Se cumplen 50 años del Mayo Francés, y el recuerdo se hace presente. En medio de una escalada de los conflictos, Macron concluye su primer año de gobierno signado por un ataque a los derechos sociales y las izquierdas debaten cómo construir una alternativa política.
Se cumplen 50 años del Mayo Francés, y el recuerdo se hace presente. En medio de una escalada de los conflictos, Emmanuel Macron concluye su primer año de gobierno signado por un ataque a los derechos sociales que hacen de Francia una relativa excepción en el neoliberalismo contemporáneo. En la estela de la revuelta del ‘68, las izquierdas debaten cómo construir una alternativa política que ofrezca una salida progresiva a la crisis que azota al país y a toda Europa.
Este mes de mayo en Francia no solo trajo el sol y el buen tiempo, sino también un clima social y político muy agitado. La reminiscencia de los acontecimientos del ‘68, el proceso de movilización popular más importante en la historia de la Francia contemporánea, tiñe a este período del año con una energía particular que alienta las luchas sociales en curso. Este año, la memoria de aquella revuelta obrero-estudiantil toma especial importancia y su recuerdo está inmerso en una disputa por el significado histórico del “Mayo Francés”.
De un lado, buena parte del establishment político y mediático se preparaba para conmemorar aquel acontecimiento intentando recuperar y aislar el contenido “anti-autoritario” del ‘68 para hacerlo confluir en las aguas del liberalismo actual. Incluso se especuló con la posibilidad de una celebración oficial del cincuentenario por parte de Macron, que hubiera contado con la participación de algunos de los soixante-huitards devenidos férreos defensores del oficialismo. Pero el proyecto de un aniversario ceremonioso y nostálgico se vio frustrado por la pujante movilización social que se yergue contra las reformas del presidente.
“Ellos conmemoran, nosotros retomamos” fue la consigna que se leyó en banderas y pancartas en los últimos días. Hoy, el recuerdo del Mayo Francés no estimula debates de historiadores, sino que alienta un movimiento popular creciente que quiere disputar el futuro del país.
1968 – 2018
Plan de lucha ferroviario, universidades tomadas, huelga en hospitales y en la emblemática Air France, son algunos de los conflictos que se desarrollan en este mes atípico. El detonante fue el paquete de medidas anunciadas por el gobierno, las cuales encuentran un rechazo importante en una población ya castigada por varios años de “austeridad”. Los focos de movilización se explican sobre todo -aunque no exclusivamente- por dos grandes frentes que ha abierto Macron en las últimas semanas.
Primero, el intento de reformar el sistema ferroviario para permitir que privados puedan “competir” con la empresa pública sobre las vías estatales. Esta reforma, que incluye además una modificación del convenio de los ferroviarios, es vista como el paso previo a la privatización del servicio. Los sindicatos decretaron tres meses de paros escalonados y se encuentran en estado de movilización permanente.
El otro sector en conflicto es el estudiantil. Macron ha decidido dar por tierra con el principio de inclusión que rige el ingreso a la Universidad en Francia, al introducir mecanismos de selección según los resultados escolares. Hasta el momento, Francia es uno de los pocos países de Europa en los cuales la Universidad, además de ser prácticamente gratuita, está abierta a todo aquel alumno que haya aprobado el examen final del secundario. Esta reforma encontró fuertes resistencias en la comunidad universitaria, especialmente en el estudiantado, protagonista de las tomas de facultades en todo el país, algunas de las cuales ya fueron violentamente desalojadas por la policía.
El imaginario de la unidad obrero-estudiantil de antaño está sin dudas presente, sin embargo la “convergencia de las luchas” no es –y nunca ha sido– una tarea fácil. Si ya en el ‘68 afloraban las rispideces entre las organizaciones sindicales y el movimiento estudiantil, estas tensiones se multiplican en un contexto en donde la propia clase trabajadora se encuentra mucho más fragmentada.
En este sentido, la política de Macron se ciñe al manual neoliberal: aprovechar y profundizar las grietas internas de las demandas sociales, para aislar las reivindicaciones e impedir el surgimiento de un movimiento unitario capaz de disputar la orientación general de la sociedad. Los funcionarios oficialistas desfilan en televisión atacando a los “privilegiados” ferroviarios que interrumpen el servicio y a los estudiantes bobo –acrónimo de bohème bourgeois, equivalente a nuestro «hippie con OSDE»– que ocupan las facultades. El objetivo está claro: enfrentar a los desocupados y los trabajadores más precarizados con aquellos sectores que todavía mantienen ciertas conquistas y así hacer pasar los reclamos sociales como pugnas corporativas que atentan contra el bien común.
Los límites del neoliberalismo outsider
Este mes también se cumplió el primer año del gobierno de Macron y el tradicional balance se hace en un contexto agitado. La repentina escalada del joven economista no puede entenderse por fuera de la estrategia de las elites frente a la crisis de las estructuras tradicionales en Francia y en toda Europa. Incluso en el país donde nació el clivaje izquierda-derecha, el bipartidismo tradicional –compuesto por el Partido Socialista (PS) y la derecha “gaullista”– perdió la capacidad de asegurar la estabilidad política. Nuevas fuerzas políticas ganaron terreno, y el poder económico y mediático se vio obligado a construir la figura de un “outsider” que proyecte un nuevo horizonte.
No obstante, la impronta de manager, el discurso emprendedorista llevado al extremo y el desdén por las estructuras partidarias, no quitan el hecho de que Macron sabe bien cómo ocupar el terreno político y jugar con los significantes tradicionales. Pareciera como si el presidente fuera bien consciente de la crisis de representatividad que atraviesan las democracias occidentales y de la necesidad de construir liderazgos fuertes que logren reagrupar, en un contexto de volatilidad de las identidades políticas.
El “centrismo radical” de la campaña, la propuesta “a la vez de izquierda y de derecha”, fue dejando lugar a un discurso más claramente orientado a conquistar a los sectores conservadores del país. La intervención en Siria, el acercamiento a Trump, el llamado a una “reconciliación” del Estado con la Iglesia Católica, la sanción de una nueva y restrictiva ley de inmigración, son algunos de los movimientos que signan este intento de apropiarse de banderas derechistas.
Sin embargo, la afrenta “thatcherista” del gobierno contra el “Estado social francés” ha erosionado fuertemente su capital político. Si bien mantiene un margen de confianza significativo –alrededor de 40%– la “luna de miel” ha terminado, especialmente entre los votantes progresistas que lo acompañaron. Según una encuesta reciente de ELAVE, el 65% de los franceses considera que Macron “gobierna para los más ricos”, un concepto que se consolidó luego de la reducción del impuesto sobre las grandes fortunas, uno de los pilares del régimen tributario.
El proyecto de Macron camina por una delgada cornisa. Por un lado tiene la tarea de rescatar el proyecto tecnocrático de las elites europeas, y más generalmente de la agonizante globalización neoliberal. Por el otro, se ve obligado a surfear la ola anti-sistema que sacude al continente, es decir, a elaborar un discurso político que recurra a una cierta gesta histórica, a una “gran causa reformista” y a las banderas de la derecha “identitaria”, para intentar agrupar allí donde cunde el escepticismo y la indiferencia.
La izquierda francesa en el laberinto neoliberal
El Mayo Francés representó, sin duda alguna, un punto de inflexión para la izquierda francesa. Al lado del entonces hegemónico Partido Comunista, aparecieron expresiones de una nueva izquierda, con bastión en el movimiento estudiantil, que alzaba a la juventud como sujeto predilecto de la emancipación. Trotskistas, maoístas, anarquistas, “situacionistas”[1], eran algunas de las identidades políticas que componían el variopinto paisaje de lo que se (auto) denominaba “izquierdismo” (gauchisme)[2].
Desde la izquierda tradicional se ha señalado largamente –con cierta razón– cómo el individualismo hedonista que impregnaba algunos de estos nuevos movimientos fue incorporado en la cultural neoliberal dominante. Sin embargo, cabe destacar que la irrupción de esta nueva izquierda ha demostrado la importancia de una diversidad de luchas relegadas por la ortodoxia comunista –la lucha feminista y LGTBI, el ecologismo, el anti-racismo– así como la necesidad de comprender un sujeto múltiple de transformación, que pueda recoger la multiplicidad de demandas que conviven en las sociedades del capitalismo post-industrial[3].
Desde aquel Mayo del ‘68 el periplo de la izquierda francesa combina las sombras de derrotas innegables con el brillo de importantes victorias y conquistas. El ascenso a la presidencia de François Miterrand, a principios de la década del ‘80, expone claramente esa ambivalencia: si bien durante los primeros años de su mandato se lograron importantes avances en materia de derechos civiles y sociales, la segunda parte del mismo estuvo signada por una adaptación a la revolución neoliberal en curso.
Años después, ya bajo el gobierno de derecha de Jaques Chirac, la movilización popular y sindical logró torcer el brazo al plan del ministro Alain Juppé que intentaba estirar la edad jubilatoria y ajustar en la seguridad social. En el año 2005 Francia se pronunciaba por el “no” en el referéndum sobre el tratado de Lisboa, el cual buscaba la aprobación de una “Constitución europea” de claro tinte neoliberal. En estos procesos, el rol de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda ha sido fundamental en la defensa de las conquistas populares.
Sin embargo, estos hitos de resistencia contrastan con la incapacidad de las fuerzas de izquierda para construir alternativas capaces de disputar el poder político y desafiar la hegemonía neoliberal. Ciertamente, se debe tener en cuenta la implosión de la socialdemocracia francesa, que devino progresivamente –en un giro que inició el último período de Mitterand y que se consumó con la impopular presidencia de Hollande– uno de los brazos ejecutores de la agenda del poder económico.
Tampoco los partidos que cuestionan el orden neoliberal, protagonistas fundamentales de las luchas sociales de estos años, han podido irrumpir en la discusión por el proyecto general de país y, por lo tanto, en opciones electorales con posibilidades de éxito.
Una superación de esa falencia histórica comenzó a darse en las presidenciales del año pasado, cuando Jean-Luc Mélenchon logró recoger más de 7 millones de votos (19,5%) con un programa claramente anti-neoliberal. La propuesta de Francia Insumisa logró agrupar un descontento que se encontraba disperso, huérfano tras la debacle del PS, e incluso alimentando el capital político del derechista Frente Nacional.
Ubicándose tras la estela de la gran revolución de 1789 y echando mano a la ideal de la unidad del pueblo constituyente, el discurso de los “insumisos” logró hacer pie en una elección signada por el derrumbe de los grandes partidos.
Habiendo encabezado en 2012 el “Frente de Izquierda”, Mélenchon lideró una reconfiguración de su fuerza política buscando construir un amplio movimiento en torno a grandes causas populares. Aunque no logró colarse en el balotaje por un escaso margen, Francia Insumisa pudo mantener su presencia en la escena política y consolidarse hoy en día como la principal referencia opositora a Macron.
Al calor de este mayo agitado, la izquierda sigue debatiendo su rumbo estratégico. Por un lado existe un conjunto de partidos que abogan por una nueva “unidad de la izquierda” que busque empalmar con la tradición político-sindical y volver a levantar las banderas abandonadas por el PS. Frente a esta postura –defendida sobre todo por el Partido Comunista, el trotskismo y el ala izquierda del Partido Socialista–, Francia Insumisa insiste sobre una estrategia movimientista de “unidad popular”, que trascienda las identidades ideológicas tradicionales.
“La izquierda” en Francia estuvo mucho tiempo asociada al PS y por lo tanto el significado del término ha estallado con la crisis de la socialdemocracia. “Los debates sobre la verdadera izquierda o la falsa izquierda están superados, todo eso ya no tiene ningún sentido concreto”, afirma Mélenchon en una entrevista reciente[4]. Construir una nueva identidad se ha vuelto entonces un imperativo y la “insumisión” se yergue como significante de la revuelta y el descontento del pueblo francés.
Este discurso intenta confluir con el “igualitarismo espontáneo francés”, transversal a diferentes colores partidarios y que tiene ciertamente en el Mayo Francés una de sus expresiones paradigmáticas.
A la pregunta por la “herencia” de aquellas jornadas de revuelta obrero-estudiantil, Mélenchon responde sin vacilar: “el heredero es el pueblo”. Ni dirigentes históricos, ni determinados núcleos ideológicos, el camino abierto por Mayo del 68 debe continuarlo una mayoría popular, organizada para combatir la afrenta macronista y darle a las luchas sociales un horizonte de victoria política.
[1] Movimiento surgido en la década del 60 que bregaba por un espontaneismo radical de la lucha social. Antecedente del autonomismo, este movimiento combinaba la crítica al Estado capitalista con una prédica libertaria y hedonista que tuvo un rol importante en el movimiento estudiantil del 68.
[2] La denominación “izquierdismo” funcionaba a la vez como calificativo despectivo por parte de los partidos tradicionales de izquierda, pero del cual los nuevos grupos se apropiaron como denominador de una nueva cultura política. Daniel Cohn-Bendit, uno de los máximos referentes del Mayo francés estudiantil, escribió un libro cuyo título parodia la frase de Lenin, reivindicando esta nueva identidad: “Izquierdismo, remedio para la enfermedad senil del comunismo”.
[3] En este sentido, el sociólogo Alain Touraine, protagonista de la revuelta del 68, definió a la misma como un movimiento “populista”: “Se ve así por qué el movimiento estudiantil no es únicamente la expresión de un conflicto de clase. Es la impugnación global de un forma de civilización y de un poder social y político.” Alain Touraine, El movimiento de Mayo o el comunismo utópico, p. 34
[4] http://lvsl.fr/peuple-revolutionnaire-diner-gala-jean-luc-melenchon
Licenciado en Filosofía (UBA). Las pasiones: Hegel y San Lorenzo de Almagro. Escribiendo desde Europa.