Carnes que desbordan: el activismo gordx

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La discusión actual sobre el aborto pone de manifiesto la soberanía y autonomía corporal de la personas con capacidad gestante. Este tema se ha transformado en la bandera de resistencia actual de los movimientos feministas y disidentes sexo-corporales que han puesto en el centro de las disputas la cuestión de las corporalidades.

La discusión en torno a la legalidad del aborto ha expuesto y ha dotado de una mayor visibilidad a los colectivos de la diversidad corporal. Entre ellos tenemos al activismo trans, los movimientos intersex, las agrupaciones de personas diversos funcionales y al activismo gordx. Este último ha adquirido notable visibilidad a partir de la denuncia pública hacia ciertos sectores de la sociedad que promueven estereotipos corporales centrados en la delgadez, belleza y juventud.

¿Qué es el activismo gordx?

El activismo gordx aparece en un contexto clave en el que nos preguntamos si cada unx de nuestrxs cuerpos resulta soberano en sus decisiones corporales o si es que nos encontramos frente a una serie de dispositivos de control que se posan sobre nuestras carnes. La denuncia que lleva adelante el activismo gordx pretende desmantelar las condiciones de opresión que son reproducidas constantemente por los repertorios culturales disponibles: desde las publicidades hasta el sistema médico hegemónico, la delgadez se ha constituido como un valor mediante el cual somos o no vistos socialmente.

El estatus del gordx se vincula con aquella persona que sobrepasa en carnes o que simplemente sobrepasa la valoración de normalidad del famoso índice de masa corporal (IMC). Estas correlaciones determinan al sobrepeso como una enfermedad pero, también, operan estandarizando pesos y dimensiones corporales en el espacio público.

Desde la cantidad de personas que pueden subirse a un ascensor hasta el tamaño estándar de los asientos del colectivo son modos de control sobre el peso. Es en este contexto que el IMC aparece por primera vez en un análisis de tipo médico aplicado al control social de los cuerpos.

La aparición del activismo gordx a finales de los setenta es la manifestación de profundas modificaciones históricas y culturales en relación a la valoración social sobre el cuerpo. En los países anglosajones, estos grupos se han enmarcado dentro de los movimientos feministas y queers, que se enfocaron en conseguir el reconocimiento, tanto social como legal, de la igualdad. Desde su surgimiento, el “movimiento de la grasa” ha producido un proceso de transformación respecto de las estrategias de lucha y de su producción teórica.

Sus primeras manifestaciones fueron aisladas y se centraron en prestar especial atención al modelo de obesidad dominante en la sociedad. Esto permitió evidenciar los estereotipos negativos que circulaban alrededor de la concepción de lo “gordo” u “obeso” y dar cuenta de las razones por las cuales, cultural y socialmente, se generaba discriminación respecto de estos tipos de cuerpos.

Con el aumento de la medicalización por parte de los Estados-nación, dentro de las políticas de gobierno surge la necesidad de un control de las corporalidades. Esto implicó que la obesidad pasara a considerarse en las distintas sociedades algo que perjudicaba la producción de quien la “padecía”. La gordura se volvió un factor de ineficiencia en términos del mercado. La aparición de estos primeros movimientos aislados bajo la consigna “orgullo gordo” implicó una deconstrucción de los sentidos y estereotipos que circulaban alrededor de la concepción de lo gordo.

Su surgimiento fue en principio bastante aislado y esporádico, lo que dificulta la posibilidad de datar en forma precisa esas primeras apariciones. Sin embargo, a principios de los setenta se crean diferentes movimientos más institucionalizados, como la National Association to Advance Fat Acceptance (NAAFA), y The Fat Underground, un movimiento disidente organizado por lesbianas radicales, que publicaron uno de los primeros escritos que planteaban los lineamientos del activismo gordo. Estas publicaciones, junto con la enorme producción en fanzines, constituye el antecedente de lo que se conoce como “estudios de la grasa” [fat studies].

A partir de los años noventa, en el caso de los Estados Unidos, se declaró la “guerra contra la obesidad” como política de Estado, lo que disparó un proceso generalizado de discriminación. A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció una reducción del tope “saludable” del índice de masa corporal (IMC); es decir que, a partir de esta operación, la mitad de la población mundial pasó a ser considerada obesa.

Este contexto sociopolítico contribuyó a una diversificación de los proyectos del colectivo gordo, inscripto en el debate de la tercera ola del feminismo y la teoría queer, que incluyó ahora las variantes de clase, raza y sexualidad, entre otras. Esto ha generado una expansión de los movimientos gordx en diversos lugares del mundo y distintas experiencias sobre cuestiones como la alimentación, la positivización de los cuerpos gordos como espacios del deseo, la constitución de dispositivos de control de los cuerpos a partir de la patologización y la sanción, entre otras.

En este sentido, es alarmante la aparición, en los últimos veinte años, de políticas sanitarias destinadas a erradicar la creciente población con obesidad y/o sobrepeso. Esto tuvo una incidencia inmediata en el acceso a la cobertura médica, la vestimenta y la configuración de los espacios públicos, y fue también un refuerzo de la discriminación hacia quienes no cumplieran ciertas normas estandarizadas sobre el peso.

Demandas del activismo gordx en Argentina

Entre las experiencias que se destacan en el marco del activismo gordo en la actualidad argentina se encuentran el fat body positive y las formas de divulgación del activismo desde una perspectiva crítica. Estos movimientos conforman modos de inserción dentro de los espacios políticos, es decir, distintas maneras de apropiarse del espacio público.

En primer lugar, las propuestas alrededor de la Ley de Talles y su reglamentación se han constituido bajo el liderazgo de AnyBody Argentina, una experiencia que centra su estrategia política en reivindicar la disponibilidad de talles para personas plus size. Así, desde una impronta claramente feminista, elabora una serie de intervenciones virtuales y públicas para dar cuenta de la necesidad de democratizar los talles en la industria de la moda.

Sus políticas de visibilidad se centran entonces en una recuperación positiva de los cuerpos gordos, es decir que toman como estandarte la necesidad de introducir los cuerpos diversos en el campo del reconocimiento. De este modo, AnyBody Argentina se enmarca en las tendencias del activismo gordo anglosajón, el fat body positive, que encara la inserción de los cuerpos gordos a partir de la inclusión de plus models, o modelos de talla grande, de la presentación de los estilos de vida “saludables” de las personas gordas y de la afirmación de que es posible vivir siendo gordo.

Se pueden señalar dos ejemplos de estos tipos de estrategia. El primero aparece en las imágenes de Tess Holliday, una modelo plus size estadounidense cuyas fotos se publicaron en la revista Vogue, que marcó un hito importantísimo dentro del trabajo del fat body positive. El segundo son las imágenes de la vida “saludable”, que muestran militantes gordos haciendo yoga, bailando o realizando actividad física, con lo cual se pretende despatologizar la representación de estas personas como “vagas” o “insanas”.

Si bien estos casos muestran otros recorridos posibles de los cuerpos, que los alejan de la idea de que la gordura es producto de una serie de malos hábitos alimenticios y de la falta de ejercicio, esta propuesta hace agua al considerar los modos en los que la medicina hegemónica opera sobre esos cuerpos patologizándolos. Además, se funda en una concepción del cuerpo asociada a los estereotipos que circulan social y culturalmente. No cualquier persona puede ser modelo plus size, sino que esta posibilidad depende de ciertas características específicas. Por ejemplo, si su cara se ajusta o no al modelo estético vigente.

Por su parte, el taller Hacer la Vista Gorda, impulsado en su origen por Laura Contrera y Nicolás Cuello, se estableció como un espacio de encuentro, de trabajo sobre las narrativas personales y de estrategia política colectiva. La dinámica del taller supone encuentros mensuales articulados a partir de una serie de temas a tratar: la historia del activismo gordo, sus víncu­los con el feminismo, la descolonización del activismo gordo, la posibilidad de pensar un activismo gordo sudaka, la visibilidad de la diversidad corporal, entre otros. A partir de estos ejes se realiza un trabajo en el que se tematiza la historia personal para pensar las posibilidades de habitar una corporalidad gorda en las condiciones vigentes y las formas de dislocar esos modos de exclusión que operan sobre los cuerpos.

El activismo reflexiona y se organiza

El taller ofrece además un espacio distinto de socialización de materiales en el que reflexionar sobre los conceptos anclados en perspectivas geopolíticamente situadas y ha generado formas de acción específicas, como el texto de Laura Contrera y Nicolás Cuello, que centra la reflexión del activismo gordo en torno a las declaraciones del por entonces ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, quien llamó “grasa de la militancia” a los empleados públicos que cobran sus sueldos sin trabajar.

En ese artícu­lo plantean que el neoliberalismo magro opera como una forma de persecución no solo ideológica (respecto de la “grasa militante”), sino también en el sentido de recortar el excedente de esos “otros” que son los cuerpos de las clases populares. El punto central, desde las acciones del taller, es poner en juego el vínculo entre los cuerpos que quedan por fuera de la norma. Es decir, a partir de una serie de alianzas se constituye una forma de visibilizar el activismo gordo que se propone, desde una posición crítica, ver cuáles son los modos en los que el capitalismo y la lógica de mercado operan en el disciplinamiento de los cuerpos.

Siguiendo esta línea, la publicación de Cuerpos sin patrones: resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne puso el foco en las luchas de las disidencias sexo-corporales mediante una serie de artícu­los autóctonos y extranjeros que enmarcan la cuestión del activismo gordo. Debemos señalar aquí que esta primera compilación latinoamericana tiene como antecedente la publicación de numerosos fanzines que retoman la cuestión corporal, entre otros, Gorda! zine y Tender porno. La llegada del “libro gordo” estuvo acompañada por continuas expresiones diversas y no orgánicas. Entre ellas, podemos señalar una serie de actividades, por ejemplo, las producciones documentales de Jael Caiero, Gorda, el peso del amor, un documental que realicé en el año 2015, o la propuesta visual Gorda puta, de Cherry Vecchio, presentada a modo de fanzine virtual, que muestra fotos de personas gordas sin recurrir a los cánones de las imágenes de las modelos plus size.

Por último, podemos mencionar las intervenciones de algunos miembros del taller en los medios de comunicación locales para denunciar los modos de control sobre los cuerpos y de patologización de las personas gordas del programa televisivo Cuestión de peso. Recientemente la inclusión del taller de mujeres y gordofobia en el Encuentro Nacional de Mujeres de 2017 en Chaco representó un hito respecto de las alianzas del taller de Hacer la vista gorda y los movimientos feministas.

Soberanía sobre los cuerpos y resistencia

El debate actual sobre la legalización del aborto nos pone frente a la relevancia de la pregunta política sobre el cuerpo. Este cuestionamiento se enlaza con un largo proyecto de control que ha instituido histórica y políticamente a las corporalidades como centro del consumo a través de las trasformaciones de la “salud”, la belleza, las tecnologías corporales (deporte, cirugías, etc.) y los modos de reconocimiento.

La soberanía y autonomía corporal funda la pregunta de agenda, pero no solo se trata de poder elegir si seguir el curso de un embarazo o no, sino también de dar cuenta de cómo los entramados socio-culturales han instituido ciertos estereotipos que reglamentan nuestra vida cotidiana. El activismo gordx aparece así como la posibilidad crítica que revela cómo las corporalidades delgadas emergen como las únicas que cumplen con las normativas corporales que se sustentan en el imaginario social. Un imaginario que impone tener cuerpos saludables, bellos, deseables y aptos para habitar el espacio público.

Tener una corporalidad distinta implica quedar fuera de los espacios de reconocimiento y esto, en el caso de los cuerpos gordos, no solo significa ser anulado sino que los transforma en blancos permanentes de señalamiento. Para los modelos de visibilidad, el gordo es el eterno infractor, puesto que no cumple con los imperativos pero, a la vez, es funcional al sistema de consumo, que lo muestra como falta y, en consecuencia, refuerza la vigilancia sobre los cuerpos.

 

La soberanía y autonomía corporal funda la pregunta de agenda, pero no solo se trata de poder elegir si seguir el curso de un embarazo o no, sino también de dar cuenta como los entramados socio-culturales han instituido ciertos estereotipos que reglamentan nuestra vida cotidiana.

 

El activismo gordo nos alerta y nos pone en un nuevo estado de resistencia: la autonomía y soberanía de nuestros cuerpos están mediadas por los estereotipos corporales. Procurar desandar estas formas de normatividades ancladas en nuestras carnes que se interseccionan con nuestros géneros, clases sociales, estatus socio-económico, lugar geopolítico, etnia, entre otros; nos permite captar un complejo entramado en el que la cultura nos constituye como sujetos posibles o no. [1]

[1] Esta nota aborda parte de lo que he trabajado en el libro Gorda Vanidosa. Sobre la Gordura en la era del espectáculo, Buenos Aires, Ariel, 2018.

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Etiquetas: Feminismos