El contexto de pandemia trajo al prime time televisivo como tema central la salud pública. En este contexto, vale la pena hacer una pausa y preguntarse sobre los conflictos, las tensiones creativas, las experiencias, los diálogos entre historia, salud y democracia. Segunda entrega de este ensayo escrito por Mariano Vigo y Nerina Kildau.
Como hemos señalado en la primera parte de este ensayo, la pandemia desatada por el COVID-19 ha exacerbado las disputas en torno a las representaciones y prácticas que rodean al significante salud. En el marco de ese debate, y sin desmerecer los saberes técnicos y medidas preventivas adoptadas por el Gobierno Nacional, nos proponemos relevar una serie de experiencias históricas que reflejan la importancia de la participación social en salud. En esta clave, con la esperanza puesta en una reconfiguración anómala de ciertas normalidades patológicas, intentamos repensar las relaciones entre el agenciamiento de los usuarios y las instituciones del sistema de salud.
Cambio epocal y rectificación subjetiva en los años ‘60 y ‘70
Entre la segunda mitad de los años ’60 y la década del ’70, con el agotamiento del Estado de Bienestar y la crisis del Fordismo, la humanidad asistió a un cambio epocal. Bajo el vector de la concentración económica, la creciente automatización y mecanización de la producción aumentaba la productividad del trabajo, al tiempo que reemplazaba a los obreros por máquinas. Siguiendo esta lógica, se fue configurando un capitalismo post-industrial y altamente financiarizado, donde el obrero prototípico del siglo pasado dio paso a una clase obrera fragmentada, marginada y crecientemente desorganizada.
En el plexo de esas dos etapas, el choque entre dos paradigmas epocales dio forma a un escenario de re-subjetivación o – como señalaba el obrerismo italiano – de subjetiv/acción social. De tal suerte, antes de que el desarrollo técnico y tecnológico se ligara nuevamente con la programación de la producción, el consumo y la acumulación capitalista, un número significativo de trabajadores jóvenes se incorporó a un movimiento planetario que vinculaba ese desarrollo con el rechazo al trabajo.
Bajo este prisma, el marco restrictivo de la fábrica y la ética del trabajo dejaron de encorsetar los procesos de auto-identificación de los trabajadores para abrir camino a la complejidad de las investiduras sociales del deseo. Un deseo vinculado con el ocio, con la voluntad de liberar el tiempo y el cuerpo de las ataduras de la prestación de trabajo industrial. En suma, un deseo asociado con la rectificación subjetiva, con la voluntad de involucrarse en el conocimiento y la transformación de aquello que los aquejaba.
Por su parte, el ámbito universitario comenzó a desligarse de su espíritu profesionalista y su prosapia elitista, estrechando vínculos y preocupaciones con la realidad social y política del pueblo del que formaba parte. En consecuencia, la intelectualidad militante fue un signo característico de la época y las rígidas y opacas paredes de los claustros universitarios se volvieron porosas y comenzaron a adquirir “tintes de pueblo”.
En ese sentido, el período constituyó un punto de convergencia de distintos procesos de radicalización social y política. Dicha convergencia, abrió paso a la conformación de un híbrido ideológico tan inasible como rico en debates y experiencias. Como ejemplo del caso argentino, la Izquierda Peronista (IP) articuló, en su discurso y en su práctica, ideologías tan diversas como el nacionalismo, el marxismo y el cristianismo radical, usando como pivote al peronismo en clave revolucionaria.
De las Cátedras Nacionales (1967-71) a la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (1973-74), experiencias entre lo institucional y lo instituyente
Para el año 1966, la flagrante violación de la autonomía universitaria perpetrada por el Onganiato tuvo consecuencias paradojales. Por un lado, bajo el signo de la reacción y el conservadurismo, el violento desalojo policial de las universidades promovió la renuncia y cesantía de varios docentes, muchos de los cuales se exiliaron. Sin embargo, la intervención encabezada por algunos profesores provenientes de la UCA, en general de orientación tercermundista y cercanos al Peronismo, generó efectos contrarios a los buscados por el Régimen. La confluencia entre los emergentes izquierdistas del proceso de peronización universitaria y la intervención de decanos afines a esas tendencias prohijó la experiencia de las llamadas Cátedras Nacionales (CN).
Dicha experiencia se hizo extensiva a varias universidades y grupos de sociabilidad intelectual que enriquecieron la disputa cultural y política en torno a las prácticas y procesos de significación del peronismo. En esta clave, las distintas CN le dieron forma a un proyecto político-pedagógico alternativo, cimentado en una relación distinta entre la universidad y su entorno social y político.
De los espacios provenientes de esta experiencia, nos detendremos en uno que podríamos caracterizar como científico-técnico. El mismo se nucleaba en torno a la figura del prestigioso científico Rolando García y sus integrantes se expresaban a través de la revista Ciencia Nueva. La trayectoria de este grupo lo llevó, con el aval del propio Perón, a conformar el Comando Tecnológico del Movimiento Nacional Justicialista. Él mismo desarrolló – apoyándose en el trabajo de Ciencia Nueva – la publicación Bases para un programa de gobierno Peronista, donde se expresaban las principales ideas de la IP en torno a la gestión político-técnica.
En el número dedicado a Salud, Bases proponía un cambio de paradigma. Sostenía que las concepciones predominantes sobre salud se sustentaban en una relación jerárquica, paternalista, autoritaria y comercial, entre un individuo “sano” y otro “enfermo” (monopolio médico del saber y el poder). Como contrapartida, postulaba la creación de equipos de salud interdisciplinarios, siempre en contacto con el sistema productivo y creativo de la sociedad. En consonancia con este nuevo paradigma, los roles sociales se harían más fluidos y las relaciones médico-paciente, sano-enfermo, profesor-alumno se volverían intercambiables. Bajo este prisma, la salud – vista como resultado de las condiciones socio-económicas, políticas y culturales generales – se convertía en preocupación y fin último de la organización social. En ella, el agenciamiento de los usuarios era la clave del cambio paradigmático.
A nivel estratégico, Bases promovía la existencia de un Sistema Único Nacional de Salud (SUNS) que subsanara las injusticias y falencias del sistema mixto (Obras sociales, sector público y privado). En el SUNS, el Estado – a través de las rentas generales de la Nación y con base en un sistema tributario socialmente solidario – debía garantizar el acceso gratuito e igualitario a la salud, eliminando las barreras económicas, geográficas y culturales. Por lo demás, a nivel organizativo, la descentralización y territorialización del sistema pondría a los equipos técnicos en contacto con las necesidades y saberes de la población, garantizando un máximo de control y participación popular en las decisiones.
En la actualidad, numerosos cientistas sociales han hablado sobre la relación entre las CN y la llamada “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires” (UNPBA). Entre ellos, el investigador Sergio Friedemann ha utilizado el concepto de “experiencias configuradoras de la institucionalidad universitaria” para señalar la influencia de las CN en el proyecto pedagógico de reforma de la UNPBA. Según su perspectiva, la mayoría de los decanos interventores convocados por el rector Rodolfo Puiggrós combinaban una trayectoria académica destacada con cierta vinculación a la IP universitaria.
En el caso de Medicina, la designación de Mario Testa tenía que ver con sus vínculos personales y políticos con la IP y con el propio Puiggrós, pero también con su trayectoria y aceptación académicas. En ese sentido, Testa había participado activamente del “Grupo Rolando García” y – como se traduce en su discurso de asunción como Decano – recuperaba muchas de las propuestas de Ciencia Nueva en materia de Salud. Bajo este prisma, cuestionaba enfáticamente el negocio montado en torno la industria de medicamentos y equipamiento sanitario. Veía en ella una fuente de lucro privado y dependencia económica, que iba en desmedro de los intereses nacionales y sociales a los que debía orientarse el sistema.
El Instituto de Medicina del Trabajo (IMT): una experiencia de participación popular en salud
En el marco de la breve pero intensa “primavera camporista”, muchas de las experiencias político-intelectuales de la IP – forjadas desde la periferia intelectual y académica durante los ‘60 – adquirieron cierta carnadura en las instituciones formales. En el caso de la Facultad de Medicina, el repertorio político-técnico de la IP tuvo un correlato con la fundación de nuevos institutos que serían coordinados por el recientemente creado Departamento de Medicina Social (1973).
De entre las experiencias promovidas “desde abajo” y acompañadas activamente por la gestión de Testa, una de las más interesantes fue el IMT. El mismo fue impulsado por un grupo de jóvenes profesionales que progresivamente adquirieron roles de decisión dentro de la universidad, experimentando así un situación de continuidad entre su militancia universitaria y las tareas de gestión. Los mismos no eran especialistas en medicina laboral pero – a partir de su conexión con los sectores más combativos del sindicalismo de base – fueron sistematizando las demandas de los obreros fabriles en materia de salud laboral.
Atravesados por la influencia Gramsciana, los fundadores del IMT buscaron asociar creativamente a los grupos interdisciplinarios de profesionales y técnicos con la experiencia y los saberes concretos de lxs obrerxs fabriles. El objetivo de esta articulación era el de promover un proceso de construcción colectiva de conocimientos y herramientas destinadas al control obrero de las condiciones de trabajo y salubridad, dentro y fuera de la fábrica. Asimismo, en términos más generales, se buscaba dotar de cierta organicidad y politicidad al compromiso con las demandas de salud en el trabajo, a fin de extender este tipo de experiencias a otros ámbitos de la vida social.
Bajo este objetivo estratégico, el IMT instrumentó dos líneas de acción: 1) la capacitación de profesionales y obreros y 2) la investigación de las condiciones de trabajo en las distintas industrias (Jornadas Nacionales de Medicina del Trabajo). Ambas líneas de acción suponían una estrecha relación con lxs trabajadorxs, tanto en términos de producción de saberes como en materia de intervención sindical en las luchas obreras.
Quizás la producción más significativa desarrollada por el IMT fue el Manual de Medicina para los Trabajadores, en el que – a través de un lenguaje claro y diversas ilustraciones – se abordaban los conceptos de ambiente de trabajo y factores de riesgo para la salud, se analizaba críticamente la legislación vigente y se proponían algunas herramientas para el control obrero de las condiciones de salubridad.
En esta clave, antes de que las contradicciones sociales y políticas estallaran – tanto dentro del peronismo como en términos más generales – y la intervención de la derecha peronista tuviera lugar en la universidad, el IMT configuró una corta pero relativamente exitosa experiencia de participación popular en salud. En ella, el enfoque epidemiológico social, el trabajo interdisciplinario (incluyendo disciplinas más allá de las biomédicas) y la incorporación de trabajadores en el proceso fueron las piedras angulares de un intento de cambio paradigmático en salud laboral.
A modo de conclusión
Contra los enfoques eminentemente violentológicos sobre los años ’60 y ’70, las experiencias alternativas aquí reseñadas ponen de manifiesto la riqueza de los cruces político-ideológicos que marcaron la fragua intersubjetiva de la época. La convergencia del clasismo, las CN y el IMT reflejó los efectos de rectificación subjetiva promovidos por la participación popular. El vínculo creativo y participativo de sectores emergentes y subalternos de la política y la sociedad conectó de una forma diferente a los distintos actores, convirtiéndolos en partícipes activos de la solución de sus problemas. Por esa razón, los contenidos y prácticas organizativas resultantes se volvieron significativos para ellos.
A su vez, en términos institucionales, la cultura política forjada en estos espacios emergentes incidió en la formulación y promulgación de proyectos políticos de reforma. En materia legislativa, la máxima cristalización de estos procesos fue el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS), elaborado por el entonces Ministro de Salud Domingo Liotta. Dicho sistema tenía grandes similitudes con el SUNS del grupo Rolando García, aunque no suponía una incorporación forzosa de las otras dos esferas de prestación de servicios (obras sociales y sector privado). Sin embargo, el tono conciliador de la reforma no fue suficiente. Las obras sociales y el sector privado intercedieron para condicionar su aprobación y aplicación. Así, entre el año 1974 y 1978, el SNIS se aplicó en tan sólo cuatro provincias y – como ha señalado el sanitarista Mario Rovere – podría contabilizarse como otro de los desaparecidos de la última Dictadura Cívico-Militar.
Llegado este punto, es menester remarcar la imposibilidad de replicar de manera homóloga las experiencias del pasado en el presente: el contexto histórico es distinto, al igual que la morfología y dinámica de las clases subalternas. No obstante, en términos de disputa por el “sentido común” y la institucionalidad vigentes, este tipo de experiencias nos conectan con la importancia de las prácticas y saberes forjados en la periferia y “desde abajo”. En esta clave, sólo cuando el deseo de conocer y transformar la realidad motorice la constitución de un sujeto social en el campo de la salud, la misma reflejará fielmente las necesidades y saberes de la población. La cura, al fin y al cabo, resulta y es resultado de la voluntad de participar en salud.
Fonoaudióloga, residente del sistema público de salud. Nacida y criada en el conurbano bonaerense. Feminismo, pero del popular.
Historiador y docente. Integrante del Instituto Democracia. Temple reformista con momentos jacobinos.