Axel Kesler analiza el resultado de las PASO que dejó como ganador a Javier Milei y reflexiona sobre las tareas del campo nacional y popular para los próximos meses.
La jornada de ayer nos dejó muchas sensaciones. La primera reacción en mucha (de nuestra) gente quizás haya sido la de la bronca, el enojo o la desolación. Ese podría ser un primer paso, uno de los impulsos más humanos y sensibles ante el crecimiento de fuerzas políticas que, entendemos, proponen literalmente la deshumanización. Pero luego de ese transitar como una reacción prácticamente natural y de supervivencia, viene el desafío de interpretar colectivamente qué sucedió y qué desafíos nos deja. Este es un intento prematuro y casi necesario de aportar algunas claves (de las tantas que se podrían aportar).
Lo primero y más importante a destacar es que los resultados de ayer no necesariamente expresan un “corrimiento de la gente hacia la derecha”, en todo caso un “corrimiento de la política hacia la derecha”. Esto que parece un juego de palabras no es menor. La gente se inclinó principalmente por un candidato que expresa el rechazo a “la política” como se la está entendiendo hoy, y quienes más representan ese significante son las dos fuerzas que gobernaron recientemente y fueron un fracaso en muchos sentidos (Unión por la Patria y Juntos por el Cambio). Es evidente que cada vez gobierna más la incertidumbre: sobra mucho mes al final del sueldo, la inseguridad golpea y perdimos toda capacidad de planificar a mediano o largo plazo. Es muy difícil explicar que esto responde en gran parte a problemáticas globales (hay mucha literatura sobre el crecimiento de la desigualdad, la crisis ambiental, el declive de las instituciones a nivel mundial), pero también se hace más complicado cuando no se ven respuestas creativas desde el poder político y solo se muestra más de “la política”. Léase esto último como todo lo que hoy se une mayoritariamente al significante política: improvisación, corrupción, ambición, lejanía, etc.
Entonces, es sumamente importante de entender: lo que sucedió ayer en las urnas no fue necesariamente un voto ideológico, fue un voto bronca que encontró en Milei el mejor instrumento para canalizarlo. El problema no es (en términos centrales y de mayorías) que la gente quiera vouchers educativos, que esté desesperada por poder ir a vender un riñón al mercado central o que quiera literalmente prender fuego el Congreso. El problema tampoco es que la gente no recuerda los 90´, probablemente muchos lo rememoren muy atinadamente, pero hoy es más fuerte la bronca contra el fracaso reciente que contra ese pasado que quedó bastante atrás. De lo que se trata es de recuperar la confianza en la política.
En base a ese diagnóstico, se abren dos desafíos. El primero es muy concreto: más gestión. No hay salida posible si no usamos las herramientas del Estado para mejorar la vida de la gente. Hay ejemplos claros de que esto sirve y es el triunfo de Axel Kicillof en PBA. El dato más revelador ahí fue el corte de boleta: un 32% votó a UxP para nación, mientras que un 36% lo hizo para provincia. Además, fue una de las pocas provincias en las que ganó Unión por la Patria. Si bien hay muchos factores que pueden explicar ese resultado, una de los que más se valoriza y explica parte de ese voto es su gestión. Habría que analizar más a fondo y desglosar estos datos, pero ahí puede haber una clave explicativa.
El segundo desafío es quizás el más abstracto y que requiere de muchas voluntades para anclarlo en una realidad concreta: hay que demostrar que de esta situación se sale con política y en sociedad, no con gritos de desesperación, odio al de al lado o siendo indiferentes. No implica una política de la cancelación, de cerrar debates o de menospreciar sensaciones (eso es justamente lo que nos trajo hasta acá). Todo lo contario, es alojar esa bronca y salir a demostrar que la política y el Estado, con todas sus imperfecciones, es la mejor herramienta que hemos sabido construir para socializar responsabilidades y construir justicia social. Como dijo Ofelia Fernández: “hay que recuperar a la política, pero no como palabra vacía, hay que recuperarla como otra política que identifica problemas y ofrece respuestas”. Es necesario desterrar también de ella, con prácticas concretas, todo lo que hoy se la asocia como negativo, sin regalar ninguna discusión.
Hay que preguntarse: ¿hay que seguir insistiendo con recordar el daño al tejido social y económico que dejaron los 90 y el macrismo? Y la respuesta es “Sí, completamente”. Pero con eso solo no alcanza. No alcanzó en el 2015 y tampoco va a alcanzar en el 2023. De lo que se trata es de construir otros instrumentos para canalizar la bronca y no regalárselo a figuras que proponen lo que sólo va a agudizarla. Para eso, hay que apostar a la militancia, pero entendiéndola en su sentido amplio: no solo en su versión orgánica, sino como una forma de incidir en el orden material y simbólico de la realidad. Esto implica sumar, coordinar y/o articular entre todo aquel que desde su lugar, su interés, su deseo, su capacidad, su posibilidad, quiera y pueda aportar a torcer este rumbo que nos puede llevar al colapso total. No hay una receta mágica de cómo salir a convencer, no hay que encerrarse en un solo modo de construir militancia, hay que ampliar a las millones de voluntades que en muchos casos están dispersas. Si ya sabemos que “la política” hoy no llega a esos rincones, de lo que se trata es de sumar otras figuras con influencia y de aportar desde la sensibilidad y la humildad en el “microespacio” de lo social. Esa es la forma de ampliar todo lo posible. Hay que convertir esa bronca, ese miedo, esa angustia en reflexión para ir a discutir a cualquier ámbito y cualquier lugar que la salida es desde el abrazo colectivo y no desde el individualismo extremo.
Tomo mate, luego existo. Sociólogo y maestrando en Políticas Sociales. Siempre del lado menta granizada de la vida.