En un contexto de caída económica global por la irrupción del COVID-19, los problemas de la Argentina se agravan debido a la brecha cambiaria, la escases de divisas y la incertidumbre generada por la re-negociación de la deuda, cuya resolución se sigue dilatando.
La aparición de la pandemia en el plano global y su posterior desglose en cada uno de los países afectados, nos dio un sinfín de elementos para analizar vinculados a su impacto en el plano económico, y la posibilidad de un cambio de paradigma económico internacional. En ese sentido es que hemos pasado los últimos meses debatiendo sobre cuales serian esos impactos, cómo debería actuar el gobierno para morigerar los efectos de la crisis, planteando incluso diversas hipótesis en marcos post-pandemia.
Hoy, lejos de afirmar que la crisis del coronavirus haya terminado, entendemos que es momento de empezar a pensar mas en profundidad en una economía argentina posterior a la pandemia y, a su vez, volver a poner el foco en las problemáticas de nuestra economía que han sido empañadas por la llegada del coronavirus. Es en ese sentido que desde el OCEPP elaboramos el Informe Económico de Junio, donde planteamos un análisis en torno a las posibilidades de reactivación de nuestra economía, y a su vez ponemos atención en dos problemáticas preexistentes pero potenciadas por el COVID como lo son la creciente brecha cambiaria y la inflación.
La recesión asociada a la llegada de la pandemia es compleja a simple vista. La actividad económica alcanzó niveles no registrados desde 2004, como consecuencia de que diversos sectores productivos tuvieron que interrumpir la producción o disminuir drásticamente sus niveles de funcionamiento. A esto lo llamamos restricción en la oferta, y es lo que explica la drástica caída en la actividad. Sin embargo, si este fuese el único efecto, podríamos intuir que la actividad económica tendría una gráfica con forma de “v”, donde al volver a abrir los sectores productivos la actividad volvería a su nivel inicial. Sin embargo, esto no contempla una contracción de demanda que se verá asociada a la vuelta a la actividad. Esto va a suceder, y de hecho ya esta sucediendo, por el empeoramiento en los índices de empleo, la desvalorización de los salarios por el incremento en la inflación, la postergación de paritarias y las distintas reducciones salariales y suspensiones de trabajadores.
Por otro lado, se suma la dificultad externa derivada de la globalización de la crisis, por lo que el comercio exterior también se ve perjudicado. En este ultimo punto no es menor destacar que al ser un país exportador de bienes primarios, nuestras exportaciones tienen una elasticidad ingreso-demanda menor a otro tipo de bienes, por lo que la retirada de la demanda de los bienes exportables es menos sensible a la reducción en los ingresos del mundo.
El efecto agregado de todos estos elementos es muy claro: hay menos ingresos, en el plano nacional y en el internacional. Esto implica que cuando los sectores vuelvan a sus niveles de producción anteriores a la crisis, la restricción va a estar dada por la demanda. En ese sentido es que no esperamos que la actividad se comporte con forma de “v”, sino mas bien con forma de pipa, es decir una profunda caída, con una recuperación mas lenta y paulatina, dentro de la cual jugará un rol clave las políticas de gobierno orientadas a la recomposición en la demanda.
Ahora bien, también es de conocimiento general que en contextos de caída en la actividad se da una reducción en las importaciones, como consecuencia de la caída en el consumo interno, y dado que nuestras exportaciones tienen una elasticidad ingreso–demanda menor, resulta razonable intuir que este escenario puede ser propicio para alcanzar un superávit comercial que nos beneficie de cara a otro de los grandes problemas vinculados a nuestra economía: la escasez de moneda extranjera. Esta intuición cobra mayor peso y relevancia si tenemos en cuenta que, además de estar en un escenario donde hay un control de capitales estricto, y a su vez, suspensión en los pagos de deuda, también estamos en época de liquidación de la cosecha gruesa. Todo esto es un combo más que propicio para que el BCRA incremente su stock de divisas. Sin embargo, las reservas del Banco Central están disminuyendo ¿Por qué? Por otro de los problemas que se encuentra atravesando nuestra economía: la brecha cambiaria.
La brecha cambiaria es la diferencia entre el tipo de cambio oficial, el contado con liquidación y el ilegal o mejor conocido como dólar blue. Al existir una diferencia creciente en las cotizaciones de la divisa se genera una dinámica especulativa para las reservas argentinas: quienes poseen divisas (exportadores) prefieren esperar para liquidarlas porque consideran que la retribución actual en pesos es demasiado baja, por lo que prefieren facturar menos para conservar divisas, y por otro lado quienes requieren hacerse de las divisas para pagar obligaciones contraídas con el exterior (importadores o deudores en moneda extranjera), prefieren anticiparse y facturar por adelantado para evitar pagar un valor mas alto en un futuro. Esto en forma simplificada significa que la demanda crece y la oferta se reduce, generando una dinámica donde la brecha cambiaria cada vez crece más, por lo que cada vez se continúa profundizando esta misma dinámica. Para sumar mayor complejidad a la situación, el contexto pandémico y la renegociación de la deuda empapan la situación de mayor incertidumbre, lo cual fomenta el resguardo en moneda extranjera.
El BCRA tomo una serie de medidas para intentar intervenir en la brecha cambiaria – entendiendo las limitaciones que existen en la intervención de un mercado ilegal– como imponiendo limitaciones a la adquisición del dólar financiero e incremento en la tasa de activos financieros en pesos que desestimen el resguardo en la moneda extranjera. Sin embargo, desde el OCEPP entendemos que estas medidas tienen un limite temporal, y que en un contexto post-pandémico y con mayores certezas en torno a la situación de renegociación de la deuda, se deberá buscar otras alternativas que permitan un crecimiento sostenible para lo cual es condición necesaria tener un equilibrio cambiario. Por lo que entendemos que una de las prioridades mas urgentes es cerrar el acuerdo con los bonistas que permita clarificar el panorama y restar incertidumbre al contexto.
En base a lo analizado hasta ahora, también podríamos intuir que, al estar en un contexto recesivo, con congelamiento de salarios y tarifas, y con una baja tasa de devaluación, los precios deberían mantenerse estables. Sin embargo, tanto en abril como en mayo el INDEC reportó una inflación mensual del 1,5%, lo que si bien es una desaceleración en torno a los meses anteriores, también es una evidencia más de la multicausalidad de la dinámica inflacionaria. Un primer comentario sobre este tema refiere a lo mejor comentado en el informe económico mensual del OCEPP, y es que se debe tener en cuenta que la metodología del cálculo de la inflación tuvo adaptaciones tanto en abril como en mayo al contexto del aislamiento social preventivo y obligatorio, por la imposibilidad de relevar algunos precios de forma presencial, lo que pudo haber afectado al resultado final del cálculo. En otro plano, también requiere que analicemos cuales son los elementos que pujan a la suba de precios, en un contexto donde la mayoría de los elementos que infieren en la composición de estos se mantienen constantes e incluso gran parte de los países están experimentando tasas de inflación negativas (deflación).
Desde el OCEPP distinguimos hoy tres elementos que juegan un rol central en las presiones alcistas de la inflación: la brecha cambiaria, las devaluaciones en países de la región y la emisión monetaria.
Si bien el BCRA ha logrado mantener una tasa de devaluación baja, al existir inflación, se generan presiones en el tipo de cambio real que tienden a la devaluación de la moneda. Estas presiones son aun mayores si tomamos en cuenta la creciente brecha cambiaria. A su vez, hay que incorporar en el análisis el hecho de que muchos países han incurrido en la devaluación de sus monedas, con tasas de devaluación superiores a la argentina, impactando también en la competitividad del peso. En este delicado contexto, cualquier complicación con la renegociación de la deuda podría ser un detonante para una disparada cambiaria. En ese sentido, e interpretando a las subas en el tipo de cambio como una de las causas principales de la inflación, la resolución de la renegociación de la deuda vuelve a tomar un rol central en la coyuntura.
Por último, incluimos a la emisión monetaria como un factor que contribuye a las presiones inflacionarias, entendiendo que la inflación no es siempre y en todo momento un fenómeno monetario, pero sí influye en un contexto de extrema delicadeza como lo es el actual. En por eso que en el contexto desatado por la pandemia, la emisión monetaria ha sido la principal herramienta para financiar las transferencias del estado, incrementando la base monetaria. De todas formas, el efecto de este elemento sobre la acelerada inflacionaria va a definirse con el comportamiento de la economía post-pandemia: si el rebote en la actividad posterior a la recesión actual es de tal magnitud que se pueda absorber el exceso de pesos en la economía y destinarse al consumo, las consecuencias en los niveles de precios serán limitados. Sin embargo, si ese exceso se destina a profundizar la brecha cambiaria, la inflación se acelerará como consecuencia de este efecto.
En conclusión, de lo expuesto se desprenden dos cuestiones puntuales que marcaran el rumbo de la salida de la crisis económica actual: el resultado de la renegociación de la deuda y el rol del estado como interventor y regulador de la vuelta a la actividad post pandemia. Un resultado propicio en la renegociación con los bonistas quitaría incertidumbre en el mercado cambiario, lo que abriría las puertas a tomar políticas que le den mayor estabilidad a la moneda, lo que a su vez tiene su correlato sobre la inflación. Por otro lado, el plan de gobierno que guíe la recuperación posterior a la pandemia será el que marque la pendiente de la recuperación en la actividad – la panza de la pipa – y a su vez, el que garantice un ritmo de crecimiento de la base monetaria que sea absorbido por la economía y no incremente las presiones en la brecha cambiaria y en la inflación.
Economista UBA, integrante del OCEPP. Fanática de las historias de Instagram y la cocina.