efectivos para enfrentar crisis como las que estamos atravesando.
Si en el mundo las alarmas no se pueden apagar cualquier intento de gobernar sin exacerbar sus peligros es una apertura de puertas a que todas las medidas puedan ser tomadas como caprichos de élites gobernando independientemente del contexto. En Argentina al comienzo de la pandemia se salvaron vidas con el aislamiento social, se tomaron medidas a favor de los sectores de menores ingresos y se protegió la capacidad productiva del país sin priorizar las opiniones de acreedores de deuda: ¿por qué ahora ante el conflicto geopolítico más importante desde la caída del muro de Berlín no habría la posibilidad de comunicar medidas similares?
Una pregunta frecuente sobre el gobierno argentino (y varios gobiernos más) es cómo logró tener tan alto nivel de popularidad durante los meses posteriores al inicio de la pandemia del Covid-19 y cómo durante la “postpandemia” carece de la legitimidad más básica para impulsar medidas. ¿Cómo fue capaz de lograr que la gente se encierre en sus casas durante meses pero es incapaz de impulsar el debate por subir unos pocos puntos porcentuales las retenciones actualmente?
Una de las respuestas a estos interrogantes se pueden encontrar en que en lugar de señalarse permanentemente los peligros (pasados, presentes y futuros) se le prestó más atención a estudios de opinión o manuales de comunicación que siempre aconsejan orientarse por marcar un horizonte de futuro aséptico que evite los grandes conflictos. Nadie quiere “problemas”, “guerras” o “pandemias” pero no hay nada peor que taparlos como basura debajo de la alfombra.
Entre los pocos ejemplos exitosos de comunicación en la pandemia están los que actuaron desde los gobiernos comunicando una dimensión del desastre mucho mayor de la que el promedio esperaba. Un ejemplo de estos fue el de Ángela Merkel. La canciller alemana fue de las primeras en referirse a la pandemia como el hecho más dramático de la humanidad desde la II Guerra y anticipaba cientos de miles de muertes cuando en Europa recién asomaba la peste.
Comunicar la épica
En este contexto sería anacrónico en términos teóricos separar la comunicación de “la realidad”. Este desgarramiento entre la estética y la ontología en la política frecuentemente conduce a malos resultados (o a pésimos análisis). La postpandemia estaría revirtiendo los esfuerzos de décadas de agencias de publicidad y especialistas en la comunicación política. Los mejores resultados estarían siendo para aquellos que se esfuerzan por expresar “lo que son” con toda su crudeza que aquellos que han trabajado muchos años por “parecer” o “representar” algo determinado.
La comunicación construye la realidad y aporta a la comprensión de los marcos cognitivos a partir de los que se entiende una coyuntura determinada. El problema no es comunicar al margen de la realidad, eso no existe. El problema sería en muchos casos que la comunicación no aporta a explicar los problemas de la manera que se precisa y que por eso las soluciones formuladas no aparecen como necesarias o comprensibles para los demás.
Cualquier intento de explicar las medidas económicas en Argentina (como en muchos otros países) que carezca de una descarnada explicación del contexto global pierde su contexto imprescindible de viabilidad política. Nunca hay que olvidarse que todo esfuerzo comunicativo siempre tiene una finalidad y que las decisiones extraordinarias se comprenden mejor si se asume que vivimos en tiempos extraordinarios. Para Kant no hay experiencia sin espacio ni tiempo pero para “intentar” explicarlo tuvo que empezar a hablar de “las condiciones de posibilidad” de esa misma experiencia.
Sería ridículo pensar en recetas preestablecidas para tiempos como los que vivimos. Pero los resultados políticos recientes permiten sacar balances sobre las fortalezas y las debilidades de los procesos políticos en curso. Es un análisis acertado señalar que la amplia mayoría de los oficialismos atraviesan momentos de enorme desprestigio que favorecen a la oposición. Este fenómeno explica desde la derrota de Trump en Estados Unidos en 2020 hasta la actual dificultad del nuevo gobierno chileno de cara al plebiscito constitucional de septiembre.
Se suele repetir que de los laberintos la mejor forma para salir es por arriba. Por eso de gobiernos que están entrampados en la rutina de crisis y su comunicación la mejor opción pareciera ser la épica de estar ante una transformación histórica permanente. Esto puede implicar la necesidad de una intransigencia metodológica, incluso atentando contra las más básicas reglas de los nuevos formatos de comunicación.
Un ejemplo que debería ser más estudiado en este contexto de crisis de gobiernos en todo el mundo es el caso de Andrés López Obrador en México. Su principal mensaje todos los días en sus conferencias de prensa que duran horas es que su país está ante una cuarta transformación en la historia.
En México actualmente por las consecuencias de las sequías hay filas de gente desesperada para comprar agua potable. Su presidente llegó a pedir a empresas de bebidas y cervezas que paren la producción para ayudar en el abastecimiento de agua. En ese contexto local en su matutina conferencia de prensa López Obrador se animó a decir el último lunes que: “No sirve el lujo barato, lo material, la verdadera felicidad es estar bien con uno mismo. Debe importarnos humanizarnos cada vez más”. Su discurso podría parecer ridículo en abstracto pero merece ser analizado con toda la seriedad al ser uno de los presidentes más apoyados en todo el continente.
En el medio de una crisis en la que se demanda algo material tan básico como el agua el principal responsable político es capaz de hablar del humanismo. Eso políticamente funciona, y más que reírse o subestimarlo, es preciso entenderlo.
Una razón gubernamental para las crisis
En momentos de crisis se valora la sinceridad y el esfuerzo por construir grandes verdades. Ante la incertidumbre generalizada se revalúa la esperanza de poder estar brindando certezas. La pandemia lo demostró en un primer momento cuando la gente más que por coerción se encerró por convicción en sus casas. Ante la mayor tragedia de la humanidad en décadas en un primer momento la mayoría de los gobiernos lograron convencer sin necesidad de acudir a medidas represivas a gran escala.
Pero la guerra en Ucrania también demuestra que la capacidad de convencer y de gobernar no se pueden explicar solo por la magnitud de las crisis y sus consecuencias locales. En las últimas semanas Boris Johnson dimitió en Reino Unido y Mario Draghi hizo lo mismo en Italia. Mientras tanto Volodímir Zelenski o Vladimir Putin tienen más popularidad que la mayoría de los demás gobernantes europeos en sus propios países. Pareciera efectivo en estos últimos casos que la comunicación del desastre global (y local) en curso está presente en la capacidad de análisis junto con una propuesta épica que le gane a las demandas cotidianas.
Uno de los principales riesgos que se le plantean a gobiernos progresistas (como los de Argentina, Chile o España) está en gobernar las crisis sin transformar. Y, además, que se vayan consumiendo el propio capital político en el transcurso de las sucesivas crisis. Lo deseable es asumir que las crisis más que coyunturales son sistémicas y que un análisis geopolítico serio demuestra que llegaron para quedarse por un tiempo. En el peor de los casos, el pesimismo de la razón siempre es mejor que la ingenuidad.
Desde una perspectiva que busque defender los intereses de los oprimidos siempre es mejor tener el control de algunas botoneras de poder desde el gobierno que no tenerlas. Por eso es mejor en momentos como los actuales correr los riesgos que corresponden antes que conservar lo dado esperando que esos valiosos recursos queden en manos de grupos que propician una mayor asimetría de poder. El gran desafío es que ya no se puede conservar lo dado sin la audacia indispensable para proponer transformar demasiado.
La racionalidad gubernamental en tiempos de crisis debe tirar por la borda los manuales de comunicaciones de crisis hechos en tiempos de estabilidad. El mundo es un gran laboratorio del cual es preciso aprender y es una herramienta discursiva imprescindible en este contexto para poder hacer viable ya no cualquier transformación, sino cualquier gobierno que aspire a avanzar en el camino de la más básica justicia social.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.