El fin de los tres tercios

Por Ulises Bosia Zetina
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Con la presentación de las pre-candidaturas concluyó la seguidilla de acciones y reacciones que inició CFK con la elección de Alberto. Así se terminó de conformar el escenario electoral argentino. Algunas reflexiones para pensar lo que se viene.

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El cronograma electoral funcionó como guía para que el sistema político haga los reajustes que le demandaba la realidad de este 2019. Si bien formalmente siguen existiendo los tres espacios que se repartieron la representatividad nacional en 2015 y 2017 –uno liderado por Macri, otro por Cristina y la avenida del medio-, la implosión del tercer espacio dio lugar a una mayor polarización electoral y llega a poner en duda la supervivencia misma del segmento “ni-ni”. Todo indica que después de tres años de macrismo, estamos presenciando la transformación desde un esquema grosso modo de tercios hacia un escenario caracterizado por la existencia de dos grandes coaliciones que se repartirán un altísimo porcentaje del electorado.

En el caso de este año, el reacomodamiento del escenario político tuvo tres momentos: primero la decisión de “nestorizar” la propuesta opositora por parte de CFK, al ubicar como candidato del Frente de Todos a Alberto; segundo la respuesta defensiva del gobierno para tratar de prometer gobernabilidad y dividir al peronismo ante la implosión de la tercera vía, al colocar a Pichetto como vice; tercero la consolidación del Frente de Todos a partir del acuerdo entre Alberto, Cristina y Massa, cristalizado en las listas legislativas presentadas.

La clase dirigente argentina tiene muy mala prensa, en muchos sentidos con total justicia, pero hay que convenir que después del estallido de los dos partidos tradicionales en 2001, nuestra sociedad terminó generando un sistema flexible de partidos y coaliciones que consigue representar a una parte significativa de la ciudadanía, incluso bajo los efectos sociales de cuatro trimestres consecutivos de recesión económica. Mirado con ojos brasileños, mexicanos, peruanos, norteamericanos, ingleses o franceses, no parece poca cosa.

No hay espacio en este artículo para desarrollar el tema, pero la modificación desde un escenario de tercios hacia otros de dos campos, genera interrogantes de carácter estructural respecto del proceso político vivido por una de las fracciones más importantes del capital que actúa en nuestro país: los grandes grupos económicos locales, quienes apostaron fuerte entre 2013 y 2017 por el Frente Renovador. ¿La disgregación de la avenida del medio es un síntoma de crisis de esta fracción, como producto del desplazamiento que sufrieron por parte del capital financiero internacional en estos años de macrismo? ¿A cuál de los dos bloques apostarán en mayor medida? ¿Qué condicionamientos están en condiciones de generar en el campo nacional?

Perplejidad y dogmatismo

Con el diario del lunes parece obvio, pero como primer dato contundente del cierre de listas hay que resaltar que se logró formar un heterogéneo frente nacional que reúne a gran parte de la oposición política al macrismo. Dos años atrás hubiera parecido temerario apostar un asado a que se lograba semejante grado de unidad, que quiebra la inercia de la tendencia hacia la fragmentación política iniciada en 2013. Este logro tiene varios responsables, pero sin dudas el mérito mayor le corresponde a Cristina, que tal como había prometido en diciembre de 2017, hizo todo lo que estuvo a su alcance para garantizar la unidad opositora.

El segundo elemento que dejó la presentación de listas fue el tradicional recuento de triunfadores y derrotados en las pujas por los principales lugares, y particularmente un debate sobre el peso de La Cámpora en las listas. Hay dos grandes opiniones al respecto.

En primer lugar, la de quienes como Joaquín Morales Solá desde el primer momento le bajaron el precio a la postulación de Cristina a la vicepresidencia al denunciarla como una farsa donde ella mantendría el “poder real”, mientras que Alberto Fernández se resignaría con el “poder formal”, y ahora caracterizan a Massa como un dirigente “rendido y humillado”. Desde este punto de vista el Frente de Todos sería una suerte de engaño electoral orientado a captar a votantes desmemoriados, desprevenidos o ingenuos.

En general desde estos puntos de vista Cristina es tematizada como una dirigente carcomida por la ambición de poder, riquezas e impunidad. Gran parte de los movimientos de la ex presidenta se explicaría, entonces, a partir de su búsqueda de evitar la cárcel. El cierre de listas, en esta interpretación, mostró que se cayó la careta del Frente de Todos, tras el “copamiento” de las listas por parte de La Cámpora, algo que no se atribuye a la representatividad social del kirchnerismo sino a una lisa y llana imposición.

Se trata de un punto de vista poco interesante para la reflexión política, chato y burdo, aunque frecuente y exitoso entre una amplia capa de la población, que se identifica con el sentido común antiperonista y está familiarizada con el escepticismo político. Por otra parte, cuenta con gran presencia en los principales medios de comunicación.

En oposición a esta interpretación se desarrolla la postura contraria. José Natanson la sintetiza en la idea de que “la candidatura presidencial de Alberto y la alianza con Massa suponen una revisión implícita de lo hecho durante los años de kirchnerismo intenso, que es la etapa de la cual ambos dirigentes tomaron distancia”. De esa forma, el Frente de Todos estaría inaugurando “la era de la pos-grieta”, por lo que lejos de ser un engaño, sería la punta del ovillo que permite salir del laberinto de la grieta.

En esta lectura, el gesto de la ex presidenta fue altamente valorado e interpretado como “la” autocrítica que estos mismos sectores le venían reclamando. Este punto de vista tiene la desventaja de tener que ignorar que al mismo tiempo en que hacía este movimiento, CFK publicó un libro donde explica y reivindica sus actos de gobierno, de los que en lo sustancial “no se arrepiente de nada”. Ni siquiera de las cadenas nacionales.

Siguiendo esta interpretación, habría una cierta contradicción entre el espíritu de apertura de la fórmula presidencial y el manejo de la lapicera en el cierre de listas. Si el primero empoderó a Alberto, el segundo mostró el predominio de Cristina. Lo extraño es que los protagonistas de ambos episodios son los mismo.

La primera interpretación subestima el movimiento táctico de Cristina, la segunda lo sobreestima. Son dos posiciones opuestas que sin embargo pecan de la misma unilateralidad, mientras ambas tienen en común una renuencia a reconocer la representatividad y potencialidad vigente de la identidad kirchnerista entre amplias gamas de nuestro pueblo.

¿Cómo pensarlo entonces? En una sublevación contra el principio del tercero excluido, fue el “Turco” Asís el que formuló la cuestión de una manera más lúcida, para perplejidad de las miradas dogmáticas: en esta propuesta “Cristina no es ni deja de ser”.

Está claro que el Frente de Todos contiene una corriente kirchnerista bien estructurada a su interior y dotada de un liderazgo claro. La alquimia entre este sector mayoritario, los otros componentes del Frente y el peso específico del propio Alberto todavía está por verse. Conviene no dejarse llevar por impresionismos y analizar el panorama de conjunto. De otro modo aparece el riesgo de comerse todas las curvas: el día del anuncio de la fórmula presidencial Cristina prácticamente se estaba retirando del escenario político; el día del cierre de listas Alberto pasaba a ser casi un decorado; el día que eventualmente se anuncie el eventual gabinete del futuro gobierno, Alberto volverá a erigirse como centro del poder y La Cámpora quedará relegada, y así en una seguidilla de afirmaciones tan tajantes como unilaterales.

Esa ecuación dinámica en la que pugnan fuerzas de diversa naturaleza dentro del paraguas del frente nacional, en la que además también podrá tallar fuerte el resultado de la compulsa por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, parece ser el terreno en el que se disputará la orientación política de un eventual gobierno del Frente de Todos.

La apuesta persistente a una corriente política

Con la frialdad de los números, las matemáticas desnudan la intencionalidad política detrás del supuesto “copamiento” de las listas por parte de La Cámpora. De acuerdo a los resultados esperados, en estas elecciones la agrupación más identificada con el kirchnerismo retrocederá en la cantidad de diputados y diputadas nacionales, aunque aumentará su presencia en la Cámara de Senadores. Se trata de una consecuencia inevitable de un acuerdo político tan amplio, en el que es preciso ceder lugares a una mayor cantidad de sectores. A lo que se suma que La Cámpora había tenido un gran protagonismo en las listas electas en 2015, cuyos mandatos vencen este año.

Sin embargo, dejando de lado la malicia de esos comentarios, el cierre de listas deja en evidencia la permanencia en el tiempo de una decisión política inquebrantable por parte de CFK. Si hay un denominador común desde 2011 hasta ahora en las decisiones electorales de la ex presidenta es la de empoderar a la juventud, organizar a la “tropa propia”, sostener y fomentar el crecimiento de nuevos cuadros políticos, con una mirada de corto, mediano y largo plazo. En otras palabras, impulsar la construcción de una corriente política en la Argentina -el kirchnerismo o el «cristinismo»-, capaz de actuar dentro y fuera del Partido Justicialista, cuya columna vertebral es La Cámpora, pero que cuenta con una estructura partidaria más amplia como es Unidad Ciudadana -en la que participan una variedad de agrupaciones afines-, así como también con un conjunto de aliados que aportan otro tipo de representatividad social, entre los que resalta el sindicalismo combativo de la Corriente Federal de Trabajadores, el moyanismo y la CTA, el Frente Patria Grande de Juan Grabois o la mayoría de los organismos de DDHH, entre otros sectores.

La persistencia en el tiempo de esta definición política de Cristina deja en evidencia su carácter estratégico. Se trata de una apuesta por la renovación de una porción importante de la clase dirigente argentina, que en 2011 pudo hacer sus primeras armas en la gestión del Estado nacional, desde 2015 está haciendo una experiencia de oposición a las políticas neoliberales y ahora en 2019 se prepara para dar un nuevo paso.

Particularmente en el caso de La Cámpora, este año no solo tiene protagonismo legislativo sino que también puede encontrarse en primer lugar una apuesta de Cristina y Máximo Kirchner para que pueda ganar en territorialidad. Dan cuenta de ello la selección exitosa de Anabel Fernández Sagasti para ir a las PASO para la gobernación de Mendoza, el triunfo en la municipalidad de Santa Rosa de Luciano Di Nápoli, los triunfos en las intendencias de Ushuaia y Río Grande de Walter Vuoto y Martín Pérez, la apuesta de que Fernanda Raverta y Mayra Mendoza dejen sus bancas de diputadas nacionales y peleen por las intendencias de General Pueyrredón (Mar del Plata) y Quilmes, así como Cecilia Comerio su banca en el senado bonaerense para buscar una victoria en San Nicolás y, fundamentalmente, la decisión de ubicar a Axel Kicillof como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Indudablemente La Cámpora está buscando afirmarse como una fuerza con representatividad y capacidad de gestión a nivel municipal y provincial, con despliegue federal.

En este sentido, como se resaltó en miles de análisis en clave de una autocrítica de Cristina, quizás la mayor novedad de 2019 es que, a diferencia de 2011, 2013, 2015 y 2017, cuando el impulso de la “tropa propia” condujo a un enfrentamiento de consecuencias trágicas con otros sectores del campo nacional y popular, en la actualidad el Frente de Todos se lanza con una promesa de convivencia entre la corriente kirchnerista y el resto de los sectores. En otras palabras, la reafirmación de esta definición política convive con una amplia capacidad de acuerdos tácticos. ¿Es sustentable esta promesa? Sólo el tiempo dirá, pero el poder del adversario y los riesgos existentes pueden disciplinar las tendencias centrífugas.

Indudablemente la apuesta a construir esta corriente política no siempre dio los frutos esperados. En la etapa inicial al amparo de la gestión estatal, existieron casos de abusos en el ejercicio del poder, de sectarismo y prepotencia. Después de 2015 existieron dobleces, incluyendo pases extremadamente graves al campo del adversario, así como dificultades para asumir las responsabilidades en la derrota. Pero no conviene hacer juicios lapidarios: ningún proceso de masas puede evitar las presiones que ejerce la realidad sobre una experiencia política.

Para quienes apostamos a la construcción de una nueva oleada popular latinoamericana que llegue más lejos que la anterior, es un dato enormemente progresivo que exista una continuidad en el liderazgo de Cristina y sobre todo en la construcción de una corriente política antineoliberal identificada con ella pero que la trasciende. Todas las discusiones a su interior son bienvenidas para afrontar los desafíos de cada etapa histórica en la búsqueda de aportar a la tarea inconclusa de la formación de nuestra Nación y a la unidad de la Patria Grande.

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El cronograma electoral funcionó como guía para que el sistema político haga los reajustes que le demandaba la realidad de este 2019. Si bien formalmente siguen existiendo los tres espacios que se repartieron la representatividad nacional en 2015 y 2017 –uno liderado por Macri, otro por Cristina y la avenida del medio-, la implosión del tercer espacio dio lugar a una mayor polarización electoral y llega a poner en duda la supervivencia misma del segmento “ni-ni”. Todo indica que después de tres años de macrismo, estamos presenciando la transformación desde un esquema grosso modo de tercios hacia un escenario caracterizado por la existencia de dos grandes coaliciones que se repartirán un altísimo porcentaje del electorado.

En el caso de este año, el reacomodamiento del escenario político tuvo tres momentos: primero la decisión de “nestorizar” la propuesta opositora por parte de CFK, al ubicar como candidato del Frente de Todos a Alberto; segundo la respuesta defensiva del gobierno para tratar de prometer gobernabilidad y dividir al peronismo ante la implosión de la tercera vía, al colocar a Pichetto como vice; tercero la consolidación del Frente de Todos a partir del acuerdo entre Alberto, Cristina y Massa, cristalizado en las listas legislativas presentadas.

La clase dirigente argentina tiene muy mala prensa, en muchos sentidos con total justicia, pero hay que convenir que después del estallido de los dos partidos tradicionales en 2001, nuestra sociedad terminó generando un sistema flexible de partidos y coaliciones que consigue representar a una parte significativa de la ciudadanía, incluso bajo los efectos sociales de cuatro trimestres consecutivos de recesión económica. Mirado con ojos brasileños, mexicanos, peruanos, norteamericanos, ingleses o franceses, no parece poca cosa.

No hay espacio en este artículo para desarrollar el tema, pero la modificación desde un escenario de tercios hacia otros de dos campos, genera interrogantes de carácter estructural respecto del proceso político vivido por una de las fracciones más importantes del capital que actúa en nuestro país: los grandes grupos económicos locales, quienes apostaron fuerte entre 2013 y 2017 por el Frente Renovador. ¿La disgregación de la avenida del medio es un síntoma de crisis de esta fracción, como producto del desplazamiento que sufrieron por parte del capital financiero internacional en estos años de macrismo? ¿A cuál de los dos bloques apostarán en mayor medida? ¿Qué condicionamientos están en condiciones de generar en el campo nacional?

Perplejidad y dogmatismo

Con el diario del lunes parece obvio, pero como primer dato contundente del cierre de listas hay que resaltar que se logró formar un heterogéneo frente nacional que reúne a gran parte de la oposición política al macrismo. Dos años atrás hubiera parecido temerario apostar un asado a que se lograba semejante grado de unidad, que quiebra la inercia de la tendencia hacia la fragmentación política iniciada en 2013. Este logro tiene varios responsables, pero sin dudas el mérito mayor le corresponde a Cristina, que tal como había prometido en diciembre de 2017, hizo todo lo que estuvo a su alcance para garantizar la unidad opositora.

El segundo elemento que dejó la presentación de listas fue el tradicional recuento de triunfadores y derrotados en las pujas por los principales lugares, y particularmente un debate sobre el peso de La Cámpora en las listas. Hay dos grandes opiniones al respecto.

En primer lugar, la de quienes como Joaquín Morales Solá desde el primer momento le bajaron el precio a la postulación de Cristina a la vicepresidencia al denunciarla como una farsa donde ella mantendría el “poder real”, mientras que Alberto Fernández se resignaría con el “poder formal”, y ahora caracterizan a Massa como un dirigente “rendido y humillado”. Desde este punto de vista el Frente de Todos sería una suerte de engaño electoral orientado a captar a votantes desmemoriados, desprevenidos o ingenuos.

En general desde estos puntos de vista Cristina es tematizada como una dirigente carcomida por la ambición de poder, riquezas e impunidad. Gran parte de los movimientos de la ex presidenta se explicaría, entonces, a partir de su búsqueda de evitar la cárcel. El cierre de listas, en esta interpretación, mostró que se cayó la careta del Frente de Todos, tras el “copamiento” de las listas por parte de La Cámpora, algo que no se atribuye a la representatividad social del kirchnerismo sino a una lisa y llana imposición.

Se trata de un punto de vista poco interesante para la reflexión política, chato y burdo, aunque frecuente y exitoso entre una amplia capa de la población, que se identifica con el sentido común antiperonista y está familiarizada con el escepticismo político. Por otra parte, cuenta con gran presencia en los principales medios de comunicación.

En oposición a esta interpretación se desarrolla la postura contraria. José Natanson la sintetiza en la idea de que “la candidatura presidencial de Alberto y la alianza con Massa suponen una revisión implícita de lo hecho durante los años de kirchnerismo intenso, que es la etapa de la cual ambos dirigentes tomaron distancia”. De esa forma, el Frente de Todos estaría inaugurando “la era de la pos-grieta”, por lo que lejos de ser un engaño, sería la punta del ovillo que permite salir del laberinto de la grieta.

En esta lectura, el gesto de la ex presidenta fue altamente valorado e interpretado como “la” autocrítica que estos mismos sectores le venían reclamando. Este punto de vista tiene la desventaja de tener que ignorar que al mismo tiempo en que hacía este movimiento, CFK publicó un libro donde explica y reivindica sus actos de gobierno, de los que en lo sustancial “no se arrepiente de nada”. Ni siquiera de las cadenas nacionales.

Siguiendo esta interpretación, habría una cierta contradicción entre el espíritu de apertura de la fórmula presidencial y el manejo de la lapicera en el cierre de listas. Si el primero empoderó a Alberto, el segundo mostró el predominio de Cristina. Lo extraño es que los protagonistas de ambos episodios son los mismo.

La primera interpretación subestima el movimiento táctico de Cristina, la segunda lo sobreestima. Son dos posiciones opuestas que sin embargo pecan de la misma unilateralidad, mientras ambas tienen en común una renuencia a reconocer la representatividad y potencialidad vigente de la identidad kirchnerista entre amplias gamas de nuestro pueblo.

¿Cómo pensarlo entonces? En una sublevación contra el principio del tercero excluido, fue el “Turco” Asís el que formuló la cuestión de una manera más lúcida, para perplejidad de las miradas dogmáticas: en esta propuesta “Cristina no es ni deja de ser”.

Está claro que el Frente de Todos contiene una corriente kirchnerista bien estructurada a su interior y dotada de un liderazgo claro. La alquimia entre este sector mayoritario, los otros componentes del Frente y el peso específico del propio Alberto todavía está por verse. Conviene no dejarse llevar por impresionismos y analizar el panorama de conjunto. De otro modo aparece el riesgo de comerse todas las curvas: el día del anuncio de la fórmula presidencial Cristina prácticamente se estaba retirando del escenario político; el día del cierre de listas Alberto pasaba a ser casi un decorado; el día que eventualmente se anuncie el eventual gabinete del futuro gobierno, Alberto volverá a erigirse como centro del poder y La Cámpora quedará relegada, y así en una seguidilla de afirmaciones tan tajantes como unilaterales.

Esa ecuación dinámica en la que pugnan fuerzas de diversa naturaleza dentro del paraguas del frente nacional, en la que además también podrá tallar fuerte el resultado de la compulsa por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, parece ser el terreno en el que se disputará la orientación política de un eventual gobierno del Frente de Todos.

La apuesta persistente a una corriente política

Con la frialdad de los números, las matemáticas desnudan la intencionalidad política detrás del supuesto “copamiento” de las listas por parte de La Cámpora. De acuerdo a los resultados esperados, en estas elecciones la agrupación más identificada con el kirchnerismo retrocederá en la cantidad de diputados y diputadas nacionales, aunque aumentará su presencia en la Cámara de Senadores. Se trata de una consecuencia inevitable de un acuerdo político tan amplio, en el que es preciso ceder lugares a una mayor cantidad de sectores. A lo que se suma que La Cámpora había tenido un gran protagonismo en las listas electas en 2015, cuyos mandatos vencen este año.

Sin embargo, dejando de lado la malicia de esos comentarios, el cierre de listas deja en evidencia la permanencia en el tiempo de una decisión política inquebrantable por parte de CFK. Si hay un denominador común desde 2011 hasta ahora en las decisiones electorales de la ex presidenta es la de empoderar a la juventud, organizar a la “tropa propia”, sostener y fomentar el crecimiento de nuevos cuadros políticos, con una mirada de corto, mediano y largo plazo. En otras palabras, impulsar la construcción de una corriente política en la Argentina -el kirchnerismo o el «cristinismo»-, capaz de actuar dentro y fuera del Partido Justicialista, cuya columna vertebral es La Cámpora, pero que cuenta con una estructura partidaria más amplia como es Unidad Ciudadana -en la que participan una variedad de agrupaciones afines-, así como también con un conjunto de aliados que aportan otro tipo de representatividad social, entre los que resalta el sindicalismo combativo de la Corriente Federal de Trabajadores, el moyanismo y la CTA, el Frente Patria Grande de Juan Grabois o la mayoría de los organismos de DDHH, entre otros sectores.

La persistencia en el tiempo de esta definición política de Cristina deja en evidencia su carácter estratégico. Se trata de una apuesta por la renovación de una porción importante de la clase dirigente argentina, que en 2011 pudo hacer sus primeras armas en la gestión del Estado nacional, desde 2015 está haciendo una experiencia de oposición a las políticas neoliberales y ahora en 2019 se prepara para dar un nuevo paso.

Particularmente en el caso de La Cámpora, este año no solo tiene protagonismo legislativo sino que también puede encontrarse en primer lugar una apuesta de Cristina y Máximo Kirchner para que pueda ganar en territorialidad. Dan cuenta de ello la selección exitosa de Anabel Fernández Sagasti para ir a las PASO para la gobernación de Mendoza, el triunfo en la municipalidad de Santa Rosa de Luciano Di Nápoli, los triunfos en las intendencias de Ushuaia y Río Grande de Walter Vuoto y Martín Pérez, la apuesta de que Fernanda Raverta y Mayra Mendoza dejen sus bancas de diputadas nacionales y peleen por las intendencias de General Pueyrredón (Mar del Plata) y Quilmes, así como Cecilia Comerio su banca en el senado bonaerense para buscar una victoria en San Nicolás y, fundamentalmente, la decisión de ubicar a Axel Kicillof como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Indudablemente La Cámpora está buscando afirmarse como una fuerza con representatividad y capacidad de gestión a nivel municipal y provincial, con despliegue federal.

En este sentido, como se resaltó en miles de análisis en clave de una autocrítica de Cristina, quizás la mayor novedad de 2019 es que, a diferencia de 2011, 2013, 2015 y 2017, cuando el impulso de la “tropa propia” condujo a un enfrentamiento de consecuencias trágicas con otros sectores del campo nacional y popular, en la actualidad el Frente de Todos se lanza con una promesa de convivencia entre la corriente kirchnerista y el resto de los sectores. En otras palabras, la reafirmación de esta definición política convive con una amplia capacidad de acuerdos tácticos. ¿Es sustentable esta promesa? Sólo el tiempo dirá, pero el poder del adversario y los riesgos existentes pueden disciplinar las tendencias centrífugas.

Indudablemente la apuesta a construir esta corriente política no siempre dio los frutos esperados. En la etapa inicial al amparo de la gestión estatal, existieron casos de abusos en el ejercicio del poder, de sectarismo y prepotencia. Después de 2015 existieron dobleces, incluyendo pases extremadamente graves al campo del adversario, así como dificultades para asumir las responsabilidades en la derrota. Pero no conviene hacer juicios lapidarios: ningún proceso de masas puede evitar las presiones que ejerce la realidad sobre una experiencia política.

Para quienes apostamos a la construcción de una nueva oleada popular latinoamericana que llegue más lejos que la anterior, es un dato enormemente progresivo que exista una continuidad en el liderazgo de Cristina y sobre todo en la construcción de una corriente política antineoliberal identificada con ella pero que la trasciende. Todas las discusiones a su interior son bienvenidas para afrontar los desafíos de cada etapa histórica en la búsqueda de aportar a la tarea inconclusa de la formación de nuestra Nación y a la unidad de la Patria Grande.

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Etiquetas: Argentina
Ulises Bosia Zetina

Nací un siglo tarde. Filósofo, historiador y docente. Comprometido con una Argentina Humana.