Jiu-Jitsu político

La estupidez de la élite argentina

Por Lucas Villasenin
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Nuevamente el antiperonismo se esfuerza por darle vida al movimiento nacional y popular. El pedido de prisión y proscripción de Luciani y Mola abrieron una nueva oportunidad para el Frente de Todos.

1945: el antiperonismo como apellido

Ante la perspectiva de análisis histórico es evidente que la emergencia del peronismo en 1945 no respondió a la genialidad de Juan Perón ni al carisma épico de Evita. Los hechos que precedieron al mítico 17 de octubre demuestran que el peronismo nació a la defensiva y con prácticamente nula planificación histórica sobre su conformación. El gobierno militar encarceló a Perón por la presión de una élite que se oponía a los beneficios laborales que había otorgado y los trabajadores salieron a las calles luego de que los patrones se jactasen de que el pago de feriados o el aumento de sueldo debían cobrárselo a “San Perón” (entonces destituido y encarcelado). Los documentos históricos que refuerzan la tesis del surgimiento del peronismo como identidad y propuesta política como reacción a los ataques de la mayoría de la élite económica nacional abundan. Entre ellos están los verdaderos instigadores de aquella movilización que marcó a la historia contemporánea del país.

El discurso del entonces secretario de Trabajo y Previsión en la Bolsa de Comercio el 25 de agosto de 1944 le proponía a la élite argentina una armonización entre el capital y el trabajo advirtiendo los peligros que podían representar las “masas inorgánicas”. Quienes usualmente recuerdan este texto para hablar de un militar conservador y “bonapartista” suelen olvidar que también les advirtió que ante estas masas solo cabían dos falsas soluciones -el engaño y la represión- o la verdadera justicia social.

Lo que está fuera de duda es que ni el mismo Perón era capaz de imaginar que esas “masas inorgánicas”, susceptibles de ser atraídas por ideologías “extremas”, serían las que saldrían a la calle un año después para liberarlo y en él representarían el combate al capital. Entre las advertencias de Perón en aquel discurso, una de las que mantuvo mayor vigencia a lo largo de la historia argentina sería la de que “si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la lucha es violenta, los medios de supresión serán también violentos”.

La equiparación antipolítica entre el peronismo y antiperonismo carece de historicidad. Quien resumió bien la idea de que el peronismo es el efecto del antiperonismo es Alejandro Grimson en su libro ¿Qué es el peronismo?. Una de sus principales tesis es que: “sin el antiperonismo realmente existente, no habría sido posible el peronismo tal como lo hemos conocido”. No se trata de entender la historia solamente como si fuera un juego infantil de qué suceso antecede a tal otro sino de entender qué elementos están en la base de un fenómeno sistemático en el que una parte significativa de la élite argentina persiste.

2015-2022: de los globos a las bolsas mortuorias

La llegada al gobierno de Cambiemos en 2015 fue el resultado de la inteligencia política antiperonista. Para contrastarlo con el contexto recordemos que fue el primer gran triunfo electoral de la derecha en América Latina, que precedió a la derrota del chavismo en Venezuela y también a la única derrota electoral del MAS en Bolivia. Eran los tiempos en los que estaba de moda hablar de una “nueva derecha” y a veces se le agregaba el adjetivo “democrática” contrastando con el pasado golpista que la asociaba a los peores crímenes de nuestra historia.

Durante los primeros años de Macri en la Casa Rosada el debate de la élite argentina no era sobre si había que hacer más o menos “gradualismo”, tal como el mismo ex presidente y sectores antiperonistas intentan formular póstumamente. En 2015 los tres principales candidatos a presidente debían buscar respuestas a problemas económicos: la restricción externa, el conflicto con los fondos buitre, el déficit energético y los subsidios tarifarios, etc. Con una devaluación del 40% la primera semana de gobierno, el pago al contado de lo que esos fondos querían y sucesivos tarifazos, el debate sobre el rumbo estaba clarísimo y la palabra “gradualismo” estaba lejos de adjetivar semejantes decisiones.

El debate que sí estaba presente en aquellos meses entre sectores de la élite triunfante era qué había que hacer con el kirchnerismo. Desde el primer día se buscó sacar a “la grasa militante” del Estado, se encarceló a una figura emblemática como Milagro Sala y se continuó con las persecuciones judiciales como consensos de la nueva época. Pero en aquellos meses desde los principales medios de comunicación y sus usinas ideológicas surgía una dura crítica al gobierno macrista por dejarse llevar por el espíritu esperanzador que Durán Barba le había impreso a la campaña de 2015 y que continuaba vigente desde el discurso gubernamental.

El entonces presidente no nombraba a la ex presidenta ni hablaba del kirchnerismo. Eso para los cambiemitas en la Rosada era el “pasado” y ahora se estaba ante un proceso de modernización que iría a durar “20 años”. Por eso sembrar la esperanza y “unir a los argentinos” era la prioridad de la “revolución de la alegría”. Mientras tanto, los periodistas que actúan como voceros de esa élite resaltaban el error de no denunciar más ese “pasado” y de no construir un mensaje aún más anti-kirchnerista y beligerante. El macrismo en el gobierno comenzó buscando más la subalternidad del kirchnerismo con el surgimiento del “peronismo racional” que su explícita destrucción tal como abogaban otros discursos mediáticos.

Aquel debate entre sectores de la élite argentina no tuvo grandes resultados ni conflictos inmediatos. El gobierno sacó un informe titulado “El estado del Estado” que denunciaba lo que dejó el kirchnerismo para que desde los medios se hable de “la pesada herencia”, mientras que el discurso oficial siguió evitando la confrontación como parte de un nuevo paisaje político.

Retomando al Perón de 1944 se puede decir que implementaron dos soluciones falsas: unos querían más represión explícita y descarada y otros, desde la Rosada, apostaban por un engaño hablando de un final del túnel que nunca llegaría.

Con el macrismo en el gobierno no fracasó el gradualismo, como se busca instalar para abrir las puertas a un “segundo tiempo”. Con el macrismo fracasó el intento más inteligente de la historia del antiperonismo para subalternizar al peronismo con globos de colores. Por eso ante su fracaso político en 2019 la respuesta no fue elaborar nuevas propuestas de gobierno (más o menos extremas) sino aquel imperativo de un sector de las élites de hacer del antiperonismo el centro de su apuesta política.

2022: el potencial de un jiu-jitsu político

Hasta hace pocas semanas en Argentina se debatían las posibilidades del gobierno peronista de llegar al final de su mandato. La hipótesis “Alberto Fernández”, que habilitó que en 2019 sea elegido por Cristina Kirchner para reconstruir la gobernabilidad junto a sectores de las élites que enfrentó en sus gobiernos, se desmoronaba día a día ante las presiones devaluatorias de los grupos agroexportadores. La llegada de Sergio Massa como “superministro” de Economía llevó (¿y aún lleva?) al Frente de Todos a validar un ajuste tratando de evitar de todas las maneras posibles una devaluación forzada acompañada de una pérdida absoluta de reservas e incluso de una posible hiperinflación. El escenario no podía ser más desesperanzador para una militancia política arraigada en las clases populares y un gobierno que aún tiene como eslogan “primero la gente”.  

La posición predominante en la oposición política fue sentarse a mirar el espectáculo del peronismo ajustando en un gobierno “nacional y popular”. En los principales medios de comunicación se seguía tirando kerosene al incendio, pero también había algunas señales de responsabilidad evitando los sistemáticos llamados al caos. Hace poco más de una semana Larreta y Massa hablaban en el Council of the Americas y este último llamaba a construir acuerdos legislativos con la oposición bendecidos por la embajada norteamericana.

Pero la persistencia antiperonista de la élite en fortalecer al movimiento nacional y popular a partir de sus ataques llegaría esta vez desde el poder judicial. La persecución judicial elaborada entre dirigentes políticos, empresarios, dueños de medios de comunicación, fiscales y jueces durante años le da al Frente de Todos una nueva oportunidad para unirse frente a la sistemática estupidez de la élite argentina.

El lunes cuando los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola pidieron una condena de 12 años de prisión e inhabilitación para Cristina Kirchner de ejercer cargos públicos, mientras se le negaba la posibilidad de ampliar su indagatoria, el antiperonismo volvió una vez más a fantasear con una “Argentina sin Cristina”. Pero el peronismo, y una buena parte de los argentinos y las argentinas, en lugar de esperar calculando las probabilidades de que se haga efectiva una potencial condena, encontró la posibilidad de que nuevamente el aire llegue a los pulmones ya sea para gritar, para luchar o también para seguir gobernando de otra forma.

Las movilizaciones y declaraciones de apoyo a Cristina junto a su preparada exposición desde el Congreso revitalizaron a un movimiento que por semanas parecía encaminado al escepticismo. La militancia volvió a sentir que salir a la calle servía para algo, los votantes del Frente de Todos necesitaban justificar que podía haber otros asuntos además del económico que diferenciaran a este espacio de los demás y quienes están en el gobierno demandaban clarificar a quiénes se enfrentan.

El mismo lunes 22 los pocos violentos que sistemáticamente asedian la casa porteña de Cristina en la intersección de Juncal y Uruguay tuvieron el apoyo de un desastroso y provocador operativo montado por la policía de Larreta. Pero ante el correr de las horas, frente a la masiva y pacífica convocatoria, la policía debió retirarse a riesgo de provocar un desastre y nunca más aparecieron por esas esquinas quienes usualmente se convocan a escrachar cobardemente. Incluso más de uno de esos vecinos antiperonistas sigue teniendo que “aguantarse” gente cantando toda la noche o colgada de sus balcones. De querer cumplir la fantasía de encarcelar a Cristina pasaron a desear poder dormir una noche sin tapones en los oídos. El jiu-jitsu es un deporte que grafica como la fuerza del que te ataca se transforma en tu propia fuerza para derrotar al atacante. Eso sucedió el lunes, el martes, el miércoles…

El ataque a Cristina se puede transformar en un jiu-jitsu político. Transformar los ataques violentos en futuros éxitos políticos es lo que históricamente buscó hacer el peronismo con la sistemática estupidez antiperonista, desde el 17 de octubre de 1945 hasta el 22 de agosto de 2022. Consciente de ese arte forjado a lo largo de la historia, Cristina apeló a defenderse con esa bandera política el mismo martes desde el Congreso.

Así como el antiperonsimo hizo del Perón de 1944 el representante popular del combate al capital, las próximas semanas y meses dirán si el Frente de Todos a partir del 22 de agosto se transforma en algo más que una propuesta para estabilizar los desajustes macroeconómicos. Por lo pronto, el panorama ya es muy distinto al de una semana atrás. En el Congreso esta semana no se presentó ninguna propuesta de consenso con la oposición sino que todo el interbloque de Juntos por el Cambio (menos Manes) hizo un pedido de juicio político a Alberto Fernández.

Dos meses después del 17 de octubre, antes de ser elegido presidente, Perón logró que se imponga por decreto el aguinaldo. Próximamente se verá si este potencial jiu-jitsu político, habilitado por la estupidez antiperonista de una parte de la élite argentina que sigue fantaseando con excluir políticamente a una parte de la sociedad, da lugar a una ofensiva nacional y popular.

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Etiquetas: Argentina
Lucas Villasenin

De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.